Nelson Mendez
* Texto de la
intervención en el “Foro sobre la Universidad Autónoma y Sostenible”, realizado
en la Escuela de Psicología de la Universidad Central de Venezuela el
19/07/2013.
Buenas tardes y mi
agradecimiento a quienes organizan este evento por permitirme la oportunidad
para exponer de viva voz algunas reflexiones sobre ciertos temas vinculados a la
controversia que el actual conflicto ha reactivado, en torno a qué debe ser la
educación universitaria en Venezuela. En tal sentido, y dentro de lo que se
puede en los 20 minutos disponibles, tocaré aspectos a mi parecer claves, pero
que se están dejando de lado. Además, bosquejaré algunas ideas para avanzar
hacia la utopía posible de la universidad autónoma y autogestionada, propuesta
de transformación que surge desde el anarquismo, visión filosófica, política y
social con la cual me identifico.
Alma
Mater o alma rentista
Un tópico fundamental
que nada o muy poco se ha asomado en las recientes disputas académicas criollas
es el de la vinculación entre la universidad y el rentismo petrolero.
Como ha ocurrido con
todas las instituciones del país, el desarrollo cuantitativo y cualitativo que
pudo tener la educación superior desde mediados del siglo XX se fue haciendo
cada vez más tributario de la consolidación de una sociedad cuya dinámica ha
girado en torno a los vaivenes del ingreso petrolero, donde la universidad ha
justificado su condición de receptor de recursos porque contribuye a una
relativa movilidad social ascendente, a través de la formación masiva de
profesionales que son la base de una “clase media” que recibe su tajada de la
renta a cambio de contener la protesta social y servir de ilusión justificadora
al orden imperante.
Por cierto que no ha
dejado de haber ideas y acciones en busca de superar ese rol subalterno como
ornamento de la modernidad y mecanismo para que algunos accediesen a sus
beneficios, papel que habiéndose anunciado con la construcción de la Ciudad
Universitaria de Caracas entre los años ‘40 y ’50, se manifiesta plenamente
después de 1958, con la democracia puntofijista, desde la cual por un lado se
apadrina la explosión de crecimiento cuantitativo de las décadas siguientes, y
por el otro se ahogan los esfuerzos por hacer de la universidad algo que no
fuese prioritariamente una incubadora de titulados satisfechos y
semi-ilustrados.
Esa función de
máquina reproductora de ilusiones de movilidad social y de conformismo para
integrarse en una sociedad que parasita de los hidrocarburos, se ofrecía con el
calificativo de “democratización del ingreso a la universidad”, en términos que
son en esencia muy similares a lo que hoy se cobija bajo el remoquete de
“inclusión social”. En tales circunstancias, no es extraño que los partidos
políticos cuya hegemonía depende de la estabilidad del rentismo petrolero
(antes AD y COPEI, ahora el PSUV) procurasen garantizar que la universidad
siguiese así, para lo cual nada mejor que establecer modos de control
burocrático-partidista, previniendo que la autonomía universitaria pudiera ser
un camino por el cual se avanzase a una clase de institución diferente.
Si bien la crisis
económica y política de la década de 1980 debilitó el control que AD y COPEI
habían tenido sobre las casas de estudios superiores, el poder pasó allí a una
burocracia de académicos-gerentes (mucho mas lo segundo que lo primero),
quienes para cimentar su hegemonía no dudaron en entrar por el aro del papel
social ya establecido. Caso parecido es el de la burocracia afiliada al PSUV
que toma las riendas en la mayoría de las universidades a partir de 1999, pues
su discurso y práctica de “construir una educación superior para el pueblo” es
versión burdamente maquillada de la vieja oferta del populismo rentista, con la
única novedad de usar la promesa de “inclusión social” como coartada para
liquidar lo que queda de autonomía universitaria.
Autonomía:
¿pretexto o condición?
El ideal
contemporáneo de autonomía universitaria se ha construido de modo destacado a
partir de experiencias que nacieron en Latinoamérica, con un hito inicial en
Córdoba, Argentina, en 1918. Recoge un aliento que ya animaba a la primitiva
universidad europea del Medioevo, que nace como comunidad libre de estudiantes
y profesores reunidos por la común afinidad en la construcción del saber, que
solo después de una ardua lucha fue sometida a los controles autoritarios del
Estado y la Iglesia. Pero la pertinencia de tal concepto para la actual discusión
no depende solo de la fidelidad a tradiciones históricas, sino que implica un
punto cardinal respecto a la posibilidad de construir una universidad distinta
hoy y aquí.
El bando que en el
debate venezolano actual ha insistido en asumirse como “defensor de la
autonomía” es el que encabeza esa burocracia académico-gerencial ya mencionada
y aún al mando en algunas universidades públicas (ciertamente las más
importantes en lo cualitativo, ya no en lo cuantitativo), con el respaldo
evidente de la oposición electoral que, como de costumbre, busca réditos en su
afán de desplazar al chavismo del gobierno. Para tal burocracia, defender la
autonomía es en última instancia salvaguardar la propia posición en el poder
institucional, pues entienden (¡y tienen razón!) que el ataque oficialista es
una maniobra para desplazarlos por funcionarios académicos sumisos a los
dictados gubernamentales. Aquí lo importante es aclarar que esa visión, que
reduce la autonomía a la preservación de mecanismos viciados y viciosos para elegir
autoridades institucionales, no es la que interesa si en verdad se quiere
avanzar a la construcción de una universidad que piense y actúe positivamente sobre
sí misma y sobre el país.
Que estos
autonomistas de Rectorado en verdad solo se preocupan por la preservación de su
status burocrático, sin pretender cuestionar el modelo de universidad del
rentismo petrolero, se evidencia en lo que ha sido su desempeño en la gestión
institucional en los pasados 20 ó 25 años, donde se las han arreglado para postergar
cualquier propuesta real de cambio, que sin embargo no dejan de mencionarse
sacramentalmente en programas electorales, discursos de orden e informes
finales de comisiones. Por supuesto, nada mejor hay en el bando oficialista,
donde escudándose en la repetición de los mantras de la “inclusión social” y
“la universidad del pueblo, con valores socialistas”, vemos a una caterva de
personajillos que en su momento han sido cabal representación de la burocracia más
gris; en el pasado como universitarios seudo-autonomistas, y de 14 años para
acá como subalternos gozosos del “rodilla en tierra” y la obediencia debida al
autoritarismo supremo y eterno.
Autonomía
y Autogestión
Entonces, ¿por qué autonomía luchar aquí y ahora?... Desde el anarquismo se ha propuesto que por
aquella autonomía que para esta u otras organizaciones sociales deriva de la
autogestión.
En un trabajo en coautoría con el Prof. Alfredo Vallota
(publicado en 2006), nos referíamos a la autogestión como un modelo
organizacional que busca «romper con las tradicionales pautas de dominio
jerárquico dentro de las instituciones, propugnando una distribución horizontal
del poder, que conlleva un incremento de la participación y compromiso de los
individuos con la tarea colectiva y un ejercicio de la libertad responsable.» O
dicho de un modo conceptualmente más preciso: «la autogestión es un proyecto o
movimiento social que, aspirando a la autonomía del individuo, tiene como
método y objetivo que la empresa y la economía sean dirigidas por quienes están
directamente vinculados a la producción, distribución y uso de bienes y
servicios. Esta misma actitud no se limita a la actividad productiva de bienes
y servicios sino que se extiende a la sociedad entera, propugnando la gestión y
democracia directa como modelo de funcionamiento de las instituciones de
participación colectiva.»
Siendo así, ¿cómo caracterizar a la universidad
autogestionaria? Repitamos lo que al respecto ha dicho el Prof. Ángel
Cappelletti:
«- La universidad
autogestionaria debe ser autónoma, es decir independiente del poder político y
del Estado, cualquiera que sea. Pero debe ser igualmente independiente del
poder económico y en ningún caso puede ser concebida como una empresa ni
financiada por el capital privado. Es evidente que no puede ser órgano
pedagógico de una iglesia u organización religiosa, ni aceptar un credo o
profesión de fe, un libro sagrado, una autoridad que defina la verdad dogmática
y moral.
- La universidad
autogestionaria debe ser gratuita y abierta a todos por igual.
- La universidad
autogestionaria debe estar regida por la comunidad de los profesores y los
estudiantes y no puede admitir ninguna intervención exterior, ya provenga del
Estado mismo, ya de las fuerzas de presión, ya de los partidos políticos. Para
ello es preciso que genere órganos capaces de neutralizar esa intervención
foránea y que produzca inclusive lo que podríamos llamar "anti-lideres".
- La universidad
autogestionaria se constituye en un centro de contestación permanente de la
sociedad global, pero, ante todo, de sí misma. Estudiantes y maestros critican
de un modo continuo, madura y responsablemente, tanto la forma como el
contenido de la investigación y del proceso enseñanza-aprendizaje.
- La universidad
autogestionaria se basa en una estrecha vinculación de la tarea investigativa
con la docente. Más aún, puede decirse que tiende a identificar la docencia con
la investigación, partiendo del supuesto de que el momento esencial en la
formación del estudiante es buscar la verdad y crear saber más que recibir
conocimientos pasivamente.
- Como consecuencia
de todo ello, la universidad autogestionaria suprime exámenes, calificaciones,
premios y castigos académicos, etc., reflejo y fruto de la competencia
capitalista y de la lucha a muerte por el dinero, y promueve entre los
estudiantes el sentido de la aventura, la fascinación del descubrimiento, la
sed del saber por el saber mismo y el gozo de la creación. Los exámenes son
sustituidos por la evaluación que el grupo hace de sí mismo y por la mutua evaluación
de sus componentes.»
Universidad y Utopía
Ahora bien, ante tal proyecto de universidad libertaria
suele esgrimirse como objeción el calificativo de “utópico”, en el desdeñoso
sentido de delirante o irrealizable, ante lo cual el Prof. Silvio Gallo ha
respondido que ciertamente es utopía, pero vista como un ideal que incentiva y
orienta la búsqueda, los planes y la construcción de alternativas. Dice Silvio
Gallo: «Trabajar con la idea de una utopía de universidad libertaria es
esencialmente reflexionar y discutir las bases de una educación libre y
liberadora, de cómo esa educación se comportaría en el ámbito académico, para
con eso, construir todo un proyecto de universidad, delinear los contornos de
una realidad que será el objetivo de un extenso trabajo social. No sería ningún
devaneo perdido en el limbo.»
En tanto comparto lo
que dice, continuaré citando a este autor brasileño: «La universidad libertaria
deberá ser el local de distribución social de la verdad. Así no se puede
concebir que solo tengan acceso a ella algunos pocos privilegiados:
probablemente no será posible que toda la sociedad tenga acceso directo a ella,
es por eso que deben ser pensadas formas alternativas de contacto. La Universidad debe ir a donde el pueblo está.
Los conocimientos deben ser revertidos para toda la comunidad. En fin, el
objetivo más importante de la universidad libertaria es: formar mujeres y
hombres libres. Esa será la función primordial y principal de la universidad,
de la cual depende la estructura social. Y debemos tener en mente que… formar
mujeres y hombres libres significa formar personas que asuman su libertad y se
dediquen a trabajar en pro de la sociedad, a favor de la libertad de todos. La
función de la universidad será liberar a la sociedad del yugo de la dominación
por el saber y ayudar al trabajo social en el sentido de superar cualquier
forma de opresión.» Cierro la cita apuntando que para Gallo, como para mí, ese
objetivo es del todo válido hoy, ante la crisis de la universidad capitalista
privada o de Estado, y no tiene porqué postergarse para un futuro
indeterminado.
Pienso que solo la unión entre autonomía y autogestión
hará viable una universidad cuyo objetivo sea la producción, difusión y el goce
del conocimiento en un ambiente propicio para pensar, debatir y experimentar
con libertad; esto solo es posible cuando se construye como entidad ajena al
control opresivo de cualquier instancia de poder jerárquico institucionalizado,
llámese Estado, Iglesia o empresa capitalista. En la situación venezolana
actual, solo enrumbándonos hacia esa clase de autonomía será factible ir a una
universidad que, para sí misma y para el país, encuentre modos de contribuir a superar
los hechizos con los que desde hace tantas décadas nos adormece el rentismo
petrolero.
Referencias
° “Anarquismo y Universidad” (2011). Dossier
con 24 artículos sobre el tema (incluyendo los citados de A. Cappelletti y S.
Gallo), accesible en sección “textos” de la web de El Libertario www.nodo50.org/ellibertario
° N. Méndez y A. Vallota (2006). “Utopía colectiva
y autonomía individual: la perspectiva anarquista de la autogestión”,
accesible en sección “textos” de la web de El Libertario
www.nodo50.org/ellibertario
www.nodo50.org/ellibertario
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