Antonio Galeote
Estos días hemos visto a las masas haciendo realidad el sueño de los teóricos
del comunismo estatista y del
fascismo. Se ha conseguido que
la gran mayoría de los ciudadanos sean
–ellos mismos– los que aplican las decisiones
totalitarias del poder. El disidente, que en este
caso es simplemente cualquiera que salga a la
calle o que esté en contra de que le cierren el
pequeño negocio que da de comer a su familia,
es un elemento peligroso. Es alguien que –dicen con énfasis– está poniendo en
peligro la vida de todos. De hecho, según el sistema, es un asesino en
potencia. Por tanto, hay que aislarlo, perseguirlo, denunciarlo y neutralizarlo.
En esta línea, cualquier
ciudadano que cuestione la supresión de los derechos fundamentales y pretenda
ejercerlos, se convierte en un enemigo
de la Constitución (de la que sea), es
decir, en un enemigo del pueblo. En consecuencia, debe ser controlado. Y ya ni
siquiera es necesario que ese
control sea ejercido directamente por los aparatos de la seguridad del Estado. Los controladores, los vigilantes,
los policías, son los propios
ciudadanos, los vecinos, que observan y delatan a los disidentes. Es todo un éxito. El poder ha conseguido
infundir en la gran mayoría de los ciudadanos la histeria colectiva y
totalitaria de las masas contra
cualquier disidencia. Todo ello, barnizado de un
buenismo dulzón, cursi e hipócrita, supuestamente progresista. Canciones,
aplausos, buen rollo..., todo
muy guay. No olvidemos, por otra parte, que en el caso español, esta
operación del totalitarismo
antidemocrático está liderada por
un Gobierno de coalición entre los progresistas del PSOE y la autodenominada nueva izquierda de Podemos. La actuación del progresismo
vuelve a ser vergonzosa e indigna, propia de un grupo de pequeños burgueses
arribistas al servicio del poder. De cualquier poder.
Algunos teóricos del leninismo y
del fascismo llegarían al orgasmo intelectual viendo este cuadro. Desde sus ventanas, los ciudadanos recluidos, entusiastas cómplices y
cumplidores de las decisiones
arbitrarias y totalitarias del poder,
espían y detectan a los disidentes. Y a
partir de ahí, son ellos los que ponen en marcha los mecanismos policiales del
sistema para acabar con estos
elementos que cuestionan el orden
establecido. Es el sueño, nunca totalmente conseguido, y ahora casi cumplido, de los creadores de instituciones como el KGB
soviético, la Stassi de la Alemania comunista o la Securitate de la Rumanía de Ceaucescu.
Es especialmente destacable el
hecho de que los más
entusiastas militantes de esta histeria colectiva generada por el totalitarismo
del poder sean los progres,
los socialistas, los que
defienden las posiciones intelectuales de la pequeña burguesía supuestamente
ilustrada. Manejando con una alta eficacia totalitaria y manipuladora los
medios de comunicación crean primero
una sensación de miedo y desconcierto entre la población, para luego presentar
al poder como la salvación.
Así, los ciudadanos llegan a
convencerse, como autómatas, de que
actuar contra sus propios derechos es su obligación. Y actúan de manera
compulsiva, como autómatas,
delatando además al que no admite esta vía. Lo que está ocurriendo actualmente convierte a George Orwell en un tipo
aburrido, rutinario, simple y
sin imaginación.
Manipulación de masas
Este nuevo totalitarismo tiene
vocación globalizadora. Recorre Europa, pero también refuerza las posiciones
autoritarias del nacionalismo estadounidense. La combinación eficaz de las técnicas de manipulación de masas está consiguiendo un alto grado de solvencia en
un hipotético ranking de las
experiencias totalitarias. Las masas manipuladas son las que se encargan de dar una base sólida a estos
experimentos, y además vigilan incansables a cualquier sospechoso de
disidencia. Estamos ante un paso
más hacia la degradación de los supuestos derechos civiles en los sistemas capitalistas supuestamente
democráticos. Si el sistema económico se va transformando, su cobertura
oolítica también experimenta cambios. El capitalismo productivo, fundamentado
en la inversión que crea empresas y puestos de trabajo, va siendo sustituido
por la consecución de amplias
ganancias mediante la simple especulación
financiera. Esta transformación exige ciudadanos cada vez más automatizados,
sin formación, sin cultura, sin
capacidad de análisis y, por tanto, sin capacidad de resistencia. Porque son
estos ciudadanos los que están destinados a pagar
el coste de esta transformación del capitalismo. Para el sistema, se trata de
combinar la eficacia con la
apariencia democrática.
En consecuencia, los gestores del
sistema hacen ensayos, pruebas.
La epidemia del coronavirus, al
margen de su origen real, que es
difícil que consigamos saber algún
día, es una oportunidad para restringir derechos. El golpe a las más
elementales garantías civiles y democráticas es tremendo. Además, se promueve la colaboración en el experimento de masas conveniente aleccionadas,
dirigidas y manipuladas mediante
mecanismos diversos, como los medios de
comunicación, que en muchos casos utilizan
y manejan los sectores supuestamente más
ilustrados, los autodenominados progresistas. Y las masas colaboran con entusiasmo.
Ya no se trata sólo de limitar
algo tan elemental como el derecho de los ciudadanos a moverse. Incluso se habla de confinar a los ciudadanos no ya en sus casas, sino en lugares decididos por el Estado. Es la aplicación
de una pena de prisión, pero sin juicio previo. Y en sistemas democráticos.
Kafka habría sonreído. Estamos ante un gigantesco ensayo de control global muy
potente y sofisticado, dado que el sistema está poniendo las nuevas tecnologías
digitales al servicio de este nuevo totalitarismo. En países de la antigua Unión Soviética, en toda la Unión Europea, en zonas de Asia, etc., se está utilizando la tecnología
digital más sofisticada para el
control de los movimientos individuales de los ciudadanos. Con el pretexto de la lucha contra el coronavirus,
por supuesto.
Tecnologías al servicio del totalitarismo
Las ciudades se están llenando de
cámaras de videovigilancia, con modernos
sistemas de reconocimiento facial para
identificar a los disidentes. Y las operadoras multinacionales de las nuevas
tecnologías telefónicas están colaborando, lógicamente, con los gestores de
estas técnicas policiacas. Así,
están facilitando a los gobiernos los datos individuales de los ciudadanos para
que pueda establecerse un seguimiento de la trazabilidad de los teléfonos
móviles. El pretexto, la justificación, es
evitar que un infectado por el coronavirus
pueda contagiar a personas sanas. Pero,
de hecho, estamos ante una operación que
servirá para que, por ejemplo, los gobiernos puedan saber, mediante la
geolocalización, dónde nos encontramos en cada
momento y con quién nos estamos reuniendo.
La Unión Europea ha llegado a un
acuerdo con las operadoras de móviles para que
le faciliten los datos que les permitan poner
en marcha este agresivo programa de control individual de los ciudadanos de la Unión. En España está previsto el control y rastreo de más de 40 millones de teléfonos móviles. ¿Es creíble que esta información se utilice sólo para la actual epidemia? Los gobiernos están haciendo rastrear millones de móviles de sus ciudadanos, y en algunos
países europeos, los principales operadores de telefonía están entregando a las autoridades no sólo los datos, sino las conversaciones telefónicas, para rastrear así más eficazmente los contactos.
En la mayoría de los casos, estas
medidas se aplican sin ningún control judicial
ni político, ya que la puesta en marcha de
estas operaciones de vigilancia masiva de
la población depende sólo de acuerdos
entre los gobiernos y las compañías operadoras, unos acuerdos totalmente opacos
para la opinión pública y para cualquier mecanismo de control democrático. En el marco de este amplio despliegue se utilizan sofisticadas tecnologías de información
digital encriptada, con descargas
de las correspondientes aplicaciones, para hacer más exhaustivo y detallado el control de los desplazamientos de los titulares
de los teléfonos, sus encuentros e
incluso la distancia entre los participantes
en esas citas.
Es destacable, en todo este
episodio, el papel que están
jugando los medios de comunicación, aplaudiendo la supresión de derechos civiles, el control tecnológico de los movimientos de los ciudadanos, la presencia
de los militares en las calles y el cierre, de hecho, del Parlamento. En este
proceso de auténtica complicidad con esta
nueva modalidad de totalitarismo, los medios completan su trabajo generando
pánico y angustia entre la población, para que
acepte sin protestas las imposiciones totalitarias. En cualquier caso, sigue
siendo sorprendente que un país como España, que
sufrió cuarenta años de franquismo, acepte
ahora con entusiasmo, con aplausos y con
una servil sumisión el inicio de una operación que podría desembocar en algo
similar a una nueva dictadura. Y si a alguien le
parece exagerada esta afirmación, que mire hacia Hungría.
Nos encontramos, por tanto, ante
una ofensiva muy amplia y
profunda contra los derechos
civiles de los ciudadanos, con el
argumento de conseguir frenar la pandemia del coronavirus. Esta vez, además, la población, manipulada por los medios de comunicación y por el sistema en general, y víctima de su progresiva falta de formación,
se ha movilizado en el apoyo a esta
regresión democrática. El sistema consigue así una nueva victoria, en esta
ocasión muy importante. Su
lógica, su justificación, es
mantener a toda costa la situación actual, aumentando su control policial
totalitario y masivo sobre la población. Un cartel que circulaba por las universidades de Es-tados Unidos durante el verano de 1968,con la foto de un policía antidisturbios
fuertemente armado masacrando a un hombre
que, tumbado en el suelo, sangraba abundantemente, llevaba el siguiente texto
explicativo: “Hay tiempos en que el orden debe ser mantenido porque el orden
debe ser mantenido”.
[Texto extraído del artículo titulado
“Virus y totalitarismo”, publicado originalmente en el periódico Solidaridad Obrera # 377, Barcelona,
julio-agosto 2020.]
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