El Malpensante
Desde que algunos franceses decidieran sentarse en su Asamblea Nacional a la diestra del Creador donde gozarán de sus bienaventuranzas los salvos para apoyar la primacía del Rey, y otros tantos lo hicieran donde se supone está el corazón bombeador de sangre –roja por cierto– para proclamar al pueblo como único soberano, no pocos quebraderos de cabeza ha traído endilgar una posición política que, por lo menos en esta Tierra de Gracia, no ha caído bien a muchos.
Y es que en esta Venezuela profundamente sincrética que no termina de buscarse a sí misma y definir por fin quién es, de dónde viene y a dónde va; donde a nadie parece ruborizarle la idea de poner en un mismo altar a Dios Padre Todopoderoso con Machera, la India Rosa y el Comandante Eterno; en donde no hay ningún conflicto de conciencia si se apoya al Barcelona, a los Yankees de Nueva York y a Brasil en el Mundial; no podría esperarse menos de nosotros al momento de escoger nuestro espectro político, si no que lo diga el tonante Robespierre criollo en su Asamblea Nacional (militar izquierdista, pequeño oxímoron).
Algunos dirán lisa y llanamente que todo es culpa de la abusiva ignorancia en materia política que nos caracteriza a muchos, quienes no fuimos educados para ser ciudadanos y puede que tengan razón, en parte. Pero siempre habrá dentro del ser humano una tendencia no muy bien disimulada a querer cambiar el mundo que lo rodea o dejarlo así como está, que así está bien, y lo que está bien no se toca. Es por ello que en muchos países –incluyendo varios de la Patria grande– a no muchos se les caen las medias si dicen que son de derecha.
En Venezuela no. En este país nadie es de derecha, aterradora palabreja que de a poco se ha convertido en un insulto que nadie en su sano juicio puede tolerar. Todos aquellos pudibundos miembros de la fauna política nacional que no acepten a la izquierda –por largo tiempo Iglesia Penitente y Militante, ahora devenida en Triunfante– como su salvadora y redentora, tendrán la opción de decir que pertenecen a un nebuloso centro que todo dice y no dice nada a su vez, especie de guarida en donde corren a protegerse de peligrosas intransigencias. Desde luego, no hay forma de culparlos del todo: la misma noción de derecha e izquierda ha sufrido tantas mutaciones y es tan ambigua que corremos el peligro de ver derechistas izquierdosos e izquierdistas derechosos en la viña del Señor.
Y claro que hay quienes quieren proteger su status quo, su forma de vida que hasta ahora les ha dado tan buenos resultados, pero no por ello correrán a declararse admiradores de Le Pen. No aquí, no en un país determinado a conservar atávica igualdad, en donde desde hace bastante tiempo el llanero altanero alegre cantaba:
Cuando ensillo mi caballo
y me fajo mi machete
no envidio la suerte a naide,
ni aun al mismo Presidente.
Cuando ensillo mi caballo
y me fajo mi machete
no envidio la suerte a naide,
ni aun al mismo Presidente.
Lo dicho: ha llegado el momento de sincerarnos, de hacer un ejercicio de introspección y definirnos, ¿qué queremos en política y, por tanto, para nuestro país y el mundo? Si no lo hacemos, corremos el riesgo de tener dentro de nosotros una absurda mezcla de ideas antagónicas que puede destruir nuestra ya de por sí frágil base política. Digo yo…
[Tomado de El Canto Insurgente, # 4, Mérida, 13/4/2014, en http://elcantoinsurgente.wordpress.com.]
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