Por Gustavo Rodríguez
“Las explosiones insurreccionales suelen tener pocas consideraciones para con los revolucionarios, acontecen como sucesos imprescindibles y desbaratan repentinamente, casi sin quererlo, como por arte de magia, urdidas estrategias en la contemplación de lo cotidiano.”
Al final de la calle
Una
vez más, el asesinato de un joven Negro (Mark Duggan) a manos de la
policía desata la ira en el legendario barrio londinense de Tottenham.
Las manifestaciones incendiarias que sacuden nuevamente a Gran Bretaña y
ocupan los titulares de los principales medios de comunicación masiva,
gozan de larga data en el Reino Unido. Sin embargo, pese al “miedo
ciudadano” que exige al Estado “seguridad” a sangre y fuego, de la mano
del alarmismo mediático y de la imposición de la ideología ciudadanista –propia
del izquierdismo posmoderno–, el actual nivel de conflictividad es
incomparable con la violencia radicalizada que ha caracterizado los
estallidos de furia colectiva registrados con anterioridad en
Inglaterra.
En la penúltima década del siglo
pasado también cundió la revuelta. Hace 30 años, las ciudades de
Londres, Liverpool, Manchester, Birmingham y Leeds, fueron protagonistas
de la cólera colectiva de los oprimidos. Todo comenzó el 2 de marzo de
1981 con una multitudinaria manifestación antirracista en protesta por
la masacre de New Cross[1],
perpetrada por supremacistas blancos. Ese mismo año, en el mes de
abril, estallaría en Brixton una de las revuelas más aguerridas de la
década. El detonante de estos disturbios fue el asesinato a puñaladas de
un joven afrodescendiente. Miles de personas enfrentaron enfurecidas a
la policía, resultando 300 agentes heridos y más de cien vehículos
destrozados por el fuego contestatario. En julio, las revueltas
resurgirían en Toxteth, Liverpool, suscitando dos semanas de
enfrentamientos con un saldo de 500 uniformados heridos y medio millar
de jóvenes detenidos. Las violentas manifestaciones del verano de 1981
eran la respuesta a la impunidad del terrorismo neofascista, al racismo
institucional y a la indiferencia cómplice de la sociedad inglesa. Tres
años más tarde, en 1984, ciento cincuenta mil mineros reanimarían las
luchas sociales de la década anterior[2]
y pasarían a lo ofensiva en Escocia, Yorkshire, Kent y Durham,
declarando la huelga general indefinida. Casi tres mil detenidos, medio
centenar de heridos y un muerto, sería el saldo de los enfrentamientos
violentos con la policía. En septiembre de 1985, regresaría la violencia
a Handsworth; Birmingham, registrándose nuevos enfrentamientos entre la
policía y jóvenes Negros. Al siguiente mes, el barrio de Tottenham, al
norte de Londres, sería tomado por una multitud enardecida que se dedicó
a expropiar comercios, incinerar automóviles, quemar supermercados y a
confrontar a la policía con escopetas de caza y cocteles molotov, en
protesta por la muerte de Cynthia Jarrett a consecuencia de un infarto
provocado por el maltrato de la policía durante el registro de su casa.
El resultado de los cruentos enfrentamientos entre las fuerzas
represivas y los jóvenes refractarios, dejaba como resultado un policía
ejecutado a machetazos y 200 uniformados y 13 periodistas heridos.
Kenneth Newman, quien fuera jefe de Scotland Yard por esas fechas,
declararía a la prensa “No toleraremos que la anarquía se adueñe de las calles de Londres", mientras denunciaba la presencia de “agitadores” anarquistas y trotskistas “detectados en diferentes zonas de concentración étnica".
Durante los primeros años de la década de los ochenta, el auge de la combatividad obrera de los trabajadores metalúrgicos dotaba de radicalidad a las luchas en Francia[3]. De manera paralela, se hicieron sentir las revueltas urbanas, marcando el comienzo de una nueva forma de contestación juvenil de carácter colectivo. El incendio y la destrucción de edificios, la quema de vehículos, las barricadas incendiarias y los violentos enfrentamientos con la policía, se consolidaban como estrategia a seguir por los jóvenes refractarios franceses, en su mayoría descendientes de la inmigración colonial, excluidos del mercado laboral, marginados y discriminados. En 1981, los jóvenes del barrio de Les Minguettes, en Marsella, destruirían el centro social de su localidad, darían fuego a los automóviles y levantarían barricadas, enfrentando a la policía con cocteles molotov y piedras. En 1983 volverían a tomar las calles de Marsella echando mano del fuego vindicador, acaparando la atención de los medios que a la sazón les bautizaban con el eufemismo de “jóvenes de los suburbios” y les señalaban como "clases peligrosas": el nuevo terror de los ciudadanos de clase media residentes en los barrios céntricos y opulentos de Francia[4]. El antagonismo también atesoraba bríos en Italia con la autonomía obrera, mientras que en el Estado español el movimiento asambleario plantaba cara a la opresión y las distintas trayectorias de los movimientos autónomo y libertario confluían en los Comandos Autónomos Anticapitalistas (CCAA).El viejo topo no se quedaba atrás en la Polonia “socialista” y socavaba los cimientos del capitalismo de Estado. La agitación obrera de los primeros meses de 1980, cristalizaba en el mes de julio en una huelga general sin precedentes desde la implantación del “socialismo realmente existente” paralizando la ciudad de Lublin En diciembre de 1983, hacía su aparición pública Ruch Spoleczenstwa Alternatywnego –RSA (Movimiento por una Sociedad Alternativa), agrupación anarquista que inmediatamente editaría la publicación Revuelta en Varsovia y Homek en la ciudad portuaria de Gdansk, confrontando al deshilachado burocratismo leninista y al naciente engendro católico-nacionalista conocido como “Solidaridad”, de claro signo protocapitalista. En octubre de 1988, los anarquistas polacos coordinarían acciones conjuntas con anarquistas norteamericanos contra la criminal intervención del gobierno de Ronald Reagan en El Salvador y en marzo de 1989 concretarían una multitudinaria manifestación en conmemoración de la represión de Kronstadt –y el fin del Comunismo de los soviets. En la extinta URSS, las huelgas obreras también comenzaban a manifestarse, los conductores de autobuses paralizaban Togliattigrado, con el apoyo solidario de los obreros de las fábricas de automóviles De este lado del Atlántico, en pleno corazón de los Estados Unidos, se registraban motines incendiarios en los guetos afroamericanos de la mano de movilizaciones obreras de las ramas automotriz y siderúrgica reclamando reformas sustanciales. A lo largo y ancho de Latinoamérica, cobraba vida la otrora furia proletaria. En México, la protesta obrera lograría amplios espacios de autoorganización de las luchas confrontando al Estado y a la patronal. Sólo en 1982 se registrarían 3 mil huelgas en el sector industrial y de servicios, destacando la emplazada en la empresa Cobre de México y la huelga coordinada en 197 empresas del ramo textil. El 24 de mayo de 1983 iniciaría la legendaria huelga de los trabajadores de Refrescos Pascual, quienes se adjudicarían los activos y se constituirían en sociedad cooperativa.
Parecía que la vieja lucha
de clases resucitaba por doquier. Sin embargo, lo que presenciábamos
eran los últimos estertores del movimiento obrero. El proletariado se
negaba a sucumbir en medio de la transición capitalista hacia un nuevo
entramado tecnológico de dominación mundial, implementado a través de
novedosos modelos de control. Gracias a la colaboración de los
sindicatos, los movimientos sociales de “acción cívica” (Bürgerinitiativen)
y los partidos izquierdistas, la ofensiva neoliberal resultaba
victoriosa. Reformas cosméticas, represión, “participación ciudadana” y
droga, serían los componentes de la pócima mágica que terminaría la
tarea domesticadora mientras se concretaba la transición económica. La
“clase obrera” quedaba diluida junto a las denominadas subclases
transmutándose en un impreciso amasijo: las masas. Su acta de defunción
se expedía en los últimos días de la década del ochenta del pasado
siglo.
Los años noventa experimentarían la explosión de la rabia
que alcanza su punto culminante en la conflictividad permanente de los
jóvenes habitantes de las superpobladas urbes del siglo XXI. Atrapados
en la arquitectura del encierro –bajo la dictadura del concreto–,
vigilados por miles de cámaras insomnes, acosados por el racismo y la
exclusión social y sometidos por el imperio del consumo, los jóvenes
incendiarios alimentan sus sueños en efímeros instantes de Libertad
irrestricta, en fulminantes momentos de destrucción absoluta, en la
gozosa danza del fuego emancipador. Estos neonihilistas –los nuevos
sujetos refractarios, capaces de actuar y autodefinirse como actores–,
protagonistas de las actuales revueltas que expresan su rabia y
contagian con ella a amplios sectores de los oprimidos en Gran Bretaña,
nada tienen en común con la violencia política de 1990, desatada durante
las revueltas contra el “poll tax”. Aquello fue un torrente de furia
politizada que, rebasando los límites de las protestas impulsadas por la
All Britain Anti-Poll Tax Federation (ABF), enfrentó a los vehículos
antidisturbios y a la policía montada. La multitud enfurecida de 1990
también destrozó vidrieras, expropió tiendas, volcó e incendió
automóviles y arrasó con bancos, supermercados, McDonalds y todo lo que
encontró a su paso pero tenía demandas concretas y exigía respuesta de
las autoridades británicas.
En 1991, la cólera colectiva de los
jóvenes de los suburbios volvería a incendiar los barrios en las
ciudades de Lyon y París y regresarían, con muchísima más furia y
determinación, el 27 de octubre de 2005 para vengar la muerte de dos
jóvenes africanos calcinados por la descarga eléctrica de un
transformador mientras intentaban huir de la persecución policiaca. Los
ánimos se exacerbaron con las declaraciones racistas de Nicolas Sarkozy,
que calificó de “escoria” a los primeros manifestantes. Las protestas
incendiarias harían arder a Francia, expandiéndose el fuego desde París a
Sena, Val-d'Oise, Lille, Ruan, Dijón, Marsella y otras ciudades, prolongándose la revuelta. Durante la noche del 5 de noviembre
y la madrugada del día 6, se registraron mil 295 vehículos incendiados y
barricadas en diferentes ciudades de Francia. Los jóvenes iracundos de
los suburbios franceses no tenían demandas ni exigían respuesta de las
autoridades. Mientras, los buenos ciudadanos entraban en pánico y
permanecían aterrorizados en sus casas –como ahora sus homólogos
ingleses– reclamando el brutal concurso de la ley y el orden contra los
excluidos.
Sin que quepan dos opiniones al
respecto, las manifestaciones incendiarias que hoy se multiplican por el
Reino Unido, están cargadas de espontaneidad, aunque cuenten con el
auxilio de los sistemas digitales de comunicación y con la solidaridad
del núcleo de guerrilla cibernética (TeamPoison) que ha conseguido hackear
la web de Blackberry en represalia con esta empresa que facilita el
trabajo a las fuerzas represoras. Así mismo, es incuestionable el
carácter diverso y colectivo de la revuelta, donde comparten rabia y
cocteles molotov, jóvenes ingleses afrodescendentes, afrocaribeños,
latinoamericanos, paquistaníes, hindús, ingleses blancos, etc., más allá
de diferencias religiosas o raciales. No obstante, es indiscutible que
la revuelta carece de ideología. Va más allá de la negación
intrapolítica. ¡Es más radical! Los jóvenes iracundos se centran en la
expropiación multitudinaria de tiendas y comercios; en el frontal
enfrentamiento con la ley y el orden y, en hacer arder los barrios. No
pretenden derrocar al gobierno, quieren arrasar con todo lo existente.
No piden reformas ni mejoras ni transformaciones, sólo liberan la ira,
la frustración, el delirio y las pasiones contenidas. Es la Verwerfung
que enfrenta al encanto de la normalidad, al pacifismo cómplice, a la
vacuidad ciudadana y a la miseria militante, mostrándonos la verdadera
violencia: la violencia sistémica, oculta en el desarrollo del progreso,
en el perfeccionamiento armónico del civismo, en el desierto de la
muerte cotidiana. Por eso, esta catarsis colectiva de rabia nihilista,
da cuenta a priori, del repudio y la condena de todos los recuperadores
históricos de las luchas.
¡Qué se extienda el fuego que ilumina!
¡Qué se propague la rabia!
Posdata alentadora:
Simultáneamente a las revueltas incendiarias del Reino Unido, se ha
verificado una verdadera batalla campal entre estudiantes y policías en
diferentes ciudades de Chile; subrepticiamente, en medio de la ola de
protestas, fue devorado por las llamas un supermercado en la ciudad de
Santiago, dejando impregnado tras los despojos humeantes de la mercancía
devastada el aroma del contagio de la rabia planetaria, anunciando el
despertar de la Anarquía.
Gustavo Rodríguez
San Luis Potosí
A 12 de agosto de 2011
[1]
En las primeras horas del domingo 18 de enero de 1981, murieron
asfixiados y/o calcinados 13 jóvenes afrodescendientes a consecuencia de
un ataque incendiario durante la fiesta por el cumpleaños 16 de Yvonne
Ruddock, en el barrio londinense de New Cross. De las casi 200 personas
que se encontraban festejando, 27 resultaron heridas –una de las
víctimas se suicidó dos años después de la agresión. Aquel ataque
provocó el estallido de las protestas raciales hartos de la impunidad
del Frente Nacional y sus constantes agresiones en nombre de la
supremacía blanca.
[2].
La década del setenta en el Reino Unido, estuvo marcada por las luchas
sociales. En los años 1972-74 las huelgas de los mineros y portuarios
ingleses provocaron la caída del gobierno conservador. Cuatro años más
tarde, durante el invierno de 1978-79 las huelgas condujeron nuevamente a
la caída del gobierno, en esta ocasión, en manos del Partido Laborista.
[3]
En febrero de 1979, los trabajadores siderúrgicos tomarían por asalto
la prefectura de policía de Longwy , un mes después protagonizarían la
marcha a París del 23 de marzo haciendo historia.
[4] Champagne, Patrick, "La vision médiatique", en Pierre Bourdieu, “La misère du monde”, París, Seuil, 1993, pp. 95–123.
[4] Champagne, Patrick, "La vision médiatique", en Pierre Bourdieu, “La misère du monde”, París, Seuil, 1993, pp. 95–123.
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