Rafael Cid
El mundo aparte, superior y campeador, de los "mass media" del Estado y el Capital, está siendo cuestionado por la emergencia de la guerrilla alternativa. El retorno a los contenidos, una vez compensada la brecha mediática por la accesibilidad técnica, tiene además un alto sentido simbólico. No solo interfiere el monopolio de la información y de la opinión, que ha hecho posible ese “corta y pega” mental de que la opinión pública quedara subsidiaria de la opinión publicada, sino que está democratizando la globosfera en la propia dimensión política, interfiriendo el eje de transmisión de señales desde arriba abajo con que el poder actúa a control remoto. La entrada en escena de medios de comunicación alternativos críticos del sistema dominante introduce una ruptura en el proceso de formación de toma de decisiones, hasta ahora dominado por los media oficiales, que afecta a todos los ámbitos de la vida social (elecciones, consumo, rutinas, etc.).
Dominación y poder mediático
consideramos que se puede establecer una serie de equivalencias entre el tipo el soporte de los medios (oral, escrito, impreso, digital) y el modelo de democracia (directa, censitaria, representativa, de masas). De hecho en estos dos ámbitos el invariable es el mecanismo de mediación, comunicativo o político. Ambos señalan una característica fundamental de la dominación en el capitalismo avanzado. El hecho de que son otros los que nos representan, que el derecho a decidir lo ejercen desde afuera en nuestro nombre y, a menudo, con nuestra aquiescencia. Es la famosa “servidumbre voluntaria” remozada en el plano político, comunicativo y económico bajo la rúbrica del consentimiento. Gobiernan porque les elegimos; nos explotan porque consentimos el moderno trabajo esclavo y, en fin, nos cuentan cómo pasó bajo su retórica, esa narración de la realidad desde la óptica de sus intereses y convenciones, porque son ellos quienes tienen los medios para moldear la opinión pública (el mensaje y el masaje). De ahí que suela decirse que lo importante no son los hechos sino la percepción que de ellos tengamos.
Notable también es señalar que todo este carrusel de “ordeno y mando por nuestro bien” se consuma sobre un plano de irracionalidad que añade, albarda sobre albarda, un elemento más de sostenibilidad ficticia a un modelo por de sí cada vez más volátil e imprevisible. En este sentido resulta notable que el sistema pivote sobre la plena libertad de la persona jurídica, las empresas (el libre mercado autorregulado), mientras en el terreno de las personas reales, físicas, predomina la regulación coactiva del marco legal estatal. Un choque de trenes on line. Política, economía y medios cabalgan juntos. En épocas de vacas gordas rige la concentración política-económica-mediática como divisa de su gravitación universal. Y cuando el ciclo cambia, la crisis se instala en la triada y el desplome de uno repercute en los otros como si se tratará de descalabradas fichas de dominó. Ahora mismo, el descrédito se ha instalado en esos tres tenores, perdiendo a borbotones la eficacia funcional que pregonan.
Decía Joseph T. Klapper en su clásico Efectos de la Comunicación de masas, “los análisis sistemáticos de contenido revelan que gran parte del material de los medios masivos describe un mundo que no corresponde al que existe a nuestro alrededor. Este mundo mítico se caracteriza principalmente por una representación excesiva de los poderosos, e insuficiente de los miembros de las clases inferiores; por una ausencia casi absoluta de problemas sociales, el predominio de una rígida moral de clase media y el triunfo de la justicia poética”. De esta manera, a través de la bola de cristal de los “mass media” del sistema, el entorno perceptible se adapta a la horma de los intereses dominantes y a causa de los mensajes recibidos cada individuo vive una experiencia vicaria (la vida de los otros).
Vencen pero no convencen. Son legales en cuanto institucionales, pero ilegítimos respecto al consenso popular. La economía ha demostrado su impostura como medio de extracción de renta de arriba abajo; la representación política aparece como un tosco mecanismo de suplantación de la voluntad de ciudadana y los medios de comunicación naufragan en el descrédito general por su impúdica impostura. No nos representan. Se mecen como sonámbulos en una cuerda floja que va de la mediación a la mediocridad. De ahí que su poder mengüe al tiempo que el crack les sobrevuela, el colapso, el final de su reinado como medios sin nadie que les haga la competencia y, lo que es más importante en nuestro caso, que aliente la alternativa de un contrapoder en las iniciativas que surgen del caos inoculado en las redes sociales. En este contexto sistémico irrumpen los medios alternativos del siglo XXI. Tecnologías de última generación, contenidos sin censura y públicos nuevos son los principales activos de su emergencia.
Rompiendo el cerco
Y no se trata de un aterrizaje puntual en la caverna mediática. Medios alternativos, si por alternativo entendemos “otra visión” de la organización social, los ha habido siempre y en casi todas las familias ideológicas. Hubo en su día una prensa obrera que sirvió para articular a los trabajadores frente a la patronal, estructura que fue perdiendo fuerza e intencionalidad a medida que los partidos de izquierda referenciados se integraban en el régimen. Existieron también episodios underground de prensa de combate, como el proyecto del diario Liberación en España, un inframedio frente a sus contrincantes, que fracasaron porque no lograron maximizar su discurso más allá de la óptica sectaria de sus convencidos. También por la enorme desigualdad de oportunidades. Como elemento estratégico del sistema de dominación capitalista, los “media” institucionales no son ajenos al modelo de alta concentración de recursos que lo caracteriza, como bien ha analizado Takis Fotopoulos en la obra Una democracia inclusiva. Al monopolizar el sector en la práctica, lo mismo que en el plano político y en el económico, actúan como fábricas de consenso en favor del statu quo. Encerrados con un solo juguete casi logran que su oferta cree la demanda. Al menos en los dilatados periodos de paz social y relativa prosperidad económica.
Sin embargo, los medios alternativos están logrando atravesar el umbral de la visibilidad porque nacen con vocación de sociedad civil transversal sin excesivas dependencias ideológicas canibalizantes, es decir, con talante de comunidad (en el sentido cooperativo que Ferdinand Tönnies da al término); en distintos lugares disputan hoy con éxito el territorio de la comunicación a los mamuts del sector atrincherados entre la clientela más adocenada, pasiva y banal de la ciudadanía. Y ello por razones prácticas y deontológicas. Como refiere Pekka Himanen en La ética del hacker y el espíritu de la era de la información, “los hackers se oponen al funcionamiento jerárquico por razones éticas como la que fomenta una mentalidad de humillación de las personas, pero también piensan que la fórmula no jerárquica de funcionamiento es más efectiva”.
Conclusión
Apunto una última reflexión. La creciente fortaleza de los medios alternativos es adventicia, no nace de sus propias virtudes sino de los errores que han acumulado los medios de comunicación convencionales. Aunque sin duda contribuye a realizar su autopsia, al favorecer el colapso de la percepción que hacía pasar como positivos los referentes económicos y políticos que postulaba el sistema. Por tanto, el futuro dependerá de cómo actúen unos y otros en el marco de los tiempos venideros. Una perspectiva que para resultar halagüeña y duradera necesitaría un chocante cambio de roles. Los medios alternativos deberían aprovechar ese transitorio periodo de gracia que permite la tregua de la crisis sistémica potenciando la fiabilidad de los contenidos como fin. En la seguridad de que sus rivales fiaran su remontada casi exclusivamente en la apuesta tecnológica, convirtiendo en un fin en sí mismo la renovación de su arsenal de medios multisoportes. Porque si los alternativos caen en el fetichismo de la tecnología entraran en una inútil carrera para ver quién de los dos posee el mejor medio de producción de mercancías informativas.
Igual que “publicar” no se puede reducir al hecho de editar en un libro, como parece dicta la modernidad, el acceso a la información no cabe jibarizarlo en una opinión pública rehén de la opinión publicada. Los medios de comunicación alternativos, que no son solo herramientas low cost, tienen ganado un sitio relevante en la sociedad de masas por tres razones fundamentales: la traición de los canales profesionales de comunicación; la irrupción de nuevas tecnologías que han democratizado el tratamiento de las noticias y, sobre todo y en primer lugar, porque reubica el proceso a los titulares del derecho de la información, que son las y los ciudadanos y no las empresas que los suplantan (representan) para reducirlos a una experiencia vicaria. Aunque para que la alternativa sea cierta y no una alternancia inocua, hay que persistir a la vez en las armas de la crítica y en la crítica de las armas. Una cultura que en palabras de Polanyi, “corresponda a las realidades sociales”.
[Párrafos tomados del artículo "Mediocracia. Cuando la opinión pública deja de ser la opinión publicada", originalmente publicado en la revista Libre Pensamiento # 80, otoño 2014, Madrid. El número completo de la revista está disponible en www.librepensamiento.org.]
El mundo aparte, superior y campeador, de los "mass media" del Estado y el Capital, está siendo cuestionado por la emergencia de la guerrilla alternativa. El retorno a los contenidos, una vez compensada la brecha mediática por la accesibilidad técnica, tiene además un alto sentido simbólico. No solo interfiere el monopolio de la información y de la opinión, que ha hecho posible ese “corta y pega” mental de que la opinión pública quedara subsidiaria de la opinión publicada, sino que está democratizando la globosfera en la propia dimensión política, interfiriendo el eje de transmisión de señales desde arriba abajo con que el poder actúa a control remoto. La entrada en escena de medios de comunicación alternativos críticos del sistema dominante introduce una ruptura en el proceso de formación de toma de decisiones, hasta ahora dominado por los media oficiales, que afecta a todos los ámbitos de la vida social (elecciones, consumo, rutinas, etc.).
Dominación y poder mediático
consideramos que se puede establecer una serie de equivalencias entre el tipo el soporte de los medios (oral, escrito, impreso, digital) y el modelo de democracia (directa, censitaria, representativa, de masas). De hecho en estos dos ámbitos el invariable es el mecanismo de mediación, comunicativo o político. Ambos señalan una característica fundamental de la dominación en el capitalismo avanzado. El hecho de que son otros los que nos representan, que el derecho a decidir lo ejercen desde afuera en nuestro nombre y, a menudo, con nuestra aquiescencia. Es la famosa “servidumbre voluntaria” remozada en el plano político, comunicativo y económico bajo la rúbrica del consentimiento. Gobiernan porque les elegimos; nos explotan porque consentimos el moderno trabajo esclavo y, en fin, nos cuentan cómo pasó bajo su retórica, esa narración de la realidad desde la óptica de sus intereses y convenciones, porque son ellos quienes tienen los medios para moldear la opinión pública (el mensaje y el masaje). De ahí que suela decirse que lo importante no son los hechos sino la percepción que de ellos tengamos.
Notable también es señalar que todo este carrusel de “ordeno y mando por nuestro bien” se consuma sobre un plano de irracionalidad que añade, albarda sobre albarda, un elemento más de sostenibilidad ficticia a un modelo por de sí cada vez más volátil e imprevisible. En este sentido resulta notable que el sistema pivote sobre la plena libertad de la persona jurídica, las empresas (el libre mercado autorregulado), mientras en el terreno de las personas reales, físicas, predomina la regulación coactiva del marco legal estatal. Un choque de trenes on line. Política, economía y medios cabalgan juntos. En épocas de vacas gordas rige la concentración política-económica-mediática como divisa de su gravitación universal. Y cuando el ciclo cambia, la crisis se instala en la triada y el desplome de uno repercute en los otros como si se tratará de descalabradas fichas de dominó. Ahora mismo, el descrédito se ha instalado en esos tres tenores, perdiendo a borbotones la eficacia funcional que pregonan.
Decía Joseph T. Klapper en su clásico Efectos de la Comunicación de masas, “los análisis sistemáticos de contenido revelan que gran parte del material de los medios masivos describe un mundo que no corresponde al que existe a nuestro alrededor. Este mundo mítico se caracteriza principalmente por una representación excesiva de los poderosos, e insuficiente de los miembros de las clases inferiores; por una ausencia casi absoluta de problemas sociales, el predominio de una rígida moral de clase media y el triunfo de la justicia poética”. De esta manera, a través de la bola de cristal de los “mass media” del sistema, el entorno perceptible se adapta a la horma de los intereses dominantes y a causa de los mensajes recibidos cada individuo vive una experiencia vicaria (la vida de los otros).
Vencen pero no convencen. Son legales en cuanto institucionales, pero ilegítimos respecto al consenso popular. La economía ha demostrado su impostura como medio de extracción de renta de arriba abajo; la representación política aparece como un tosco mecanismo de suplantación de la voluntad de ciudadana y los medios de comunicación naufragan en el descrédito general por su impúdica impostura. No nos representan. Se mecen como sonámbulos en una cuerda floja que va de la mediación a la mediocridad. De ahí que su poder mengüe al tiempo que el crack les sobrevuela, el colapso, el final de su reinado como medios sin nadie que les haga la competencia y, lo que es más importante en nuestro caso, que aliente la alternativa de un contrapoder en las iniciativas que surgen del caos inoculado en las redes sociales. En este contexto sistémico irrumpen los medios alternativos del siglo XXI. Tecnologías de última generación, contenidos sin censura y públicos nuevos son los principales activos de su emergencia.
Rompiendo el cerco
Y no se trata de un aterrizaje puntual en la caverna mediática. Medios alternativos, si por alternativo entendemos “otra visión” de la organización social, los ha habido siempre y en casi todas las familias ideológicas. Hubo en su día una prensa obrera que sirvió para articular a los trabajadores frente a la patronal, estructura que fue perdiendo fuerza e intencionalidad a medida que los partidos de izquierda referenciados se integraban en el régimen. Existieron también episodios underground de prensa de combate, como el proyecto del diario Liberación en España, un inframedio frente a sus contrincantes, que fracasaron porque no lograron maximizar su discurso más allá de la óptica sectaria de sus convencidos. También por la enorme desigualdad de oportunidades. Como elemento estratégico del sistema de dominación capitalista, los “media” institucionales no son ajenos al modelo de alta concentración de recursos que lo caracteriza, como bien ha analizado Takis Fotopoulos en la obra Una democracia inclusiva. Al monopolizar el sector en la práctica, lo mismo que en el plano político y en el económico, actúan como fábricas de consenso en favor del statu quo. Encerrados con un solo juguete casi logran que su oferta cree la demanda. Al menos en los dilatados periodos de paz social y relativa prosperidad económica.
Sin embargo, los medios alternativos están logrando atravesar el umbral de la visibilidad porque nacen con vocación de sociedad civil transversal sin excesivas dependencias ideológicas canibalizantes, es decir, con talante de comunidad (en el sentido cooperativo que Ferdinand Tönnies da al término); en distintos lugares disputan hoy con éxito el territorio de la comunicación a los mamuts del sector atrincherados entre la clientela más adocenada, pasiva y banal de la ciudadanía. Y ello por razones prácticas y deontológicas. Como refiere Pekka Himanen en La ética del hacker y el espíritu de la era de la información, “los hackers se oponen al funcionamiento jerárquico por razones éticas como la que fomenta una mentalidad de humillación de las personas, pero también piensan que la fórmula no jerárquica de funcionamiento es más efectiva”.
Conclusión
Apunto una última reflexión. La creciente fortaleza de los medios alternativos es adventicia, no nace de sus propias virtudes sino de los errores que han acumulado los medios de comunicación convencionales. Aunque sin duda contribuye a realizar su autopsia, al favorecer el colapso de la percepción que hacía pasar como positivos los referentes económicos y políticos que postulaba el sistema. Por tanto, el futuro dependerá de cómo actúen unos y otros en el marco de los tiempos venideros. Una perspectiva que para resultar halagüeña y duradera necesitaría un chocante cambio de roles. Los medios alternativos deberían aprovechar ese transitorio periodo de gracia que permite la tregua de la crisis sistémica potenciando la fiabilidad de los contenidos como fin. En la seguridad de que sus rivales fiaran su remontada casi exclusivamente en la apuesta tecnológica, convirtiendo en un fin en sí mismo la renovación de su arsenal de medios multisoportes. Porque si los alternativos caen en el fetichismo de la tecnología entraran en una inútil carrera para ver quién de los dos posee el mejor medio de producción de mercancías informativas.
Igual que “publicar” no se puede reducir al hecho de editar en un libro, como parece dicta la modernidad, el acceso a la información no cabe jibarizarlo en una opinión pública rehén de la opinión publicada. Los medios de comunicación alternativos, que no son solo herramientas low cost, tienen ganado un sitio relevante en la sociedad de masas por tres razones fundamentales: la traición de los canales profesionales de comunicación; la irrupción de nuevas tecnologías que han democratizado el tratamiento de las noticias y, sobre todo y en primer lugar, porque reubica el proceso a los titulares del derecho de la información, que son las y los ciudadanos y no las empresas que los suplantan (representan) para reducirlos a una experiencia vicaria. Aunque para que la alternativa sea cierta y no una alternancia inocua, hay que persistir a la vez en las armas de la crítica y en la crítica de las armas. Una cultura que en palabras de Polanyi, “corresponda a las realidades sociales”.
[Párrafos tomados del artículo "Mediocracia. Cuando la opinión pública deja de ser la opinión publicada", originalmente publicado en la revista Libre Pensamiento # 80, otoño 2014, Madrid. El número completo de la revista está disponible en www.librepensamiento.org.]
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