Por Blanca Diego (Paraguaipoa, ciudad-frontera)
http://wayuu.periodismohumano.com/
La vía principal está llena de barriles y conos naranjas
para que disminuyas la velocidad: te aproximas a los retenes militares. Los dos
últimos años son los peores que la gente recuerda, por la inundación de algunos
pueblos cuando la represa rebasó y por la negligencia con la que actuaron las
autoridades; porque ya son siete personas muertas a manos del ejército con
total impunidad, sin juicio ni justicia; porque viven en una zona declarada
Distrito Militar número 1 Guajira; porque en el mercado, la gente asegura que
la pasada Navidad recibió la visita de las FARC, controlando los precios para
que nadie se desmandara; porque los jóvenes –ellos más que ellas- le han
entrado con alegría al dinero fácil del narcomenudeo y el desguace de vehículos
que luego se venden en Colombia, al otro lado de la frontera.
Las y los ciudadanos de Paraguaipoa, pequeña capital del
municipio Guajira, en el Estado venezolano del Zulia, no viven tranquilos. Todo
se ha ido complicando porque son la diana de los controles del ejército, cuando
se supone que éste ha sido destacado allí para preservar la seguridad en la
frontera con Colombia.
Guajira es una de las diez regiones de Venezuela
convertidas, en 2011 y por un decreto presidencial, en distrito militar tras
detectarse “una serie de amenazas que atentan contra la seguridad, defensa y
desarrollo integral de la nación”. El Decreto Presidencial ordena acabar con la
venta ilegal de combustible y garantizar protección a la población, “en
especial a la indígena”.
Desde ese momento, se instalan varios controles militares en
la vía que va de Maracaibo (capital del Estado Zulia) hasta la frontera con
Colombia. Paraguaipoa se ve desde entonces custodiada por dos retenes
militares, uno a la entrada y otro a la salida de la ciudad; igual sucede en
las demás cabeceras municipales de la zona porque todas están en la ruta hacia
la frontera y son entrada a La Guajira.
La 13 Brigada de Infantería del Ejército Bolivariano de
Venezuela, acantonada en Paraguaipoa, sale entonces a patrullar por las calles
con el fin de defender la soberanía nacional y acabar con la venta ilegal de
combustible. Pero la mayor parte de la población siente “insoportable y
asfixiante” la militarización porque “no nos permite trabajar”. Desde el
establecimiento del Distrito Militar y hasta enero del presente año el ejército
había sido acusado del asesinato de siete personas.
La 13 Brigada de Infantería no menciona ni un solo
“incidente” en su cuenta de twitter, @trecebrigada, solo hace vivas a la patria
socialista. Pero 2012 ha sido un año de enfrentamientos con la población y con
los “bachaqueros” (contrabandistas de combustible), con heridos en ambas partes
pero muertos solamente civiles, la mayoría wayuu.
El Ejército tiene la orden de decomisar toda la gasolina
almacenada y distribuida clandestinamente. Como medida adicional, unos carteles
en los dos puestos de aduanas venezolanas que hay en esta ruta anuncian el
CHIP, la instalación gratuita de un chip que controla el cupo de combustible
por vehículo. Pero las medidas son claramente insuficientes porque en esta
frontera se mueven mensualmente, y según varios cálculos, millones de litros de
combustible de contrabando, “un millón de galones de gasolina de contrabando al
mes”, según la investigación realizada por la Corporación colombiana Nuevo Arco
Iris, La frontera caliente entre Colombia y Venezuela.
Han proliferado las economías ilegales y criminales. El
contrabando de combustible de Venezuela a Colombia es hoy en día el negocio más
lucrativo de esta frontera y controlarlo ha generado una ola de violencia que
enfrenta a los grupos armados al margen de la ley, a las autoridades civiles y
militares y a la población.
Ya no es exclusivamente la población wayuu la que pretende
legitimar el contrabando de gasolina; desde el momento en el que las fuerzas
públicas cobran coima (soborno) con escaso pudor y mal disimulo, están
legitimando el tráfico de combustible.
Un negocio para completar
La Guajira es una Península de más de 23.000 km2 (la mayor
parte es colombiana) que se abre al mar Caribe por el norte y se cierra con las
serranías de Santa Marta y Perijá por el sur. Se divide en Alta, Media y Baja
Guajira y es el territorio ancestral del pueblo wayuu. Colombia y Venezuela
comparten soberanía desde su independencia en el XIX, muchos siglos después de
la presencia en esas tierras del pueblo wayuu. Hoy conviven en la península
descendientes de europeos, afrodescendientes, árabes y otros pueblos indígenas,
aunque la mayoría siguen siendo wayuu (48% de la población de La Guajira colombiana
es wayuu, el pueblo indígena más numeroso de este país, y el 8% de la población
del Estado Zulia).
Cuando Jesús Mario Montiel termina su programa en la emisora
Fe y Alegría Paraguaipoa son las siete de la mañana; a esa hora, José, del clan
Ipuana, está en la cooperativa de taxis. El primero vive en Paraguaipoa,
guajira venezolana, el segundo en Riohacha, guajira colombiana, les separan
unos 100 km. A esa hora, Jesús Mario comienza su otro “trabajo”, vender
gasolina, y José sale en ruta preguntando en cada puesto de venta el precio de
la pimpina para ese día.
¿A cuánto la pimpina?
A 18.000, a 22.000 a 25.000 pesos. El precio varía todos los
días.
A un lado y a otro de la frontera, taxistas, periodistas y
consumidores en general dan su versión de lo que creen que ocurre en la cadena
de intermediarios. En el fondo, la mayor parte de la población no tiene ni idea
de cómo o dónde se pone el precio.
Jesús Mario, ¿Cómo funciona el negocio de la gasolina en La
Guajira?
En La Guajira el manejo del combustible está en manos de un
grupo de mafiosos que se hacen llamar cooperativas. Estas, tienen un listado de
socios que a la larga reciben una migaja de la ganancia multimillonaria de este
combustible, con permiso legal de transporte a la hermana República de Colombia
en nombre de estos socios que son al final unos colchones para los intereses de
dos o tres familias que se han hecho a costa de eso multimillonarios. ¿Dónde
están las ganancias, los excedentes?
Según la investigación de Nuevo Arco Iris, los paramilitares
se apoderaron del negocio de la gasolina cooptando desde su creación la
cooperativa AYATAWACOOP, en 2002. Entre 2005 y 2010, esta cooperativa importaba
legalmente el combustible de Venezuela pero luego contrabandeaba una parte,
llevándola hasta otros departamentos de Colombia, con esta operación sus
ganancias se multiplicaban.
Del lado venezolano, muchas familias wayuu viven del
almacenamiento o distribución minorista, son llamados bachaqueros; del lado
colombiano, otras viven de comprar esta gasolina y venderla en pimpinas. A los
pimpineros se les ve en las vías principales como la salida de la ciudad de
Riohacha, entre Maicao y Riohacha, Maicao y Barrancas, de Barrancas a Albania…
En estas rutas, las estaciones de servicio de AYATAWACOOP –legalmente son
distribuidores y vendedores en Colombia- casi siempre permanecen cerradas o
están vacías, sin personal ni clientes. Todo el mundo reposta en la carretera
en puestos de venta ilegales.
¿Y cómo afecta al que comercia combustible sin permisos?
Sí, para nadie es un secreto que es una forma de vida para
muchas familias. Pero se ataca a la parte más débil de la cadena, esto es una
cadena de corrupción. De Maracaibo aquí hay una sola estación de gasolina,
resulta que los dueños tienen un año con problemas de la surtidora pero resulta
que a ellos les conviene que estas máquinas no trabajen.
¿Por qué si pueden vender su cupo completo a Colombia?
(Se sonríe y continúa) Esta estación debía trabajar 5 o 6
días a la semana pero trabaja 3 o 4, los lunes no abre y entonces suben los
pasajes. A la economía de La Guajira yo la llamo la bolsa de valores, para el
transportista, los docentes, para todos, a medida que sube el precio de galón,
suben los pasajes (precios del transporte) y en el mercado Los Filúos a su vez
suben los productos de la cesta básica. Y se ataca a esta gente que compra por
galón, y el conductor ¿cómo va a recuperar lo invertido?
¿Cómo se lleva a cabo el control?
Entre Maracaibo y la frontera hay diez alcabalas (controles)
del ejército, Guardia Nacional y policía, el teniente al frente de un grupo de
soldados por ejemplo va y quitan mil bolívares por camión. Soy testigo de esta
corrupción.
Para controlar el tráfico se han dispuesto entre Maracaibo y
Paraguaipoa (unos 100 km) entre seis y diez puestos de control, llamadas
alcabalas o retenes, los hay fijos y móviles. El ejército venezolano, la
Guardia Bolivariana Nacional y la policía van parando a los vehículos
aleatoriamente, o eso parece a simple vista; a veces hay que bajar del carro,
mostrar la documentación, abrir el maletero y la mercancía. Igual sucede en los
puestos de Aduanas. Para evitar los controles se paga a unos o a otros o a
varios. Pasado Paraguachón (puesto migratorio), la policía colombiana hace lo
mismo.
¿Qué alternativas ves a corto plazo?
Crear empleo. Los programas sociales del gobierno, las
200.000 viviendas por ejemplo, ¿dónde están? Pero también ahí hay corrupción,
los Consejos Comunales absorben los recursos para su beneficio. Mira, La
Guajira está abandonada desde hace 50 años, abandono total de Colombia y de
Venezuela. Se ha convertido en una guarida de malandros que se hacen llamar
guerrilleros, paras, pero son bandoleros de frontera. Y los gobiernos lo saben
y lo permiten. Somos testigos de que hay complicidad con los bandoleros de la
frontera.
¿Y a corto plazo?
El litro de combustible cuesta 0,09 bolívares y en Colombia
se triplica. Mientras exista esta desigualdad de precios seguirán este
contrabando. La devaluación de nuestra moneda es enorme. La solución es generar
empleo a nuestra población wayuu.
Un litro de gasolina cuesta en Venezuela 0,09 bolívares
fuertes, probablemente la más barata del mundo (0,02 centavos de dólar), un
precio que el gobierno no se atreve a subir porque sería una medida muy
impopular.
Habrá algunos que no queden muy contentos con esa medida
Hay que buscar otras fuentes de trabajo y convencer al wayuu
de que trabaje. Si a mí me dan el listín con los 20 productos que debo
transportar (que son los que venden después) yo no debo pagar, llevo factura
(se refiere a pagar soborno) pero en vez de llevar los 20 llevo 40, es una
forma de buscar que el otro (autoridad) abuse. El wayuu también debe cambiar.
Aquí los que se mueren en manos de las Fuerzas Armadas son jóvenes de menos de
30 años que no ven otra posibilidad y necesitan mantener su familia.
¿Comprar y vender combustible es ingreso suficiente para ti?
Sí, como en todo, es un complemento.
¿Cuánto ganas?
Mínimo se saca tres galones, 60 litros, son 300 bolívares,
diarios.
¿Crees que los militares están preparados para esta
situación en la frontera?
No, son muchachos de barrio, no están preparados para
socializar o convivir con un pueblo wayuu que tiene un modo de vivir muy
particular que llaman contrabando, pero los que nos enseñaron a contrabandear
son los holandeses, británicos, españoles, no nació ayer el contrabando, sino
de 1700 para acá. Mira cuando alguien me dice que van a acabar con el
contrabando… ¿Y cómo, eh? Si este mercado es muy atractivo, si vendemos todo a
Colombia, nuestros ovejos, combustible, comida… ¡Si diez mil pesos son cien mil
bolívares!
Camellas, pioneras del comercio
Las primeras que sufrieron en carne propia la violencia
fueron las mujeres wayuu. Las han llamado camellas, mulas, chirrincheras… Han
sido humilladas y maltratadas.
Corren los años 70 y 80…
Las mujeres se metían mercancías en el cuerpo y se colocaban
fajas, de tal forma que en la parte de atrás del carro nomás podían caber dos
mujeres de lo voluminosa que era la mercancía, a esas las llamaban
chirrincheras.
Ana Estela Nava González, del clan Apshana, recibe bajo su
enramada, está erguida en una silla y da la mano como bienvenida. Cara
empolvada y enormes gafas de sol que disminuyen los efectos de sus achaques.
Cubre su cabeza con un pañuelo y viste una manta (vestido holgado hasta los
tobillos), lo que la identifica como wayuu; por su porte grande y su enorme
nariz aguileña se diría que es de origen árabe.
Un día un comerciante de Maracaibo me ha dicho ‘Allah,
Allah’… Seguí de largo pero me sentí tan pisoteada y humillada. Me devolví y le
dije: ‘allah allah guajirá da trompá, tu respetá’. El señor salió corriendo y
yo tiré a la avenida uno de sus abanicos para que fuera aplastado por un carro.
Y luego dicen que somos fregaos, pero es que no nos dejamos montar de nadie, no
aceptamos que nos pisoteen.
Es conocida en la frontera como La Pocha, una mujer que se
fajó por las que comerciaban en La Raya (la frontera) con cualquier mercancía
de contrabando (tabaco, telas o wiski) o de elaboración propia (quesos, ovejos
y artesanías). La Pocha recuerda con indignación el repudio de autoridades y
mestizos hacia esas mujeres “no civilizadas y malolientes que llegaban a la
ciudad para vender”.
Yo no fui chirrinchera, yo no llevaba las mercancías encima
sino en carros. Nos tocó, cuando había mucha Guardia Nacional, quedarnos en los
montes y esperar, para poder continuar y llegar a Maracaibo. Hubo militares
maléficos, sin entrañas, que colocaban una bomba cisterna con agua y las
mojaban, con el peso ellas caían y no podían moverse. Hubo mujeres que
perdieron la matriz, que se enfermaron. Éramos vejadas, humilladas,
maltratadas, nos pegaban nos levantaban las mantas para ver qué llevábamos
debajo. Pero yo no lo aceptaba y así fui liderizando.
Paraguaipoa es una ciudad wayuu. Su alcalde es wayuu; hay
una emisora FM wayuu y todos los días se puede comprar el periódico que se
lleva el nombre del idioma, Wayuunaiki. En este hervidero fronterizo se ve el
trajín entre los bolívares fuertes, moneda venezolana, y el peso, la
colombiana; y se escucha a las lenguas mezclar el wayuunaiki y el español.
En una casa con enramada de cemento y muchas plantas, cactus
y palmeras a un costado de la plaza, pasa sus días de jubilado otro personaje
con la memoria clara, el maestro Ángel Arévalo, del clan Jinnu, “uno de los más
débiles, lo acabaron en tiempos de guerra”. Ángel es escritor de la oralidad
wayuu y mientras cocina el almuerzo se va atrás en el tiempo… A finales de los
70 inicios de los 80, cuando era maestro rural, alláaaa en la remota Alta
Guajira:
Aquello era impenetrable, la gente se perdía si no había un
baquiano (un local) que lo guiara. Con la carretera empezaron los carros a
transitar y la gente empezó a meterse, ahí empezó el contrabando. Antes eran
telas, cigarro, jabón, wiski, desodorante, ellas compraban en Maicao, lo traían
y revendían. Eran las camellas, las mujeres se amarraban las cosas al cuerpo.
Poco a poco las wayuu empezaron a tener puestos en el
mercado de Maracaibo, se sentaban en el suelo a vender. Pero llegan los árabes
en los 70, y grandes comerciantes con puestos en Maicao y Maracaibo, entonces
las fueron desplazando, ellos pasaban sus mercancías en camiones y pagaban a la
Guardia Nacional. Hemos sido utilizados por el poder económico siempre; mujeres
llegaron a pasar droga desconociendo el peligro.
El pueblo wayuu no oculta que siempre ha vivido del
comercio, aunque hayan sido mercancías que entraban en la categoría del
contrabando (tabaco, wiski, telas, perfumes, medicinas…) “fueron los españoles,
ingleses y holandeses, algunos de ellos piratas, de quienes aprendimos”,
recuerdan siempre que es necesario; la frontera entre la legalidad y la
legitimidad es su escudo protector. Desde su enramada, Ana Estela Nava
González, del clan Apshana, La Pocha, dice:
Aquí es dura la subsistencia. Hace poco han habido tiros,
carros con contrabando de gasolina, de comestibles. Es verdad que hay algunos
capitalistas pero también hay gente pobre… y si yo vengo con un contrabando
reténganlo ¡pero no lo maltrate! ‘Desgraciado aquel que se deje morir después
de grande’ o ¿será que hoy nos callan? ¿Nos callan amedrentándonos o con
billete? Yo estoy muy preocupada. Ya yo puedo decir lo que sea, tengo 82 años ¡Ahh
qué carajo! Si quieren que me vengan a buscar, pero tengo que decir la verdad,
y aquí moriré, colgaré mi chinchorro para esperar la parca y aquí me
enterrarán, porque es parte de nuestra cultura, podemos morir en cualquier
parte de Venezuela, desde el más pudiente al más humilde, recogen y mandan a
trasladar el cadáver a nuestro territorio.
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