Pelao Carvallo
El día lunes 28 de octubre, pasadas las 18 horas, la plaza
frente al edificio del Congreso Nacional en Asunción de Paraguay fue el lugar
de un ataque policial contra miles de manifestantes que en ese momento
escuchaban el cierre de una votación en diputados. Mientras en la sala de
diputados se sellaba la aprobación de la ley conocida como APP (por Alianza
Público-Privada), la policía hacía un despliegue innecesario de brutalidad,
fuerza y energía. Aparentemente innecesario. Porque más bien es el afinamiento
de un método para descomprimir presiones sociales y certificar los golpes que el parlamento
paraguayo da. El método consiste en desplegar una fuerza policial múltiple:
infantería, caballería y fuerzas especiales de choque acompañadas de
francotiradores en los altos de los edificios cercanos a la plaza. Estas
fuerzas se concentran en el costado de la plaza que da al parlamento, actuando
como barrera. ¿Barrera de qué? De nada: las personas que se manifestaban esa
tarde en un 98% no tenía ninguna intención de superar ninguna barrera, policial
o virtual, para irrumpir en el congreso. Y el 2% restante no iba a contar con
ningún apoyo si intentaba hacerlo. La policía lanzó una andanada de bombas de
gases lacrimógenos a corta, media y larga distancia por todo el fondo de la
plaza, empezando por el frente. De este modo indujeron rápidamente la huida de
la gente que se manifestaba. Una desbandada que fue seguida por los policías de
infantería y los de a caballo. Pocas detenciones, bastantes personas heridas, y
un rápido despeje de la plaza.
Este fue el mismo método que se usó para consumar el golpe
de estado parlamentario del 22 de junio de 2012, iniciado mediante una masacre
de 11 campesinos y 6 policías en la zona de Curuguaty, al este del país, en un
terreno que campesinos de la zona querían recuperar tras haber sido usurpada
por una empresa agrícola cuyos dueños forman parte de las familias que deben su
poder a la dictadura del general Stroessner. Una masacre, un golpe
parlamentario y el despliegue violentísimo de la policía para cerrar todo el
asunto. Con la aprobación de la APP, el gobierno “normalizador” de Horacio
Cartes asumía los poderes que el gobierno golpista de Federico “Florero” Franco
nunca pudo obtener: controlar en sus manos las operaciones privatizadoras de
todos los entes estatales factibles de privatizar. Florero Franco derrocó,
mediante votos parlamentarios, al presidente Fernando Lugo, de quien era su
vicepresidente, con el apoyo de EEUU, Monsanto y la bendición del Opus Dei.
Fernando Lugo había permitido que se pusieran algunas pocas trabas al ingreso
de nuevas semillas transgénicas en el país. Esas trabas se eliminaron de
inmediato tras la defenestración de Lugo.
Todo lo que muestra esta actualidad paraguaya forma parte
del contexto que deben afrontar los y las antimilitaristas latinoamericanas: La
tierra, los transgénicos, las forestales, la minería, la soja, las plantaciones
para biocombustibles, en fin todo el extractivismo, ciudades cada vez más
sometidas al neoliberalismo urbanístico de carreteras privatizadas y de amplios
cinturones de poblaciones marginales por desplazamiento desde el campo descampenizado, así como la función
cada vez más militar de la policía, el neoliberalismo rampante, la corrupción
parlamentaria, el narco, la disputa geoestratégica entre Brasil y Estados
Unidos y entre Estados Unidos y China, todo eso forma parte del caldo de
cultivo para dar curso a conflictos que se solucionan con manu militari, aunque
esta mano sea más bien policial.
Los y las antimilitaristas latinoamericanas son un puñado de
activistas autónomas, independientes, autorganizadas o que forman parte o
trabajan para oenegés, universidades o integran las pocas organizaciones
antimilitaristas existentes. Es gente
que en su vida el antimilitarismo forma parte integral y que activan, actúan y luchan contra las
formas, actuales y clásicas, de presencia e impronta del militarismo en las
sociedades latinoamericanas y del Caribe.
Un puñado, porque la definición de antimilitarista es
bastante complicada de asumir. Incluso es más sencillo asumirse noviolento,
pacifista, objetor de conciencia que antimilitarista. Cuestionar la totalidad
de la institución militar, no sólo las fuerzas armadas yanquis, o a las del
propio país en contraposición a formaciones militares que se presentan como
revolucionarias y alternativas, es algo que muy pocas activistas llegan a
hacer. Así, una manifestación contra una base militar yanqui o un entrenamiento
militar a cargo de yanquis o israelíes, puede concitar un amplio consenso
social y político, pero criticar un ejército que se diga revolucionario o
bolivariano, por ejemplo, concitará mucho menos consenso.
La crítica al militarismo es mayormente parcial y de signo
antiimperialista. El antimilitarismo tiene además cierta conexión con un
internacionalismo que se lleva mal con los patriotismos que imperan en ese
“antimilitarismo del militarismo yanqui o europeo” o con el machismo que ronda
en la izquierda admiradora de héroes muy machos patriotas o guerrilleros.
Por ello las campañas, acciones e iniciativas que asumen los
y las antimilitaristas latinoamericanas tienen al menos dos grandes marcos para
su realización: aquellas de amplio consenso y que permiten presentar una cierta
mirada antimilitarista sobre el tema, sin que esa mirada sea la principal en la
presentación pública de la campaña, acción o iniciativa. Actividades contra
bases militares yanquis, contra intervenciones militares estadounidenses o con
apoyo norteamericano o contra iniciativas extractivistas que redundarán en
beneficios para la industria militar yanqui o estatal, si el gobierno nacional
no es de izquierda, por ejemplo. En este ámbito entran las campañas por el
reconocimiento, mantenimiento o efectivización del derecho de objeción de
conciencia, contra el reclutamiento forzoso, la penalización de la objeción de
conciencia, la cultura y la educación para la paz.
El otro marco es mucho más estrecho en cuánto a
realizaciones y son aquel tipo de acciones o campañas que son de contenido y
factura netamente antimilitarista, aunque su presentación pública no sea
claramente antimilitarista tales como ciertas campañas de objeción de
conciencia, denuncias de intervenciones militares locales o represiones
militares/policiales contra comunidades campesinas, indígenas o
afrodescendientes, acciones contra actividades de exaltación del militarismo
como paradas militares, homenajes, rituales republicanos patrioteros. Acá
podríamos incluir también las diversas iniciativas de encuentro y
profundización antimilitaristas nacionales o regionales, tales como encuentros,
seminarios, talleres y entrenamientos en objeción de conciencia, noviolencia,
acción directa noviolenta y cultura y educación para la paz. Las dificultades
geográficas, de movilización, de logística y de autopercepción ideológica y
estrategia política hacen de este marco el de menor expresión de los dos.
Las definiciones grupales y personales y la estrategia
política hacen el meollo de la situación actual del antimilitarismo
latinoamericano y del caribe. Un antimilitarismo de acción directa, de claras
convicciones y prácticas noviolentas, de autocrítica sostenida y sin
contemporizaciones con ningún militarismo, pero con flexibilidad para generar
alianzas para ampliar la capacidad de acción y difusión, es algo que aún no
termina de cuajar. La práctica y teoría noviolenta aún no tiene un desarrollo
regional que esté por fuera de los dos grandes dominadores que tiene hasta hoy:
sectores progresistas de la iglesia católica y, últimamente, sectores de
partidos políticos de origen cristiano o de otra espiritualidad. Las
organizaciones e individualidades antimilitaristas latinoamericanas y del
Caribe han carecido hasta hoy de sistematizaciones de sus experiencias
autónomas, independientes y autoconvocadas y han debido estar conviviendo con
oenegés de origen cristiano o político partidista para la discusión teórica y
la sistematización o simple registro de las prácticas. También los encuentros
entre antimilitaristas han estado mediados por la capacidad logística y
económica de fundaciones y oenegés que tienen su propia agenda política,
teórica y organizativa. Generar una
identificación antimilitarista clara, una estrategia ajustada a una práctica y
experiencia compartida deberá entonces partir de crear capacidad de autogestión
o apoyo mutuo con experiencias organizativas que compartan criterios políticos
respecto a la acción directa noviolenta, la noviolencia, el antimilitarismo y
la autorganización.
Hoy, la falta de esta identidad y estrategia establece un
límite para la acción y el crecimiento de una propuesta antimilitarista para el
análisis y la acción para la modificación social. Habrá que romper con el miedo
o respeto exagerado a las defensas de la “autodefensa”, de la “respuesta
adecuada”, de las justificaciones del uso y propaganda de la violencia, a los
héroes guerrilleros o patriotas, al dominio héteropatriarcal soterrado que
esconde la opción militarista de la izquierda latinoamericana, exceptuando las
excepciones (muy excepcionales que hay). Habrá que romper con ese temor a
denominarse noviolento partiendo por definir desde un contexto latinoamericano
y caribeño el cómo entender noviolencia y violencia. Hacer la crítica a la
violencia y a quienes adscriben teórica y prácticamente a la violencia a fardo
cerrado, sin reflexión alguna.
Esto es tristemente concreto en el anarquismo
latinoamericano: se asume una defensa cerrada del uso de la violencia desde el
más ingenuo acriticismo. El anarquismo latinoamericano, sumamente crítico y
autocrítico de todas las condicionantes que nos tocan en el sistema/mundo que
vivimos, parece poner un muro a su capacidad crítica cuándo del uso y la
defensa teórica de la violencia se trata. Respecto a la violencia, hasta el
momento, los sectores anarquistas latinoamericanos en su mayoría, hacen pasar desapercibida su
crítica o no analizan ni su contexto, ni
su origen, ni los alcances y efectos de adscribir a ella aún en lo teórico, ni
de lo que reforzamos o las alianzas teóricas que se generan al adscribir a la
violencia en lo teórico o en el uso habitual. En los ámbitos de influencia
marxista este escenario es peor aún.
Y podría pensarse que el anarquismo latinoamericano actual
no ha podido desprenderse, en lo que a la caracterización de la violencia cabe,
de la impronta cultural del marxismo violentero de los 60, 70 y 80 ni de todas
las improntas subyacentes en la aceptación acrítica de la violencia como una
posibilidad de acción y pensamiento libertario.
La noviolencia, en tanto teoría y acción directa puede ser
el punto de partida de esa autopercepción deseada (la descripción autoconstruída
de como unx quiere ser explicadx) y estrategia política que hoy hace falta para
crear un antimilitarismo latinoamericano de presencia y participación real en
los movimientos sociales que transforman la realidad.
Hoy le toca a este antimilitarismo que vivimos, resolver
algunos temas que hacen complicada la definición de su estrategia y construcción política. La misma pertenencia
al amplio mundo de la izquierda latinoamericana es conflictiva, en tanto las señas
de la izquierda latinoamericana, con todo y flexibles como son, tienen una
impronta autoritaria, verticalista, patriarcal y militarista que hace muy
difícil concordar con la matriz libertaria, horizontalista, feminista y noviolenta del antimilitarismo
latinoamericano existente y deseable. En ese diferencial de matrices vale la
pena insistir para ir creando, por dentro y por fuera de la cultura de
izquierda, un espacio para un antimilitarismo de acción directa socialmente
revolucionario noviolento. Lo mismo, en cuanto a complicaciones a resolver,
cabe decir de la relación con el mundo de las oenegés en tanto la capacidad
autogestionaria del antimilitarismo se ve contradicha por la rutina profesional
o financiera que la práctica de las oenegés entrega. La militancia como
profesión, el sueldo como vínculo participante, los resultados y metas de la
institución por sobre los deseos y propuestas de las comunidades o colectivos
en lucha, constituyen contradicciones con una adscripción estratégica a la
autogestión y acción directa noviolenta, sobre todo puesto que buena parte de
quienes activan el antimilitarismo latinoamericano tiene como experiencia de
base alguna surgida de campañas llevadas a cabo por oenegés o movimientos
sociales oenegizados. También es necesario superar ese temor intelectual e identitario
a definirse antimilitarista, noviolento y de acción directa y realizar una
práctica relativamente coherente y críticamente incoherente con la cual
encontrarse con otros movimientos en lucha por cambiar las cosas.
Una experiencia interesante respecto al encuentro de
movimientos en lucha es la experiencia de los movimientos estudiantiles
chilenos y el servicio militar obligatorio (SMO). El antimilitarismo en Chile
realizó por muchos años campañas de insumisión al servicio militar y por el
reconocimiento del derecho de objeción de conciencia. Este reconocimiento no se
dio nunca, pero si el llamado a la insumisión produjo algún efecto
comunicacional y social: si bien quienes se declaraban insumisos públicamente
no fueron muchos cada año, sí muchos jóvenes en edad militar descubrieron que
no hacer el servicio militar era relativamente fácil y sencillo, disminuyendo la participación de jóvenes en
el proceso de selección al servicio militar. Este y otros motivos llevaron a
las fuerzas armadas a realizar un plan para disminuir la necesidad de nuevo contingente cada año e
implementar a los “soldados
profesionales” a partir de los reclutas del
SMO. Esto funcionó relativamente sin problemas para las fuerzas armadas
hasta los años 2006-2007, durante los cuales el movimiento estudiantil
secundario chileno realizó la así llamada “revolución pingüina” que incluyo la
okupación de cientos de liceos (establecimientos educacionales) por mucho
tiempo, quitándole a las fuerzas armadas un “público cautivo” puesto que no
pudieron realizar como tenían acostumbrado las campañas de reclutamiento.
Un movimiento antimilitarista latinoamericano y del caribe,
con cierto grado de continuidad en la acción, podría empalmar sus propuestas y
luchas con otras que se den, como el caso que relatamos de Chile, para
potenciar mutuamente las demandas coincidentes para transformar la sociedad.
Pelao Carvallo
Octubre 30 de 2013
Asunción del Paraguay
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