Mauricio Gómez
* Sección final del texto
titulado “Anarquismo y edición como
base de un proyecto político-cultural”,
que en versión completa es accesible en https://es.theanarchistlibrary.org/library/mauricio-gomez-anarquismo-y-edicion-como-base-de-un-proyecto-politico-cultural.c109.pdf.
En este trabajo ha quedado claro
que no se puede hablar de “El
anarquismo”, sino de varios tipos de pensamiento anarquista que, por supuesto,
tienen distintos modos de interactuar con la sociedad. El anarquismo más
frecuente —o al menos el más popular en los
medios de comunicación— es el que se asocia con los actos vandálicos de acción directa, como
ellos mismos les llaman. Sin
embargo, este tipo de acción es —desde
la perspectiva de este trabajo— promueven más violencia y, sobre todo, proponen
cambiar al sujeto en el poder
sin alterar en sí su lugar, lo que es caer en la
trampa en la que ya el marxismo clásico cayó alguna vez y que terminó desatando más desigualdad
que el capitalismo que
combatió.
Desde esta crítica, otro tipo de
anarquismo apuesta por el desplazamiento más
que por el cambio de una cosa por otra (la lógica del lugar). Una de las acciones que posibilitan
ese desplazamiento es la que dirige su atención a la educación y la difusión de la cultura, desde donde el
quehacer editorial tiene sentido y justificación. Pero es difícil pensar en un quehacer editorial basado en el
anarquismo con el marco legal
que encuadra el derecho de autor, por
lo que la crítica a este derecho —y sobre todo el tipo de relaciones que promueve— es necesaria
para plantear caminos alternativos que escapen a la lógica de los mercados en pro de una cultura libre y
una producción y difusión del conocimiento más justa, abierta y descentralizada.
Hablar de difusión universal de
conocimiento sería imposible
hace apenas tres décadas. Ahora, gracias a la
Internet, las condiciones han cambiado para bien. Esta red no es, como muchos
piensan, un ente extraño que
está en todos lados y en ninguno, o
algo que tienen
en la costa oeste de Estados Unidos, en Silicon Valley; sino una red construida
por varias redes en todo el
mundo organizada de manera horizontal, federada
y descentralizada. No hay nodo sobre el cual recaiga toda la Internet. Si una nación, poder o lo
que sea, dejara de participar en la Internet, la red seguiría igual al menos en lo práctico. Esta aclaración es
fundamental para entender el
potencial disruptivo que siempre han
tenido las redes descentralizadas, sean en espacios virtuales o físicos. Por eso
la difusión libre por la Internet
es tan peligrosa porque, al no existir forma de regular y controlar sus contenidos, la industria
del consumo falla en identificar
productores y consumidores y el
mercado, como se conocía hasta hace apenas dos o tres décadas, cambia radicalmente, lo que
implica grandes sumas
monetarias perdidas debido precisamente a la
naturaleza descentralizada de la Internet.
Pero esta apertura no es la
panacea de la producción cultural. Como el único requisito para hacer público
cualquier cosa es tener una conexión a la Internet (muy frecuente en
amplios sectores de la población en
el siglo XXI), cualquiera con conocimientos limitados o incluso nulos puede lanzar al público su
creación, lo que implica
también un mar de creaciones poco cuidadas que contribuyen a inundar los
espacios públicos y dificultan
que los trabajos de calidad tengan más visión o que dependan de las grandes
casas editoriales con el poder
económico suficiente para atraer la atención del público. Este argumento, que
es la crítica al amateur de
Rick Carnes y Andrew Keen, tiene sentido pero contribuye a crear la ilusión de
que solo los grandes de la
industria saben lo que vale la pena ser
escuchado, lo que promueve una relación paternalista entre las grandes editoriales y el público
general; es decir, el mito de
que la producción cultural es unívoca
y vertical.
Desde una perspectiva anarquista
es posible pensar la pertinencia y la validez de un proyecto desde una postura no monetaria, sino
acontecimental. Pensar que un
proyecto es valioso no por los recursos
monetarios que genera, sino por el acontecimiento que promueva en la sociedad, es lo que
posibilita que emprender proyectos culturales sin fines lucrativos valga la pena, ya que el valor de generar bienes
y economía social es igual o
incluso mayor que generar capital de manera piramidal y en forma
vertical, al menos desde una
perspectiva alejada del neoliberalismo.
Este tipo de pensamiento es el
que dirige las acciones de gran número de proyectos culturales alrededor del mundo, lo que ha generado poco a poco
transformaciones sociales en la localidad de dichos proyectos. En los casos de orden literario, los
cambios son, además, los que provoca la performatividad literaria embebida en
los libros, lo que modifica también, poco
a poco, a la sociedad dependiendo del éxito acontecimental que tenga cada obra
publicada. De esta manera, las
editoriales o proyectos culturales independientes
no solo producen materiales lúdicos u ornamentales, sino máquinas productoras de escritura y
pensamientos que continuarán produciendo independientemente de su autor e, incluso, independientemente
de los caprichos comerciales del mercado, si es que su alcance social es suficiente.
Los proyectos culturales que aquí
presento son muy pocos en
comparación con los que existen actualmente. Estos pocos casos, sin embargo, me
han permitido formular
preguntas y respuestas que de momento solo traen más preguntas, pero que no por
eso dejan de ser valiosas. Como
se pudo ver en el apartado anterior, las similitudes del Rancho y de TdS son
evidentes, pues su propuesta pasa más por lo político que por lo editorial, como podrían ser las
propuestas de Tumbona Ediciones
o de Open Humanities Press. Una
propuesta editorial que provenga del anarquismo necesariamente tendría que
tener similitud con estos dos proyectos
porque el libro, el quehacer editorial, es solo
un medio en el fin de promover la autonomía, autoge-tión, emancipación y libertad. Las máquinas
productoras publicadas solo pueden generar más reflexión y escritura cuando se les combina con
talleres y pláticas gestionadas
por la misma comunidad alrededor de los
proyectos, lo que potencia su alcance social y la visión del mundo que tienen.
Por eso es importante construir
comunidad en torno al quehacer
editorial anarquista, pues sin esta los
libros no encontrarían difusión, ya que el sistema industrial-corporativo condiciona la
participación a la aplicación
estricta de sus propias reglas, como las librerías que exigen descuentos
desorbitados a cambio de
exhibir los libros. Este nicho no solo se limita a distribuidores y
exhibidores, sino a todos los involucrados en el proceso editorial: editores,
impresores, distribuidores y libreros; y también a los relacionados con los lectores: escuelas, universidades,
programas culturales, bibliotecas, espacios públicos y privados. Solo así
es posible sostener un quehacer verdaderamente independiente del sistema
editorial corporativo que ve la
cultura y la educación como una circunstancia más detrás del fin último de
generar recursos económicos.
Estos proyectos, precisamente por
la forma asociativa con la que ven la sociedad, tienden a unirse y a compartir
trinchera, como se dice vulgarmente. Un proyecto social de corte cultural que
promueva la cultura y la
colaboración libre nunca se encontrará solo, lo que hace que cada nuevo proyecto sea un nodo en
esta red horizontal y
descentralizada que producirá, a su vez,
nuevos nodos. La economía social y la cultura libre necesitan de participación
para no ser nada más una idea valiosa
y atrevida, al igual que el anarquismo. Mientras más personas tengan acceso a
la educación, a la cultura, y
sobre todo a su producción descentralizada,
horizontal, colaborativa y solidaria, más cerca estaremos como sociedad de
saber gobernarnos de manera autónoma
sin la dar pretexto a la “necesidad” de relaciones de vigilancia y castigo o de un soberano que sepa cuáles
son nuestras necesidades y
nuestros beneficios.
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