Por Humberto Decarli
En agosto de 1998 decidí romper mi afiliación y militancia con el
Movimiento Quinta República (MVR), luego de haberme incorporado dos años antes
y llegado a la dirección de Caracas y ser uno de los cien suscriptores del acta
fundacional ante el extinto Consejo Supremo Electoral.
Mi participación
en el cuadro político organizado había pasado por la Juventud Comunista
Venezolana en el Liceo Miguel Peña de Puerto Cabello, el Martín J. Sanabria de
Valencia, el Liceo Caracas, en la Universidad Central de Venezuela y en la
Parroquia San Juan de Caracas. Posteriormente cuando se dividió el P.C.V. no me
convenció el planteamiento de quienes después formaron el M.A.S. y por
supuesto, no me iba a quedar con el estalinismo del viejo partido prosoviético.
Me fui, como lo afirmó Alfredo Maneiro en sus Notas Negativas, con un residuo
de esa escisión, el grupo denominado Venezuela 83 posteriormente la Causa R.
Al año de la
muerte de Maneiro me retiré de la Causa R porque estimé haber perdido su
contenido transformador y se convertiría a la postre en una organización
clientelar más. En 1996, ante el desastre significado por el puntofijismo en
crisis, decidí incorporarme al partido chavista.
El tiempo que
estuve en Quinta República me sirvió para comprender en su exacta dimensión el
significado de su actuación. Allí observé una manipulación desde organismo
internos con denominaciones militares como Comando Táctico Nacional, ejecutante
de las decisiones tomadas por el máximo caudillo. Coexistían militares
retirados de la derecha más reaccionaria hasta grupos de ultraizquierda, con un
denominador común: aprovechar el espacio de poder representado por el liderazgo
de Chávez porque en ambos casos no habían podido por su propio esfuerzo
alcanzar cuotas de consideración. Asimismo, había personas cuya teleología era
resolver sus problemas económicos personales mediante el acceso al gobierno.
El proyecto
político era una simbiosis porque se recogían elementos del populismo, del
militarismo y del estalinismo más ramplón. Se hablaba en términos genéricos
sobre muchos temas pero no se presentaba el más elemental método o forma de
llevarlos a cabo. Además, la campaña electoral fue bien financiada por grupos
económicos que veían con posibilidades de éxito la candidatura chavista y
apostaban a ganador. La incorporación de políticos tradicionales como Luis
Miquilena y el apoyo de comodines como el M.A.S. definían claramente el
pragmatismo dibujante del movimiento.
Todo se
desarrollaba internamente mediante los procedimientos organizacionales más
tradicionales. Decisiones cupulares, martingalas en las elecciones dentro del
movimiento, arribismo ubicuo, desprecio hacia la discusión y cero análisis
ideológico, conformaban un cuadro dantesco para quien estaba en búsqueda de
otras coordenadas.
Ante tal
perspectiva, la prioridad del militarismo y el culto a la personalidad, no podía permanecer en esa entidad porque
estaba perdiendo el tiempo al no animarme esos criterios ideológicos. Lamento
no haberlo hecho antes porque sabía lo que iba a ocurrir en el futuro. Era
fácil percibir, presenciando internamente los sucesos, el destino infausto de
tan aberrante postura política.
El tiempo, ese
inexorable factor de la entropía, ha dejado diáfano el destino de Venezuela. En
manos de una élite militarista aplica el electoralismo de la democracia
populista con un desempeño gubernamental autoritario violentando las libertades
democráticas más elementales y la tendencia hacia una hegemonía comunicacional
y la existencia de un partido y pensamiento únicos. Es un sincretismo entre clientelismo
y socialismo autoritario con una política económica restrictiva, rentista y
extractivista.
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