Por Howard Clark
El Fusil Roto
El Fusil Roto
El miedo es algo con lo que tiene que vérselas todo
movimiento social, ya sea en situaciones de intensa represión o en sociedades
relativamente abiertas. Hablando del miedo durante la dictadura de Pinochet, el
analista social chileno Manuel Antonio Garretón (1) hacía referencia a dos
arquetipos del miedo infantil: el temor al perro que muerde y el miedo a la
habitación a oscuras. Uno representa una amenaza concreta que podemos ver,
evaluar y calcular cómo enfrentarnos a ella, y el otro, la amenaza más general
de lo desconocido, una habitación oscura en la que algo malo puede estar
acechando. En una dictadura o bajo un estado de ocupación, la presencia del
miedo es palpable y, sin embargo, siempre hay episodios en los que la gente, de
alguna forma, vence el miedo y entra en acción. En sociedades relativamente
abiertas, los miedos pueden no ser tan evidentes, pero están ahí, constituyendo
algún tipo de factor para mantener la obediencia y la conformidad, para inhibir
a la gente de cuestionar la autoridad o, a veces, simplemente de ser quiénes
queremos ser.
Con la ayuda de las personas que nos quieren, en general
podemos superar los arquetípicos miedos infantiles, ya sea porque esas personas
están a nuestro lado o nos ayudan a saber qué hacer. Con la acción social,
sucede más o menos lo mismo: ya sea a través de la colaboración y la
solidaridad o preparándonos cada uno personalmente, la gente que participa en
los movimientos sociales supera las barreras a la acción. Cuando tenemos la
motivación y creemos que estamos haciendo lo correcto, encontramos la forma de
poner al miedo en su sitio. Y no lo hacemos tan sólo una vez en la vida, sino de
forma reiterada en las situaciones más diversas y frente a un amplio abanico de
amenazas. Vemos el ejemplo de otros y aprendemos de él. Sentimos un entusiasmo,
una esperanza o una desesperación que "destierra el miedo". Hallamos
algunos escudos -y a veces nosotros mismos servimos de escudo-, un poco de
protección, acudiendo juntos a las protestas, asegurándonos de que habrá
testigos de nuestras acciones. Mantenemos "lugares seguros", algún
rincón en el que refugiarnos y reponer fuerzas. Nos las arreglamos para volver
la amenaza contra aquellos que la instigan: "ponemos nombre” a la
violencia, dejamos constancia de la represión y le damos difusión pública para
socavar la legitimidad de los responsables de la misma.
Digo "nosotros" porque todo activista –incluso
aquél cuya integridad física no está en peligro– sufre momentos de miedo y
momentos en los que tiene que evaluar los riesgos. Y digo "nosotros"
porque, tal como afirmaba Barbara Deming, escuchando las experiencias de los
demás, actuando con solidaridad y cumpliendo nuestra parte en denunciar la
violencia y la brutalidad, "todos formamos parte de todos".
La represión por sí sola es débil
Si examinamos el miedo desde el punto de vista de aquellos
que ostentan el poder, vemos que nadie puede gobernar indefinidamente
recurriendo tan sólo al miedo. Incluso las dictaduras o las ocupaciones se
asientan en algo más que la pura represión, necesitan fuentes de apoyo, interno
o externo. Estos días, los palestinos no sólo están resistiéndose a la
violencia de la ocupación, colonización y expansión israelíes, sino también a
los esfuerzos de aquellos que, desde su percepción, intentan
"normalizar" la situación, o sea, maquillar las criminales acciones
israelíes con una máscara de "normalidad". La dictadura de Pinochet
en Chile devino tristemente famosa por su implacable empeño en erradicar todo
tipo de oposición organizada. Este reino del terror sentaba las bases para la
siguiente fase: la represión y la tortura continuarían, ni que fuera bajo una
fachada de "normalización" en la que la prosperidad capitalista se
presentaría como uno de los beneficios de un "movimiento fuerte".
Esta "normalización" traía consigo el ceder un cierto espacio social
en el que la gente podía organizarse, lo que a su vez entrañaba para el régimen
el riesgo de que emergieran nuevas formas de oposición.
La dictadura de Pinochet fue uno de los más de 20 regímenes
autoritarios que fueron derrocados desde 1979 por movimientos, por lo general
inermes, de "poder popular".2 Estos episodios han sido estudiados no
sólo por investigadores interesados en la resistencia civil, sino también por
los líderes autoritarios que persisten en su intento. Se han dado cuenta de que
la represión de Estado manifiesta es un cuchillo de doble filo. Quieren que se
vea como una señal de fuerza, que intimida a los oponentes y especialmente a
los oponentes potenciales. Sin embargo, también demuestra flaqueza, en
particular la impotencia del régimen para convencer a la población de que asuma
las restricciones. Las medidas más drásticas de la represión estatal contra los
manifestantes inermes –masacres, asesinatos, tortura– a menudo resultan ser
contraproducentes. Esto no se da de forma automática, sino que por lo general
exige acciones del movimiento para activar nuevos sectores y nuevas formas de
oposición. A menudo esto lleva tiempo y requiere la persistencia del
movimiento. El resultado final, sin embargo, suele ser que la violencia del régimen
contra los oponentes inermes socava la propia legitimidad del régimen.
La cara cambiante de la represión
En la mayor parte del mundo, los días de cruda dictadura
militar se han acabado. En América Latina, pareció que el golpe de estado de
2009 en Honduras hacía retroceder el reloj, pero en claro contraste con éste,
el "golpe parlamentario" del pasado mes de junio en Paraguay mantuvo
su fachada de legalidad: la derecha autoritaria tradicional reconquistó el
poder por medio de argucias constitucionales, sin recurrir abiertamente a la
intervención militar directa.
La Rusia de Putin se ha utilizado como ejemplo de cómo los
lideres autoritarios se han vuelto más astutos en su gestión de la disidencia.
El estrepitoso fracaso electoral de la oposición –tanto a nivel nacional como
provincial– puso de manifiesto el éxito de las estrategias tecnocráticas para
"gestionar la democracia" y fortalecer los centros de poder de los
que depende el régimen. La represión y la intimidación persisten –sobre todo la
combinación de asesinatos de periodistas de investigación con la presión
indirecta sobre los medios de comunicación–, aunque de una forma más selectiva
y con nuevos espacios "contenidos" para las ONG que cuentan con el
beneplácito del gobierno. No está claro de qué manera se inscriben en este
contexto las drásticas medidas de opresión actuales; tal vez se trate
simplemente de una cuestión de oportunidad y oportunismo, arremetiendo contra
la oposición en un momento en que ésta se encuentra debilitada y aplicando un castigo
ejemplar a las Pussy Riot, un grupo de música punk feminista que no cuenta con
el favor de la mayoría de la población.
En sociedades con una tradición más dilatada de democracia
representativa, los modelos de represión también han ido cambiando. Desde la
proclamación de la "guerra contra el terrorismo", se ejerce menos lo
que antiguamente se denominaba "tolerancia represiva". Muchos
movimientos se quejan de la "criminalización de la protesta". Y es
que a menudo la policía tiene órdenes de cargar contra los manifestantes
simplemente por salir a la calle, utilizando aerosoles de pimienta y la táctica
de control de multitudes llamada "embudo", que recientemente ha sido
declarada legal por el Tribunal de Justicia Europeo.3 Mientras tanto, en las
manifestaciones contra la "austeridad" en Grecia y España (donde yo
vivo), parece que la policía antidisturbios tiene licencia para usar la
violencia con más libertad que nunca desde los tiempos de las dictaduras. Las
actividades de "infiltrados" y las provocaciones de los agentes
plantean otros problemas a los movimientos sociales.
¿Podemos ver este tipo de represión como una señal de
debilidad? Yo creo que sí, a pesar de los otros elementos presentes en la
estrategia para inculcar una cultura de miedo y sumisión (elementos como las
absurdas "medidas de seguridad"). En algunos países ya hay policías
que se quejan de estar siendo utilizados para realizar el trabajo sucio del
Estado, de los bancos o de la industria nuclear. Como ejemplos, el despliegue de
policías alemanes para proteger los transportes Castor contra los
manifestantes, a fin de que los trenes cargados de residuos nucleares lleguen a
Gorleben, o el mayor sindicato policial de España, que condena la intervención
policial para forzar los desahucios de viviendas.
Una de las claves de la estrategia no violenta es crear
grupos y, a través de estos, movimientos que pongan en contacto a las personas
con sus propias fuentes de poder: el poder de comunicarse, organizarse y crear
apoyos, de abrir espacios sociales, de rechazar o desbaratar lo que es
incorrecto y presentar alternativas. Para resistir la represión y sobreponerse
a otros miedos, estos grupos necesitan solidaridad, que los miembros se cuiden
entre sí. También precisan de un espíritu de aprendizaje, lo cual significa
flexibilidad para adaptarse a las situaciones cambiantes y extraer lecciones de
sus propias acciones o de los sucesos que les afectan. Estos grupos estarán
entonces capacitados para llevar a cabo formas efectivas de resistencia no
violenta, que labran un camino entre las actitudes sumisas y las bravuconas. Al
fin y al cabo, todos necesitamos la esperanza de que lo inhumano no triunfará.
Poco antes de ser conducido a un estadio de fútbol de
Santiago de Chile en 1973, en el que sería asesinado, el cantautor Víctor Jara
compuso sus últimos versos:
¡Qué espanto causa el rostro del fascismo!
Llevan a cabo sus planes con precisión artera
Sin importarles nada.
...
En estas cuatro murallas solo existe un número
que no progresa,
que lentamente querrá más muerte.
Pero de pronto me golpea la conciencia
y veo esta marea sin latido,
pero con el pulso de las máquinas
Howard Clark
(Traducido del inglés por Matias Mulet)
Notas
1. Juan
Corradi, Patricia Weiss Fagen y Manual Antonio Garretón, eds., Fear at the
Edge: State Terror and Resistance in Latin America (Univ of California Press,
1992)
2. Una
lista útil aparece en April Carter, People Power and Political Change
(Routledge 2012), Anexo
3. Recomiendo encarecidamente los estudios de Brian Martin
sobre el efecto "tiro por la culata". Su libro Justice Ignited: the
Dynamics of Backfire, (Rowman and Littlefield, 2009) y su página web contienen
ideas útiles para talleres. Por "tiro por la culata" se entiende lo
que sucede cuando la violencia, incompetencia o corrupción de un régimen
suscitan la indignación popular. Las autoridades aplican entonces diversas
estrategias para controlar ese "tiro por la culata", mientras que los
movimientos sociales buscan cómo oponerse a estas estrategias y "amplificar
la indignación". http://www.bmartin.cc/pubs/backfire.html
4. El "embudo" (a veces llamado
"acorralamiento") consiste en arrinconar a los manifestantes en un
espacio confinado, normalmente con una sola salida (y a veces ni siquiera eso).
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