Arnaldo Valero
La Vega es un barrio de Mérida. Una de sus entradas está en la Av. 2 con calle 33. A partir de allí, las escaleras conducen por una doble hilera de casas sencillas, pero con una habitación extra para alquilar, casas humildes pero con un patio donde hay cabida para el perro, o para un gallo y un par de gallinas. Internarse en La Vega es descubrir un lugar que comienza como un barrio aferrado como el musgo a un costado de la ciudad y que termina convertido en un caserío rural instalado en las riberas del Chama.
Cansadas de las colas para conseguir cualquier cosa, las señoras de La Vega salieron a cacerolear a la Av. 2 el miércoles pasado [5/3/14]. No quemaron cauchos. No pusieron barricadas. Ellas no son guarimberas. Son mujeres de barrio que están cansadas de hacer colas. Sólo salieron a tocar sus ollas.
Y entonces llegaron los tupamaros en patota (La orden del día era: “candelita que se prenda, candelita que se apaga”).
Las señoras se escabulleron, bajando a la carrera las escaleras en busca de refugio.
Los tupamaros no se metieron a La Vega. Una cosa es hacer fiesta con la gente del Paseo La Feria o de la Cardenal Quintero, dispararles, partir las ventanas de sus apartamentos, romper los parabrisas a sus carros para desvalijarlos, y otra muy distinta es querer malandrear a la gente de La Vega. Allí la gente es atrinca. Además, nadie tiene carros en La Vega. ASÍ QUE LOS TUPAMAROS SE LIMITARON A ROMPER LAS TUBERÍAS DE AGUAS BLANCAS QUE ESTÁN A LA ENTRADA DEL BARRIO Y SE FUERON.
Uno infiere que el plan de los tupamaros era que la gente de La Vega pasara días sin agua, pero la cosa no terminó así. Y eso no pasó porque en La Vega hay mucho albañil y mucho plomero. En cuanto pudieron, revisaron el daño, buscaron tubos y herramientas, algo de cemento y dejaron todo mejor que antes: renovado.
La gente de La Vega es más resistente que el adamantium. Su capacidad de regeneración supera a la de Wolverine. Pero hay algo más: con lo que ha pasado en estos días han aprendido una lección muy importante: LOS TUPAMAROS NO ESTÁN PARA DEFENDER AL PUEBLO, SINO PARA JODERLO.
Yo solo espero que jamás olvidemos eso.
La Vega es un barrio de Mérida. Una de sus entradas está en la Av. 2 con calle 33. A partir de allí, las escaleras conducen por una doble hilera de casas sencillas, pero con una habitación extra para alquilar, casas humildes pero con un patio donde hay cabida para el perro, o para un gallo y un par de gallinas. Internarse en La Vega es descubrir un lugar que comienza como un barrio aferrado como el musgo a un costado de la ciudad y que termina convertido en un caserío rural instalado en las riberas del Chama.
Cansadas de las colas para conseguir cualquier cosa, las señoras de La Vega salieron a cacerolear a la Av. 2 el miércoles pasado [5/3/14]. No quemaron cauchos. No pusieron barricadas. Ellas no son guarimberas. Son mujeres de barrio que están cansadas de hacer colas. Sólo salieron a tocar sus ollas.
Y entonces llegaron los tupamaros en patota (La orden del día era: “candelita que se prenda, candelita que se apaga”).
Las señoras se escabulleron, bajando a la carrera las escaleras en busca de refugio.
Los tupamaros no se metieron a La Vega. Una cosa es hacer fiesta con la gente del Paseo La Feria o de la Cardenal Quintero, dispararles, partir las ventanas de sus apartamentos, romper los parabrisas a sus carros para desvalijarlos, y otra muy distinta es querer malandrear a la gente de La Vega. Allí la gente es atrinca. Además, nadie tiene carros en La Vega. ASÍ QUE LOS TUPAMAROS SE LIMITARON A ROMPER LAS TUBERÍAS DE AGUAS BLANCAS QUE ESTÁN A LA ENTRADA DEL BARRIO Y SE FUERON.
Uno infiere que el plan de los tupamaros era que la gente de La Vega pasara días sin agua, pero la cosa no terminó así. Y eso no pasó porque en La Vega hay mucho albañil y mucho plomero. En cuanto pudieron, revisaron el daño, buscaron tubos y herramientas, algo de cemento y dejaron todo mejor que antes: renovado.
La gente de La Vega es más resistente que el adamantium. Su capacidad de regeneración supera a la de Wolverine. Pero hay algo más: con lo que ha pasado en estos días han aprendido una lección muy importante: LOS TUPAMAROS NO ESTÁN PARA DEFENDER AL PUEBLO, SINO PARA JODERLO.
Yo solo espero que jamás olvidemos eso.
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