Coordinador del Doctorado en Estudios Políticos de la
Universidad de Los Andes
Venezuela o Cuba no pueden ser un espejo para la izquierda.
En el primero, amén de la vocación caudillista de Hugo Chávez, no se han llevado
a cabo políticas radicales que garanticen un cambio profundo y real en el
modelo de relaciones productivas.
Rodríguez, R, ¿Por qué soy de
izquierda?: por una izquierda sin complejos, Almuruza, Madrid, 2010.
En Venezuela se viene
esgrimiendo desde 1999 un discurso de inclusión y transformación social. Sacar
del anonimato a los excluidos fue una tarea de los actores políticos que
emergieron a partir de 1998, siendo sectores sociales que hasta entonces habían
desaparecido del debate político y electoral. El gobierno de Hugo Chávez buscó
transformar el modelo de Estado rentista que imperó desde 1958, y a partir de
1976 dio las primeras señales de agotamiento. Hasta ahora han pasado el equivalente
a tres períodos de gobierno en el marco de la Constitución de 1961, sin embargo,
el país se encuentra en una crisis política y económica sin precedente a pesar
de contar con los precios del petróleo más alto que gobierno alguno haya tenido.
Los deseos de cambios y de construcción hacia un sistema político más humano,
incluyente y productivo han quedado en meras facundias. El modelo político-administrativo
que nació de un proceso constituyente, dio origen a un
neoconstitucionalismo que en principio propugna
la participación y el protagonismo de la ciudadanía desde lo formal y
discursivo, pero son sólo rasgos de una perorata cargada de retórica,
corrupción e ineficiencia. Las “disfunciones” en los
procesos de autoridad, poder e influencia política, demuestran el débil
desempeño institucional. Dicha disfuncionalidad ha generado un gran rechazo en
una parte del país que se resiste a las imposiciones del gobierno. Por un lado,
está el país partidario de la aplicación
de un modelo de intervención estatal y partidista, y por el otro, está el que se resiste a dicha
coacción, generando una simbiosis de apartheid político en ambos sectores que se erigen como
representantes del pueblo, manteniendo una lucha permanente concibiéndose como
un país polarizado, donde ninguno de los sectores dan señales de acuerdos
mínimos de gobernabilidad conduciendo al país al caos, entrando en una especie
de espiral donde el gobierno no gobierna y la oposición no hace oposición. En
tal sentido, se ha planteado una lucha entre blancos y negros, dejando a un
lado las zonas grises las cuales no comparten las posiciones extremas de ambos
polos. Es importante resaltar que no todo en el chavismo es de izquierda y
democrático, ni todo en la oposición es de derecha y golpista.
La participación ciudadana es
un tema candente en la actualidad, en tal sentido la sociedad civil tiene
múltiples formas, estrategias y logros que mostrar en torno al protagonismo y
la insurgencia ciudadana. Los cambios sociales, la equidad, los derechos humanos
y el desarrollo y la calidad de la democracia, son temas asociados al debate
político mundial. Las sociedades estatizadas son cosas del pasado, estamos
frente a un Estado societario de relaciones sociedad-estado armónicas, donde la
primera ha logrado ser escuchada y tomada en cuanta en una nueva forma de
gobernar (gobernanza). Observamos procesos de democratización a nivel mundial
donde la agenda social priva o al menos está en el debate, y en América Latina florecen
gobiernos democráticos y progresistas como una realidad histórica. En el caso
de Venezuela, estamos inmersos en una crisis de gobernabilidad que se traduce
en una especie de anomia en las organizaciones públicas. Este aspecto ha
permitido abrir una discusión en torno al cometido del Estado, en la cual han
sobrado posiciones ideológicas colmadas de mitos, slogans, artificios y otros recursos para justificar una supuesta revolución que llego por la vía
electoral y sin embargo no ha logrado cohesionar al país. Los resultados se
traducen en una nación divida y con la tasa de inflación más alta de América Latina,
pérdida del poder adquisitivo, sumándole a esto los altos índices de homicidios
convirtiendo a Venezuela en uno de los países más inseguros del mundo. El
gobierno que promueve la participación ciudadana desde la óptica de los
consejos comunales, la cual es una brillante idea, pierde todo sentido al
tratar de estatizar y partidizar dichos movimientos. Usan el concepto popular
para justificar e imponer su criterio hegemónico, lo cual en sentido real del
término deberían llamarse Ministerios del Poder Estatal en lugar de Ministerios
del Poder Popular. Los principios de la izquierda autónoma y moderna se basan
en abogar por una mayor intervención de los ciudadanos en la adopción de
medidas políticas en detrimento de la intervención estatal. Toda justificación
de intervención estatal desproporcionada no es de izquierda, es simplemente un
totalitarismo de cohorte sovietizante, dejando en claro que frente a la crisis
de gobernabilidad que existe en Venezuela, la solución no está ni en las
estatizaciones ni en las privatizaciones, sino en la participación ciudadana por
intermedio de una gobernanza democrática donde la sociedad civil sea la bisagra
para el encuentro gobierno-empresario-ciudadano
y de manera tripartita den viabilidad al Buen Gobierno.
Para finalizar, frente a las posiciones que sostienen que la izquierda nada
tiene que aportar en la erradicación de los males actuales, permítanme afirmar
que es un error. De cara al
individualismo liberal que promulga la teoría de gobierno por el mercado
o del estatismo de gobiernos expropiadores, hay que contraponer la tesis
progresista que surge como alternativa para revestir a las instituciones de asuntos públicos de manera igualitaria,
debilitando el liderazgo individualista
y mesiánico para dar paso a liderazgos colectivos de forma horizontales
más democráticos y participativos. En suma, la solución a la crisis debe pasar por el tamiz de un diálogo
verdadero e incluyan a todos los sectores y actores políticos reencontrándose
en el marco que la propia Constitución establece, y con una fuerte presión
social hacia la clase política y gubernamental exigiéndole voluntad política
como fórmula democrática para echar andar de una buena vez la reinstitucionalización
de la República.
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