Marcelo Sandoval
Las décadas de 1960 y 1970 coinciden con las
décadas de 1920 y 1930 en la Europa de entre-guerras, son momentos
donde el arte se convierte en uno de los
últimos reductos para la insubordinación y para hacer manifiestas las
posibilidades de ruptura y de elucidación de otros modos
de vida. En ambos instantes se hace
estallar el conformismo desde el arte y la contracultura y se da un nuevo impulso a la lucha
que parecía contenida por las fronteras del Estado y el capitalismo. Otra vez, como lo fue con el surrealismo, el dadaísmo y,
posteriormente, con el situacionis-mo, el punk vuelve a aludir a la locura y a la niñez
como medios para cuestionar y hacer estallar el orden impuesto.La irrupción del punk no fue un hecho aislado, no fue un
surgir espontaneo, como tampoco lo fue el dadaísmo, el surrealismo, el letrismo
o el situacionismo, se enmarca en la constelación rebelde que se instituye a
partir de 1968, se enmarca en un collage de luchas, «a finales de los sesenta,
el pueblo había regresado a las calles en todo el mundo occidental. De la
pesadilla nacieron los sueños […] en Francia, el gobierno casi fue derribado
por estudiantes anarquistas; en Holanda, los Provos ridiculizaron la política
convencional; en Alemania Baader-Meinhof (RAF – Fracción del Ejército Rojo) se
vengaron de un Estado que todavía estaba manejado por viejos nazis; en Estados
Unidos, la paz se hizo más importante que la guerra; en Irlanda del Norte, los
católicos marcharon reclamando derechos civiles; en Inglaterra, los colegios y
universidades fueron ocupados» (Rimbaud, 2010: 9).
Sin embargo, la
historia del punk puede contarse desde dos perspectivas, pues al movimiento le
ocurrió lo que a la mayoría de las tentativas que surgen contra el Estado y el
capitalismo, se les intentó cooptar para quitarles los los, para que dejen de ser
peligrosos; a través de los mass media, se intentó convertir al punk en parte
de la sociedad del espectáculo, en una moda y mercancía más, además, se
intentó enajenarlos con drogas como a los hippies y al movimiento de
resistencia de los afroa-mericanos para que dejaran de luchar.
Depende de dónde fijemos la mirada, pues lo que se pretende
lograr en esta investigación es reconocer esta irrupción de jóvenes marginales
desde la contracultura para decir ¡no! y al mismo tiempo para decir ¡hazlo tú
mismo!; una mirada, la dominante, la que se maneja desde la sociedad del
espectáculo, convierte al movimiento punk en parte del continuum de la historia,
lo pretende convertir en una moda, en una manifestación de la cultura pop, por
tanto, la música, la ropa, sus expresiones contraculturas se convierten en
mercancía, nace y muere con la banda que pretendió incorporar al punk a la
sociedad del espectáculo, los Sex Pistols, “la impúdica historia de los Sex
Pistols acabó en enero de 1978 y con la de ellos la de todo un movi-miento
de bandas punk que había surgido en aquellos años” (Granés, 2011: 366);
mientras que una mirada a contrapelo de la historia del punk está hecha de
muchas historias, de una pluralidad de experiencias, sujetos sociales e
iniciativas, surge paralelamente a la historia espectacular del punk, pero
deviene de manera discontinua como un movimiento de resistencia creando formas
de expresión desde el anti-arte y promoviendo tentativas de autogestión. La
historia espectacular del punk terminó con la disolución de los Sex Pistols,
mientras que la historia del punk rebelde e insumiso todavía no termina, vive
en cada individuo, colectivo, fanzine, banda de música que apuesta por la
autogestión de la vida, la creatividad y la imaginación.
La historia
espectacular del punk es la más conocida y divulgada, es sobre la que se han
escrito más libros y una buena cantidad de tesis —se han hecho, incluso,
películas y documentales donde se le vulgariza—. En el mejor de los casos los
estudiantes y académicos extraen la historia a partir de entrevistas a
participantes del movimiento, a miembros de bandas de música y a militantes de
colectivos anarcopunks; los observan, los describen y califican sus comportamientos y discursos
como si se tratara de personas fuera de este mundo, seres raros a los cuales se
les hace el favor de investigarlos para que la sociedad los comprenda y los
tolere. La mayoría de estas tesis y libros reflejan una actitud paternalista, ante la cual el movimiento punk debiera,
según estos académicos y estudiantes que dicen demostrar su buena voluntad al
realizar estas investigaciones, estar agradecido por ser su objeto de estudio.
Esto lo planteo
porque en los últimos ocho años fueron varios los que con el pretexto de una
tesis pretendieron observar, entrevistar y hacer un estudio de las iniciativas
anarcopunks de las que yo he sido parte. La crítica a esta actitud de cosificar al movimiento punk en una investigación
no la hago desde fuera, como un investigador más, sino como parte del sujeto
social. Ante esta invasión los miembros del movimiento punk han tenido dos
posturas, la primera es negarse a ser entrevistados y observados, negarse
a dar información [120]; la segunda es dar una versión mínima y superficial de sus experiencias dentro del movimiento
punk, una versión que siempre es la misma, o muy similar, por eso no varía
mucho una investigación de la otra [121].
Si vemos el punk
como moda, entonces lo que destaca es cómo unos cuantos sujetos ven en la
contracultura un medio para “transformar la revolución en un producto, en una
marca que sedujera a través del terror y el morbo” (Granés, 2011: 358),
observan cómo “su rebeldía, insatisfacción y furia se convertiría en un
espectáculo publicitario” (Granés, 2011: 358).
Carlos Granés
reconoce la inuencia directa del
situacionismo en el punk, y por tanto la introducción al punk de “las viejas
ideas anarquistas y vanguardistas de una libertad sin lí-mites, positiva,
destinada a transformar la vida y otorgar al placer y al ocio el lugar que los
capitalistas querían dar al trabajo y al rendimiento” (Granés, 2011:
356), y que los situacionistas intentaron mantener vivas en su pensamiento y en
su práctica, sin embargo, Granés concluye que con el punk, el situacionismo,
“una vanguardia que se opuso al espectáculo acabó convertida en el mayor
espectáculo de los setenta” (Granés, 2011: 356). Por tanto, plantea que la
propuesta revolucionaria de los situacionista acabó convertida en moda. Y un reflejo de eso es cómo en “1976 los
eslóganes de los enragés y de
los situacionistas francés se convirtieron en seductores aderezos de camisas y
camisetas” (Granés, 2011: 358).
La otra mirada al
punk, que se compone de muchas experiencias vividas, que se configura desde dentro del propio movimiento,
por lo regular se queda en el propio movimiento y en algunos movimientos
afines, no constituye una versión única
y homogénea, sino que se instituye a partir de la memoria, los saberes y los
tiempos vividos individuales y colectivos de quienes son parte o están cerca. Esta
imagen del punk es producto de una recuperación a través de una perspectiva de
la investigación militante. Lo que emerge en esta imagen del punk son las
tentativas para situar y configurar el anarquismo
desde lo que son, lo que hacen y desde donde están, es decir, desde la
contracultura y el anti-arte se proponen crear formas de hacer política y de organización
propias, con la perspectiva de generar proyectos de autogestión. Emergen la
pluralidad de iniciativas de resistencia y lucha, así como los vínculos con
movimientos anticapitalistas y organizaciones autónomas, que son parte en
la construcción de significaciones
imaginarias sociales y prácticas anticapitalista en el presente.
Irrupción del
punk. Anti-arte y ¡hazlo tú mismo!
La contracultura
punk irrumpió en la normalidad de la vida cotidiana —una vida donde sólo existe
el trabajo, la familia, la iglesia y el ocio— a nales de la década de 1970. Fue una rebelión que vio que los “padres, o por
lo menos sus servidores públicos, son nuestros primeros opresores” (Rimbaud,
2010: 15). Es un movimiento contracultural que niega el mundo; parte de la idea
de que no hay futuro; se posiciona, al mismo tiempo, contra las políticas
económicas del Estado del bienestar que estaban en plena decadencia, como
contra las políticas económicas neoliberales que estaba comenzando a imponerse.
Es
una constelación de experiencias y signicaciones que emergen haciendo una crítica a
la cultura instituida, es una ruptura con las formas dominantes de hacer arte y
música en concreto; se posiciona contra todo aquello que se convierte en moda
para venderse en el mercado capitalista; busca hacer es-tallar la sociedad
conformista y conservadora, pues piensan que «debajo de las superficies
brillantes del pelo bien peinado y nylons ordenados, de los autos brillantes y
las cocinas lavadas, de ir al bar los viernes y a veces a misa los domingos, de
la familia bien planeada y el futuro aún mejor planeado, de la abundancia y la
seguridad, del poder y el esplendor, están los verdaderos fascistas (Rimbaud,
2010: 25).
El surgimiento de
la contracultura punk, en la segunda mitad de la década de 1970 en Inglaterra,
y el movimiento de resistencia que genera, desde ocupaciones, bandas y
colectivos, son un “reflejo de una sociedad que dejaba atrás tres décadas de
prosperidad, opulencia y utopías revolucionarias, y que se enfrentaba a unos
datos económicos que remitían a los peores momentos del siglo XX” (Granés,
2011: 359); se generó dentro de una crisis que “se tradujo en un aumento de los
precios y en desaceleración económica” (Granés, 2011: 359).
Durante ese
momento, el desempleo aumentaba, pero simultáneamente los jóvenes se negaron a
convertirse en un clon de sus padres, trabajar en los mismos lugares y
reproducir la misma vida monótona. Su rechazo de los valores y tradiciones,
como la familia, el trabajo, la Patria, la religión y la monarquía británica,
provocó que se presentara al punk “como la peor amenaza al estilo de vida
británico y a los valores de la civilización occidental” (Granés, 2011: 358).
La negación de la
cultura dominante, hace estallar y descubre la fantasmagoría de que “los
presupuestos culturales admitidos son proposiciones hegemónicas acerca del modo
que se supone que funciona el mundo —estructuras ideológicas percibidas y
experimentadas como hechos naturales—” (Marcus, 2011: 11). Por medio de la
contracultura y del anti-arte, la música punk al maldecir a Dios y al Estado,
al trabajo y al ocio, al hogar y a la familia, al sexo y al juego, al público y
a uno mismo, durante un breve tiempo […] hizo posible experimentar todas estas
cosas como si no se tratase de hechos naturales sino de estructuras
ideológicas: cosas que alguien ha hecho y que consecuentemente pueden ser
alteradas, o incluso eliminadas (Marcus, 2011: 14).
Sin embargo, sobre
la capacidad del punk de generar rupturas
y poner en cuestión el orden instituido hay diferentes perspectivas, así
como sobre si el movimiento punk logró desplegar nuevas prácticas y
significaciones en los ámbitos del arte y la cultura, en particular o incluso
en el ámbito de las formas de hacer política. Desde una visión simplista de lo
que significa la revolución de la vida cotidiana y la revolución cultural que a
partir de 1968 y de movimientos como el situacionista adquirió relevancia en
los jóvenes, sería fácil decir que la contracultura punk a pesar de signicar una apuesta por
actualizar el situacionismo y las formas de hacer y pensar hippies más
radicales "lamentablemente, no permitió a esas hordas de desempleados
dedicarse a hacer el amor, consumir drogas psicodélicas y culminar la inconclusa revolución de la
vida cotidiana, sino que las hundió en una confusa mezcla de desánimo, falta de
perspectivas y conflictividad social" (Granés, 2011: 360).
En cambio, una
perspectiva que mire en la marginalidad del punk, no en aquello que se
corresponde a lo que la sociedad del espectáculo logró absorber, logra ver que
“hoy en día esas viejas voces suenan tan conmovedoras y temibles como siempre,
en parte porque existe una cualidad irreductible en sus demandas, y en parte porque
permanecen suspendidas en el tiempo”
(Marcus, 2011: 11). Más, si se logra reconocer que el horizonte
ético-político del movimiento punk conlleva "el anhelo al cambio tenía que
ser acompañado con el anhelo de trabajar por él, si valía la pena enfrentarse
al sistema, valía la pena enfrentarse a él totalmente. Ya no bastaba con tomar
lo que queríamos y rechazar lo demás, había llegado la hora de regre-sar a las
calles y atar, regresar y compartir nuestras experiencias y aprender de las experiencias de otros".
(Rimbaud, 2010: 27).
Anhelo que no se
puede lograr de un día para otro. Los punks marginales, que sí tomaron en serio
el reto de construir “un nuevo mundo, nuevos colores, nuevas dimensiones, un
nuevo tiempo y un nuevo espacio” (Rimbaud, 2010: 6), reconocían que la
revolución de la vida cotidiana, propugnada en 1968, al ser una revolución que
se tenía que llevar a cada rincón de la vida, no se reducía a un cambio
repentino de la forma de go-bierno o de los dirigentes, eran un nuevo modo de
vida.
Por eso, dice Penny
Rimbaud, baterista de la banda, colectivo y espacio ocupado libertario CRASS,
que «cuando los Sex Pistols sacaron Anarchy
in the UK (Anarquía en el Reino
Unido), y aunque quizás no lo decían tan en serio, para nosotros fue un grito
de batalla. Cuando Rotten declaró que no
había futuro, lo vimos como un desafío a nuestra creatividad, sabíamos que
habría un futuro si estábamos listos para trabajar por él» (2010: 27).
De ahí que el punk
fuera más que lo que ocurría en algunos conciertos donde se “revelaban un
individualismo feroz, violento y nihilista, que ya ni siquiera aspiraba al
hedonismo sino a la negación y la destrucción” (Granés, 2011: 360), donde la
rutina consistía en insultar y desafiar al público hasta acabar bañados en
escupitajos o directamente apaleados. Los destrozos, las peleas y las cabezas
abiertas por jarras y botellas de cerveza que volaban de un lado a otro se
volvieron parte del entretenimiento (Granés, 2011: 361).
También, significó
“una voz que renegaba de todos los hechos sociales, y que al negarlos afirmaba
que todo era posible” (Marcus, 2011: 10); representó, y aún lo hace, la
tentativa por “vivir no como un objeto sino como un sujeto de la historia
—vivir como si de hecho algo dependiera de las acciones de uno—, y esa exigencia se abre a una calle libre”
(Marcus, 2011: 14). Desde dentro del movimiento punk que devenía ya no sólo del
situacionismo, sino también del movimiento antinuclear de los años sesenta y de
las iniciativas radicales y anarquistas del movimiento hippie se propusieron
crear un vida y recuperar el mundo, decían: “es nuestro mundo, es nuestro y nos
lo han robado. Salimos a reclamarlo, sólo que esta vez ya no nos llamaron
hippies, nos llamaron punks” (Rimbaud, 2010: 27).
Si el punk
espectacular se convirtió “en un símbolo pop más, tan atractivo como
inofensivo, y los jóvenes de crestas multicolores en objeto de inocuas
fantasías de rebelión de medio mundo” (Granés, 2011: 366).
El punk marginal
pretendió "concentrar toda la rabia, la inteligencia y la fuerza en su ser
y luego arrojarlas contra el mundo para que el mundo se diese cuenta; para que
el mundo dudase de sus más preciadas y jamás cuestionadas creencias; para que
el mundo pagara por sus crímenes con la moneda de la pesadilla, y de ese modo acabar
con el mundo […] [Con] la totalidad de las proposiciones hegemónicas admitidas
comúnmente acerca de cómo se suponía tenía que funcionar el mundo, encerraban
un fraude tan completo y venal que se exigía ser destruido más allá de los
poderes que la memoria tuviese para recordar su existencia" (Marcus, 2011:
26).
Su irrupción
significó una actualización de las vanguardias artísticas del siglo XX, de los
movimientos contraculturales y de horizontes ético-políticos revolucionarios
como el situacionismo y el anarquismo; el punk es una constelación que hace
convivir esta pluralidad de prácticas y significaciones, y al condensarlas y
superponerlas a modo de un collage, crea algo nuevo.
De las vanguardias
artísticas recuperan la actitud de “comportarse como un niño, de ser
irrespetuoso y de no respetar nada; de convertirse, finalmente, en todo lo que
la sociedad odiaba” (Granés, 2011: 363), además, siguen concibiendo una
relación diferente con lo que desde la cultura dominante se etiqueta como
locura, pues ven que si “se permitiera a la gente a aprender de las
experiencias de su llamada locura en vez de castigarlos por eso, se podrían
realizar nuevas formas de pensamiento, crear nuevas perspectivas” (Rimbaud,
2010: 18).
Radicalizan la
significación del arte y, en concreto, de la música que se instituyó en las
contraculturas de las décadas previas, en la música punk es irreductible el
“deseo de cambiar el mundo” (Marcus, 2011: 14). Recuperan la iniciativa surgida
en el movimiento hippie militante del “festival libre, música libre, espacio
libre, mente libre […] los festivales libres eran celebraciones anarquistas de
libertad, en contrario a las marchas socialistas contra la opresión” (Rimbaud,
2010: 9). Por lo que podríamos decir que "la música surgió como un no que
luego se convirtió en un sí, a continuación en no y luego otra vez en sí: nada
es cierto excepto nuestra convicción de que el mundo que se nos pide que
aceptemos es falso. Si nada es cierto, todo es posible" (Marcus, 2011:
14).
De los horizontes
ético-políticos revolucionarios toman la crítica de la mercantilización de la
vida, se sitúan contra la sociedad del consumo y contra la alienación del
trabajo dentro del mundo capitalista. Despliegan iniciativas que generen un
shock, pero también iniciativas como el movimiento de comunas, donde se pudiera
vivir en el aquí y ahora otras relaciones sociales, donde se pudieran “crear
vidas de cooperación, compresión y participación […] si pudiéramos aprender a
compartir nuestras casa, tal vez podríamos aprender a compartir nuestro mundo,
y eso sería el primer paso hacia un estado de cordura” (Rimbaud, 2010: 12). El
punk condensa, también, en "esa forma crudamente poética, una crítica a la
sociedad moderna que ya habían emprendido anteriormente un pequeño grupo de intelectuales
radicados en París. Organizado por vez primera en 1952 con el nombre de
Internacional Letrista, y refundado con la denominación de Internacional
Situacionista en un congreso de artistas europeos de vanguardia que tuvo lugar
en 1957 (Marcus, 2011: 27).
Junto a esto,
señala el anarquista uruguayo Daniel Barret que “los grupos anarcopunks parecen
ser —en América Latina al menos— una de las principales vertientes a través de
las cuales se expresa el reciente despertar anarquista” (2011: 169). El punk
como “toda nueva manifestación cultural reescribe el pasado, convierte a los
antiguos malditos en nuevos héroes y a los viejos héroes en individuos que
jamás debieron haber nacido” (Marcus, 2011: 30), por tanto, en la constelación
que logran crear en “1976 y 1977… había quizá dadaístas, letristas,
situacionistas y varios herejes
medievales” (Marcus, 2011: 30). Se instituyó como una “una cultura en la que se
fusionan la desesperación existencial, el desencanto político, la rebeldía
generacional y el repudio radical a las instituciones” (Barret, 2011: 169).
El horizonte
ético-político y estético que resume todo esto es el ¡hazlo tú mismo!, condensa
la autogestión y la acción directa en “uno de sus lemas […] aquí tienes un
acorde, aquí otro, aquí un tercero; ¡monta una banda!” (Granés, 2011: 370). A
través del punk, Penny Rimbaud miembro de la banda y colectivo CRASS, quienes mantuvieron de
manera irreductible la postura del ¡hazlo tú mismo!, observó a “anarquistas, socialistas,
activistas, pacifistas, la clase trabajadora, la clase media, negros, blancos
—unidos por lo menos por una cosa— una causa común, un factor universal, una bandera
compartida — el buen rock and roll” (Rimbaud, 2010: 9).
Los jóvenes punks reniegan de sus padres,
quienes han dejado de luchar por un mundo diferente del modelo familiar
hegemónico, donde sólo se puede aspirar a tener una casa y un automóvil. El
punk provoca un shock, trastoca la vida cotidiana y desacomoda el paisaje
urbano mediante su hacerser en las calles, niega las formas dominantes de hacer
política —esas donde los adultos se dedican a hacer partidos políticos y
sindicatos reformistas para dirigir y representar a los demás— que forman
personas que aspiran a ser profesionales y expertos en la política, a hacerse
del control del poder y ser los nuevos amos que dic-ten los destinos de la
sociedad o que se contentan con la reproducción mecánica de la vida, el
conformismo y la servidumbre voluntaria en palabra de Etienne de la Boétie
(2009). El punk se planteó una política diferente, no quiso competir ni ganarle
espacios a la política institucionalizada, lo que demuestra que sus expresiones
marginales se encontraban “más cercanas de las tradiciones anarquistas”
(Rimbaud, 2010: 12). Se desplegó de modo descentralizado mediante el arte y la
música: la ropa, los fanzines, las canciones y el cuerpo creaban espacios de
encuentro e intercambio horizontal de saberes, los grupos de afinidad se
basaban en la amistad y las relaciones cara a cara del barrio, porque entendían
que “un cambio verdadero sólo puede ser logrado en el lugar que más entiendes
—en tu tierra” (Rimbaud, 2010: 10).
El enunciado ¡Hazlo
tú mismo!, refleja la postura ética y política que se instituyó en el punk para
vivir la autogestión aquí y ahora, desde el día a día, para construir formas de
sobrevivencia, trabajo y comunicación diferentes, fuera y contra el mercado,
permitió el encuentro con una historia y una forma de hacer política basada en
la autogestión y la vida sin Estado ni capital, propuesta desde el siglo XIX:
el anarquismo.
En México, el punk
se hizo presente en los inicios de la década de 1980. La tensión entre
cosificarse en una moda y una mercancía o mantener su carácter de ruptura y shock
era algo cotidiano. El ruido ensordecedor de lo que se mostraba en los medios
imponía la tendencia de ver al punk como una pose pasajera que podía comprarse
en una tienda. Sin embargo, las redes subterráneas por las que viaja la
contracultura punk por todo el mundo instituyeron formas de comunicación,
distribución y difusión horizontales, cara a cara, en los barrios y las
escuelas, por medio del envío de cartas y paquetes de una ciudad a otra, de un
país a otro y de un continente a otro, lo que demuestra que “pasar la palabra
siempre ha sido un instrumento poderoso del underground” (Rimbaud, 2010: 16).
Las letras de las
canciones de las primeras bandas de punk en México se configuraron desde una
política pesimista y de negación, gritaban su rechazo al hostigamiento policial
en los barrios, su inconformismo con las formas de educación autoritaria y
alienante, contra todo lo que padecían día a día. El punk se hacía visible como
choque y ruptura, y su presencia generaba tensión hasta que desplegó su política
de complicidad en situaciones de crisis y forjó la solidaridad al interior del
movimiento hacia los barrios [122]. Esto
constituye una forma de hacer política donde "la negación es el acto que
haría evidente para cualquiera que el mundo no es lo que parece, pero sólo cuan
es tan implícitamente completo, el acto deja abierta la posibilidad de que el
mundo pueda llegar a no ser nada, de que el nihilismo y la creación puedan
ocupar ese terreno súbitamente despejado (Marcus, 2011: 18).
Anti-arte y
contracultura, ¡hazlo tú mismo! y un horizonte ético-político de vida donde
resistir es existir son el suelo donde germinó el movimiento anarcopunk en
México. La organización autogestiva de conciertos —en espacios improvisados y
ocupados temporalmente: casas, baldíos, etc.—, los vínculos comunitarios
creados en las calles, la creación de una estética elaborada por el propio
movimiento —utilizando la serigrafía como herramienta—, la construcción de
medios de información y difusión propios —fanzines y distribuidoras autogestivas
de materiales— dieron lugar a relaciones sociales, vínculos y formas de hacer
que exigían congruencia entre medios y fines. Si se está luchando por la
autonomía, ésta sólo puede instituirse a través de la autogestión y la acción
directa, del ¡hazlo tú mismo!
Notas:
[120] La
mayoría de los punks que ahora mantiene esta postura reticente a cualquier
persona que aparece con la intención de estudiar al movimiento punk en un
principio fueron los más abiertos a que se hicieran investigaciones sobre el
punk; accedieron a entrevistas, a realizar grupos de enfoque y a compartir
documentos; pero cuando la mayoría de los estudiantes y académicos, se robaron
los materiales que les habían prestado —fotos, textos, libros, documentos
internos—, cuando ni siquiera regresaban con la tesis o el libro, y mucho menos
ponían a discusión sus análisis, y cuando se dieron cuenta de las
simplificaciones y tergiversaciones que se plasmaron en los productos de
investigación, decidieron no prestarse más a ser un “objeto” de investigación.
[121] En el
caso del movimiento punk y anarcopunk de Guadalajara, a pesar de que a lo largo
de los últimos 18 años han sido diferentes generaciones y personas las que se
han intentado utilizar para las investigaciones, las versiones que se dan a los
estudiantes e investigadores es muy parecida, sólo se les da una versión light del movimiento punk, no se
les ha permitido inmiscuirse en la historia interna del movimiento punk, en sus
procesos de autoreflexión y en aquello que proyecta su hacer y pensar.
[122] En el
terremoto de 1985 en la ciudad de México, los punks participaron en sus barrios
en las labores de rescate y mantuvieron una actitud de solidaridad en todo
momento, lo cual contribuyó a que cambiara la percepción de la gente hacia los
punks.
Bibliografía citada:
- Barret, Daniel
(2011). Los sediciosos despertares de la anarquía. Argentina:
Terramar-Nordan-Libros de Anarres.
- Granés, Carlos
(2011). El puño invisible. Arte, revolución y un siglo de cambios culturales.
Madrid: Taurus.
- Marcus, Greil
(2011). Rastros de carmín. Una historia secreta del siglo xx. Barcelona:
Anagrama.
- Rimbaud, Penny
(2010). El último de los hippies. Un romance histérico. Argentina: Do It
Yourself.
[Fragmento del
libro Prácticas libertarias y movimientos anticapitalistas. Devenir
revolucionario de las colectividades en ruptura, que en versión original
completa es accesible en https://www.academia.edu/37172925/Practicas_libertarias_-_Marcelo_Sandoval.pdf?email_work_card=abstract-read-more.]
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