Raul Figueira
[Texto originalmente publicado en El Libertario # 32, abril-mayo 2003, que reproducimos como aporte en la conmemoración de los 200 años del nacimiento de Mijail Bakunin.]
“El deseo de destruir es al mismo tiempo un deseo creador”. Este pensamiento de Bakunin (1814-1876), repetido de muchas maneras a lo largo de su fantásticamente activa vida tanto en la acción como en las ideas, pareciera haberse adelantado al programa de los Dadaístas de 1916, un grupo artístico que reunía espíritus rebeldes contra el absurdo de una civilización que les había llevado a una guerra de proporciones mundiales (la primera guerra mundial, llamada hasta entonces “la gran guerra”). Los Dadaístas sentían que tenían por delante “una gran labor destructiva” para echar abajo toda la hipocresía y necedad de un arte que era fiel expresión de esa sociedad edificada sobre millones de cadáveres.
Bakunin, uno de los precursores del anarquismo, atrajo durante su vida a muchos artistas del siglo XIX, tales como León Tolstoi (1829-1910, escritor, autor de La Guerra y la Paz, Ana Karenina, Resurrección e innumerables cuentos), Richard Wagner (1813-1883, compositor y dramaturgo, autor de "El Buque Fantasma", "Tannhauser", "Lohengrin", "Los Maestros cantores de Nuremberg", "El Anillo de los Nibelungos", "Tristán e Isolda", "Parsifal"....) y George Sand (1804-1876, cuyo verdadero nombre era Aurora Dupin, baronesa Dudevant, novelista francesa que escribió algunas obras de inspiración social como Consuelo), entre otros muchos artistas quienes le frecuentaban.
Acracia en tres tiempos
Se dice que un artista es alguien aferrado a unas cuantas ideas básicas que se encarga de desarrollar a lo largo de su vida de muchas maneras diversas, preservando la esencia de las mismas. George Orwell es una de esas figuras que durante su vida, desplegó su ataque a toda forma de totalitarismo, toda forma de esclavitud y dominio de unas personas por parte de otras. De igual manera, Bakunin decía: "La Autoridad deprava, la sumisión a la Autoridad rebaja. Es intolerable toda coacción individual o colectiva".
En su “escala de la felicidad humana” en primer lugar estaba morir combatiendo por la libertad; en segundo, el amor y la amistad y en tercero, la ciencia y el arte. De su intenso trabajo literario poco de lo que escribió fue publicado durante su vida. Sus escritos estaban bajo el control de arrebatos intensos que tomaban los caminos más insospechados: empezaba con una carta que se extendía hasta ser un folleto y seguía creciendo hasta que se convertía en un libro; siempre era una reelaboración de ideas tales como:
-“Hay que desatar las malas pasiones” [1].
-Toda forma de organización debe venir de la libre unión entre las personas que se vinculan para la acción colectiva confiando unas en otras y porque la acción conjunta les parezca preferible a la aislada.
-“Es necesario desencadenar la revolución universal e instaurar en todas partes el colectivismo anarquista” (261).
-“El amor a la libertad y un odio invencible contra toda opresión (...) Buscar mi felicidad en la felicidad de los otros, mi dignidad en la dignidad de los que me rodean, ser libre en la libertad de los otros, tal es todo mi credo, la aspiración de toda mi vida”. (107)
Musas libertarias
Para Bakunin era importante mantenerse fiel a sus ideas. En 1820 el escritor y poeta italiano Silvio Pellico (1789-1854) tomó parte de una huelga de maestros constructores (los Carbonari) que se dio en esa época y fue recluido en prisión por su actividad política (su obra más destacada fue el relato de su vida en prisión titulado Mis Prisiones). Del escritor italiano Bakunin comentaba que había perdido el odio hacia sus verdugos y su rebeldía característica para convertirse en un místico a su salida de la cárcel. Bakunin, que había sufrido prisión en tres países distintos desde 1850 hasta 1857, padeciendo escorbuto en las mismas y perdiendo casi todos sus dientes, encontró alivio en una obra de teatro que hacía y rehacía en su cabeza. De esta obra James Guillaume nos comenta: “El tema era Prometeo, a quien la Autoridad y la Violencia habían encadenado en un pico rocoso por haber desobedecido al déspota del Olimpo, y que las Ninfas del Océano iban a consolarle”. (265)
Bakunin encontró alivio a su prolongado cautiverio soñando una obra teatral, pero no menos era él un personaje que inspiraba a escritores y músicos. De hecho Ivan Turgueniev (1818-1883, escritor y novelista ruso, autor de El Humo, Relatos de un cazador, Padres e hijos y Tierras vírgenes entre otras obras) en 1856 se inspiró en la colosal figura de Bakunin para su relato titulado “Rudin”.
El músico Adolf Reichel, conoció en Dresde a Mijail Bakunin e Ivan Turgueniev, hacia 1842. A comienzos de 1843, se reunió en casa del editor Arnold Ruge (quien publicaba el Hallische Jahrbucher -Anales de Halle) donde eran frecuentes los encuentros de jóvenes de ideas en pro de la liberación de todo el género humano. Se trataba del “Museo Literario”, un espacio para discutir diversas lecturas, entre ellas las relacionadas con artículos de periódicos que habían sido suprimidos de los Anales por la censura de Dresde. Bakunin había publicado un texto cuyas palabras culminantes fueron “el aliento de la destrucción es un aliento creador”. Reichel nos dice: “encerrado en mi mundo musical, me había preocupado siempre mucho más por conservar lo que había ganado que por destruir un mal supuesto” (70).
Bakunin nunca gozó de fortuna material tras dejar el hogar paterno (de hecho en 1844, la sentencia del Consejo de Estado Ruso en San Petersburgo era orden de captura en su contra si volvía a pisar territorio ruso, destitución inmediata de su graduación como oficial que había dimitido al ejército de ese país, retiro de su título nobiliario e incautación de los bienes que tuviese), a lo largo de mucha correspondencia, se revela que vivía de pedir prestado a quienes le rodeaban y éstos sabían, que nunca recibirían el dinero que le daban, porque lo invertía en ayudar a gente en situaciones desesperadas y en fomentar vínculos para la expansión de ideas de liberación. De ahí que dijese:
«Ha habido siempre en mi naturaleza un defecto capital: el amor que he sentido por lo fantástico, por las aventuras extraordinarias e inauditas, por las expresiones que abren horizontes ilimitados y de los que nadie puede prever el final» (107).
A Richard Wagner debemos una relación exhaustiva de los hechos de Dresde de 1849. Ya para esa época Bakunin era un perseguido por el gobierno austriaco por su participación en los acontecimientos de Praga del verano de 1848. Según Wagner, en la época en que se conocieron, Bakunin “ya no buscaba a los intelectuales. Lo que quería encontrar eran personalidades enérgicas dispuestas a la acción” (125).
Según el músico alemán, a Bakunin “todo le parecía prematuro y no quería admitir que fuera posible basar las leyes del porvenir en las leyes de la mala sociedad actual, pues ese porvenir sería la resultante de una organización del mundo totalmente diferente” (128).
Arte desde la libertad
Para Bakunin (como para los Dadaístas, sesenta y ocho años después) la sociedad tal como estaba constituida debía desaparecer porque era la causa de todas las opresiones del hombre por el hombre. Sólo en una sociedad edificada desde la libertad de asociación en la igualdad, podría haber justicia y los hipócritas valores artísticos de la civilización hasta entonces no serían útiles; nacería una nueva ciencia y un nuevo arte, liberado de dominaciones e imposiciones autoritarias.
Tras el levantamiento de Dresde en 1848, a Bakunin le esperaría ser entregado a Austria; encarcelado en Praga fue transferido a Olmutz en marzo de 1851 y encadenado a la pared durante seis meses consecutivos. Luego fue entregado a Rusia. El Zar Nicolás envió al conde Orlov para que Bakunin relatara la historia del movimiento alemán y eslavo. Bakunin se limitó a redactar los detalles que ya habían sido publicados por la prensa. A decir de Alejandro Herzen, Bakunin “escribió un magnífico artículo periodístico” (206).
En Marzo de 1857, Alejandro II conmuta la pena de Bakunin por el exilio en Siberia, donde, al relajarse la vigilancia sobre él, haría la fantástica evasión de junio de 1861; primero al Japón, de ahí a San Francisco, luego Panamá, Nueva York y Boston, donde sería recibido, entre otros, por Henry Wadsworth Longfellow (1807-1882, poeta norteamericano, autor de poemas de inspiración romántica). Partió hacia Liverpool (Inglaterra), llegó el 27 de Diciembre y de ahí a Londres, a casa de su amigo y compañero en muchas escaramuzas, Alexander Ivanovich Herzen [2]. Nueve años de silencio y soledad serían vengados con el entusiasmo que Bakunin derrochó desde entonces en la lucha por una sociedad construida desde la igualdad y la libertad.
Muchas aventuras vendrían después, no cabe aquí reseñarlas pero creemos necesario reproducir parte de lo escrito por Pietr Kropotkin en el aniversario de la muerte de Bakunin (ocurrida en 1876), y publicado en el periódico ruso Chleb-i-Volja de Ginebra:
«Al hablar de Bakunin, hay que calibrar su papel no en razón de lo que él hizo, sino de acuerdo al influjo que ejerció sobre los hombres que lo rodeaban, sobre su pensamiento y acción (...) es indudable que la influencia de Bakunin fue enorme tanto en el caso de Wagner como en los de George Sand, Herzen y Ogarev, en todo el grupo socialista francés que entonces se congregaba en París, y en la joven Alemania, en la joven Italia y en la joven Suiza. decían de él sus contemporáneos.» (397-398).
Notas
[1] Todas las citas que se hagan en el presente ensayo, se tomaron del Libro Conversaciones con Bakunin, de Arthur Lehning, traducción de Enrique Hegewicz, editorial Anagrama, 1978. De aquí en adelante sólo aparecerán los números correspondientes a las páginas de las citas extraídas. En cuanto a las “malas pasiones”, Albert Richard nos dice: “Bakunin decía: -hay que desatar las malas pasiones. Es decir, para él no existían malas pasiones, y todos los instintos y apetitos eran igualmente legítimos. Lo que era ilegítimo, nos decía, era que unos se sirvieran de sus facultades superiores para satisfacer sus propias necesidades e impedir a los demás que también pudieran satisfacerlas” (248-249).
[2] Herzen era parte de la comisión editora del Kolokol, periódico en ruso de propaganda revolucionaria y sindical que se editaba en Londres por aquella época.
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