Gabriela Moncau
Traducción: Mariana Petroni, Erneneck Mejía y Joana Moncau
Sao Paulo, Brasil. Si a mediados de mayo alguien hubiera
dicho lo que pasaría al mes siguiente, probablemente lo llamarían loco.
Millones de personas fueron a las calles como hacía dos décadas no se veía.
Multitudes enfrentaron a la Policía Militar (PM), con detenciones políticas y
heridos en todas las ciudades del país. Ocupaciones, bloqueos de las
principales carreteras de Brasil, decenas de manifestaciones diarias en las
calles, trasportes públicos liberados de pagos, incendios en las casetas de
cobro, ataques a los edificios de la clase política, clases públicas, revueltas
alrededor de los estadios, todo en plena Copa de las Confederaciones.
En Porto Alegre (Rio Grande do Sul), el cabildo está tomado
desde el 10 de julio por el Bloque de Luchas por el Trasporte Público, que
reivindica hacer públicas las cuentas de las empresas de transporte urbano,
como también el transporte gratuito (pase libre) para estudiantes y desempleados,
además de que el transporte sea 100 por ciento público.
En la ciudad de Río de Janeiro la asamblea legislativa fue
incendiada. Centenares de personas hicieron un campamento frente a la casa del
gobernador del estado, Sérgio Cabral, del Partido del Movimiento Democrático
Brasileño (PMDB), y se quedaron ahí por 11 días, hasta ser reprimidos
violentamente por el Batallón de Choque de la Policial Militar.
El día 30 de junio, de un lado del muro del estadio Maracanã
– cuyo consorcio pasará a manos de las empresas Odebrecht, AEG e IMX, de Eike
Batista – las selecciones brasileña y española disputaban el título de la Copa
de las Confederaciones. Del otro lado, 8 mil personas – bajo bombas de gas
lacrimógeno y balas de goma de la Policía Militar y la Fuerza Nacional –
protestaban contra el Mundial de 2014 y los excesos de la FIFA.
El 2 de julio, 6 mil habitantes de las favelas del complejo
de la Maré bajaron hasta la avenida Brasil en repudio a la matanza de diez
personas por el Batallón de Operaciones Especiales (BOP) la semana anterior, en
represalia al conflicto que habría ocurrido durante las manifestaciones contra
el aumento de la tarifa del trasporte público. Entre los días 12 y 14 de julio,
el Encuentro Popular sobre Seguridad
Pública y Derechos Humanos reunió a movimientos sociales y habitantes de
regiones ocupadas militarmente y exigió el fin de la Policía Militar como una
de sus demandas principales.
En Brasilia, 35 mil personas ocuparon la Explanada de los
Ministerios, el techo del Congreso Nacional también fue ocupado por
manifestantes, y fueron lanzadas bombas molotov al edificio Itamaraty, donde se
encuentra el Ministerio de las Relaciones Exteriores. Decenas (sino es que
centenas) de miles salieron a las calles en las ciudades de Bello Horizonte,
Vitoria, Fortaleza, Goiás, Aaracaju, Belém y la lista continua.
La chispa que comenzó el incendio fueron las luchas contra
el aumento de los precios del transporte público impulsadas principalmente por
el Movimiento Pase Libre (Movimento Passe Livre o MPL por sus siglas en
portugués). Desde que comenzó
la ola de protestas, el precio del autobús se bajó en Aracaju, São Paulo, Rio
de Janeiro, Campo Grande, Natal, Porto Alegre, Recife, Curitiba, Ponta Grossa,
Natal, Cuiabá, Goiânia, João Pessoa, Manaus, Vitória, entre otras decenas de
ciudades. La ciudad de Paulinía (a 119 kilómetros de São Paulo) fue la
primera, desde junio, en adoptar la tarifa cero en el trasporte público urbano.
En São Paulo, los muros de la ciudad estas tatuados de
pintas con “R$3,20 es un robo” y “El pueblo despertó”. Quien pasa frente al
edificio del gobierno municipal ve los vidrios rotos y maderas cubriendo las
puertas. ¿Para qué cambiarlos? Posiblemente serán rotos nuevamente en breve.
En esta misma ciudad se hicieron seis movilizaciones a lo
largo de 13 días, hasta que el gobernador Geraldo Alckmin, del Partido Social
Demócrata Brasileño (PSDB) y el presidente municipal del Partido de los
Trabajadores (PT) tiraron la toalla. El 19 de junio, en cadena nacional y con
una impagable cara de derrota, los dos anunciaron la reducción de los precios
del autobús y del metro de R$3,20 (1,4 dólares) para R$3 (1,3 dólares), una
reducción de alrededor del 6 por ciento.
El cambio de rumbo generado por las movilizaciones tal vez
haya sido el jueves 13 de junio. Helicópteros circundaban la región del Teatro
Municipal, en el centro de la ciudad, donde estaba convocada una manifestación
a las 5 de la tarde. Los comercios estaban cerrados y las editoriales de los
principales periódicos ya habían preparado el escenario para legitimar un baño
de sangre.
La Policía Militar se posicionó en las salidas de los Metros
de la región y revisaba a los que tenían aspecto de ser manifestantes.
“¿vinagre en la mochila? Está preso” Sí, cargar un producto para mitigar los
efectos de las bombas de gas lacrimógeno era, ese día, motivo de detención: 40
personas fueron llevadas a la delegación antes de comenzar las movilizaciones.
Se trató de una de las más sanguinarias represiones de los últimos tiempos
contra manifestaciones en la ciudad de São Paulo, el saldo fue de 241 detenidos
y más de 170 heridos.
En las también violentas movilizaciones de dos días antes,
13 personas habían sido presas, de las cuales 10 fueron acusadas de
pandillerismo, crimen sin derecho a fianza. Sólo fue posible sacarlos de la
cárcel un día después. Todos ellos continúan acusados, algunos con
condicionantes para mantener su libertad.
El lunes 17 de junio, el país paró. En São Paulo, alrededor
de medio millón de personas paralizaron las principales avenidas de la ciudad
(como la Marginal Pinheiros, Faria Lima, ponte Estaiada, Berrini, Paulista,
Consolação y Brigaderio Luís Antônio). Lo mismo que en cientos de ciudades por
todo Brasil.
¿Qué carajos está pasando en Brasil? (¿Que caralhos tá acontecendo no Brasil?)
¿Qué es diferente en este proceso de luchas a otras en este
último periodo en Brasil? Cuestionado, el filósofo Paulo Arantes, (uno de los
invitados por el Movimiento Pase Libre para dar una clase pública frente al
palacio municipal a finales de junio), sonríe y se recuesta en el sillón: “¡No
se!” La respuesta exacta nadie la sabe, sin embargo es posible hacer algunas
hipótesis, así como las particularidades de esta jornada de luchas
El trabajo de base
“Antes de otra cosa, es necesario decir que las cosas no
comenzaron de la nada. Tenemos una cultura de movilizaciones autónoma y esto
significa la búsqueda por el empoderamiento de las personas, de modo que no
solamente ellas se sientan parte de la lucha, sino también con el potencial de
reproducirla sin necesitar de nosotros” dice Mayara Vivian, integrante del
Movimiento Pase Libre, en 2005. “Y esto lo hacemos con mucho trabajo de base,
visitando las escuelas y los lugares más marginados de los barrios, en contacto
con las asociaciones barriales y otro tipo de movimientos sociales, un trabajo
de hormiguita que muchos no ven, ni necesitan ver”, Mayara termina analizando
que desde el comienzo del movimiento, las movilizaciones han aumentado año con
año.
El aliento corto
Para Lucas Monteiro, también integrante del Movimiento Pase
Libre en São Paulo, el hecho de que las movilizaciones hayan sido de manera
continua en un corto periodo de tiempo fue un factor determinante. “Surgió esa
idea para, efectivamente, parar la ciudad en un aliento corto, a partir del
trabajo cotidiano y de las discusiones que hacemos con diferentes sectores, y
también de la observación que hicimos de experiencias que han tenido éxito en
detener el aumento en otras ciudades”.
En 2011, la lucha en São Paulo contra el aumento de R$2,70
(1,20 dolares) para R$ 3 (1,3 dolares) en la gestión de Gilberto Kassab, del
Partido Social Democrático (PSD), también tuvo grandes dimensiones y alcanzaron
protestas de 15 mil personas con acciones como las del encadenamiento del
palacio municipal. “En 2011 conseguimos acabar con la popularidad del
presidente municipal, realizar escraches, llamar la atención, no obstante,
haciendo actos semanales, evaluamos que no era suficiente, que teníamos que ser
más radicales”, dice Mayara.
La radicalidad de las movilizaciones
Priorizar el ataque a la circulación fundamental de
mercancías y personas en la ciudad y no necesariamente a símbolos, “percibimos
la necesidad de radicalizar nuestras movilizaciones al final de la lucha de
2011, cuando cerramos la avenida 23 de mayo”, recuerda Mayara. “Vimos que si no
amenazamos realmente al Estado, no resulta nada, que no sirve movilizarse con
10 mil personas solamente para darle la vuelta al centro”. Para ella, el radicalismo
de las manifestaciones se “retroalimentó, porque siguió una radicalidad por
parte de la población, que asistió perpleja a la represión y quedó tan
enfurecida que dejó de ver problemas en cerrar las calles y hacer barricadas. “Fue la primer vez que detuvimos el aumento
en los precios del trasporte en São Paulo”, afirma Lucas. “Siempre supimos que
cuando consiguiéramos un movimiento de grandes proporciones que detuviese São
Paulo, que es el centro económico y político del país, esto se ampliaría al
resto de Brasil”, defiende.
La disposición de correr riesgos
Para la socióloga Silvia Viana, autora del libro “Rituais de
sofrimento”, no es la cantidad de personas que tomó las calles la que hace
diferente esta jornada de las que la preceden. “Demandas no faltan, adhesión y
formas innovadoras de acción política tampoco. Sin embargo, las diversas causas
no encontraban quien se arriesgara por ellas, lo que Paulo Arantes nombró, en
una entrevista reciente, como ‘protestas sin compromiso’. Acciones políticas
que se limitan a afirmar: ‘no en mi nombre’”, opina.
No obstante, en el proceso que viene ocurriendo actualmente
invierte esta lógica: “se posicionan en la calle con una exigencia: ‘hagan
exactamente eso y en mi nombre’ “Es por esto que colocaron sus nombres y sus
cuerpos en riesgo, a lo largo de una jornada de protestas que enfrentó carros y
un perro aparato represivo, la cual no terminaría hasta que el precio del
trasporte público se derogara o sus cuerpos fueran atropellados – por unos o
por otros”, caracteriza Viana.
En la conferencia pública frente al palacio municipal de São
Paulo el 28 de junio, Paulo Arantes se basó en el artículo de Malcolm Gladwell
“A revolução não sera tuitada”, para defender la tesis de que en el activismo
de alto riesgo encontramos un fuerte toque de camaradería, “como transposición
política de la figura del amigo”, un fuerte vínculo que sólo puede ser
construido presencialmente.
“Hubo resistencia a los ataques de la policía. ‘¿Tenemos que
ser golpeados, perder siempre? ¿Por qué no respondemos? Piedras, molotovs,
interrupción de tránsito. Los golpearon un chingo, pero en la próxima había
más, y de nuevo, ahí se coció el arroz”, reflexiona Arantes.
“Tal vez ahí haya alguna diferencia”, apuntó el filósofo,
recordando la revuelta popular de Budapest en 1956 contra las políticas del
gobierno comunista de la República Popular de Hungría y de la Unión Soviética.
En esa ocasión, miles de estudiantes se manifestaron frente al parlamento y una
delegación que intentó entrar en el edificio de radio para trasmitir sus
demandas fue detenida. La manifestación afuera exigía la libertad de la
delegación cuando fueron atacados por las autoridades de Protección de Estado.
Las noticias fueron propagándose y la revuelta se replicó por todo el país.
“La primera cosa que hicieron en Budapest fue organizar un consejo,
democracia directa, como la Comuna de París. Duró 10 días hasta que los tanques
acabaron con todo. Entonces Hannah Arendt dijo que no tenía explicación, la
explicación es que es una resistencia de uno, dos, que es riesgo. Es una
explosión de autonomía popular”, define Arantes.
Líneas sobrepuestas
El proceso político por el que pasa el país ya rebasó una
serie de umbrales. Para Paulo Aranates, uno de ellos es el de ser posible
concebir, “en el centro de esas manifestaciones, la multiplicación de colectivos
en los que el fuerte vínculo de correr riesgos reales ha sido eficazmente
movilizado”
Otro es sobre la idea de movilizaciones en la calle: “se
desmanteló, prácticamente, el mito pos dictadura según el cual vivimos en un
Estado democrático de derecho. Esto, que se traduce en Brasil como ‘Estado
oligárquico de derecho’, vale solamente para arriba, pues ‘para abajo’ se tiene
apenas el derecho penal y social.
En este escenario, la política es confinada a lo que llamó
de ‘chiquerito’ del orden jurídico: “Se tolera el derecho de libre
manifestación, siempre que esté dentro de los límites definidos y rutinarios de
lugar y la hora marcada”, argumenta el filósofo.
Temas políticos se transforman en asuntos centrales en la
boca de todos. Manifestación en la calle, al contrario de ser mal vistas bajo
el discurso de que se atenta el derecho de ir y venir, hoy son legitimados por
la población de manera general. La sensación de obtener victorias por medio de
luchas en la calle también es algo que las nuevas generaciones habían
experimentado poco. “Mira, yo tengo más de 50 años observando y es la primera
victoria de la que me acuerdo haber visto que se ganó realmente en las calles,
sin negociaciones en lo oscurito”, afirma Paulo Arantes. “creo que eso en los
colectivos que entraron en esta lucha, fue lo que hizo hervir la sangre de
manera diferente, esa es la nueva sensación, por primera vez se ganó.
Gobernadores, presidentes municipales, fueron capturados…”
El final del tabú de la Copa del Mundo. Sirvió de poco el
patético vídeo de Pelé avisando “a los brasileños para que no se confundan”:
“Vamos a olvidar todo ese alboroto que está pasando en el país, esas
manifestaciones. Vamos a pensar que la selección de Brasil es nuestro país, es
nuestra sangre”.
“Esto también es una novedad y es un fenómeno muy
significativo. Copa del mundo es un fenómeno de unión nacional. Selección,
fútbol, son intocables”. Puntualiza Arantes. “Se trata de algo absolutamente
anti patriótico sabotear una Copa de las Confederaciones. Si fuera en la
dictadura serian fusilados. Sin embargo, la sabotearon. ¿Cómo explicar esto?
Esta es otra historia”, dice. “El hecho es que aun con alto y bajos, porque las
personas se cansan, la pasta de dientes fue abierta. Y no hay como la pasta
volver a entrar. Va a tener altos y bajos, sin embargo será retomado en el
primer conflicto, no se sabe en qué dirección”, observa.
En entrevista a diario Globo, el sociólogo catalán Manuel
Castells defendió que las protestas en Brasil son un punto de inflexión por ser
un movimiento contra el monopolio del poder y también “contra el crecimiento
económico que no cuida de la calidad de vida en las ciudades”. Son contra, por
tanto, “el mantra neo desarrollista de América latina”. “La ideología del
crecimiento, como solución para los problemas sociales, fue desmitificada”,
completa.
La segunda parte…
Tras el 17 de junio, cuando la ola de manifestaciones que se
difundió por el país adquirió un carácter masivo (pasando de decenas de millares a centenas de
millares de personas en las calles), las demandas presentadas también pasaron a
tener carácter más heterogéneo. Al mismo tiempo, en muchas ciudades las
reivindicaciones primeras y más objetivas por la reducción de la tarifa del
transporte público fue alcanzada. Temas
como la crítica al Mundial de Fútbol, la corrupción, en contra de los
gobernantes de un modo general, de proyectos de ley que precian la “cura gay”,
en contra de los medios hegemónicos, entre otros, son algunas demandas que se
estamparon en las pancartas llevadas a las calles.
El sociólogo catalán Manuel Castelle, en entrevista
concedida al periódico Globo, opinó que “el espacio público reúne a la sociedad
en su diversidad”, incluyendo “derecha, izquierda, locos, soñadores,
activistas, burladores; raro sería que hubiera legiones ordenadas por una única
bandera y lideradas por burócratas partidarios. Trátase del caso creativo y no
del orden preestablecido”.
La expansión de las demandas y el “peligro de la derecha”
En el día 20 de junio, luego del anuncio de la reducción de
la tarifa en las dos metrópolis brasileñas, Rio de Janeiro y Sao Paulo, las
calles fueron tomadas una vez más. Fue un día en que se esperaba una gran
conmemoración, pero parte significativa de los activistas de izquierda
volvieron a casa con aires de preocupación. No fueron pocos los casos de
agresiones en contra de militantes de partidos políticos y de integrantes de
movimientos sociales que tuvieron incluso sus banderas quemadas, sufrieron
ataques físicos por parte de grupos nazistas y había banderas de Brasil y gente
cantando el himno nacional por todas las partes.
Para Lucas Monteiro, del Movimiento Pase Libre (MPL), uno de
los principales movimientos que ha convocado las protestas en el país, esa
situación “es más sintomática de una izquierda que ya no hace trabajo de base,
de que existe el riesgo de un golpe por parte de la derecha organizada para
dominar las movilizaciones, pero no el riesgo de un golpe de Estado, como
muchos hicieron creer. No ayuda en nada entrar en pánico ahora e intentar
articularse para decir: ‘Mira, la izquierda está en las calles’. No se trata de
eso. Es necesario volver a organizarse, a hacer trabajos de base. En los
últimos periodos la izquierda optó por hacer negociaciones en lugar de
contestar y ello acabó por paralizarla”, analiza.
En un artículo en el periódico Correio da Cidadania, Roberto
Leher, profesor de la Facultad de Educación de la Universidad Federal de Rio de
Janeiro, argumenta que “los intelectuales y propagandistas del gobierno
hicieron eco a la tesis del Golpe de la Derecha que supuestamente estaría en
marcha en las calles (lo que justificaba la tesis de la necesidad de unión
nacional entre gobiernos instituidos, empresarios, movimientos sociales,
centrales sindicales y un largo etcétera, en defensa de la democracia), y les
confirió un poder que los pequeños grupos fascistas no tienen”. Para él, haría
falta a esa ultraderecha un “lastro en una clase social fundamental que
disponga de relevancia económica”, pero, sigue, “no existen en Brasil
fracciones de la burguesía relevantes que estén fuera del bloque de poder
gerenciado por el Partido del Trabajo (PT)”.
Cuando a la crítica a los partidos políticos y a la
violencia frente a la presencia de sus banderas en las protestas (en la avenida
Paulista, por ejemplo, una bandera del PT fue rasgada a mordidas), Mayara
Vivian, también integrante del MPL-SP, cree que hay algunos factores que se
cruzan.
En su opinión, hay una pequeña ultraderecha organizada – la
misma que ataca a los homosexuales, que defiende a figuras políticas
ultraconservadoras como el Bolsonaro – que se opone a las manifestaciones de
izquierda y que actuaron de modo oportunista en esa ola de movilizaciones.
Existe también “una mayoría de gente común que, desde mi punto de vista, trae una insatisfacción hacia los partidos
políticos y que lo manifiesta con discursos rasos y a veces termina con
actitudes autoritarias, como la de arrancar las banderas. Y hay la
contrapartida, que es que muchos partidos consideraren que: ‘ o ese espacio
lleva una bandera mía adelante o es de derecha’. Creo que es un momento
importante para que ellos, mismos, en la condición de aliados en las calles,
también se repensaran políticamente”, afirma.
Crítica a la política institucional
Crisis de representatividad. Así muchos definieron la
insatisfacción hacia los gobernantes y a la propia estructura institucional que
despuntó en las protestas a lo largo de todo el país. Lucas no está de acuerdo:
“Una frase representativa significaría que esa gente que salió a las calles
busca representatividad. Ya se presupone cual es la insatisfacción de esas personas
y apuntan para una propuesta de solución que no es la de ellas”. Para el
militante del MPL, la frase es de participación política. “Las personas quieren
participar políticamente. Y la respuesta representativa no necesariamente es
aquella que va a satisfacer esa aspiración. No la está satisfaciendo”, analiza.
“Qué significa la multiplicidad de demandas? Nada menos que
todo”, sintetiza Paulo Arantes, para quien la idea de que es necesario una
única pauta apenas “es cabeza del siglo 20, programa de transición único de uno
sólo partido comunista revolucionario. Nadie más va obedecer la disciplina de
un partido único, ni de una coalición de izquierda. Se acabó la minoridad
política y la vanguardia socialista”.
¿Cómo se explica?: “El fiasco histórico del socialismo
asociado al agotamiento del modelo de masas fondistas. El modelo de las grandes
industrias, las grandes plantas, los grandes partidos, los grandes sindicados,
el Estado. Tenían un modelo fondista norteamericano y un modelo soviético
burocrático. Los dos ya no sirven”, reflexiona el filósofo, resaltando que las
personas siguen “gobernadas, controladas, guiadas, pero de otro modo”.
Para Arantes, la vía es “arriesgar un enfrentamiento, tener
un núcleo con una reivindicación al mismo tiempo utópica (¿transporte gratuito?
¿Eso no existe?), pero que hace a la gente pensar dos veces y empieza a ser
razonable, y a insubordinarse”. Trátase de
organizar/imaginar una ciudad autogestionada, “no es algo tan impensable. Es
revolucionario, pero no se parece con aquel imaginario socialista, con la
dictadura del proletariado, la toma del poder, el partido único, etcétera. Eso
se equivocó, no es más posible discutirlo”, opina y complementa: “es la idea de
una explosión autónoma de democracia que es inmediatamente incompatible con el
capitalismo. Quién sabe y en las próximas olas surja un consejo municipal en
Madrid, en Barcelona, en Sao Paulo? ¿Autogestionado?”, sonreí.
En el artículo “Sin Partido”, el también filósofo, Vladimir
Safatle, critica los análisis que relacionan el rechazo a los partidos a una
vertiente necesariamente conservadora. “El problema no es con la decadencia de
los principales partidos brasileños y mundiales, pero con el modo-partido como un todo, que pierde
con mucha facilidad su función de caja de resonancia de las insatisfacciones
populares y de espacios de creatividad política”. Escribe: “si abandonamos nuestro
miedos, otras formas de organización vendrán”.
Las respuestas de
los gobernantes
Reuniones con movimientos, aprobaciones de proyectos de
leyes, propuestas de plebiscitos, reforma política, mudanzas constitucionales.
Los intentos de acomodar a la clase política frente a un país efervescente son
muchos y un poco torpes.
Según una encuesta del Instituto MDA, la popularidad de la
presidenta Dilma Roussef (PT) sigue a la baja. En junio el 54.4 por ciento de
la población hacía un análisis positivo del gobierno, ese número cayó a 31.3
por ciento en julio. Mientras que la evaluación negativa se triplicó, pasando
del 9 por ciento para el 29.5 por ciento.
“El pacto se está arruinando y la presidenta está
proponiendo una reedición de ese mismo pacto: insertar a todos nuevamente
dentro del Estado, los sin tierra, el agronegocio, el violador de los derechos
humanos, los defensores de los derechos humanos, etcétera.” resume Paulo
Arantes. “De ahí no sale nada. Es esperar algo de un sistema que colapsó en
Europa: en España, en Italia y se está colapsando en Francia… No funciona más
ni para el capital. Tenemos otra sociedad implementada y no sabemos cómo
actuar”, explica.
Todo en abierto
El MPL tiene un enfoque claro ahora, según Lucas Monteiro:
demandar la tarifa cero. “La gente tiene un proyecto de ley popular en Sao
Paulo y estamos recolectando firmas. Y nacionalmente estamos demandando el
Proyecto de Enmienda Constitucional (PEC) 90, que prevé el transporte como
derecho social”, explica. “Todo lo que logramos fue consecuencia de nuestro
trabajo en los barrios, en las escuelas, en las comunidades, de modo que
estamos volviendo a esos locales para seguir articulando y al mismo tiempo
aprendiendo a ser grandes, porque ahora somos un movimiento grande”, considera.
“Las personas no están movilizadas por causa de la inflación
o por una crisis. Quieren ampliar sus redes de derechos. Y la cuestión y la
crítica institucional es importante, veremos cuánto el Estado es capaz de
responder a esas demandas políticas, creo que poco”, considera Monteiro. “Me
parece bueno que el gobierno sea obligado a jalar un poco más para la
izquierda, pero los movimientos no deben incorporase al Estado. Deben presionar
para seguir demandando la organización directa de las personas”, dice y
concluye: “Eso es lo que está en debate: cómo la gente va a organizarse”.
“Con base apenas en la especulación”, Paulo Arantes se
previene antes de decir que “la cosa se va poner fuerte en la Copa del Mundo.
Sobre todo porque la situación económica se va degradar hasta allá. Y por
primera vez en la historia de este país, las personas se opusieron públicamente
en contra de las demandas de un
mega-evento. En los demás países eso pasó después. Aquí ya empezó antes.
Estamos un paso adelantados.”
”El arte de la
política reside en insistir en determinada demanda que, aunque sea
completamente ‘realista’ perturba la ideología hegemónica e implica un cambio
más radical”, defiende el filósofo y psicoanalista esloveno Slavoj Zizek, en el
artículo “Problemas en el paraíso”, donde compara la ola de protestas en
Turquía y en Brasil. El futuro en Brasil está abierto.
Extraído de Desinformemonos.org
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