[Texto
anónimo originalmente publicado en Vacaciones
en Polonia, Madrid, 2011, # 6; luego reproducido en El Libertario, # 66, mayo-junio 2012]
Armonía
natural. Tierra como fuente de riquezas, abandono del modelo urbano superindustrializado
por malsano y constrictor. Reducción drástica de la tecnología.
Amor libre. El contrato
matrimonial y la familia como centro nuclear de poder se desvanecen ante unas
relaciones de afecto no instituidas, no jerarquizadas ni constreñidas, sino
libremente elegidas y disfrutadas sin tapujos.
Acción directa. Toda actividad
visible al público llevada a cabo sin delegación y basada en la toma de
decisiones propias.
Ausencia de dinero. Símbolo, santo y
seña del capitalismo, es una de las primeras cosas a ser desterradas de la
sociedad comunal. Hay apuntes sobre cómo operar sin la mediación de la moneda,
por ejemplo en La abolición del dinero (1924) que esbozó Federico Urales. En cuanto al modo de
cuantificar el trabajo, una opción que se aplicó durante la Revolución española
de 1936, con la llamada “cartilla familiar”, fue el cómputo en bonos de tiempo,
sin distinción de categorías profesionales, y no pagado con un salario.
Autogestión y laboro. Bienes comunales.
Posesión colectiva de los medios de producción. Colaboración según las
capacidades y reparto según las necesidades. Jornada laboral ceñida a
satisfacer las necesidades de la colectividad y reducida al mínimo por el
reparto de tareas, su rotación y la automatización del trabajo alienante,
cuestionando rigurosamente el pro y contra de las supuestas bienhechoras, las
máquinas. Una de las constantes del pensamiento anarquista es, junto a una
educación integral racionalista, el trabajo como medio para el desarrollo de
las capacidades y no como fin. Fue cosa de Fourier el idealizar el trabajo para
hacerlo atractivo, al punto que en casi todas las utopías socialistas el obrero
acude risueño a su puesto, eso si, para realizar un trabajo multidisciplinar,
no especializado, y de corta duración. La diferenciación entre trabajo y ocio
desaparece, en fin, ya que todas las actividades son libremente elegidas y
afrontadas casi como juego, posibilitando el cultivo de la sensibilidad y los
sentidos. En términos freudianos, el principio
del placer ha de guiar al principio
de realidad.
Acuerdo común (o
apoyo mutuo).
Así llama Kropotkin a la manera de relacionarse y organizarse: «Habituados como
estamos por hereditarios principios (…) llegamos a creer que los hombres iban a
destrozarse unos a otros como fieras el día en que el polizonte no estuviese
con los ojos puestos en nosotros, y que sobrevendría el caos si la autoridad
desapareciera. Y sin advertirlo, pasamos junto a mil agrupaciones humanas que
se constituyen libremente, sin ninguna intervención de la ley». Hay una vasta
parte de nuestra vida en la que sólo se obra por acuerdo común, y muchas otras
se llevarían a cabo de la misma manera sin mediaciones coercitivas. Kropotkin
saluda esa “red formidable de asociaciones de todas clases” que operan
concertadas por todo el mundo, y pone como ejemplos el servicio de correos, de
ferrocarriles, las sociedades científicas y artísticas, las organizaciones
fluviales y campesinas, etc. de su tiempo.
Asociacionismo: Siguiendo a
Proudhon, la federación es una forma no de gobierno sino de organización, de
administración descentralizada de la producción y de los intercambios. El
anarquismo entendido como ideario sociológico puramente administrativo. La
Federación Local substituye al Municipio, y la sección sindical tiene la sola
misión de administrarlo. Dentro del municipio, las agrupaciones de personas
pueden unirse por afinidad, mismo oficio, etc… La democracia es directa, no
delegativa o representativa, sino basada en la consulta permanente y sin
trámites, en referencia a una cuestión concreta (no abstracción ni
generalidad), para resolverla sobre el consenso común y sobre la marcha en el
momento de plantearse; una suerte de casuística analizada in situ, en la práctica y no en base a una teoría previa que flota
en el mundo cerebral de las ideas generales. «Antes que teóricos que sacrifican
su razón a su sistema, somos revolucionarios que queremos que las teorías sean
hijas de la razón y de la práctica» apuntaba F. Urales. A todas horas se podría
destituir, cambiar o exigir pronta y estrecha cuenta a los administradores que
se extralimitasen en sus deberes, lo que en las democracias capitalistas
impiden los intereses de partido, las exenciones o prebendas políticas y las
triquiñuelas del aparato jurídico. Del mismo modo el pacto o contrato, sin
intermediación alguna entre los implicados y revocable en cualquier momento,
operaría como medio de relación, de transacción y de acuerdo. Como señala
Urales en La evolución de la Filosofía en España (1934): «No hay pacto
único, general y permanente. Hay la diversidad de contratos, rescindibles y
anulables».
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