La revolución es un caldo que sólo puede
cocinarse a fuego lento. Este
comentario, hecho por uno de los jóvenes miembros de la Cooperativa Cecosesola
en ocasión de su visita a Puebla hace algunos años, se quedó grabado en mi
mente.
Pareciera contradictorio. Estamos acostumbrados/as a
pensar las revoluciones como eventos espectaculares. La Revolución Francesa ,
La Revolución Rusa :
reúnen intensos cambios dramáticos. Inclusive cuando vislumbramos los
acontecimientos recientes, lo que atrae nuestra atención e impulsa nuestro
entusiasmo son: la plaza
Tahrir , Sintagma, Puerta del Sol. Existe tanto sentido de
urgencia, tanta profunda necesidad de destruir el capitalismo antes que nos
destruya a nosotros/as mismos/as. Entonces, ¿Cómo es eso que la revolución sólo
puede ser cocinada a fuego lento?
Sin embargo, no existe contradicción. Hay que pensar
la revolución en dos tiempos diferentes. Por un lado, la aguda explosión de
nuestro No absoluto: No aceptaremos las medidas de austeridad que imponen los
gobiernos; No, no vamos a aceptar la dictadura - ni la dictadura de los
dictadores, ni la dictadura del dinero disfrazado de democracia; No, nosotros
no continuaremos aceptando la obscenidad del capitalismo. Esas explosiones de ira, tan bellas en los
últimos meses, son necesarias para romper con la tiranía del actual sistema.
¿Pero qué hacemos después? Si después de un fin de semana dedicado a darle un
golpe de estado al sistema, tenemos que volver el lunes en la mañana al trabajo
o a hacer la cola para cobrar el seguro de desempleo, o a volver a vender
chicles en los semáforos, entonces, habremos hecho muy poco para transformar la
sociedad.
Nos encontramos ante el viejo dilema de las fuerzas de
producción. El punto de vista tradicional-ortodoxo concebía la revolución como si las fuerzas de
producción desbaratarían unas relaciones
de producción ya fuera de moda que
representaban un obstáculo al desarrollo de
esas fuerzas productivas. El problema con este punto de vista yace en que muy a menudo se
entendían las fuerzas de producción como
el potencial tecnológico del proceso productivo, de manera que esta visión
tendía a llevarnos a un determinismo que poco tiene que ofrecer a la lucha
anti-capitalista.
Y el problema continúa. Podemos acabar con tantos
gobiernos que queramos, podemos acabar con Merkel, y Sarkozy y Cameron, pero si no creamos una alternativa,
una manera no capitalista de producir y reproducir nuestras vidas, no vamos a llegar
muy lejos. Si concebimos las fuerzas productivas, no como tecnologías
inherentes a las máquinas sino como nuestro propio poder creativo, entonces
podemos decir que nuestra capacidad de cambiar el mundo depende radicalmente no
sólo de explosiones de ira sino también del desarrollo de nuestras fuerzas
productivas, eso es de nuestro poder creativo, de hacer las cosas de manera
distinta. Este fue el problema que
enfrentó el levantamiento enormemente importante y creativo de Argentina
en los años 2001/2002. Este es el dilema que confrontan miles y miles de
rebeldes hoy en día en Grecia. Para poder quebrar el poder del capital, para
poder decirle al capital que se vaya al carajo, debemos construir nuestro
propio poder, no un poder sobre el otro como el de ellos, sino un poder-hacer,
nuestro propio poder creativo.
Este
es el otro momento de la revolución, y es ésta la substancia central de la
revolución que sólo puede ser cocinada a fuego lento. La transformación de nuestro modo de vida, de cómo producimos y
creamos no se puede lograr por decreto:
necesariamente implica un proceso cuidadoso, un movimiento implacable de abajo
hacia arriba, presionando constantemente por hacer las cosas de maneras
diferentes, preguntando mientras caminamos, siempre inventando la innovación y re-innovación de hacia donde vamos. Está
claro que las explosiones y las rupturas son importantes para darle fuerza a la
revolución y para abrir espacios, pero detrás de las revueltas espectaculares
deben haber, y existen, múltiples revueltas silenciosas, presionando diariamente
hacia otra dirección, creando nuevas maneras de hacer las cosas, construyendo
relaciones sociales diferentes. Esto no se logra a través de leyes u otras medidas
tomadas desde arriba sino sólo, silenciosamente, desde abajo.
Es dentro de este contexto que vislumbro a Cecosesola
como una experiencia enormemente importante e inspiradora. No se trata de un
modelo. No se trata de una Manera Correcta que debe ser reproducida en otros
espacios. No se trata de un modelo, se trata de una inspiración. Y lo que nos inspira
no es simplemente el hecho del largo tiempo durante el cual viene
desarrollándose la experiencia (¡ya va por 44 años!) sino su preocupada
dedicación por hacer las cosas de maneras diferentes, por crear algo que emerge en y desde la base. Cuando hace
algunos años visité por primera vez a Cecosesola me costó mucho comprender que
los miembros de una organización, que cada fin de semana le suple alimentos a
alrededor de 55.000 familias, tuviera que dedicar tanto tiempo conversando en grupos sobre los
más diversos tópicos (claro está, contando con la presencia de niños y bebés) y
resolviendo todo por la vía del consenso. Todavía hoy en día me cuesta mucho
comprenderlo pero he visto que funciona. Discutiendo sobre todo lo que
acontece, rotando las tareas, y funcionando con base en la confianza (por
ejemplo, no existen cajas registradoras con el objetivo de controlar a las
personas que manejan dinero)- todo esto forma parte de la construcción, aquí y
ahora, de un mundo diferente. Para aquellos/as de nosotros/as que vivimos de
cerca la experiencia Zapatista ,
esta experiencia se puede vislumbrar
como un Zapatismo urbano, un “preguntando
caminamos” a gran escala y en un contexto urbano.
El
hecho de que la experiencia de Cecosesola se esté desarrollando en Venezuela es
interesante debido al contraste con el
proceso de transformación radical promovido desde el Estado. Es particularmente
interesante el contraste entre la construcción de una cooperativa a fuego lento
y la promoción de cooperativas desde el Estado por la vía del decreto, las
cuales a menudo, como reseña este libro, terminan en estructuras vacías de
contenido al ser creadas con la única intención de recibir subsidios
gubernamentales. No se trata de un rechazo a-priori o dogmático del Estado, no
se trata de que el Estado tenga malas intenciones: Se trata más bien de que el
Estado, como una forma organizativa particular, tiene sus propias maneras de
hacer las cosas, sus propios tiempos y la minuciosa transformación de las
relaciones sociales necesarias para crear un mundo diferente no se logra por
esta vía, simplemente no funciona. La conversación y la discusión permanente en grupo, la
transformación con paciencia desde abajo- estas son maneras de actuar
anti-estado: no en el sentido que
confrontan directamente al Estado pero sí en el sentido de que quedan fuera de
lo que el Estado es capaz de hacer e inclusive comprender.
Para mí, visitar a Cecosesola en Barquisimeto fue un
gran aprendizaje. Me mostró cosas que jamás había visto, abrió mi pensamiento
en nuevas direcciones, llevó nuevas preguntas a mis labios. También para ti,
que has llegado a este epílogo (ya sea porque leíste ya todo el libro o solo lo
abriste por detrás), la visita a la experiencia ofrecida por este libro debiera
ocasionarte algo similar.
Puebla, México, Enero del 2012
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