Diana
Duque Gómez
Afirma
Erich Fromm que “la democracia constituye un sistema que crea condiciones
políticas, económicas y culturales dirigidas al desarrollo pleno del individuo…
consiste en acrecentar realmente la libertad, iniciativa y espontaneidad del
individuo” (1).
Sin
embargo, la imposición generalizada de una nefasta cultura de la dominación
estatal -concepción totalitaria del mundo cimentada en el despojo de la
libertad, independencia y soberanía del ser humano- ha traído consigo que
Estado y democracia se asimilen
en un mismo
concepto, desenmascarando la inoperancia histórica de la democracia al
permitir precisamente que bajo ese mistificado nombre se lleve a cabo la
mutilación constante de la libertad individual, lo que ha desembocado en que la
democracia pueda establecer el más completo despotismo. En palabras del
filósofo e historiador Dalmacio Negro, “la enorme concentración de poder de los
Estados actuales y los medios que emplean para ejercerlo hace ilusorias todas
las libertades” (2) convirtiendo a la llamada democracia en el instrumento
idóneo para imponer la esclavitud.
El sistema
democrático se ha transmutado en un totalitarismo haciendo cierta la frase de
Karl Kraus que “la democracia significa ser esclavo de cualquiera” (3). Como
elucida el economista Ludwig von Mises: “el totalitarismo es la subordinación
de la vida entera de cada individuo, de su trabajo, de su ocio, a las ordenes
de quienes ocupan el poder… obliga al individuo a renunciar a cualquier
actividad que no merezca la aprobación del gobierno… El Estado le dice que
tiene que pensar y en qué tiene que creer” (4).
En
consecuencia, el principal enemigo de la libertad y la vida es el Estado. El
Estado es y ha sido la más grande y premeditada aberración de la historia de la
humanidad. Al respecto señala el escritor Henry Miller: “El Estado se ha
convertido en una especie de Frankenstein… En todas partes el ciudadano
ordinario tiene un código moral muy superior al del gobierno al que debe
fidelidad. La falsa idea de que el Estado existe para protegernos se ha
desintegrado mil veces” (5). En palabras del economista libertario Murray
Rothbard: “el Estado es una institución intrínsecamente ilegítima de agresión
articulada, de crimen organizado y regularizado contra las personas y las
propiedades de sus súbditos. Lejos de ser necesario para la sociedad, es una
institución profundamente anti-social, que vive parasitariamente de las
actividades de los ciudadanos privados… que paraliza los intercambios
voluntarios, la creatividad individual y la división del trabajo”(6).
Desde esta
perspectiva, la democracia –supuestamente un sistema de gobierno donde se
respeta y promueve la libertad individual- ha sido la mayor superchería
histórica utilizada por los sinarcas* de todos los matices para imponer de
manera universal y por vía electorera el poder del Estado. La libertad
individual se quema en la hoguera de la democracia y en el omnipresente poder
subyugador del Estado. Como lo han denunciado pensadores libertarios como el
español Negro Pavón: el Estado con todos sus calificativos, democrático, de
derecho, benefactor, socialdemócrata, comunitario, social, comunista, etc.,
encierra realmente “un totalitarismo encubierto que obliga a la sociedad ‘a
vivir para el Estado’… produciendo necesariamente corrupción y caos” (7). Sin
duda, el Estado es la más grave amenaza y el mayor peligro para la libertad
individual y ha de considerársele, como afirma Hayek, “contrario al
mantenimiento de la civilización” (8).
Por otra
parte, el sistema político dominante a nivel mundial, la democracia electoralista,
como artimaña esencial del Estado para legitimar el carácter totalitario de
éste, está completamente agotado y su colapso es inevitable a pesar del estéril
control mediático que pretende mantener el engaño y pese a una fuerza pública
sustentadora con las armas de la falacia del Estado de derecho, que impone una
supuesta legitimidad surgida de la farsa electoral de los dueños del poder
político y económico, la sinarquía, una casta criminal que se mantiene en la
impunidad amparada en su infame Estado de derecho, en sus fusiles y en su
riqueza.
Un ejemplo
claro de lo anterior es el caso reciente de las elecciones para Congreso en
Colombia, del 9 de marzo de 2014, que se repite como una letanía en todas las
llamadas democracias, donde el gran triunfador siempre es el abstencionismo que
ya es tradicional y cada vez mayor. Sin embargo, los exiguos resultados se
siguen presentando como triunfos de la democracia, esto es, de la participación
mayoritaria de la población. Falacia de falacias. En las últimas elecciones
colombianas referenciadas el abstencionismo fue del 57% a lo que hay que sumar
los votos en blanco 6.18% (885.375) y los votos nulos que fueron 1’485.567, lo
que representó el 10.38% de la votación para un total de 73.56% de personas que
no participaron, que no creían en ninguno de los candidatos o que sus votos
fueron invalidados, lo que nos dejaría en el mejor de los casos un congreso
elegido por una minoría ridícula del 26.44% –que de hecho niega los enunciados
tutelares de la llamada democracia-, ínfima minoría que además es producto de
la corrupción de la conciencia, de votos comprados, votos fraudulentos y de
todo tipo de engaños y trapisondas con la complicidad necesaria de la
burocracia paniaguada del Estado.
La
confiabilidad en el llamado sistema democrático se perdió hace muchos años en
todo el mundo. Su incapacidad para resolver los problemas ya es proverbial; su
única función es reprimir y robarse el dinero producido por el trabajo de la
población a través de los impuestos, esa forma de expoliación y de expropiación
creada por los dueños del Estado.
En
consecuencia, hoy se da un gran alejamiento de la población de la participación
de las elecciones que obedece a la pérdida absoluta de credibilidad en la
democracia y su alter ego el Estado -lo que en algunos países ha llevado a
imponer el voto obligatorio- y a la existencia natural de un profundo
sentimiento libertario. Rothbard afirmaba acertadamente que “la libertad es un
principio moral, enraizado en la misma naturaleza del hombre”. Como lo explica
el historiador y filósofo libertario catalán Xavier Diez, en las sociedades
“existe un anarquismo** implícito que forma parte del inconsciente colectivo…
Creencias, prácticas y concepciones morales que confluyen en una concepción
antiautoritaria de la existencia” (9).
Existe de
hecho en las poblaciones una sabiduría intuitiva que trasciende el
adoctrinamiento que trata de moldear la conciencia de los individuos a través
del sistema educativo impuesto por la cultura oficial, cultura por decreto que
busca uniformar el pensamiento a favor de los intereses de los dueños del poder
político y económico, del archicorrupto sistema democrático. Paralelo a esto la
sabiduría natural ha desarrollado de manera constante una contracultura
libertaria, autosuficiente, de respeto mutuo, de autogestión, producto de un
orden espontáneo y de una conciencia del Ser; una concepción ácrata de la vida
en concordancia con el libre fluir de la naturaleza de la cual todos somos
parte.
El orden
espontáneo propicia el logro de los diversos y enriquecedores proyectos de
millones de seres humanos sin sujetarlos a los planes uniformadores y de
domesticación de la cultura sinárquica. En consecuencia, el orden espontáneo
del mercado basado, por su índole, en el respeto a la libertad económica, a la
propiedad privada no monopolista y a la información veraz y oportuna, garantiza
la libertad individual. Explica Friedrich Hayek, premio Nobel de Economía, que
“la disposición espontánea de millones de decisiones y de informaciones
conduce no al desorden sino a un orden superior… Nadie puede saber cómo
planificar el desarrollo económico, porque no conocemos verdaderamente los
mecanismos de éste; el mercado pone en juego decisiones tan numerosas que
ninguna calculadora, por potente que sea, podría registrarlas. En consecuencia,
creer que el poder político (el Estado) es capaz de sustituir al mercado es un
absurdo”. Concluye Hayek afirmando que la superioridad histórica del
libertarismo reside en “la superioridad del orden espontáneo sobre el orden por
decreto” (10).
La
contracultura libertaria es una corriente amplia y compleja que tiene como
punto de partida las grandes civilizaciones anteriores al patriarcado –sistema
de dominación del fuerte sobre el débil que lleva seis mil años-, sociedades
libertarias, de autogestión, sin jerarquías y sin violencia, fundamentadas en
el principio de cooperación inherente a la naturaleza y en el orden espontáneo,
donde prevalecía el derecho materno y la libertad como principio moral
enraizado en la misma naturaleza. Como señala Kropotkin: “el hombre ha vivido
en sociedad durante millares de años antes de conocer el Estado; …para las naciones europeas el Estado tiene
un origen reciente, que apenas data del siglo XVI” (11).
Estas
civilizaciones donde florecieron las sociedades ácratas se encuentran en
ciudades como Catal Hüyuk -de nueve mil años de antigüedad-, situada en el
valle de Anatolia, en Hacilar, Harapa, Mohenjo-Daro y Lothal, todas ellas
pertenecientes a la civilización Indo que abarcaba desde el Mediterráneo hasta
el Asia Menor y la India; están también la antigua cultura Minoica de Creta y
la sociedad libertaria celta de Irlanda, entre otras. En dichas sociedades
libertarias, afirma la antropóloga Rianne Eisler “todo estaba hecho para la
vida feliz, apacible y confortable”, con “tecnologías que sustentan y mejoran
la calidad de vida” (12).
Con
respecto a la sociedad libertaria Celta de Irlanda, Murray Rothbard subraya:
“El ejemplo histórico más destacable de una sociedad con leyes y tribunales
libertarios ha sido ignorado hasta ahora por los historiadores. Y no sólo los
tribunales y la ley eran ampliamente libertarios, sino que operaban dentro de
una sociedad puramente libertaria y sin Estado. Nos referimos a la antigua
Irlanda que persistió en este camino libertario durante aproximadamente mil
años, hasta su brutal conquista por parte de Inglaterra en el siglo XVII… era
una sociedad sumamente compleja que, durante siglos, fue la más avanzada,
erudita y civilizada de toda Europa Occidental. Durante mil años la antigua
Irlanda Celta no tuvo nada que se pareciese a un Estado” (13).
Por otra
parte, la concepción libertaria ha tenido expresión y desarrollo en todos los
periodos de la historia a través de diversos filósofos y movimientos políticos.
Así, Lao Tsé, antiguo filósofo chino, se
caracterizó por un ideario “opuesto al Estado y a la autoridad religiosa o de
cualquier otro tipo. En la antigua Grecia podemos encontrar a Zenón de Cito,
que opuso una concepción de comunidad libre de gobierno a la utopía estatista
de Platón… En 1532 fue escrita la obra Gargantúa y Pantagruel, de François
Rabelais, en la que se describía la Abadía de Thélema como un lugar donde sus
habitantes vivían sin necesidad de gobierno, leyes o religión” (14). Así mismo,
“El carácter indómito, insumiso al Estado y proclive a la libertad lo destaca
el mismo Cervantes en el Quijote”, como asegura el historiador catalán Xavier
Diez.
Otros
filósofos anarquistas como el británico William Godwin influenciaron
enormemente el movimiento radical inglés y “sus ideas eran parte de una
cosmovisión antijerárquica y antiestatal”; iconoclastas como Stirner, “filósofo
crítico del cristianismo y del estatismo imperante formaba parte del grupo
conocido en Alemania como ‘los libres de Berlín’ de gran sentimiento
libertario. El grupo desarrolló un nihilismo critico que en 1842 desembocó en
un repudio completo del Estado”. Para Stirner, “la propiedad es la expresión
del poder del individuo… El Estado y sus instituciones, que tratan de
controlarla, por tanto, se convierten en un enemigo a combatir”. Por su parte,
el trascendentalista Henry David Thoreau sostenía que “la felicidad es sobre
todo fruto de la riqueza interior y de la armonía de los individuos con el
entorno natural” por lo que considera “al Estado como un intruso en las
relaciones armónicas entre los individuos. La oposición y la resistencia
respecto a esta institución representa, pues, una obligación moral”. Está
también, el jurista y filósofo político anarquista individualista de origen
estadounidense Lysander Spooner, “feroz
adversario de los monopolios y de toda limitación de la libertad individual”
quien denunció que “cualquier gobierno
es una asociación de ladrones y asesinos” y
que “toda legislación se opone al derecho natural y, por tanto, es
criminal”(15); la filósofa francesa Simone Weil, cuya crítica lúcida del marxismo
la llevó a concluir: “no creo que el movimiento obrero de nuestro país vuelva a
ser algo vivo mientras no busque una fuente de inspiración en lo que Marx y los
marxistas combatieron: en Proudhom… en el espíritu anarquista”. Con respecto al
Estado Weil sentenció: “la ‘máquina del Estado’ es opresiva por su misma
naturaleza; sus engranajes no pueden funcionar sin moler a los ciudadanos; ninguna buena
voluntad puede convertirlo en instrumento del bien público; no hay modo de
impedir su opresión salvo quebrándolo” (16),
Etc., etc.
Por su
parte, Xavier Diez, en su libro “El anarquismo, hecho diferencial catalán”,
señala que sociedades como “Andalucía, como Aragón, como Valencia, Menorca,
Asturias y zonas del País Vasco, Galicia y Madrid tenían núcleos relevantes
libertarios. También países como Argentina, Italia, Estados Unidos, Cuba,
Francia o Rusia han tenido movimientos libertarios de gran influencia”.
Pero hay
un hecho en los acontecimientos del siglo XX suficientemente relevante que ha
sido ocultado deliberadamente por la historia oficial: es, como señala Xavier
Diez, “la historia silenciada del movimiento obrero catalán (que hasta 1939 es
hegemónicamente libertario)… quienes habían constatado, gracias a la revolución
de 1936, que las élites políticas, económicas, culturales, eran del todo
prescindibles. Que las personas comunes eran capaces de gobernarse por sí
mismas” (17).
Recordemos
que Julio de 1936 fue el éxtasis de la revolución anarquista y Cataluña el
baluarte del anarquismo. Armados con la fuerza de las ideas, los anarquistas
estaban convencidos de que tras la explosión revolucionaria el pueblo
construiría espontáneamente una sociedad
libre, sin Estado, sin Iglesia y sin capitalismo monopolista. El viejo sueño
anarquista de crear colectividades rurales se convirtió en realidad en Aragón.
Todas las formas de producción pasaron a manos de la comunidad. Las fábricas y
los artesanos estaban dentro de la colectividad voluntaria: dueños y obreros
todos convertidos en propietarios. El dinero quedó abolido completamente. En
Barcelona, el comercio, las industrias y hasta el tranvía, los cines, los
restaurantes quedaron en manos de los anarquistas. Fue la mayor experiencia
autogestionaria jamás realizada (18). En síntesis, “esta revolución social ha
sido uno de los pocos episodios históricos en las que las ideas anarquistas de
organización social se han llevado a la práctica a gran escala en el mundo” (19).
Todo lo anterior deja ver que “los libertarios de nuestros días tienen, pues,
una sólida base histórica sobre la que construir” (20).
En las
actuales condiciones históricas son muy estimulantes las perspectivas que se
abren en el combate por un mundo libre. Como señala Rothbard: “la rápida
expansión de las ideas y del movimiento libertario en los últimos años ha
penetrado en numerosos campos del mundo… Parece claro que esta eclosión del
libertarismo en nuevos e inesperados puntos… es la respuesta, en inevitable
progresión, a las condiciones objetivas, tal como son percibidas por la
población” (21).
En un
mundo sobrecargado de las “religiones del poder y el sacerdocio del ritual”
como afirmara Christmas Humphreys, la actitud crítica y la conciencia
libertaria son herramientas necesarias para romper las cadenas de los “credos
que exigen dejar de lado el pensar individual” y poder construir sociedades
espontáneas de autogobierno. Como afirma el biólogo cuántico Bruce Lipton, “lo
único que se necesita ahora es la voluntad de una masa crítica de la humanidad
dispuesta a participar en el cambio del curso de nuestra historia” (22).
______
NOTAS
*
Sinarcas: elite propietaria del capital financiero, de los monopolios, de las
corporaciones y del Estado.
** La
palabra anarquismo viene del griego y quiere decir sin gobierno. Para
Kropotkin, el anarquismo “es el nombre que se da a un principio o teoría de la
vida y la conducta que concibe una sociedad sin gobierno, en que se obtiene la
armonía, no por sometimiento a la ley, ni obediencia a la autoridad, sino por
acuerdos libres establecidos entre los diversos grupos, territoriales y
profesionales, libremente constituidos para la producción y el consumo, y para
la satisfacción de la infinita variedad de necesidades y aspiraciones de un ser
civilizado”.
El
anarquismo es una concepción del universo que “subraya la libertad individual,
la soberanía del individuo, la importancia de la propiedad privada o posesión
privada y la iniquidad de los monopolios” (Tom Bottomore), y que por lo tanto,
llama “a la oposición y abolición del Estado, entendido como gobierno y, por
extensión, de toda autoridad, jerarquía o control social que se imponga al
individuo por considerarlas indeseables, innecesarias y nocivas” (Wikipedia).
1. Erich
Fromm, El miedo a la libertad. Editorial Paidós, Buenos Aires, 1971, págs. 317
y 319; 2. Dalmacio Negro, La tradición liberal y el Estado. Unión Editorial,
Madrid, 1995, pág. 263; 3. Paloma de la Nuez, La política de la libertad. Unión
Editorial, Madrid, 1994, pág. 245; 4.
Ludwig von Mises, Burocracia. Unión Editorial, Madrid, 1974, págs. 32 y 33; 5.
H.D Thoreau, Walden. Introducción de Henry Miller. Ediciones del COTAL,
Barcelona, 1976, pág. 9; 6. Murray Rothbard, La ética de la libertad. Unión
Editorial, Madrid, 1995, págs.258 y 259; 7. Dalmacio Negro, La tradición
liberal y el estado. Unión Editorial, Madrid, 1995, pág. 320; 8. Friedrich
Hayek, La fatal arrogancia. Unión Editorial, Madrid, 1990, pág. 19; 9. www.kaosenlared.net
Entrevista con Xavier Diez sobre el Anarquismo hecho diferencial catalán, Salvador
López, 11 de agosto de 2013; 10. Guy Sorman, Laos verdaderos pensadores del
siglo XX. Editorial Atlántida, Buenos Aires, 1985, págs. 198 y 199; 11.
Kropotkin, Obras. Editorial Anagrama, Barcelona, 1977, pág. 133; 12. Rianne,
Eisler, El cáliz y la espada. Editorial Cuatro Vientos. Santiago de Chile,
1990, pág. 48; 13. Murray Rothbard, Hacia una nueva libertad: el manifiesto
libertario. Grito Sagrado Editorial, Buenos Aires, Argentina, 2005, pág. 268;
14. Wikipedia, anarquismo; 15. http://partidolibertario.webnode.es/products/lysander-spooner/;
16. Simone Weil, Opresión y libertad. Editorial Suramericana, Buenos Aires,
1957, pág. 176; 17. www.kaosenlared.net
Entrevista a Xavier Diez sobre L’anarquisme, fet diferencial catalá por
Salvador López Arnal, agosto de 2013; 18. Película La guerra civil española,
productor Jhon Blake, Granada Televisión LTD; 19. http://es.wikipedia.org/wiki/Anarquismo_en_Espa%C3%B1a;
20. Murray Rothbard, La ética de la libertad. Unión Editorial, España, 1995,
pág. 367; 21. Ídem; 22. Bruce Lipton y Steve Bhaerman, La biología de la
transformación. Unión Editorial, España, 2010, pág. 399.
Bogotá,
abril 15 de 2014
Publicado
en el blog www.dianaduquegomez.blogspot.com
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