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Luce Fabbri nació en Roma el 25 de julio de 1908, hija de los militantes e intelectuales anarquistas Luigi Fabbri y Blanca Sbriccoli. Después del advenimiento del fascismo, en 1929 se exilia en Uruguay junto a sus padres y su hermano. Con los resabios del período batllista, Luce pudo disfrutar la paz luego de la guerra. En Montevideo será muy conocida como pionera en la enseñanza de griego y latín -hasta entonces relegados al ámbito religioso- por sus estudios sobre Dante Alighieri y Leopardi, pero
También como anarquista, a través de la revista Studi Sociali, que dirigió de 1935 a 1946. Se destacó por su erudición tanto como por su interés en las masas obreras. Enemiga de las casillas, logró que la docencia y la investigación emergieran del mismo modo que su espíritu libertario. Luce Fabbri dejó de existir el 19 de agosto de 2000, pero el legado de su pensamiento humanista sigue vigente.
Luce Fabbri nació en Roma el 25 de julio de 1908, hija de los militantes e intelectuales anarquistas Luigi Fabbri y Blanca Sbriccoli. Después del advenimiento del fascismo, en 1929 se exilia en Uruguay junto a sus padres y su hermano. Con los resabios del período batllista, Luce pudo disfrutar la paz luego de la guerra. En Montevideo será muy conocida como pionera en la enseñanza de griego y latín -hasta entonces relegados al ámbito religioso- por sus estudios sobre Dante Alighieri y Leopardi, pero
También como anarquista, a través de la revista Studi Sociali, que dirigió de 1935 a 1946. Se destacó por su erudición tanto como por su interés en las masas obreras. Enemiga de las casillas, logró que la docencia y la investigación emergieran del mismo modo que su espíritu libertario. Luce Fabbri dejó de existir el 19 de agosto de 2000, pero el legado de su pensamiento humanista sigue vigente.
No es de extrañar, dada su procedencia y la de tantos anarquistas en Uruguay, que Luce invitara permanentemente a sus compañeras y compañeros a reflexionar sobre el Fascismo, sobre sus orígenes, y sobre sus implicancias para el desarrollo de procesos libertarios. El tamaño y la potencia destructiva no dejaban dudas, y por eso la historia, en tanto memoria colectiva, y la tozuda reflexión permanente sobre los procesos; así como la desconfianza en los “eventos”, son imprescindibles para los anarquistas. Ya incluso varios años después de haber sobrevivido en resistencia al Terrorismo de Estado uruguayo (y quizás reforzados por eso) Luce pone en palabras este lugar fundamental de la historia en el accionar anarquista local:
«Nuestros vínculos con el pasado son muy fuertes, sobre todo son fuertes a nivel colectivo, y una ruptura drástica con el pasado, completa, sólo se puede hacer a costa de la libertad, sólo oprimiendo y forzando las voluntades. Hay algo en la tradición que oprime, y sin embargo, hay una continuidad que no se puede romper violentamente, sólo se puede dejar caer, promover la caída de lo que está sobrando, de las hojas secas, de lo que ya no tiene vida […] No obstante, un cambio libertario debe pasar por la voluntad colectiva; la voluntad colectiva siempre tiene en cuenta la historia […] aunque sea inconscientemente […] conocer la historia tiene un valor vital, un valor de reconsideración de los valores tradicionales y es una forma, un vehículo de transformación, mientras se critican los valores a medida que se les conoce»; (Fabbri, entrevista realizada por M. Rago, julio de 1997).
Es desde esta forma de entender las transformaciones sociales desde donde aquellas cuántas generaciones de anarquistas de la segunda mitad del siglo 20 construyeron movimiento.
Para profundizar en las implicancias de esto para Luce y sus compas voy a robarle algunos trozos de su libro La vida es un arma a Gerardo Garay: El futuro es anticipado en la obra de Fabbri por esta concepción que entiende que los acontecimientos históricos de la humanidad deben interpretarse como un caminar colectivo, proceso que vence los fatalismos y las concepciones deterministas. Esta postura hace hincapié en: «… repudiar el ‘todo o nada’, en respetar aquello que pueda haber de bueno en lo que el esfuerzo humano ha creado en los siglos, en acentuar y mejorar todo lo que tenga de libertario y solidario, combatiendo en cambio todas las manifestaciones autoritarias que lo deforman y desnaturalizan. Este no es un fin último al que tienda una única revolución: es un camino en el cual evoluciones y revoluciones (llamando revoluciones los períodos de crisis —violenta o no— en que el proceso histórico toma un ritmo más rápido y el trabajo silencioso de siglos muestra de pronto sus frutos) se alternan, camino sobre el cual es posible verse obligados a retroceder en los momentos de derrota, pero que es sin embargo el que se quiere seguir».
Y más adelante Fabri agrega:
«Nuestra revolución no es nuestra, sino de la sociedad entera. Consiste en un cambio profundo, que es lento como todo lo profundo y en un determinado momento de ruptura con el pasado (que es el momento propiamente revolucionario) se concreta. Puede haber o no una fase insurreccional (generalmente la hay), pero ésta sirve para derribar obstáculos frente a transformaciones que ya tienen un consenso tan amplio como para que no imposición y el cambio se produzca en las bases sociales por obra de las mismas bases».
Faltaban años para que culminara la dictadura uruguaya en 1981 cuando Luce en una entrevista con la Revista A de Milán abofeteaba el pensamiento anarquista europeo con un mensaje humanista que dejaría en evidencia la magnitud del océano que separa el viejo continente del sur de América.
Respecto a la pregunta sobre cuál debe ser el rol del anarquismo en el mundo contemporáneo, Fabbri responde que el énfasis de la tarea de los anarquistas en la actualidad debe estar puesto en contribuir a la «creación de los gérmenes de un mundo libre», propiciar la tolerancia y la multiplicidad, la admisión de la pluralidad y la convivencia de las posiciones. Pero también hace falta «estimular sobre todo la creación de órganos que puedan ser mañana los núcleos de una sociedad libre», vale decir, donde puedan desarrollarse las «libertades fundamentales»; esto conlleva a «defender la democracia donde todavía existe», reconociendo sus debilidades y limitaciones, pero haciendo hincapié en la posibilidad que ofrece de «organizarnos, de crear comunidad, de coordinar esfuerzos, de estudiar y eventualmente contribuir a hacer fuertes los organismos espontáneos, que pueden ser mañana utilizados por una organización libertaria. Aprovechar en definitiva las libertades de que todavía se goza para ir creando un trabajo colectivo en sentido libertario».
En 1982, respondiendo a algunos de los debates encendidos que aquella entrevista provocó, Luce envía una carta que el mismo medio publica, donde deja meridianamente claro que a su juicio el anarquismo es capaz de distinguir o debería serlo entre defender la democracia y defender sus instituciones y propone: «de cara al peligro totalitario es imperioso defender, no la existencia, sino al interior de aquello que existe, aquellos elementos que pueden ser punto de partida o condición favorable para desarrollarlos […] en sentido libertario». y más adelante postula: «Entre democracia y anarquía no hay antítesis, sino progreso. En efecto, entre el derecho de la mayoría en que se basa la democracia y el libre acuerdo característico de las soluciones libertarias, no existe una diferencia diametral sino una diversidad de grado, ya que para nosotros se trata de canalizar los conflictos por medio de la tolerancia, del reconocimiento de los derechos de la minoría y de los individuos, la coordinación federal y la libre experimentación. Pero la preocupación de evitar el dominio violento de la minoría es común a los unos y los otros. Y contra este peligro el tradicional espíritu democrático en sentido amplio constituye siempre una defensa.»
Finalizada la dictadura militar, tras un sin fín de procesos colectivos, la prolífica Luce nos entrega dos joyas que quizás dan cierre a esta absolutamente subjetiva síntesis al pensamiento anarquista uruguayo en su relación con los procesos de construcción de unidad desde la década de los 50 hasta finales del siglo 20. En una Ponencia en un Encuentro anarquista en 1997 Luce plantea: «En general (…) creo que hay que apuntar a todo lo que nos acerca a los demás, tratando de ser, dentro de la sociedad que queremos cambiar, un factor fermental y creativo, constituyendo, dentro de un mundo cada vez más violento y sombrío, focos, por pequeños que sean, de ajenidad al poder y a la explotación, focos de esa libertad de la conciencia que ninguna opresión puede destruir, y que sirven de puntos de referencia. Nuestra acción en la sociedad es desde adentro y desde abajo y se desarrolla no solo en el movimiento anarquista organizado, sino también, con las limitaciones del caso, en los distintos aspectos de la vida, a través de una participación en sentido libertario en todas las actividades positivas que ofrezcan perspectivas de desenvolvimiento no autoritario: en los lugares de trabajo, en la familia, en las actividades recreativas y culturales, aplicando en ellas, así como en lo económico, cuando sea posible, la autogestión.»
Y finalmente:
“El error acaso ha sido el de considerar la revolución como previa. Es previa sólo bajo un poder absoluto.”… “Creo que de todo esto surge una nueva visión del anarquismo, más modesta, menos luminosa, pero más capaz de afrontar los difíciles momentos que se acercan. Es más: la pedagogía libertaria se mantiene como única válida, si queremos luchar contra el mercado, que está entrando en crisis”.
[Versión resumida de texto original más extenso en https://www.reactiva.com.uy/el-anarquismo-de-luce-fabbri.]
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