Javier García
En los últimos días de julio de 1936, España entera comenzaba a mancharse de sangre de un extremo a otro. Pero la violencia no se ejercía solo contra las personas, también el patrimonio artístico y cultural sufrió en aquellos aciagos días los demoledores efectos de la sinrazón, la incultura y el fanatismo. Antes de que acabara el mes de julio, la localidad oscense de Jaca fue protagonista de uno de estos atentados contra el patrimonio. Las víctimas: varios relieves en escayola destinados a servir de molde para la fundición en bronce de un conjunto escultórico diseñado por el pintor, dibujante y escultor Ramón Acín Aquilué. La obra, futuro monumento que debía recordar y homenajear a los capitanes Galán y García Hernández, protagonistas de la llamada sublevación de Jaca, fue hecha añicos por un grupo de falangistas que se ensañaron a fondo con las piezas, destruyéndolas a martillazos. El propio Acín, que además de artista sobresaliente era un destacado activista anarco-sindicalista, había participado también en los preparativos de la fallida sublevación: doble motivo para que los falangistas decidieran destruir la obra.
Visto con la perspectiva que da el paso del tiempo, hoy es imposible no interpretar la aniquilación del monumento como una siniestra premonición de lo que le sucedería al artista y libertario oscense, que perdería la vida apenas unos días más tarde, cuando otro grupo de falangistas –quizá alguno de ellos había participado también en la destrucción de su obra–, le acribillara a balazos junto a la tapia del cementerio de Huesca.
Cuarenta y siete años antes de aquella trágica noche, Ramón Acín nació en esa misma ciudad que le vio nacer. Desde muy niño sintió inquietud por el dibujo y la pintura, y antes incluso de cursar los estudios de la escuela secundaria ya había comenzado a tomar clases de dibujo. Poco después llegaron los estudios “serios”, y tuvo que colgar lápices y pinceles para estudiar en el instituto y más tarde en la universidad, donde se matriculó en ciencias químicas. Sin embargo, su pasión era el dibujo, así que un año después de haber iniciado la carrera, en 1908, decidió viajar a Madrid para opositar a un puesto como delineante de obras públicas, pero no consigue ser elegido y decide regresar a su ciudad natal. Una vez de vuelta en casa, Acín decidió que dedicaría su vida al arte. Y así fue, excepto por una salvedad: su pasión artística se vería compartida por otra actividad que le quitaría el sueño: el activismo político y social.
Tras su regreso a Huesca desde la capital de España, Ramón comienza a tomar clases de arte junto al artista oscense Félix Lafuente, y no tarda en demostrar sus cualidades artísticas. Poco después, en 1912, comienza a colaborar con la prensa regional realizando viñetas humorísticas, y más tarde en otros medios de comunicación de carácter progresista, en los que realizará ilustraciones mucho más comprometidas políticamente. Con 25 años, Ramón decidió trasladarse a Barcelona con la intención de viajar más adelante a París, pero mientras llegaba ese día, el oscense continuó trabajando en sus dos intereses principales. En la Ciudad Condal fundó la revista La Ira, en la que comenzó publicando viñetas, pero también ilustraciones de contenido muy crítico. Uno de estos artículos, titulado ‘Id vosotros’, arremetía duramente contra la clase política a raíz de la guerra en Marruecos. La Ira tuvo una vida muy corta, pues los contenidos del segundo número causaron tal revuelo que la publicación fue clausurada y sus miembros encarcelados. Un año después de aquel incidente, Ramón recibió una buena noticia: la Diputación de Huesca había decidido becarle para que continuara con sus estudios de arte, y gracias a esta ayuda pudo viajar a Madrid, Toledo y Granada.
En su primera etapa artística, Acín mostró una clara querencia por los temas regionalistas, con predominio de personajes y paisajes urbanos y naturales, en especial de su amada provincia de Huesca. Este periodo tocó a su fin coincidiendo con su estancia en Granada, momento en el que pintó el lienzo ‘Granada vista desde el Generalife’. A partir de ese momento se fue alejando del academicismo imperante, y comienza a mostrar algunas características señaladas, como pinceladas empastadas y un cierto toque que podría calificarse de expresionista. En la década de los años 20, y tras varias exposiciones en lugares como Zaragoza, el aragonés comenzó a mostrar algunos rasgos aprehendidos de distintas vanguardias del momento: neocubismo, futurismo e incluso temas vinculados con el surrealismo.
En 1926 se produce otro suceso importante en su vida y su carrera. Ese año Acín viaja a París, donde se empapa de las distintas corrientes de vanguardia de aquel momento, reuniéndose a menudo con otros artistas e intelectuales, entre ellos varios españoles, como el turolense Luis Buñuel, con quien le uniría una buena amistad y con quien terminaría colaborando poco después. De hecho, en 1928 Acín tuvo la suerte de ganar un premio de la lotería de Navidad, y con parte de aquella ganancia se animó a financiar una de las películas de su apreciado amigo Buñuel, ‘Las Hurdes: Tierra sin pan’. A finales de esa década comenzó a experimentar con materiales “pobres” –siempre dijo que prefería estos a los “nobles”, como la plata o el oro–, creando esculturas mediante chapas de hierro, dando forma a obras con materiales que doblaba y recortaba, como sus célebres ‘Pajaritas’.
Al mismo tiempo que crece y evoluciona artísticamente, Acín no deja nunca de lado su faceta comprometida y activista, siempre vinculada a movimientos sindicales y en defensa de las clases más desfavorecidas. En 1930 se produce el levantamiento de Jaca y Acín –que por aquel entonces llevaba varios años ejerciendo como profesor supernumerario de dibujo en la Escuela Normal y era delegado de la CNT en Huesca– participó activamente en el suceso. Tras el fracaso de la sublevación –que se saldó con la ejecución de los capitanes Galán y García Hernández–, Acín se vio obligado a exiliarse a Francia por temor a las represalias, y no regresó a España hasta el advenimiento de la Segunda República. En aquellos años tampoco cesaron sus escritos políticos en publicaciones libertarias y republicanas, que en ocasiones le llevaron a prisión, y cuando en julio de 1936 se produjo el intento de golpe de Estado, el fue uno de los militantes de izquierdas que acudieron al gobierno civil de Huesca para reclamar armas con los que defender a la legítima República de los fascistas.
El gobernador convenció a aquel grupo de que la defensa no era necesaria, y desgraciadamente al día siguiente Huesca estaba en manos de los sublevados. Acín se escondió durante varios días en un hueco oculto que había en su propia casa, pero el 6 de agosto de ese fatídico año, tras varios días soportando escondido mientras escuchaba los golpes que los falangistas propinaban a su mujer, decidió entregarse para salvarla. Esa misma noche, un pelotón fascista acababa con su vida y truncaba para siempre su carrera. Días más tarde su mujer, Concha, seguía su mismo destino. Tras la muerte de ambos, la ingente obra de Acín –compuesta por miles de dibujos, pinturas y esculturas– cayó en el olvido, y no fue hasta la llegada de la democracia cuando estudiosos e historiadores del arte comenzaron a recuperar su figura.
[Tomado de https://es.noticias.yahoo.com/blogs/arte-secreto/ram%C3%B3n-ac%C3%ADn--el-artista-libertario-135440062.html.]
En los últimos días de julio de 1936, España entera comenzaba a mancharse de sangre de un extremo a otro. Pero la violencia no se ejercía solo contra las personas, también el patrimonio artístico y cultural sufrió en aquellos aciagos días los demoledores efectos de la sinrazón, la incultura y el fanatismo. Antes de que acabara el mes de julio, la localidad oscense de Jaca fue protagonista de uno de estos atentados contra el patrimonio. Las víctimas: varios relieves en escayola destinados a servir de molde para la fundición en bronce de un conjunto escultórico diseñado por el pintor, dibujante y escultor Ramón Acín Aquilué. La obra, futuro monumento que debía recordar y homenajear a los capitanes Galán y García Hernández, protagonistas de la llamada sublevación de Jaca, fue hecha añicos por un grupo de falangistas que se ensañaron a fondo con las piezas, destruyéndolas a martillazos. El propio Acín, que además de artista sobresaliente era un destacado activista anarco-sindicalista, había participado también en los preparativos de la fallida sublevación: doble motivo para que los falangistas decidieran destruir la obra.
Visto con la perspectiva que da el paso del tiempo, hoy es imposible no interpretar la aniquilación del monumento como una siniestra premonición de lo que le sucedería al artista y libertario oscense, que perdería la vida apenas unos días más tarde, cuando otro grupo de falangistas –quizá alguno de ellos había participado también en la destrucción de su obra–, le acribillara a balazos junto a la tapia del cementerio de Huesca.
Cuarenta y siete años antes de aquella trágica noche, Ramón Acín nació en esa misma ciudad que le vio nacer. Desde muy niño sintió inquietud por el dibujo y la pintura, y antes incluso de cursar los estudios de la escuela secundaria ya había comenzado a tomar clases de dibujo. Poco después llegaron los estudios “serios”, y tuvo que colgar lápices y pinceles para estudiar en el instituto y más tarde en la universidad, donde se matriculó en ciencias químicas. Sin embargo, su pasión era el dibujo, así que un año después de haber iniciado la carrera, en 1908, decidió viajar a Madrid para opositar a un puesto como delineante de obras públicas, pero no consigue ser elegido y decide regresar a su ciudad natal. Una vez de vuelta en casa, Acín decidió que dedicaría su vida al arte. Y así fue, excepto por una salvedad: su pasión artística se vería compartida por otra actividad que le quitaría el sueño: el activismo político y social.
Tras su regreso a Huesca desde la capital de España, Ramón comienza a tomar clases de arte junto al artista oscense Félix Lafuente, y no tarda en demostrar sus cualidades artísticas. Poco después, en 1912, comienza a colaborar con la prensa regional realizando viñetas humorísticas, y más tarde en otros medios de comunicación de carácter progresista, en los que realizará ilustraciones mucho más comprometidas políticamente. Con 25 años, Ramón decidió trasladarse a Barcelona con la intención de viajar más adelante a París, pero mientras llegaba ese día, el oscense continuó trabajando en sus dos intereses principales. En la Ciudad Condal fundó la revista La Ira, en la que comenzó publicando viñetas, pero también ilustraciones de contenido muy crítico. Uno de estos artículos, titulado ‘Id vosotros’, arremetía duramente contra la clase política a raíz de la guerra en Marruecos. La Ira tuvo una vida muy corta, pues los contenidos del segundo número causaron tal revuelo que la publicación fue clausurada y sus miembros encarcelados. Un año después de aquel incidente, Ramón recibió una buena noticia: la Diputación de Huesca había decidido becarle para que continuara con sus estudios de arte, y gracias a esta ayuda pudo viajar a Madrid, Toledo y Granada.
En su primera etapa artística, Acín mostró una clara querencia por los temas regionalistas, con predominio de personajes y paisajes urbanos y naturales, en especial de su amada provincia de Huesca. Este periodo tocó a su fin coincidiendo con su estancia en Granada, momento en el que pintó el lienzo ‘Granada vista desde el Generalife’. A partir de ese momento se fue alejando del academicismo imperante, y comienza a mostrar algunas características señaladas, como pinceladas empastadas y un cierto toque que podría calificarse de expresionista. En la década de los años 20, y tras varias exposiciones en lugares como Zaragoza, el aragonés comenzó a mostrar algunos rasgos aprehendidos de distintas vanguardias del momento: neocubismo, futurismo e incluso temas vinculados con el surrealismo.
En 1926 se produce otro suceso importante en su vida y su carrera. Ese año Acín viaja a París, donde se empapa de las distintas corrientes de vanguardia de aquel momento, reuniéndose a menudo con otros artistas e intelectuales, entre ellos varios españoles, como el turolense Luis Buñuel, con quien le uniría una buena amistad y con quien terminaría colaborando poco después. De hecho, en 1928 Acín tuvo la suerte de ganar un premio de la lotería de Navidad, y con parte de aquella ganancia se animó a financiar una de las películas de su apreciado amigo Buñuel, ‘Las Hurdes: Tierra sin pan’. A finales de esa década comenzó a experimentar con materiales “pobres” –siempre dijo que prefería estos a los “nobles”, como la plata o el oro–, creando esculturas mediante chapas de hierro, dando forma a obras con materiales que doblaba y recortaba, como sus célebres ‘Pajaritas’.
Al mismo tiempo que crece y evoluciona artísticamente, Acín no deja nunca de lado su faceta comprometida y activista, siempre vinculada a movimientos sindicales y en defensa de las clases más desfavorecidas. En 1930 se produce el levantamiento de Jaca y Acín –que por aquel entonces llevaba varios años ejerciendo como profesor supernumerario de dibujo en la Escuela Normal y era delegado de la CNT en Huesca– participó activamente en el suceso. Tras el fracaso de la sublevación –que se saldó con la ejecución de los capitanes Galán y García Hernández–, Acín se vio obligado a exiliarse a Francia por temor a las represalias, y no regresó a España hasta el advenimiento de la Segunda República. En aquellos años tampoco cesaron sus escritos políticos en publicaciones libertarias y republicanas, que en ocasiones le llevaron a prisión, y cuando en julio de 1936 se produjo el intento de golpe de Estado, el fue uno de los militantes de izquierdas que acudieron al gobierno civil de Huesca para reclamar armas con los que defender a la legítima República de los fascistas.
El gobernador convenció a aquel grupo de que la defensa no era necesaria, y desgraciadamente al día siguiente Huesca estaba en manos de los sublevados. Acín se escondió durante varios días en un hueco oculto que había en su propia casa, pero el 6 de agosto de ese fatídico año, tras varios días soportando escondido mientras escuchaba los golpes que los falangistas propinaban a su mujer, decidió entregarse para salvarla. Esa misma noche, un pelotón fascista acababa con su vida y truncaba para siempre su carrera. Días más tarde su mujer, Concha, seguía su mismo destino. Tras la muerte de ambos, la ingente obra de Acín –compuesta por miles de dibujos, pinturas y esculturas– cayó en el olvido, y no fue hasta la llegada de la democracia cuando estudiosos e historiadores del arte comenzaron a recuperar su figura.
[Tomado de https://es.noticias.yahoo.com/blogs/arte-secreto/ram%C3%B3n-ac%C3%ADn--el-artista-libertario-135440062.html.]
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