José Luis Gutiérrez
Veinte años después de la
aparición del fenómeno que llamamos «memoria histórica» seguimos con un
desconocimiento casi absoluto
del proceso revolucionario que se
abrió el 19 de julio de 1936 tras el fracaso en gran parte del país del golpe
de Estado. Cuando sin él no se puede entender ni lo
ocurrido en la zona gubernamental ni la represión
golpista. Se reproduce lo ocurrido, en el actual régimen, en la década de los setenta. Desde los propios momentos de los hechos y después, se intentó no ya reducir su impacto sino también negar hasta su propia
existencia. Pero también es verdad que en
los propios círculos libertarios tampoco se
le prestó demasiada atención. Se insistía en
el 19 de julio, en la Revolución pero no pasaba
de una reflexión histórica sin mayor aplicación y para adentro. Existían otros problemas que se consideraban más acuciantes:
las propias diferencias internas sobre la interpretación del pasado de las organizaciones
y la brecha generacional. Incluso la
idea de que era posible, a corto plazo, repetir la jugada de 1936.
Así que entre unos y otros el
proceso revolucionario de 1936-1939 permaneció en la oscuridad. Hasta hoy. Aunque es verdad que ha aumentado su presencia, a la vez que lo han hecho los estudios locales. Se han encontrado con el fenómeno de manera inevitable. Eso sí, continúa de manera significativa
las diferencias entre los que podríamos llamar estudios de la academia y los
que se hacen al margen de
ella. De hecho, estos trabajos
«marginales» son los que han desarrollado en mayor medida la memoria histórica.
La academia llegó tarde, mal y cuando se
abrió el nicho de mercado.
Si en las décadas anteriores las
organizaciones, todas, habían mirado hacia otro lado en lo que respecta a la represión
franquista, que es el origen y
núcleo duro, de la memoria histórica,
ahora, comenzaron a tenerla en cuenta. Eso sí cuando
no les quedó más remedio. No olvidemos que el movimiento comenzó por una demanda
ciudadana harta de callar, presionada por
sus familiares que iban desapareciendo sin
saber el destino de las circunstancias de los
asesinatos, desapariciones, infamias, encarcelamientos, exilios, ni el destino
de los restos de sus padres,
hermanos, amigos, etc. Muchas
veces, ya a punto de morir, encomendaban a hijos, nietos, hermanos saber qué había sido de aquel cuya fotografía
había estado, durante años,
oculta en una caja, una cartera
o, en el mejor de los casos, colgado de una
pared o en una mesilla de noche o aparador de la sala de estar.
Muchas de esas personas habían
sido disciplinados militantes de las organizaciones que habían firmado el pacto que dejaba
fuera cualquiera responsabilidad
de la represión golpista y
franquista. Incluso la búsqueda de la
necesaria verdad histórica, Qué decir de la justicia
o la reparación. Las tres palabras que rápidamente
se convirtieron en referencia para
el movimiento memorialista. Callaron, por
disciplina y bajo la amenaza del ruido de sables.
Olvidaron tanto que hasta terminaron por desconocer las exhumaciones que
se realizaron entre 1979, a partir de las elecciones municipales, y 1982, cuando la transición
se completó con la llegada al
poder del PSOE renacido en Suresnnes y firmante de los Pactos de la Moncloa de octubre de 1977. Amnesia que ha llevado hasta buscar para exhumar fosas
que ya lo habían sido.
Un movimiento cívico que,
ninguneado en un primer
momento, o intentado cooptar después,
cuando se vio que no podía eliminarse, se salió de los estrictos marcos «públicos»
impuestos por la transición: reparto de los
papeles de bueno y malo entre PSOE y PP e
inexistencia de todo aquello que se saliera de
los marcos «públicos» establecidos en la participación
institucional. Se llegó a calificar al movimiento memorialista de «privado» o
ser «empresas». Y todavía hoy se repite la
acusación. A pesar de que ya, prácticamente todo el memorialismo está cautivo o
desarmado, atacado, ninguneado,
infiltrado, subvencionado y
desmantelado entre leyes, competencias
y otras zarandajas.
Fue en este contexto en el que el
inicial «apartidismo» de las
asociaciones se fue sustituyendo por una lluvia fina que termina identificando
represión franquista con represión republicana
y al antifranquismo como una característica
del antifascismo. Lo de la guerra patriótica y el antifascismo vendría más tarde, cuando de nuevo, con el apoyo, más o
menos explícitos, de
socialistas y comunistas, con
sus viejas o nuevas organizaciones, dejaban de lado al mundo libertario. Más
aún, se intentaba borrar que
al golpe de Estado no se le
respondió con una defensa antifascista del gobierno
republicano, sino con un proceso revolucionario
que adoptó muchas configuraciones, unas más profundas que otras, pero todas con
el común denominador de su espíritu de
creación de un mundo nuevo. Un mundo en
el que desapareciera el caciquismo, tanto el viejo
como el nuevo republicano, las desigualdades y, en definitiva, la sustitución
de la administración de mujeres y hombres por la de las cosas. Un mundo nuevo
en cuya construcción no sólo
participaron libertarios sino también republicanos, socialistas y comunistas.
De nuevo se intenta repetir que
desaparezca de la memoria e historia la revolución que estuvo detrás de la resistencia que el pueblo español opuso al golpe de Estado. Un
proceso transformador que fue
más allá de organizaciones y
cuadros ideológicos. Que se
nutrió de la participación de millones de personas
de diferente ideología a las que les unía
el deseo de aprovechar el momento para
crear ese mundo nuevo por el que habían estado luchando hacía décadas. Hasta tal punto fue un proceso colectivo que no hay ni ideología ni, mucho menos, organización
que pueda patrimonializarlo. Eso no significa
no reconocer el papel vertebrador del
anarquismo y la importancia del anarcosindicalismo en la formación de esa
cultura radical que estuvo
detrás de la respuesta al golpe
de Estado. Frente a la defensa del estado burgués republicano existió la
alternativa del plural proceso revolucionario que se puso en marcha en julio de 1936.
Sin embargo, el mensaje que se
difunde es que la memoria histórica, centrada en
la represión franquista, fue una cosa de golpistas
y franquistas contra la República y
los republicanos. En todo caso se apela al
antifascismo. La revolución ni estuvo ni se
la espera. Un saco en el que caben todos los
reprimidos. Contradictorio porque en el afán
acaparador incluye a quienes son denostados como irresponsables, asesinos y otras cuantas cosas más. En una especie de transubstanciación milagrosa los peligrosos
anarquistas se convierten en republicanos asesinados.
Algo que, desde el mundo libertario, debemos trabajar para que no sea
así. No debe de interferir con
las tareas individuales y colectivas que tengamos en el movimiento
memorialista. No hacer de las exhumaciones un hecho partidario o
electoral, como en demasiadas
ocasiones ocurre, no significa
que no debamos recordar a nuestros muertos, resaltar el papel que
tuvieron y reivindicar sus
ideales por los que murieron que
no fueron precisamente los del régimen republicano.
Es de justicia, en pro de la verdad y como reparación para todos
aquellos que nunca la tuvieron.
Entonces y ahora.
[Artículo publicado originalmente
en el periódico CNT # 424,
Valladolid, julio-septiembre 2020. Número completo accesible en https://www.cnt.es/noticias/periodico-cnt-no-424-julio-a-septiembre-2020-dosier-ecologia-social.]
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nos interesa el debate, la confrontación de ideas y el disenso. Pero si tu comentario es sólo para descalificaciones sin argumentos, o mentiras falaces, no será publicado. Hay muchos sitios del gobierno venezolano donde gustosa y rápidamente publican ese tipo de comunicaciones.