Por Camilo González Posso
En medio de un gran patio colocaron un pequeño horno de
fundición, de los que utilizan los herreros, y comenzaron el rito de
destrucción de las amas incautadas a cuatro guerrilleros de las FARC. Esa tarde en las montañas de
Toribio, ante la mirada silenciosa de centenares de jóvenes indígenas y de sus
mayores, los fusiles y tatucos de la guerrilla lloraron mientras se derretían.
En el gran salón estaban los
gobernadores de 19 cabildos terminado el juicio a esos guerrilleros que se
habían ubicado en una casa cerca al pueblo llevando elementos de guerra ya
conocidos por su poder destructivo.
Fueron sancionados con el símbolo tradicional del “fuetazo”
y entregados a sus familiares presentes. Después de seis horas de
deliberaciones, la asamblea en pleno levantó la mano para respaldar la decisión
de las autoridades en contra de las amenazas de la guerra y la presencia de
destacamentos armados en sus casas, huertas y predios colectivos.
El mensaje de los Cabildos, en ese acto de destrucción de
armas fue contundente: para vivir en paz es urgente desterrar las armas,
desarmar la violencia armada. Ellos hablan por su pueblo y lo exigen de
inmediato en sus resguardos y territorios ancestrales, pero al mismo tiempo
están aportando una invitación a actuar
desde la población desarmada para fundir las armas de guerra con una oposición
radical a toda violencia armada.
Casi al mismo tiempo que se realizaba ese ritual de no
violencia, el 21 de Julio se conoció la
respuesta de Timolén Jiménez, comandante de las FARC, a la carta enviada por la Asociación de Cabildos Indígenas
del Cauca en mayo de 2012.
http://www.mbsuroccidentedecolombia.org/inicio/acin.html
Esa respuesta deja más preguntas e inquietudes de las que
había en 2011 cuando la ACIN
cuestionó los métodos y argumentos de las FARC lesivos a la autonomía y a las
normas del DIH.
http://www.nasaacin.org/comunicados-nasaacin/4327-acin-carta-a-las-farc
Ahora Timochenko, contra elementales criterios de distinción
de combatientes, define a la guerrilla como población civil víctima del conflicto, justifica la lucha
armada como una obligación o necesidad impuesta al pueblo por el sistema
político y de acumulación y aclara que las FARC seguirán acogiendo indígenas en
sus filas y dejaran la actividad armada en el Cauca y en territorios étnicos
cuando las Fuerzas Armadas y los paramilitares se retiren de todo el
departamento. Timochenko acepta hacer lo que vienen haciendo por fuerza de las
circunstancias: evitar la ubicación de sus campamentos en medio de los
poblados. Sobre los demás temas de la carta enviada por la ACIN o profundiza los
desacuerdos o sencillamente no los trata.
Entre los temas que elude Timochenko están las exigencia de
aclaración sobre la descalificación a dirigentes indígenas y las amenazas que
han obligado a medidas especiales de protección. De manera oblicua el
comandante de las FARC se refiere a la historia de “caciques” que sucumbieron a
los halagos y a la corrupción, que ahora se repite por las malas amistades de
las organizaciones indígenas; así elude prohibir a sus subalternos el señalamiento
a los lideres y por el contrario extiende la sospecha a organizaciones que
colaboran con los Cabildos en diversas actividades. Tampoco se refiere al uso
de armas de efecto indiscriminado, que ya han probado su capacidad de daño
destruyendo casas y asesinado a personas inermes. Y menos se comprometen al no reclutamiento de
infantes, menores de edad, como los que llevaron al campamento de Gargantillas
y que fueron masacrados en un bombardeo de las fuerzas estatales.
El texto de Timochenko se refiere a la autonomía de los
indígenas solo para ponerla en entredicho con el argumento de que muchos
actores la interfieren. La argumentación se dirige a igualar a estas
comunidades con el resto de la población
en tanto afectadas por la guerra del sistema y de paso omite reconocer los
derechos territoriales y los que se desprenden de la particularidad como étnias
y pueblos que defienden no solo un espacio sino su cultura, identidad y
sus derechos como autoridades en los
resguardos. Contra estos derechos, consagrados universalmente, el comandante
Timochenko levanta la acusación de que los indígenas quieren ser una isla,
aparte de los campesinos y el resto de la población o que quieren la paz en su
pedazo sin pensar en la paz de todos.
Esta respuesta de las FARC a las demandas indígenas deja más
inquietudes que las que existían por sus acciones y pronunciamientos cuando la
chiva bomba del 10 de Julio de 2011. Las posiciones de no violencia esgrimidas
por los indígenas del Cauca son irreconciliables con la idea de las FARC de que
son el pueblo en armas, obligadas por un destino que no controlan a hacer la
guerra en donde les parezca necesario. La ACIN en cambio les ha dicho que los indígenas
del Cauca no están en guerra contra
nadie y que han escogido la “minga”, la movilización inerme y con la fuerza de
la palabra como la vía eficaz para defender su causa. Es evidente que entre
todos los mensajes que incomodan al comandante de las FARC, el que más le
incomoda es la afirmación de los indígenas de que la lucha armada es hoy
en Colombia una opción equivocada y
contraria a las luchas populares. Nadie antes, con tanta autoridad les había
dicho que no hay una guerra impuesta sino decisiones políticas que llevan a
escoger continuar en armas. En otras palabras le han dicho con cartas o
derritiendo los fusiles que están en una guerra ilegitima, convertida en
obstáculo para la defensa de las reivindiciones de democracia o buen vivir. A
esta convicción profunda de rechazo a la violencia armada, venga de donde
venga, difícilmente le responderán los que esperan lograr poder desde la
guerra, así sea con la idea de llegar fuertes a hablar de paz con el
adversario.
Al ver esa ceremonia de destrucción de las armas o a la
guardia indígena retirando trincheras de las fuerzas armadas, no se puede
evitar sentir que vientos nuevos recorren las montañas, como un llamado al
pacifismo extremo de los desarmados, en contra de toda violencia armada.
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