Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional (Correpi)
El descenso del caudal de votos del kirchnerismo en las PASO de agosto, que incluyó la derrota de su candidato oficial, Insaurralde, ante el Frente Renovador de Sergio Massa en la provincia de Buenos Aires, rápidamente motivó un cambio de estrategia de cara a las elecciones de octubre.
A partir de la lectura de que el triunfo del ex jefe de
gabinete kirchnerista, hoy opositor, se apoya, en parte, en su perfil de
“preocupado por la inseguridad”, el gobierno nacional, el provincial y su
candidato salieron a disputar ese terreno con energía.
Arrancó el coronel Sergio Berni, secretario de Seguridad del
gobierno nacional: “las cuestiones de seguridad son palpables y la gente las
padece permanentemente”. Tras el volantazo al discurso oficial, que prefería
hablar de una “sensación de inseguridad creada por los medios”, anunció un
nuevo “plan de seguridad”, que consiste en “la ejecución de planes de acción de
alcance federal tendientes a la cooperación, colaboración y asistencia para la
promoción de políticas públicas en materia de seguridad” con el objetivo de
“combatir el delito y bajar la criminalidad”. En lo concreto, reforzaron el
plan Centinela, que existe desde 2011, con el desembarco de 5.000 gendarmes y
400 policías federales más a la provincia y la transferencia de 85 millones de
pesos destinados a 700 unidades móviles para la provincia. Casi
simultáneamente, el ministro de Defensa, Agustín Rossi, anunció el envío de
4.500 efectivos de las Fuerzas Armadas a las fronteras noreste y noroeste del
país en el marco del operativo Escudo Norte, también creado en 2011, para
reemplazar a los gendarmes venidos a la zona metropolitana. Esto es, cada vez
más saturación de fuerzas represivas en nuestros barrios por parte de un
gobierno que nos mata un pibe por día con el gatillo fácil o la tortura.
En la misma línea, y replicando la jugada nacional de
diciembre de 2010, cuando se creó el ministerio de Seguridad después de las
muertes en el Parque Indoamericano (ver Boletín Informativo nº 589), el
gobernador de la provincia, Daniel Scioli, anunció el desdoblamiento del
ministerio de Justicia del de Seguridad, para el que designó a Alejandro
Granados, actual intendente de Ezeiza. De esta manera dio marcha atrás en lo
que, con los mismos argumentos, pero en sentido contrario, había resuelto en
mayo de 2010, cuando despidió al fiscal Stornelli y juntó ambos ministerios con
Casal a la cabeza (ver Boletín Informativo nº 558).
Como con Marambio en el Servicio Penitenciario Federal o
Milani en el ejército, el nuevo ministro viene con nutrido prontuario en materia
represiva. “En Ezeiza, logró tener los índices más bajos de inseguridad con
tecnología contra el delito y buscando readecuar el funcionamiento del Estado a
las nuevas características de la delincuencia”, lo defendió Scioli.
Efectivamente, el barón del conurbano y apóstol de la “mano dura” Granados, ya
en 2003 implementó el programa “Tolerancia Cero”, con la contratación de
policías retirados para reforzar el patrullaje en las calles de Ezeiza. Uno de
estos policías recontratados, José Antonio “Oso” Pelozo, mejor conocido en su
barrio, Villa Fiorito, como el “Mataguachos”, fusiló, el 3 de junio de 2003, a
Matías Bárzola, cuya familia hoy se organiza en CORREPI. Ése es el aporte de
Granados a la “tecnología” represiva: escuadrones de la muerte para hostigar y
matar a los pibes de los barrios.
Como frutilla del postre, tanto Scioli como Insaurralde,
desempolvaron viejos proyectos para bajar de la edad a partir de la cual un
niño puede ser sometido a un proceso penal. Nunca los oímos –ni los vamos a
oir- pedir a gritos mano dura para la infinidad cotidiana de delitos, muy
superior en cantidad y calidad, que diariamente protagonizan policías,
gendarmes, prefectos, guardiacárceles, militares, empresarios o burócratas
sindicales.
En una cosa tienen razón: No es nuevo el “trabajo” del
kirchnerismo en lo que ellos llaman “políticas de seguridad” y nosotros
señalamos como políticas represivas. No es novedosa la creciente militarización
del área metropolitana, con los planes Cinturón Sur y Centinela, ni el vertiginoso
aumento del presupuesto para las fuerzas de seguridad, que pasó de 2.960
millones de pesos en 2003 a 25.900 millones de pesos en 2013, es decir, un
aumento del 1.096% en 10 años. En palabras del ministro de Seguridad nacional,
Arturo Puricelli, los nuevos refuerzos en materia represiva no tienen que ver
con una “política espasmódica, sino con una política que lleva 10 años”.
Ciertamente, en esta década de kirchnerismo, se deja ver la política de estado
que ha aumentado en forma categórica los asesinatos a manos del aparato
represivo en todas sus modalidades. Con el gatillo fácil, las muertes en
cárceles y comisarías y los asesinatos de luchadores populares, los índices del
actual gobierno superan los de todos los gobiernos constitucionales desde 1983.
Estas medidas de continuidad en la política que el
oficialismo ha llevado adelante desde 2003, muestran cómo, ante el traspié
electoral, se reinventan y endurecen su política represiva hacia el pueblo
trabajador.
De represión y sus reivindicaciones: un hecho cotidiano.
Durante la mañana del miércoles 28 de agosto, más de cinco
mil manifestantes de distintos sectores del campo popular se movilizaron al
enorme edificio de la legislatura de la provincia de Neuquén, construido en
2007 con dinero de un presupuesto provincial alimentado de las regalías
petroleras. El objetivo era repudiar el proyecto que iba a votarse ese día,
para extender las concesiones a YPF de varios extensos yacimientos con uno de
los mayores caudales de hidrocarburos no convencionales de aceite y gas de
esquisto en el planeta, lo que se enmarca en el convenio pactado a puertas
cerradas con la multinacional Chevron.
A más de tres cuadras, ya se veía asomar el grosero vallado
que había desplegado desde temprano el operativo policial de la provincia, por
orden del gobernador Jorge Sapag, custodiado por una columna de cien militantes
de su partido, el oficialista Movimiento Popular Neuquino. Y mientras en la
puerta del palacio de Tribunales, pero en la ciudad de Buenos Aires, el
kirchnerismo desplegaba a todo su aparato militante pasándose crema por el
pecho para defender la Ley de Medios Audiovisuales, las balas empezaron a
llover. De goma y de plomo, con los gases lacrimógenos preparando el terreno, y
con el silbido de las corridas que buscan defenderse de la represión, se
llevaron detenidas a cientos de personas. Hubo varios heridos de gravedad,
entre ellos, Rodrigo Barreiro, hijo del decano de la Facultad de Humanidades de
la UNCo, quien tuvo que ser operado por una herida de bala de plomo calibre 22
alojada en el tórax, así como un muchacho que recibió una bala de goma en el
rostro y perdió un ojo, y otro que fue golpeado en el abdomen por un cartucho
de gas lacrimógeno.
Rápidamente, el gobernador Sapag salió a declarar que los
policías “actuaron con seriedad y profesionalismo. Se defendió la democracia”,
secundado en hombros por el secretario presidencial Oscar Parrilli quien, dando
cuenta de los ilimitados alcances que tiene la libertad de expresión, bramó:
“¡qué casualidad que se juntaron la ultraizquierda y la derecha para atentar
contra los intereses del pueblo argentino!. Para nosotros no es nuevo, ya
ocurrió en el 55 y en el 76, pero nosotros vamos a seguir trabajando por la
gente independientemente de las elecciones”.
Menos de 24 horas después, mientras un grupo de trabajadores
de la Intersindical de Trabajadores Estatales agremiados en ATE elevaba al
fiscal Gustavo Araya el reclamo por mejoras salariales y laborales en el marco
de un paro general con toma de espacios públicos en las oficinas de la
Dirección Provincial de Rentas en San Salvador de Jujuy, la policía ingresó al
recinto y reprimió todos los presentes con la presunta finalidad de desalojar
el edificio. A raíz del hecho, diez trabajadores resultaron gravemente heridos
y cuarenta fueron detenidos, entre ellos, el secretario general del gremio
Fernando Acosta.
A cuenta de ambos episodios, el Centro de Estudios Legales y
Sociales (CELS), ya viejo y reconocido aliado del gobierno, salió a “reclamar”
que se establezcan “responsabilidades penales y políticas” por la represión.
Observando que habría “importantes debilidades desde 2010 en la política de no
represión impulsada desde 2003”, le pidió al gobierno que envíe “un mensaje
político fuerte” para “reencauzar los principios de no represión y fortalecer
la gestión política de los conflictos sociales”.
Nuevamente debemos decir que nada de lo sucedido resulta
sorprendente, porque entendemos que, cuando hablamos de represión, no hay
hechos aislados, sino una misma y sistemática política de estado, aquella que
venimos denunciando desde hace tanto tiempo. Tampoco es novedoso que, de
diversas formas, la represión intente ser legitimada y argumentada bajo la
consigna de “defender la democracia”, apelando a una felicitación honorífica, como
en el caso del gobernador neuquino al cuerpo policial; delirando premisas que
intentan victimizar a un gobierno que dice correr peligro, como quisiere
hacernos creer el secretario Parrilli, o “reclamando” que la represión sea
prolija, en el caso del CELS.
El secretario presidencial legitima la represión en Neuquén
embanderándose en la defensa del régimen democrático, cuando lo que realmente
está defendiendo son los intereses de las empresas tanto nacionales como
extranjeras, al tiempo que el CELS ensaya una tibia denuncia que reivindica la
pretendida política de no represión del kirchnerismo, diciendo que antes de
2010 nada de esto hubiera ocurrido. Recomendamos a Vertbisky y su gabinete
hacer un poco de memoria y repasar la infinidad de episodios represivos que
denunciamos desde el inicio de la gestión kirchnerista, como el ocurrido el 23
septiembre de 2003, cuando la PFA reprimió a 500 piqueteros que reclamaban
puestos de trabajo en el subte, prometidos tres meses antes por Néstor
Kirchner, o el asesinato, en una manifestación contra la tortura, de Luis
Cuéllar en Jujuy, el mes siguiente. Desde el 25 de mayo de 2003, hasta mediados
de este año, las fuerzas represivas del estado asesinaron casi 2.300 personas.
Sólo en manifestaciones o movilizaciones, fueron 19 los asesinados.
Ésta es la década “ganada” de la que tanto se habla. Una
década de palo y balazo para garantizar los intereses del poder. Y por más que
quieran contarnos el cuento, seguiremos firmes, trayendo a la memoria todo lo
que pasó, lo que pasa y lo que sólo a fuerza de lucha y organización, dejará de
pasar.
“En la vida hay que elegir”: ellos eligen reprimir.
En un contexto en el cual la agenda política del gobierno
nacional se ve atravesada por la necesidad de un cambio estratégico en relación
al saldo que dejaron los preliminares resultados electorales, y donde la
prioridad pasa por responder rápidamente al restablecimiento de aquel
porcentaje de votantes que se perdieron, el kirchnerismo abandona sin tapujos
su tan promocionado discurso de los DDHH y lo encuadra consecuentemente con la
acción política que ha llevado a cabo a lo largo de esta década: reprimir
incansablemente al pueblo. Y es que no podía dejarse pasar tanto auge en el
protagonismo del reclamo por la inseguridad en estas elecciones, (venía
demasiado al pelo), y esta vez, como tantas otras, resultó más que provechoso.
Un reclamo que históricamente fue utilizado para justificar la represión y la
militarización en los barrios, sirvió, nuevamente, para reivindicarse
públicamente como fieles defensores de la política que siempre tuvieron y que
muchas veces negaron, y bajo un aliento de “la gente pide, la gente lo tiene”,
los millones ejecutados para dar respuesta hicieron lo suyo: el palo, la gorra
y el fierro que siempre tuvieron luz verde en casi todas las esquinas, ahora se
duplicó, y sus resultados no tardaron en llegar…
El domingo 18 de agosto, en las inmediaciones del barrio San
Carlos, en la localidad de Gral. Alvear (Mendoza), Andrés Ezequiel Sosa
Gallardo (21) era fusilado por el oficial de la policía provincial Pablo
Colilaf, quien, alegando, como siempre, “legítima defensa” le llovió dos tiros
al tórax en medio de una persecución, que le provocarían horas más tarde la
muerte.
La semana siguiente, luego de que los medios oficialistas
hicieran lustro de gala sobre la reasunción de Alejandro Marambio como jefe del
SPF, éste inauguraba su gestión “suicidando” a Matías Ezequiel Cejas (24),
encontrado ahorcado con una sábana anudada a una ventana en su celda del
pabellón J, módulo III, de la Unidad Penal I de Ezeiza, dos meses después de
haber sido trasladado desde el penal de Chaco, donde había denunciado junto a
su hermano Fernando los constantes abusos y torturas de los que eran víctimas y
produciendo, como resultado, la detención de siete penitenciarios. “Nos
amenazaron a los dos, de que íbamos a amanecer ahorcados en la celda”, contaba
Fernando ante el tribunal que decidió su traslado a Ezeiza, dos meses antes de
la muerte de su hermano. A Matías le faltaban ocho meses para cumplir su
condena.
Un día después, pero en la intersección de las calles 9 y
54, en pleno centro de la Plata, Nélida Soledad Bowen (18), que estaba haciendo
la fila para entrar a un recital con su hermana mayor y un amigo, murió de un
balazo en el abdomen del arma de fuego del oficial Mariano Aguirre, de la
Dirección de Policía Motorizada de la Bonaerense quien, según diría después,
pretendía “evitar la huída” de unos pibes que habían asaltado un restaurante.
Menos de 24 horas después, pero no tan al sur, en la
madrugada del domingo 1° de septiembre, un laburante de Lanús Este –Juan Carlos
Caliza (27)- era visitado por su vecino Humberto González, a quien
aparentemente debía una suma de dinero y quien, al tiempo, había decidido
llevar un “amiguito” para que lo secundara en hombros: el efectivo de la
Policía Metropolitana Raúl Cardozo, quien trabajaba desde hace dos años en la
Dirección de Investigaciones Complejas de la fuerza, de franco y civil. Al
parecer, se habría armado una discusión por el reclamo del pago; en medio,
Cardozo saca la reglamentaria y le pega dos tiros al pecho. Caliza muere en el
acto.
Exactamente a la misma hora, pero en las intersección de las
calles San Martín y Entre Ríos (CABA), David Vivas (25) “Poro” como le decían
sus amigos, trabajador metalúrgico, recibía un tiro en la cabeza a manos del
sargento del Comando Radioeléctrico Víctor Hugo Giometti, quien luego
declararía estar intentando “reducir” al conductor de un automóvil que había
protagonizado un choque (como si eso justificara que le tire). Al respecto el
Comisario Mayor Santos Aranda, Jefe de la UR VI, descartó de plano que se trate
de un caso de gatillo fácil, asegurando que fue un accidente y calificó el
hecho como “desgraciado”.
Un día después, Miguel Ángel Durrels (29), aparecía muerto
en el separo de la Comisaría 1ª de Pilar, a donde lo habían llevado detenido
por tenencia de marihuana la noche anterior. Lo encontraron tirado en un
calabozo que desde hace meses estaba inhabilitado para alojar detenidos debido
a su deterioro. La policía declararía después, que el joven se habría ahorcado
con los cables eléctricos del calabozo.
De esta manera es, como los desclasados cumplieron, una vez
más, su función a la perfección, como siempre lo hacen, y dando cuenta de qué
se trata la respuesta que se brinda a las “inquietudes”, y de los alcances y
“beneficios” que contrae el nuevo plan de seguridad nacional. El gobierno no
miente, la respuesta está, ellos hacen, claro que hacen; pero, ¿qué es lo que
hacen? Reprimir, señores: eso hacen.
Zaffaroni: “No son tantos muertos si se excluyen los
homicidios en las villas”.
Sin darse cuenta que el gobierno que defiende cambió su
discurso para adaptarse al resultado de las encuestas electorales (ver primera
nota de este Boletín), el juez de la Corte Suprema, Eugenio Zaffaroni, aseguró
que la inseguridad es una “sensación”, una “paranoia construida por las redes
de medios masivos de difusión”. Su tesis dista mucho de la crítica que hacemos
a la forma exasperante en que los medios, tanto “militantes” como “de la
corpo”, instalan el discurso de la “inseguridad” como el único problema que
tenemos los argentinos, mientras silencian con igual énfasis los crímenes de
los capitalistas y sus perros guardianes. Pero, detalles al margen, la
explicación que dio a continuación supera por lejos lo imaginable: “En la
ciudad de Buenos Aires, si se excluyen los homicidios que se producen en las
villas, habría 3,5 muertos cada cien mil habitantes, que es el mismo indicador
que en Europa”. O sea, si no contamos los muertos pobres, estamos fenómeno, y
no nos damos cuenta de puro brutos. Además, estar como Europa es una ganga.
Aplicando la tesis Zaffaroni a otras áreas, el ministerio de
Economía podría decir que “si se excluye lo que ganan los trabajadores, somos
todos ricos”; el ministerio de Salud podría ufanarse de que “si se excluyen los
hospitales públicos, todos los argentinos tienen coberturas de salud de primera
línea”, o el de Educación podría explicar que “excluyendo la educación pública,
todos pueden pagar escuelas privadas”.
O diríamos nosotros: si se excluyen los crímenes cometidos
por la policía, los gendarmes, los prefectos, los servicios penitenciarios y el
resto del aparato estatal, prácticamente no hay delitos en Argentina.
En el mismo reportaje, cuando le reprocharon ser un “profeta
de la mano blanda”, se atajó: “No soy tan mano blanda con el gatillo fácil”.
Sí, claro. Si se excluye el fallo del 23/12/2004 en la causa Bulacio, donde
Zaffaroni dijo que la sentencia de la Corte Interamericana viola el derecho al
debido proceso y a la defensa en juicio del asesino comisario Espósito; o si se
excluye el fallo en la causa por torturas del comisario René Jesús Derecho, en
el que dijo que “en democracia no se puede decir que hay torturas”, sino a lo
sumo “apremios ilegales” que prescriben en 5 años, y negó al crimen policial el
carácter de crimen de estado, y si se excluyen todos los recursos
extraordinarios rechazados con su voto contra policías de gatillo fácil,
podemos admitir que no tiene mano blanda con la represión…
Del mismo modo mostró la hilacha el 2 de mayo de 2009, en el
programa de radio Leña al Fuego que conduce el periodista Herman Schiller,
cuando “explicó” por qué él, y la no menos “progre” Carmen Argibay, votaron con
el resto de la Corte para rechazar un habeas corpus que buscaba liberar 60
chicos menores de 16 años, encerrados en un instituto de menores in causas
penales. Carmen Argibay había justificado el fallo diciendo que “Poner esos
chicos en libertad es convertirlos en blanco móvil del gatillo fácil”. Raúl
Zaffaroni dijo entonces: “…me dio el temor no infundado de que la Corte diese
el argumento necesario para decir `la Corte los suelta, nosotros tenemos que
matarlos’ … y que empezaran a haber ejecuciones de pibes en el Gran Buenos
Aires”. (Ver Boletín Informativo nº 521).
Cuando nuestras compañeras María del Carmen Verdú y Delia
Garcilazo le hicieron notar que entre el 25 de mayo de 2003 y el 30 de
diciembre de 2008 hubo más de mil muertos por el gatillo fácil y la tortura, el
juez murmuró: “Bueno, pero podría haber sido peor, podrían haber sido más
pibes”. Nada cambia en la lógica del Señor Juez.
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