Rubén Hernández
Es triste asumirlo, pero el salario mínimo o básico más miserable del planeta lo tenemos nada más y nada menos que en Venezuela, que irónicamente es una nación con ingentes recursos de biomasa, energéticos y minerales. Hoy estamos, como pocas veces en la historia, en el ojo del huracán de una compleja pugna de intereses interimperialistas, que codician con todas las ganas ese potencial que encierra Venezuela, a tal punto que incluso los amagos de enfrentamiento llevan a algunas opiniones agoreras a ver allí la posible causa de un conflicto bélico de alcance global. Lo cierto es que como tantas otras veces en la historia, se concluye que Venezuela es un pobre país rico, con miserables a granel mientras que una minoría del sector público y del sector privado se lucra con lo que pueden esquilmar al país y la mayoría de sus pobladores.
Es triste asumirlo, pero el salario mínimo o básico más miserable del planeta lo tenemos nada más y nada menos que en Venezuela, que irónicamente es una nación con ingentes recursos de biomasa, energéticos y minerales. Hoy estamos, como pocas veces en la historia, en el ojo del huracán de una compleja pugna de intereses interimperialistas, que codician con todas las ganas ese potencial que encierra Venezuela, a tal punto que incluso los amagos de enfrentamiento llevan a algunas opiniones agoreras a ver allí la posible causa de un conflicto bélico de alcance global. Lo cierto es que como tantas otras veces en la historia, se concluye que Venezuela es un pobre país rico, con miserables a granel mientras que una minoría del sector público y del sector privado se lucra con lo que pueden esquilmar al país y la mayoría de sus pobladores.
Con abundancia en petróleo, gas natural, oro, diamantes, hierro y pare de contar, y no obstante Venezuela padece una terrible crisis socioeconómica, caracterizada entre otros aspectos por el aumento progresivo de la pobreza extrema, producto de la cancelación de sueldos ridículos a millones de empleados, o más bien subempleados fundamentalmente dependientes del sector gubernamental. Considerando además la semiparalización económica a raíz de la pandemia por COVID-19, resulta que el salario mínimo a duras penas asciende a unos 4 dólares. No leyó mal, 4 dólares es el ingreso básico que recibe el grueso de los asalariados en Venezuela, dinero con el que se puede adquirir solamente una harina de maíz, un cartón de huevos y algunas frutas debido a la hiperinflación. Evidentemente no nos alimentamos bien, ni podemos pagar algunos servicios, como el gas doméstico, cuyo costo está por las nubes (administrado por hampones del sector público y del sector privado), y ni siquiera podemos comprar algún medicamento básico, como una simple aspirina.
A lo anterior responderían las autoridades “revolucionarias” que el bajo salario mínimo es compensado por el pago de bonos vía carnet de la patria [libreta de racionamiento digitalizada y encubierta], y por la venta de alimentos subsidiados vía CLAP. Estos beneficios (más bien migajas) no son entregados con regularidad a la gran mayoría del pueblo venezolano, al menos así es fuera del área metropolitana de Caracas. En el estado Mérida, por ejemplo, las famosas bolsas o cajas con alimentos subsidiados son vendidas en algunas zonas hasta con una distancia temporal de 4 meses entre la llegada de una y otra, y para colmo contienen cada vez menos productos. Además poco se puede hacer con unos risibles bonos de limosna que no llegan ni a 3 dólares.
También se excusa el liderazgo dizque socialista de Venezuela, farfullando que la guerra económica contra la nación suramericana por parte de Estados Unidos y sus aliados ha exigido a todos un importante sacrificio respecto a las condiciones de vida y ciertas desmejoras laborales, necesario según tal liderazgo para soportar con cierto éxito los tiempos difíciles presentes y por venir, y para seguir construyendo el “socialismo” del siglo XXI en plena adversidad. Es verdad que estamos siendo afectados por sanciones y bloqueos internacionales, en el marco de una dependencia extrema y de la lucha de poderosos intereses por la hegemonía en América Latina y el mundo en general, pero también es cierto que los sacrificados en esta situación son los pobres, el pueblo llano, mientras que la dirigencia "civico-militar" y el resto de la élite no sufre, pues ostentosamente eluden cualquier sacrificio a pesar de la crisisiendo públicos y notorios su rumbosos tren de vida y su consumo suntuario .
¡Qué “nobles socialistas” son todos esos funcionarios públicos, que se proclaman entregados a la causa “revolucionaria”! En verdad, no viven ni de cerca toda la tragedia que ataca diariamente la grueso de la población venezolana, y al ridículo salario mínimo de la mayoría lo perciben con indiferencia, ignorando olimpicamente el artículo 91 de la Constitución bolivariana que tanto se complacen en elogiar, donde en resumen se establece que el salario mínimo debe estar en sintonía con el costo de la canasta básica.
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