“Sin la sociedad civil los estudiantes no son nada”, sentenció Caprilito antes de marcharse muy molesto y darle la espalda a un grupo de estudiantes y un profesor de la UCV que se habían reunido en la Plaza Brión de Chacaito para continuar con las actividades correspondientes al paro activo convocado por la FAPUV y ratificado por la APUCV, con el cual persiguen defender la autonomía universitaria y lograr un mejor presupuesto para las universidades autónomas, mejores salarios para los profesores y mejores becas y providencias para los estudiantes. Caprilito es un sujeto joven y esbelto, impecablemente vestido con blue jeans, zapatos elegantes, una camisa manga larga azul claro tipo Columbia (identificada en el pecho con el lema “Hay un camino” escrito sobre una bandera tricolor ondeante y en la espalda con el peculiar nombre Caprilito escrito en letra corrida) y su correspondiente gorra tricolor. Como sacado de Las metamorfosis de Ovidio, su parecido con el ex-candidato presidencial, Enrique Capriles Radonski, es tal que uno de los estudiantes se atrevió a preguntar con mucha seriedad: “¿Será que es el doble de Capriles?”
¿Qué motivó la reacción tan furibunda y soberbia de Caprilito? El hecho de que los estudiantes y el profesor le dijeran, de una manera muy respetuosa pero atrevida, que no era conveniente que se acercara a las actividades que ellos estaban realizando porque él y el grupo de personas que lo acompañaba estaban abiertamente identificados con una tendencia político-partidista y eso le daría argumentos al gobierno para seguir acusándolos de que el paro indefinido de FAPUV y las universidades autónomas es político y desestabilizador, producto de una agenda político electoral de los sectores de ‘ultraderecha’, “dirigida por el fascista de Leopoldo López” (Héctor Rodríguez, Ciudad CCS, viernes, 28 de junio, 2013). Caprilito, indignado por tal acusación, lanzó una última amenaza antes de irse: “Si quieren me voy, pero me llevo a mi sociedad civil, a ver qué van a hacer”.
Su insistencia en la importancia que juega en la lucha universitaria la llamada “sociedad civil” con la cual se identifica —al punto de que la primera no sería nada sin la segunda— nos lleva a preguntarnos ¿qué es la sociedad civil exactamente? Según María Colmenares (El contexto de la sociedad civil en Venezuela: Clarificación conceptual, evolución, situación actual y desafíos. Caracas: Edición Nueva Sociedad):
Su insistencia en la importancia que juega en la lucha universitaria la llamada “sociedad civil” con la cual se identifica —al punto de que la primera no sería nada sin la segunda— nos lleva a preguntarnos ¿qué es la sociedad civil exactamente? Según María Colmenares (El contexto de la sociedad civil en Venezuela: Clarificación conceptual, evolución, situación actual y desafíos. Caracas: Edición Nueva Sociedad):
En Venezuela, como en otros países de América Latina, el constructo ‘sociedad civil’ nace históricamente por contraste y oposición al Estado Nacional. Los contenidos asignados a esta palabra en este país expresan, además, un profundo rechazo a los partidos políticos que se erigieron en los intermediarios únicos entre el Estado y la sociedad (2000: p. 30).
Podría pensarse que Colmenares está emitiendo un juicio de valor muy personal al decir que el término implica un “profundo rechazo” a las organizaciones con fines políticos, pero su definición se puede respaldar con el artículo 296 de la Constitución de la república bolivariana de Venezuela, que da rango constitucional al vocablo:
El Consejo Nacional Electoral estará integrado por cinco personas no vinculadas a organizaciones con fines políticos; tres de ellos o ellas serán postulados o postuladas por la sociedad civil, uno o una por las facultades de ciencias jurídicas y políticas de las universidades nacionales y uno o una por el Poder Ciudadano (Art. 296).
De esta manera, la constitución venezolana coloca a la sociedad civil en oposición a la sociedad política y la aproxima más bien a las universidades nacionales y al poder ciudadano. Podríamos asumir entonces que, desde el punto de vista estrictamente teórico, Caprilito está equivocado al emitir su arrogante amenaza, pero desde una perspectiva más práctica, ¿acaso tendrá razón Caprilito al decir que los estudiantes —y por extensión implícita, toda la comunidad universitaria— no son nada sin la sociedad civil, erróneamente interpretada por él como una forma más elegante de definir a las organizaciones políticas, sean éstas de oposición u oficialistas?
Al menos tres aspectos concretos parecen sugerir que Caprilito tiene razones para decir lo que dijo: el primero, uno de los acuerdos logrados en la Asamblea de APUCV el miércoles 26 de junio de 2013 (“Incorporar a la Iglesia, Empresarios, ONG´S, Partidos Políticos, Parlamento, entre otros a la lucha por la Universidad Venezolana, esto debería concretarse en la Marcha Nacional Universitaria a realizarse el día sábado 29/06/2013; siempre bajo la conducción de la legítima dirección de los universitarios”), el segundo, la Gran marcha “Venezuela defiende su universidad” del sábado 29, donde las organizaciones políticas marcharon “en apoyo a las universidades”, pero mostrando pancartas y lemas más cercanos a sus lemas partidistas que a la causa universitaria; y el tercero, la cobertura tergiversada de los medios tradicionales nacionales. Por ejemplo, en la versión digital de El Universal del viernes 28 de junio, (http://www.eluniversal.com/nacional-y-politica/130628/oposicion-marchara-desde-plaza-venezuela-hasta-la-avenida-victoria), se puede leer el siguiente titular: “Oposición marchará desde Plaza Venezuela hasta la avenida Victoria”, con el subtítulo “Otra marcha para defender la política educativa del Gobierno partirá de la Plaza Morelos y finalizará en la Plaza Diego Ibarra”. ¿Dónde quedaron en estos titulares los miembros de la comunidad que integra las universidades autónomas, los gremios que representan a profesores y empleados, la federación de Centros Universitarios?
Otro ejemplo: durante la marcha, el político Ramón Muchacho, candidato a alcalde del Municipio Chacao, publicó una foto en su cuenta Twitter en la que aparece el profesor Tomás Guardia, de la Escuela de Ciencias de la UCV —vestido con su elegante atuendo académico de toga y birrete, medallas y botones— y hace el siguiente comentario: “Este líder universitario pide a los partidos ocultar sus símbolos. Es esta la posición de los universitarios?” El profesor Guardia escribió una excelente carta abierta en respuesta a dicho comentario con amenazada solapada, tan arrogante como los de Caprilito, explicando las razones de su solicitud y defendiendo su postura desde un punto de vista académico, institucional y ético. No obstante, el verdadero problema aún persiste en el ambiente: la presencia de políticos de oficio, sean de izquierda o de derecha, proletarios o burgueses, rojos o multicolores, siempre desvirtuará la verdadera causa de las actividades que los universitarios queramos desarrollar y dará argumentos al gobierno para desacreditarla, criminalizarla y descartarla por completo.
Eso trae a la mente otro de los tristes argumentos de Caprilito durante la concentración en Chacaito: ante la insistencia de los estudiantes y el profesor para que se quitara la gorra y la camisa de político y se quedara en franela, el intolerante respondió: “si yo estuviera vestido de rojo, está bien, sácame a patadas de aquí, pero no, pana, yo estoy con ustedes”. ¿Cómo se puede entender esta joya de comentario? Como que según Caprilito, y muchos como él, la sociedad civil no solo es política —contradiciendo así el concepto constitucional de la misma—, sino que además está dividida en categorías binarias del tipo nosotros/ellos, buenos/malos, derecha/izquierda, caprilitos/rojitos.
Para intentar superar esta división radical que caracteriza a la política venezolana vale la pena aplicar un proceso de deconstrucción, entendido por Jonathan Culler como una crítica de las oposiciones jerárquicas que han estructurado el pensamiento occidental, mostrando que éstas no son naturales ni inevitables, sino más bien una construcción producida por discursos que se apoyan en ellas y que, por ende, pueden ser desmanteladas y reinscritas para hacer evidentes entre ellas diferencias menos contundentes e incluso puntos en común.
Por ejemplo, tenemos que ser capaces de reinscribir a la comunidad universitaria unida y bien cohesionada entre las categorías políticas irreconciliables de oposición/gobierno. Si no logramos capitalizar nuestro rol de categoría problemática ubicada en medio (ergo, mediadora) de un sistema político maniqueo que ha caracterizado a nuestro país desde que se instauró la democracia en 1958 (nótese que no hago diferencia entre cuarta o quinta república, pues en el sentido estricto de las categorías binarias, no ha cambiado el panorama), corremos el riesgo de ser utilizados, bien sea por la categoría privilegiada (gobierno) o por la categoría menos privilegiada (oposición) dentro de dicho sistema.
Como categoría que resulta de la deconstrucción de este sistema osificado, la universidad debe exigir que no se malinterprete a la sociedad civil como un eufemismo que reemplace el concepto de partidos políticos, pues eso la encierra en el sistema maniqueo que tanto daño le ha hecho a este país. No tenemos nada en contra de la sociedad civil, siempre y cuando ésta se presente como tal y no envuelta en atuendos político-partidistas. Si de verdad la sociedad civil quiere apoyar a los universitarios —y no lo pongo en duda en el caso de padres, familiares, vecinos y amigos de quienes pertenecemos a la comunidad universitaria: estudiantes, profesores, empleados administrativos y obreros— entonces tiene que comenzar a quitarse sus uniformes políticos, cualquiera que estos sean, y vestirse de universidad o, más auténtico aún, vestirse de pueblo unido por una causa común: la universidad.
El éxito de nuestra lucha depende de que la universidad esté en el centro de la discusión, no subordinada a proyectos políticos de otra índole. No debemos permitir que otros pretendan protagonismos paralelos que sólo logran desvirtuar la intención original del conflicto: el reconocimiento de nuestros gremios oficiales por el gobierno, para que puedan discutir como partes iguales las leyes de homologación que permitirán establecer el aumento que los profesores universitarios merecemos para llevar una vida con dignidad mientras formamos a los profesionales que en el futuro inmediato tomarán las riendas de este país y lo ayudarán a avanzar con paso firme; presupuestos justos de una vez por todas para nuestras casas de estudio; defensa de la autonomía universitaria contra la amenaza de imposición de normas inconsultas e inconstitucionales; providencias estudiantiles; y “el respeto a todas las corrientes del pensamiento”, como bien lo dice la Constitución de la república bolivariana de Venezuela en su artículo 102, el mismo que reza que “la educación es un derecho humano y un deber social fundamental”, y que el gobierno, no las universidades, se empeña en desconocer al aplicar cercos presupuestarios y sueldos de hambre a las instituciones autónomas que permanecen de pie, nunca de rodillas.
La sociedad civil puede y debe ayudarnos a honrar nuestro rol de categoría problemática y protagónica dentro de la sociedad venezolana, pero su apoyo no debe poner en riesgo nuestra lucha universitaria, académica, gremial, estudiantil y política, sí, pero no partidista, caprilista, madurista, capitalista, socialista, golpista o chavista. La sociedad civil no debe asumir nuestra lucha como una oportunidad para realizar ella nuestra tarea de deconstruir el sistema establecido, sino que debe hacer suficiente presión para que la balanza se incline hacia nosotros, en el centro de las categorías binarias, y no hacia ninguna parcialidad política en alguno de los dos extremos.
Como bien lo ilustraba recientemente una pancarta enarbolada en las multitudinarias manifestaciones que la sociedad civil y los sindicatos brasileños están llevando a cabo sin que los políticos puedan robarles protagonismo: “DIREITA? ESQUERDA? EU QUERO É IR PARA FRENTE” (¿DERECHA? ¿IZQUIERDA? YO LO QUE QUIERO ES IR HACIA ADELANTE). Más allá de que los conceptos de derecha e izquierda sean constructos socio-políticos e incluso filosóficos que el sistema establecido maneja a su antojo y conveniencia, nuestro rol de mediadores nos exige lograr la convivencia, negociación e interacción dentro de nuestra sociedad venezolana, pero no podremos hacerlo si decidimos pactar abiertamente con una de las partes y declararnos enemigos de la otra. Tenemos que apropiarnos del lema de la lucha brasileña y reivindicar nuestro lugar, no del lado derecho o del lado izquierdo de las categorías binarias, sino justamente en el centro del constructo, la posición de aquellos que van siempre hacia adelante y que en el devenir brindan a Venezuela educación de calidad, profesionalismo, investigación, creación, ética y progreso.
Bienvenida sea la sociedad civil a la causa universitaria, pero la que está consagrada en la constitución venezolana junto a las universidades y el poder ciudadano, no la que suelen malinterpretar y manipular a su antojo los políticos de oficio, porque la universidad no se vende a las ideologías de turno, su rol es mucho más trascendental y noble que el de cualquier política maquiavélica, venga esta de la derecha o de la izquierda.
Reygar Bernal
29/6/2013
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