Por Margarita López Maya
Febrero de 2014 cerró
acumulando méritos para convertirse en hito histórico para la sociedad
venezolana. Como los meses de febrero de 1928, 1936 y 1989. Lo que comenzó en
San Cristóbal y Mérida el día 4 como protestas estudiantiles, motivadas por el
recurrente y nacionalmente compartido problema de la inseguridad personal,
detonadas por el robo e intento de violación a una estudiante universitaria,
prendió la pradera y abrió los diques del descontento popular. Antes de estos
hechos, los venezolanos estaban ya particularmente sensibilizados por la muerte
en enero de la ex Miss Venezuela Mónica Spear y su esposo en manos de una banda
de asaltantes que actuaba con impunidad en la Autopista Valencia Puerto
Cabello. También, a finales de ese mes, ocurrió la toma de la población de
Ocumare del Tuy, en el estado Miranda, llevada a cabo a plena luz del día por
bandas armadas de delincuentes en retaliación por la muerte en manos del CICPC
de algunos de sus miembros. Lo consideraron una “traición” del presidente Maduro,
pues habían aceptado días antes la iniciativa de desarme que éste hiciera.
Otro suceso previo al 4 de febrero fue la masiva protesta de
los motorizados en Caracas, iracundos por el intento de parte de autoridades de
la ciudad, respaldadas por el presidente Nicolás Maduro, de imponer
restricciones de circulación en la noche. Las autoridades argumentaban que la
mayoría de los delitos (homicidios, secuestros y robos) se cometían en moto a
esas horas. La protesta paralizó zonas del este de la ciudad y suspendió la
decisión. Estos y otros eventos similares parecieron señalar que el país se
deslizaba hacia la anomia total.
La respuesta del poder a las protestas del día 4 y 5 en la
región andina fue todo lo represivo que acostumbra ser el chavismo con la oposición
en los últimos tiempos, pero ahora más descarnado y autoritario, dado que el
carisma del presidente Chávez ya no está entre nosotros. La lideresa Gaby
Arellano denunció que dos compañeros que protestaron y fueron detenidos,
sufrieron tortura en el calabozo de la Policía Nacional Bolivariana. Esto
condujo a mayor descontento estudiantil, que dio lugar a que se convocaran
nuevas protestas, convergiendo éstas, el 12 de febrero Día de la Juventud, con
las del partido Voluntad Popular con su dirigente Leopoldo López, y la
parlamentaria independiente María Corina Machado, pertenecientes ambos a la
Mesa de la Unidad Democrática (MUD). La protesta realizada en Caracas y otras
ciudades fue acompañada masivamente por la sociedad opositora. La represiva y
violenta respuesta del gobierno y algunos de sus aliados políticos, convirtió
el evento en un momento de clímax en la ya larga crisis en las relaciones entre
sociedad opositora y Estado chavista.
El blackout sobre esas masivas movilizaciones, que tuvo
lugar tanto en los medios gubernamentales como —por autocensura— en los
privados de televisión, conjuntamente con la aparición al final de la
concentración en Caracas de grupos
paramilitares armados, actuando aparentemente en coordinación con funcionarios
del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (SEBIN) y la Guardia Nacional
(GN), en una represión atroz e ilegal, que dejó esa tarde dos muertos frente a
la Fiscalía y otro más en la noche en el municipio Chacao, abrió las compuertas
de la desobediencia civil prolongada y extendida que desde entonces vivimos los
venezolanos. Por cierto, la marcha de Caracas, que salió de la plaza Venezuela
hacia la Fiscalía ese 12 al mediodía, traía un documento a entregar a esa
institución, donde hacía denuncias de las violaciones a los DDHH que venían
cometiendo las fuerzas de seguridad del Estado y exigía libertad para los
estudiantes presos por las protestas en Táchira y Mérida. La Fiscalía no se
dignó a recibirlos. Pero, pocas horas después, la Fiscal sí fue rápida en acusar
a las fuerzas opositoras por la violencia de la tarde, sin mediar investigación
alguna.
La verdad emergería pocos días después. Muchas cámaras de
celulares y de periodistas filmaron la acción violenta de paramilitares esa
tarde, que actuaron con la aceptación, o ante la inacción cómplice, de los
cuerpos de seguridad, cuya obligación en países con Estado de Derecho, es
proteger a civiles de la acción violenta de terceros. En Venezuela es necesario
reiterar siempre, que aquí hay unos más iguales que otros.
Las autoritarias respuestas del gobierno han tenido para él
importantes costos políticos. La más evidente es que finalizó febrero pero la
protesta sigue ahí. De marchas pasó a concentraciones, barricadas, cortes de
vía, cadenas humanas y muchas otras formas creativas de expresar el malestar
reinante, motivado no sólo por la exclusión de derechos civiles y políticos de
sectores opositores al chavismo, sino también por la grave crisis societal que
se padece y la aparente incapacidad del gobierno de Maduro por superarla.
Todo este mes que Venezuela atrapó la atención de las
cámaras de los noticieros internacionales, compitiendo en espacio informativo
con países como Ucrania, de violencia galopante. La fronteriza ciudad de San
Cristóbal aparece en fotos y videos con jóvenes encapuchados provistos de palos
y piedras, tanquetas militares volcadas, basura encendida, campamentos
improvisados por estudiantes y la sociedad civil en general, desde el 4 de
febrero y hasta cuando esto escribo, protestando sin tregua. Muy a pesar de
Maduro, el Carnaval que este año comenzó el viernes 28, de hecho se suspendió
en muchas partes.
De acuerdo a declaraciones dadas por la Fiscalía, hasta el
día 24 hubo 579 detenidos, 529 con medidas cautelares, 45 privados de libertad.
A nombre de la MUD, el 27 de febrero el alcalde Ocariz informó que, hasta ese
día, habían registrado 720 detenidos en todo el país, de los cuales 464 habían
sido ya liberados. El Foro Penal Venezolano, por su parte, manejó hasta el 2 de
marzo 970 detenidos, y 30 denuncias de torturas y tratos degradantes. Para
finales del mes el saldo oficial de fallecidos según la Fiscalía alcanzó a
dieciocho, siete con tiros en la cabeza. También informó de nueve funcionarios
de cuerpos de seguridad del Estado presos, vinculados a algunos de los
crímenes.
La cuantiosa inversión del chavismo en medios de
comunicación nacionales, e internacionales como Telesur, destinada a convencer
fuera del país, y también dentro, que aquí estamos avanzando a toda máquina
gracias a una “revolución bonita” hacia un socialismo emancipador, comienza a
desmoronarse ante fotos y videos, muchos de ellos amateurs, difundidos por
redes sociales, por parte de estudiantes, periodistas, ciudadanos de a pié, que
develan en su crudeza el cuadro de represión, escaseces, inseguridades, basura
y miedo de un país que desde hace ratos está en grandes apuros.
A continuación veamos algunos saldos políticos obtenidos de
esta desobediencia civil. Evaluemos en definitiva qué ha ganado este esfuerzo
colectivo.
Saldos y retos de la protesta
Siempre es necesario subrayar que nuestra sociedad está
polarizada. Una mitad observa con poca simpatía o hasta con franco rechazo la
protesta que desarrolla sectores de la otra. Aún así se destacan varios
resultados de la desobediencia civil de febrero que seguramente afectarán a
toda la sociedad:
Un primer resultado es haber empañado ante las naciones
latinoamericanas y del mundo, particularmente aquéllas que se reconocen como de
izquierda, la imagen del gobierno venezolano como progresista, democrático,
protector de los derechos humanos de su población. Esta imagen exhibía pocas
fisuras antes de estas jornadas, dado el apoyo incondicional de los países del
ALBA, pero también el de aquéllos que sin ser parte de esa alianza ideológica,
como Argentina, Brasil, Uruguay, consideraron a Chávez y consideran a Maduro,
líderes de un gobierno “revolucionario” y “socialista”, afín a los que ellos
ejercen en sus países. Nada más errado. La violación flagrante de DDHH en
Venezuela, denunciado desde hace años por organizaciones no gubernamentales y
fuerzas opositoras, la denuncia de grupos paramilitares actuando con impunidad
–cuando no apoyados por el gobierno- contra civiles opositores, la indefensión
frente a ellos por parte de los ciudadanos no importa de qué color político,
encontró en los videos de amateurs y periodistas nacionales e internacionales
de estos días evidencias irrefutables. Le dieron la vuelta al mundo por las
redes sociales y algunos noticieros internacionales. Aunque el gobierno cuenta
todavía con importante respaldo latinoamericano, se vio obligado a refutar las
acusaciones. La apresurada gira internacional -pasando por NNUU- del canciller
Jaua, las explicaciones dadas en Ginebra del representante de Venezuela en ese
organismo, Jorge Valero, las declaraciones de Roy Chaderton y Saltroni,
representantes de Venezuela en la OEA, las preocupadas declaraciones del secretario general de NNUU, Ki-Moon, las de la Alta Comisionada de ese
organismo, Navy Pillay, las del secretario de la OEA, José Miguel Insulza, el
Papa Francisco, entre otros, así lo constatan.
Un segundo, es haber puesto en evidencia que la
desobediencia social manifestada a través de masivas concentraciones, marchas,
guarimbas y otras modalidades de la política de calle, cuenta con una
formidable fuerza social que resiste la deriva autoritaria y militarista del
gobierno de Maduro y exige rectificaciones importantes al modelo “socialista”,
no sólo en lo político sino también en lo económico. Este modelo ha quedado con
estas protestas irremediablemente asociado a la crisis que en todos los órdenes
de la vida social viene sufriendo la población. Ojalá Maduro escuche el mensaje
que el pueblo no chavista con tanta firmeza le ha expresado. Hasta ahora sus
muestras de comprensión y respuesta a lo que pasa han sido débiles y de poco
impacto, con lo que podría estar arriesgando su sobrevivencia como líder y la
del chavismo como fuerza política relevante a mediano plazo.
Un tercer saldo es que las protestas le dieron fuerza a
propuestas de diálogo. Sin mucho vigor, intensiones de diálogo habían aparecido
en el discurso gubernamental después de las elecciones del 8D, centrándose
inicialmente en la disposición de Maduro de abrir espacios de trabajo con
gobernadores y alcaldes de oposición. En esta estrategia fue claro que buscaba
sobre todo debilitar las vinculaciones de estas autoridades electas con la MUD,
aprovechando su fuerte posición de controlador de la renta petrolera que
gobiernos subnacionales mucho necesitan. Ahora las protestas han dado mayor
sentido y necesidad a una política del diálogo entre actores que se relacionan
de manera más igualitaria, menos chantajeable. Maduro necesita reactivar la
economía para tener un respiro. La protesta y sus efectos paralizantes sobre la
producción y la vida cotidiana fortalecieron posiciones en el seno del chavismo
que apoyan conversaciones con sectores sociales que pudieran ayudar a darle más
legitimidad y estabilidad al gobierno. Por lo pronto la gravedad de la crisis
económica propicia que el gobierno se siente con empresarios y escuche sus
sugerencias, que, como las de Lorenzo Mendoza, cabeza del Grupo Polar, deben
sonar a herejía para mucho socialista trasnochado.
Aún es pronto para saber qué saldrá de estas primeras
iniciativas, pero es una brecha abierta que podría ensancharse –con la ayuda
entre otros recursos de una continuación de la política de la calle- para
llegar al verdadero diálogo que la sociedad desesperadamente necesita para
iniciar la sanación de sus heridas y el retorno a la democracia: el diálogo
político. Éste aún no se avizora en el horizonte principalmente por la
fortaleza de las facciones chavistas anti-diálogo a cuya cabeza se encuentra
Diosdado Cabello, el presidente de la Asamblea Nacional. Pero también por la
enorme desconfianza y el resentimiento
acumulado en algunos actores políticos que hacen vida en la MUD.
Destaca en cuarto lugar, cómo la protesta visibilizó por vez
primera diferencias de posición en torno a estrategias políticas en el seno de
los altos cuadros políticos del chavismo. Aunque es de reconocer que a lo largo
de la crisis generada por las protestas el chavismo ha mantenido una importante
cohesión, voces como la del ex militar y gobernador del estado Táchira, José
Gregorio Vielma Mora, comienzan a mostrar una tendencia que podría hacerse más
clara en el futuro. Vielma se deslindó de la política represiva dirigida por
Maduro y el Ministerio de Relaciones Interiores y abogó por la liberación de
los estudiantes detenidos y los presos políticos. La orden de expulsión de CNN
en español dada por Maduro, y a las pocas horas la rectificación con el retorno
de las credenciales a los periodistas, pudiera haber sido otra señal de
conflictos en torno a cómo manejar la crisis con los medios de comunicación.
Vinculado al punto anterior, un quinto saldo ha sido la
destitución del director del SEBIN y del militar jefe de la Región Estratégica
de Defensa Integral Los Andes (REDI-Andes), así como órdenes de detención a
funcionarios del SEBIN, la GN y policías, por sus actuaciones desviadas del
derecho durante las protestas. Las investigaciones iniciadas por la Fiscalía
por los hechos violentos ocurridos, probablemente no se hubiesen dado sin la
conmoción producida por testimonios, fotos y videos, que contradijeron las
primeras declaraciones oficiales de esta institución y de autoridades del
Ejecutivo Nacional. De continuarse este apego a leyes y procedimientos de
justicia, sería una primera señal de la vuelta a un Estado de Derecho por parte
de los poderes públicos, que han actuado hasta ahora más al servicio de la
“revolución”.
Otro elemento, el sexto, es la mayor visibilización de
conflictos y tensiones tanto en el seno de la MUD como en sus bases. Las diferencias
en torno a cómo caracterizar la coyuntura actual, cuáles fines se persiguen, y
en correspondencia, cuáles estrategias privilegiar, son muy notables entre los
diversos partidos y líderes, y podría traer como consecuencia una fragmentación
y debilitamiento de esta plataforma política. La entrega a las autoridades del
dirigente de Voluntad Popular, Leopoldo López, obligó a la MUD a cerrar filas
en solidaridad con ese partido, aunque la mayoría de los actores políticos
opositores, incluyendo Henrique Capriles Radonski, no compartían la intensa
estrategia de calle promovida por este dirigente y Machado, la parlamentaria
independiente. La modalidad de protesta confrontacional que es la “guarimba”
(barricada), practicada por unos ciudadanos opositores encuentra en otros un
franco rechazo. Esto ha dado lugar a airadas desavenencias en la calle, pero
también a convocatorias a asambleas de ciudadanos para ventilar las diferencias
y negociar acuerdos sobre las prácticas entre quienes teniendo un objetivo común,
difieren en los medios. Estos ejercicios de democracia directa fortalecen
conciencia ciudadana y tolerancia a la diferencia.
La protesta popular tal como la vimos en amplio despliegue
este febrero de 2014, es una herramienta necesaria, legítima y muy útil en
épocas de desinstitucionalización como la que padecemos hoy en Venezuela, donde
sectores sociales carecen de canales desde donde pugnar por el reconocimiento a
sus derechos. Su principal mérito en esta coyuntura fue poner en evidencia
dentro y fuera del país, la fuerza de quienes se oponen a políticas, acciones o
decisiones del poder. Su principal peligro, que devenga en confrontación
foquista y/o violenta desacatando el juego democrático. La protesta popular
tiene el mérito de interpelar desde el espacio público de la calle a una
autoridad considerada sorda e injusta, compeliéndola a que rectifique, a que
reconozca derechos negados o violados, a que limpie afrentas. Esa gran energía
que vimos en febrero seguirá en la sociedad, buscando convertirse en algo más
que queja y demandas múltiples e inconexas. Escucharla, interactuar con ella y
construir de abajo hacia arriba una respuesta política democrática, que permita
al país retornar a la comunidad de democracias del mundo, es el gran reto de
actores y líderes sociales y políticos hoy en Venezuela.
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