Xavier Díez
El pasado verano saltó a la luz pública lo que vienen siendo prácticas habituales en determinados enclaves turísticos de las Baleares. Algunos locales de ocio de las islas organizaban concursos de felaciones en las que las participantes obtenían como premio una barra libre de alcohol. Aunque este tipo de “fiestas” venían siendo habituales desde hacía algunos años (y también vienen siendo frecuentes en otros puntos de la geografía mediterránea), la generalización de smarthphones y redes sociales permitían difundir por internet este tipo de prácticas a la velocidad de la luz. Una brillante periodista catalana, Empar Moliner, disimulando el escándalo con grandes dosis de ironía, bautizó este tipo de prácticas con el apelativo de “mamading”, complementario a otros términos del campo semántico del turismo de borrachera como el “balconing”, en el que muchos turistas, especialmente del norte de Europa, perdían la vida al no calcular bien el salto de un balcón a la piscina del hotel o el paso hacia otra habitación. Este tipo de situaciones tiene como elemento común el consumo compulsivo de alcohol, la búsqueda súbita del coma etílico y una concepción del ocio como desenfreno nihilista.
Podríamos ponernos moralistas. De hecho, a pesar de defender radicalmente la libertad individual, buena parte del movimiento libertario posee un componente puritano bastante acentuado. Pero a menudo, resulta conveniente establecer un distanciamiento académico respecto a los hechos, una mirada alejada, para tratar de analizar los motivos que conducen a decenas de miles de personas, especialmente muy jóvenes, hacia este tipo de actitudes y actividades.
La gran paradoja es que, a lo largo del siglo XX, en buena parte de occidente, y con la intervención activa del movimiento libertario, muchas sociedades europeas pudieron emanciparse de una estricta moral de matriz religiosa, y fundamentada en la represión platónica del cuerpo, una misoginia acentuada, y un sentimiento de culpa respecto a las funciones del sexo. Gracias al neomaltusianismo libertario, al trabajo incansable de difusión sobre libertad sexual y de técnicas de control de la natalidad, hasta cierto punto, la sexualidad pudo emanciparse de la reproducción y asumir un nuevo rol recreativo, muy especialmente a partir de los años sesenta del siglo pasado. Pero, históricamente, la sexualidad ha ejercido papeles muy diferentes en función de la civilización y las etapas cronológicas. Desde los fundamentalismos religiosos, hasta la hipersexualidad de la época clásica, la sexualidad ha vivido constreñida entre el instinto del placer y la autorepresión de los instintos: del goce a la culpa, del autocontrol estricto al estallido de los sentidos. En cierta manera Freud ya se preocupó de intentar analizar la complicada relación entre psicología y sexualidad.
Pero, ¿qué es lo que parece haber arruinado años de liberación femenina, del derecho a la libertad sexual para acabar en concursos que, objetivamente, denigran a los participantes? La libertad suele ser frágil, y requiere siempre equilibrios. Y el interior del alma humana está lleno de luces y oscuridades. En cierta manera, la sexualidad desenfrenada solía ser combatida por los estados y la autoridad por el miedo que suscita la libertad radical individual que implica el control del propio cuerpo. Es por ello que sociedades autoritarias y patriarcales utilizaran métodos de represión brutales y asfixiantes. Para ello, normalmente las religiones monoteístas ejercían este papel de controlador social, centrados muy especialmente en la represión del cuerpo femenino. Contrariamente a los defensores de la idea de progreso, en la historia reciente el islam ha servido para hacer involucionar las libertades individuales y a utilizar la represión sexual para hacer prevalecer y reforzar una estructura jerárquica de poder y autoridad, a costa de la libertad individual y colectiva. La reislamización de las sociedades musulmanas (muy especialmente tras la mal llamada “primavera árabe” de 2011) ha ido acompañada de una restricción de derechos de las mujeres, a la par que un refuerzo de la autoridad patriarcal y la imposición de nuevas desigualdades sociales y económicas. No hay que menospreciar el poder que tienen las creencias para establecer un relato por el cual las propias víctimas (las mujeres o las clases más desfavorecidas) asumen, aceptan y reivindican su papel de subordinación. La renuncia al propio cuerpo representa un símbolo de todo ello. Así es como el poder, mediante el control de las mentes, es capaz de domesticar la materia oscura del alma humana, con una expresión de libertad del uso del cuerpo que, si bien, por su falta de control, angustia a quienes desean un orden sólido e inamovible.
Pero volvamos a Mallorca. Quienes somos firmes partidarios de la libertad sexual, y del uso consciente y responsable del cuerpo de cada uno, no podemos evitar sentir un punto de escándalo. ¿Por qué de un espectáculo público en la que se exhibe una teatralización de la inferioridad femenina? ¿Por qué una concepción del placer en el que sexo y poder se entremezclan con consumo? Uno de los filósofos y sociólogos más interesantes, Zygmunt Bauman, ofreció una visión muy interesante de la transformación de las relaciones humanas a causa de la globalización. Para Bauman, profesor emérito de la Universidad de Leeds y autor de un sugerente libro sobre la cuestión, Amor líquido, la globalización, en base a la hegemonía de un capitalismo depredador que coloniza todos los ámbitos de la existencia humana (yo diría que los invade y arrasa cual plaga de langostas) ha impuesto un modelo de relación interpersonal semejante al que establecemos con los objetos que consumimos. Nos hemos acostumbrado a la adicción a la novedad (especialmente tecnológica). No tanto porque necesitemos un determinado objeto, sino porque nos reafirmamos a partir del placer que nos otorga la novedad. Una pequeña encuesta entre mis alumnos reveló que más de la mitad de ellos habían cambiado dos veces de Smartphone el último año. Pero, claro está. Lo novedoso pronto pasa a prescindible, y el objeto cuyo uso nos resultaba excitante, pasa a la categoría de residuo. En las relaciones humanas sucede lo mismo. Un uso intensivo y rápido, buscando la novedad y las prestaciones, y la conversión de lo nuevo en residuo humano. De la misma manera que la publicidad suele apelar a nuestro lado oscuro, con las personas acaba pasando lo mismo. Y en las relaciones entre individuos, el consumo rápido e intenso suele simbolizarse en el sexo sin compromiso. La promiscuidad, en cierta manera, también tiene mucho de experimentación y objetivización del otro.
El neoliberalismo, como filosofía política, ha sido pues insertado en nuestro subconsciente hasta el punto que las relaciones en serie y utilitarias substituyen a la parte luminosa del ser humano: la amistad, el compromiso, la lealtad, la solidaridad,… aquello que permite, más o menos, convivir y compartir proyectos conjuntos. El
mamading, según como se mire, resulta la metáfora de cómo hemos renunciado a la ciudadanía para pasar a la consideración de consumidores compulsivos y nihilistas. Al fin y al cabo, en los últimos años, parece que todos participamos en el juego a la búsqueda de un coma etílico.
[Tomado de revista Orto # 174, julio-septiembre 2014. Accesible en http://revistaorto.net/.]
El pasado verano saltó a la luz pública lo que vienen siendo prácticas habituales en determinados enclaves turísticos de las Baleares. Algunos locales de ocio de las islas organizaban concursos de felaciones en las que las participantes obtenían como premio una barra libre de alcohol. Aunque este tipo de “fiestas” venían siendo habituales desde hacía algunos años (y también vienen siendo frecuentes en otros puntos de la geografía mediterránea), la generalización de smarthphones y redes sociales permitían difundir por internet este tipo de prácticas a la velocidad de la luz. Una brillante periodista catalana, Empar Moliner, disimulando el escándalo con grandes dosis de ironía, bautizó este tipo de prácticas con el apelativo de “mamading”, complementario a otros términos del campo semántico del turismo de borrachera como el “balconing”, en el que muchos turistas, especialmente del norte de Europa, perdían la vida al no calcular bien el salto de un balcón a la piscina del hotel o el paso hacia otra habitación. Este tipo de situaciones tiene como elemento común el consumo compulsivo de alcohol, la búsqueda súbita del coma etílico y una concepción del ocio como desenfreno nihilista.
Podríamos ponernos moralistas. De hecho, a pesar de defender radicalmente la libertad individual, buena parte del movimiento libertario posee un componente puritano bastante acentuado. Pero a menudo, resulta conveniente establecer un distanciamiento académico respecto a los hechos, una mirada alejada, para tratar de analizar los motivos que conducen a decenas de miles de personas, especialmente muy jóvenes, hacia este tipo de actitudes y actividades.
La gran paradoja es que, a lo largo del siglo XX, en buena parte de occidente, y con la intervención activa del movimiento libertario, muchas sociedades europeas pudieron emanciparse de una estricta moral de matriz religiosa, y fundamentada en la represión platónica del cuerpo, una misoginia acentuada, y un sentimiento de culpa respecto a las funciones del sexo. Gracias al neomaltusianismo libertario, al trabajo incansable de difusión sobre libertad sexual y de técnicas de control de la natalidad, hasta cierto punto, la sexualidad pudo emanciparse de la reproducción y asumir un nuevo rol recreativo, muy especialmente a partir de los años sesenta del siglo pasado. Pero, históricamente, la sexualidad ha ejercido papeles muy diferentes en función de la civilización y las etapas cronológicas. Desde los fundamentalismos religiosos, hasta la hipersexualidad de la época clásica, la sexualidad ha vivido constreñida entre el instinto del placer y la autorepresión de los instintos: del goce a la culpa, del autocontrol estricto al estallido de los sentidos. En cierta manera Freud ya se preocupó de intentar analizar la complicada relación entre psicología y sexualidad.
Pero, ¿qué es lo que parece haber arruinado años de liberación femenina, del derecho a la libertad sexual para acabar en concursos que, objetivamente, denigran a los participantes? La libertad suele ser frágil, y requiere siempre equilibrios. Y el interior del alma humana está lleno de luces y oscuridades. En cierta manera, la sexualidad desenfrenada solía ser combatida por los estados y la autoridad por el miedo que suscita la libertad radical individual que implica el control del propio cuerpo. Es por ello que sociedades autoritarias y patriarcales utilizaran métodos de represión brutales y asfixiantes. Para ello, normalmente las religiones monoteístas ejercían este papel de controlador social, centrados muy especialmente en la represión del cuerpo femenino. Contrariamente a los defensores de la idea de progreso, en la historia reciente el islam ha servido para hacer involucionar las libertades individuales y a utilizar la represión sexual para hacer prevalecer y reforzar una estructura jerárquica de poder y autoridad, a costa de la libertad individual y colectiva. La reislamización de las sociedades musulmanas (muy especialmente tras la mal llamada “primavera árabe” de 2011) ha ido acompañada de una restricción de derechos de las mujeres, a la par que un refuerzo de la autoridad patriarcal y la imposición de nuevas desigualdades sociales y económicas. No hay que menospreciar el poder que tienen las creencias para establecer un relato por el cual las propias víctimas (las mujeres o las clases más desfavorecidas) asumen, aceptan y reivindican su papel de subordinación. La renuncia al propio cuerpo representa un símbolo de todo ello. Así es como el poder, mediante el control de las mentes, es capaz de domesticar la materia oscura del alma humana, con una expresión de libertad del uso del cuerpo que, si bien, por su falta de control, angustia a quienes desean un orden sólido e inamovible.
Pero volvamos a Mallorca. Quienes somos firmes partidarios de la libertad sexual, y del uso consciente y responsable del cuerpo de cada uno, no podemos evitar sentir un punto de escándalo. ¿Por qué de un espectáculo público en la que se exhibe una teatralización de la inferioridad femenina? ¿Por qué una concepción del placer en el que sexo y poder se entremezclan con consumo? Uno de los filósofos y sociólogos más interesantes, Zygmunt Bauman, ofreció una visión muy interesante de la transformación de las relaciones humanas a causa de la globalización. Para Bauman, profesor emérito de la Universidad de Leeds y autor de un sugerente libro sobre la cuestión, Amor líquido, la globalización, en base a la hegemonía de un capitalismo depredador que coloniza todos los ámbitos de la existencia humana (yo diría que los invade y arrasa cual plaga de langostas) ha impuesto un modelo de relación interpersonal semejante al que establecemos con los objetos que consumimos. Nos hemos acostumbrado a la adicción a la novedad (especialmente tecnológica). No tanto porque necesitemos un determinado objeto, sino porque nos reafirmamos a partir del placer que nos otorga la novedad. Una pequeña encuesta entre mis alumnos reveló que más de la mitad de ellos habían cambiado dos veces de Smartphone el último año. Pero, claro está. Lo novedoso pronto pasa a prescindible, y el objeto cuyo uso nos resultaba excitante, pasa a la categoría de residuo. En las relaciones humanas sucede lo mismo. Un uso intensivo y rápido, buscando la novedad y las prestaciones, y la conversión de lo nuevo en residuo humano. De la misma manera que la publicidad suele apelar a nuestro lado oscuro, con las personas acaba pasando lo mismo. Y en las relaciones entre individuos, el consumo rápido e intenso suele simbolizarse en el sexo sin compromiso. La promiscuidad, en cierta manera, también tiene mucho de experimentación y objetivización del otro.
El neoliberalismo, como filosofía política, ha sido pues insertado en nuestro subconsciente hasta el punto que las relaciones en serie y utilitarias substituyen a la parte luminosa del ser humano: la amistad, el compromiso, la lealtad, la solidaridad,… aquello que permite, más o menos, convivir y compartir proyectos conjuntos. El
mamading, según como se mire, resulta la metáfora de cómo hemos renunciado a la ciudadanía para pasar a la consideración de consumidores compulsivos y nihilistas. Al fin y al cabo, en los últimos años, parece que todos participamos en el juego a la búsqueda de un coma etílico.
[Tomado de revista Orto # 174, julio-septiembre 2014. Accesible en http://revistaorto.net/.]
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nos interesa el debate, la confrontación de ideas y el disenso. Pero si tu comentario es sólo para descalificaciones sin argumentos, o mentiras falaces, no será publicado. Hay muchos sitios del gobierno venezolano donde gustosa y rápidamente publican ese tipo de comunicaciones.