Rafael
Uzcátegui
A donde se
mire, la tendencia del mundo globalizado es hacia la profesionalización de los
ejércitos, convirtiéndolos es un aparato altamente especializado y tecnificado
para la guerra. Situaciones como la de Venezuela, donde la racionalidad
castrense se ha convertido en lógica de Estado y se ha militarizado
progresivamente la sociedad, son los coletazos de una época superada por los
acontecimientos históricos. Cualquiera puede corroborar como la gran mayoría de
los movimientos sociales que luchan por el cambio en todo el planeta tienen a
las Fuerzas Armadas como uno de sus principales antagónicos. Para ellos, el
Ejército constituye un dispositivo que reúne todos los valores ajenos a
cualquier concepción que se tenga sobre democracia. En un tiempo de redes,
flujos de comunicación libres y alianzas organizacionales flexibles, pocas
cosas tan diferentes como la estructura piramidal de la cadena de mando del
Ejército y sus autoridades y órdenes incontestables. Mientras cada vez más se
percibe la diversidad y la pluralidad como un valor en sí mismo, enriquecedor
del debate y del proceso de toma de decisiones, la uniformización y
homogeneización del pensamiento, típico de las Fuerzas Armadas, y su división
del mundo en amigos y enemigos, pertenece a una manera de entender el conflicto
cada vez más insuficiente e ineficaz. La primacía de la violencia –simbólica y
real- para la resolución de las diferencias versus el diálogo y la construcción
pacífica de consensos; El nacionalismo exacerbado, el machismo y la homofobia
contra los valores universalistas, el internacionalismo solidario y la
tolerancia. La lista de principios antónimos es larga. Algún día tendremos que
describir apropiadamente como Venezuela, convertida literalmente en un campo de
batalla por la hegemonía ideológica, agregó elementos para la violencia e
inseguridad.
Uno de los
retos de cualquier transición política en el país es promover la
desmilitarización de la sociedad, construyendo referentes diferentes a lo que
han primado en la historia venezolana, los cuales el bolivarianismo ha
reforzado. Un tejido de organizaciones populares debe bregar por la
erradicación de la educación premilitar en la enseñanza, refutar la carrera
armamentista estatal, exigir la disolución de las milicias, rechazar la
simulación de estructuras militares al interior del movimiento popular y, en
general, una verdadera y real democratización de la toma de decisiones a todos
los niveles. Varios retos y dilemas tiene esta labor por delante, incluyendo algunos
de carácter práctico: ¿Estarán los militares dispuestos a abandonar puestos
claves dentro de la arquitectura estatal que han permitido todo tipo de
enriquecimientos súbitos y trapicheos de todo tipo? @fanzinero
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