Por Pablo Stefanoni
Todos los regímenes han reescrito en parte la historia. Al final de cuentas, la disputa por el pasado es un asunto cotidiano, y los historiadores no suelen ser allí el elemento fundamental; existe toda una serie de soportes institucionales, intelectuales y mediáticos desde los cuales opera esa “reescritura”. Obviamente, en regímenes totalitarios eso se realiza de manera salvaje -como cuando Stalin borraba de las fotos a sus adversarios con los “Photoshops” de la época- o los norcoreanos dicen que su líder eterno Kim Il Sung nació en un monte sagrado, sin posibilidad de voces discordantes. Pero también hay reescrituras en democracia en función de construir clivajes y antes y “despueces” funcionales a un tipo de relato que legitime lo que se está haciendo., solo que bajo regímenes con libertades esa reescritura es desafiada por voces disidentes.
El problema es algo más complicado cuando se reescriben las biografías de los nuevos líderes y cuando el relato de vuelve tan absorbente que termina construyendo una visión casi infantil del pasado, generando niveles de maniqueísmo algo perturbadores e inaceptables chantajes ético/morales por quienes no tienen las credenciales para ello.
Por estos días el tema está al rojo vivo, especialmente después de la publicación de La audacia y el cálculo, un libro de de Beatriz Sarlo sobre Néstor Kirchner, y la respuesta de Horacio Verbistsky desde la tapa de Página 12.
Para mi hay varios dilemas condensados en todo esto. ¿Qué hacer frente a un gobierno relativamente antineoliberal cuyos integrantes formaron parte -o apoyaron- el modelo aplicado en los 90?, ¿como reaccionar ante una política progresista en relación a los derechos humanos de parte de quienes bajo la dictadura asumieron posiciones de una neutralidad rayana con la complicidad o se dedicaron a acumular plata en lugar de presentar hábeas corpus como abogados? entre otras interrogantes molestosas.
La respuesta podría ser -y lo es en el caso de un sector K que no se cree el relato de "Kirchner luchador por los derechos humanos" pero apoya sus políticas- que en todo caso es mejor tarde que nunca y que más allá del pasado, Néstor y Cristina hicieron un sorprendente y grato giro progresista. De hecho muchos de los kirchneristas actuales no votaron por Néstor en 2003.
En sí, esta posición parece sensata, pero el problema es que cada vez más -debido a una polarización en gran medida artificial- el apoyo a las medidas progresistas del gobierno aparece atada a la compra acrítica del “relato” y de esa construcción del pasado reciente del que fueron parte gran número de los actuales funcionarios. Basta poner en youtube Kirchner-Menem para ver cómo el ex presidente neoliberal era recibido por el entonces gobernador de la patagónica Santa Cruz, que apoyó entusiastamente la privatización del petróleo... Y eso pasó hace década y media, no cien años; hay archivos televisvos que dejan en evidencia la endeblez de nuestra memoria corta.
De hecho, parte de sensación de incomodidad que produce el programa 6-7-8 en los no-creyentes es que su contunente y eficaz manejo de los arhivos contra opositores que tienen bien merecido que salgan a la luz sus “prontuarios” ideológicos nunca van a incluir a un funcionario K, dado que es un programa de batalla cultural, no un programa periodístico per se. Cuando se trata del pasado de Néstor o Cristina es pura maniobra de La Corpo (la corporación mediática) o simple y llana caza de brujas.
Un dilema peor: ¿debemos apoyar o justificar a un dirigente sindical filomafioso que defiende corporativamente a los trabajadores sindicalizados para conseguir buenos aumentos de salarios y apoya el modelo nacional y popular pero está acusado de participar de la repugnante adulteración de medicamentos contra enfermedades terminales en su obra social sindical? ¿o que maneja la CGT y los sindicatos a punta de pistola contra los potenciales o reales opositores? (obviamente en este caso el personaje es Hugo Moyano).
Otro: ¿debemos aceptar la tesis K de que los desmanejos de fondos que habría perpetrado la mano derecha de Hebe Bonafini en Madres es obra de un vil criminal individual y que discutir la dinámica de la cooptación estatal y el manejo de fondos millonarios para construir vivienda social por parte de una organización de derechos humanos es hacerle el juego a la derecha?
Un amigo me dijo que padezco de una ética burguesa que me ubica lejos de donde creo estar, es decir de la izquierda. Pero creo que la izquierda debe incluir una reforma intelectual y moral de la política. Y que debemos apoyar lo que el kirchnerismo hace bien -que por momentos no parece poco- sin “comprar” ni un relato demasiado irreal ni un paquete cerrado y con moño en el que para defender el matrimonio igualitario o la estatización de las AFJP se debería justificar a las patotas sindicales, los negocios sucios (porque al final como el “capitalismo serio” no existe, entonces para qué vamos a criticar el “capitalismo de amigos”) o que la política “es no hacerle asco a nada”. Quizás me volví un pequeño burgués moralista, pero no estoy de acuerdo.
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