Revista Libre Pensamiento (Madrid)
* Editorial del # 102 de la
revista L.P., primavera 2020.
«Representa el anarquismo un ensayo de aplicación de las
generalizaciones obtenidas por
el método inductivo-deductivo de las ciencias naturales a la apreciación de la naturaleza de las
instituciones humanas, así como también la predicción
sobre la base de esas apreciaciones, de los aspectos probables en la marcha futura de la humanidad hacia la
libertad, la igualdad y la fraternidad.»
La
ciencia moderna y el anarquismo. Piotr
Kropotkin
En el contexto de la Ilustración,
el anarquismo originario se alineó con el desarrollo de la ciencia registrado
en los siglos XVII al XIX. Creyó en una ciencia racionalista que puso freno al
oscurantismo, la superstición, las creencias inquisitoriales, la represión, la ignorancia, la pobreza, la
esclavitud; una ciencia que contribuyó a la transformación
social acabando con los modelos absolutistas y de servidumbre de las monarquías del Antiguo Régimen. La
ciencia durante estos siglos jugó un papel revolucionario
y el anarquismo valoró y coincidió con esa perspectiva por la que el conocimiento pasó a ser utilizado como
herramienta para la liberación colectiva.
«Desechando lo absoluto en todos
los órdenes y ensanchando lo relativo en ilimitados términos». Con esta máxima a finales del siglo XIX del
anarquista coruñés Marcial Lores recogida en la publicación de la Asociación Isaac Puente de 2010 Creencia y ciencia se aboga por «una ciencia despojada de
prejuicios, que experimente en libertad
en búsqueda del conocimiento».
El anarquismo como filosofía
política compartió estos postulados de libertad, de relativismo, que le permitieron
iluminar nuevos tipos revolucionarios de relaciones humanas, de poder,
económicas, sociales... que se manifestarían
en los modelos teóricos y prácticos de las sociedades libertarias.
Ciertamente este apoyo no fue
uniforme, no se trató de una relación siempre idílica entre la ciencia y el anarquismo sino que osciló desde el
entusiasmo del «anarquismo científico» del naturalista Piotr Kropotkin, pasando por Élisée Reclus o Errico
Malatesta hasta los reparos y advertencias de Mijail Bakunin sobre los riesgos
de nueva alienación que suponía delegar en la ciencia el viejo poder abolido,
trasladar la fe y creencia en la
religión por la fe en la ciencia positivista hasta considerarla como el nuevo
dios que todo lo sabe, nos guía y todo
lo resuelve.
Con el paso del tiempo, la
ciencia ha ido dejando de lado sus convicciones progresistas y de mejora de la
vida de la población para
convertirse en una herramienta más al servicio de un sistema social clasista,
capitalista, que todo lo
mercantiliza, hasta la salud, como estamos comprobando en esta pandemia del
coronavirus.
Por su parte, Paul K. Feyerabend,
ampliando horizontes, en su obra de 1975 Contra
el método. Esquema de una teoría
anarquista del conocimiento,
se muestra contrario a una visión exclusivamente racionalista de la ciencia señalando que hay que tener en cuenta otros
recursos irracionales, emocionales, dado que, al fin y al cabo, la ciencia no deja de ser uno más de los
contextos en los que debe aflorar el carácter humano. En el proceso de la investigación científica realista y racional
obsesionada con las normas y su cumplimiento, puede ser positivo prescindir de una normativa rígida, ignorar
el método científico si fuera preciso y abrirse a una nueva senda de libertad que nos conduzca a hallazgos
insospechados.
Es con este enfoque alternativo,
subversivo, extraño a los cánones de la oficialidad academicista con el que «el anarquismo puede procurar, sin duda,
una base excelente a la epistemología y a la filosofía de la ciencia». Para este anarquismo epistemológico de
Feyerabend, «Si todo vale, no hay obstáculos para el conocimiento».
No hay que tener miedo a mantener
una menor atención al orden y la ley en la ciencia, lo mismo que no hay que tenerlo a aquellas experiencias y
sociedades regladas por la filosofía anarquista. Como nos recordó Albert Einstein «La imaginación es más importante
que el conocimiento. El conocimiento es limitado y la imaginación circunda el mundo».
Intentando que nuestra mirada no
sea etnocéntrica (la Malaria, por ejemplo, provoca 600.000 muertes al año), la realidad es que en los países más
desarrollados, vivimos unos momentos sorprendentes de estado de alarma, con un tercio de la humanidad
confinada en sus casas para que la pandemia del coronavirus no se siga expandiendo y causando una saturación del
sistema sanitario que conlleve millones de muertes. Este hecho ha provocado una parálisis de la economía
capitalista globalizada con implicaciones sobre el modelo social y de consumo en que prácticamente está
inmerso todo el planeta y, paradójicamente, estamos observando las ventajas que tiene esta situación de
decrecimiento real. Se ha reducido la emisión de gases contaminantes y mejorado la calidad del aire; se ha
frenado el proceso de turistificación y gentrificación; hay síntomas del renacimiento de cierta flora y fauna; están
proliferado espontáneas iniciativas de redes de apoyo mutuo; des-cubrimos nuevas formas de relacionarnos y
repensar el cuidado de las personas mayores; valoramos más la salud laboral; se ha frenado el frenesí
consumista; surge la creatividad y la originalidad de nuestra expresiones, afectos y relacionales vecinales...
Sin embargo, la actualidad que
sufrimos por la pandemia nos deja interrogantes muy complejos que nos permiten buscar nuevas vías de reflexión
colectiva y explorar nuevas experiencias prácticas alternativas. En primer lugar, la pandemia ha provocado
un extraordinario problema de salud, de emergencia sanitaria. Ello conlleva reflexionar sobre la
necesidad de una sanidad universal; sobre los recortes millonarios económicos
y laborales sufridos en el sistema sanitario público tanto en materiales como
personal sanitario; en los recursos que
dedicamos a la sanidad pública y a la privada; sobre los recortes en los
recursos destinados a la investigación,
a la ciencia, a la búsqueda de vacunas; sobre nuestra dependencia del exterior
e incapacidad propia para producir
equipos de protección, respiradores, mascarillas, etc.
Directamente vinculado con este
primer ámbito de reflexión, nos encontramos con las deficiencias del deshumanizado sistema de cuidados que
tenemos orquestado como sociedad con nuestras personas mayores ahora que se han convertido en el primer
grupo de riesgo contra el que el virus arremate con mayor virulencia. Un sistema de residencias mercantilizadas,
extraordinariamente privatizado, en manos de fondos buitre, que permite el aparcamiento de las personas
mayores porque las exigencias del estilo de vida que nos ha impuesto el capitalismo nos impiden una atención más
directa.
E íntimamente relacionado con
estos aspectos, surgen los graves problemas de salud mental ocasionados por la falta de afectos, por la soledad del
confinamiento en la que vivimos y hemos dejado a nuestros mayores, habiéndose provocado una alteración radical
de las normas básicas y ancestrales de convivencia, de relacionar-nos con la muerte, de celebrar los sepelios
en la mayor deshumanización y soledad en la podíamos jamás soñar. ¿Quién repara todo este dolor?
Un segundo interrogante tiene que
ver con la ética, con la moral, con el sistema de valores que regula la toma de decisiones sobre qué enfermo tiene
más derecho a la hospitalización en una UCI, a usar el ventilador, el
respirador, a quién se propone o elige para salvarle la vida. Estamos ante un
sistema utilitarista, despiadado, propio
de la sociedad neoliberal pragmática e instrumental, en el que se decide en
función de la edad, de la prospectiva
de vida del paciente...
Un tercer interrogante es el que
se plantea con el dilema de elegir entre la salud y seguridad de las y los trabajadores y población en su conjunto (lo
que implica cesar todo tipo de actividad laboral y económica que no esté relacionada con el desempeño de
trabajos esenciales para el sostenimiento de la vida) o continuar con la actividad económica aún a riesgo de la
salud de la personas. Estamos ante un dilema de claro posiciona-miento ideológico. Desde las posiciones
libertarias no cabe la menor duda de que la opción pasa por garantizar de manera absoluta la vida y salud laboral
frente a cualquier variable económica de recesión, reducción del PIB, etc. Frente al modelo neoliberal y
capitalista planteamos un modelo humanista, antiutilitarista, ajeno al egoísmo individual, a la búsqueda imperiosa
de la felicidad ligada a cálculos meramente economicistas, como definieron años atrás autores como Alain
Caillé, Karl Polanyi o el decrecentista Serge Latouche.
Otro cuarto y extraordinario
interrogante está relacionado con el desarrollo tecnológico, el control social de nuestros datos digitales, de nuestras
vidas (aplicaciones informáticas, geolocalizaciones, reconocimientos faciales...) y la pérdida de la libertad e
intimidad individual y colectiva, con la excusa de que con ello el Estado y la autoridad velan por nuestra seguridad
y salud. El lenguaje belicista que se está imponiendo a la hora de analizar la pandemia, la justificación de
la presencia de las fuerzas armadas y policía tanto en las calles como en los medios de comunicación, reflejan esa
deriva totalitaria y autoritaria del poder y del Estado, dueño absoluto de nuestras vidas, en el que la población
solo tiene que obedecer (confinamiento en las casas y salida solo para trabajar y que la economía no se pare).
El ejemplo de China es
paradigmático como señala el filósofo Byung-Chul Han en su reciente artículo La emergencia viral y el mundo de mañana al describir el funcionamiento de esa
sociedad en relación al uso del big data para
el control y vigilancia digital de la población y a costa de perder la libertad
y la intimidad.
Posiblemente y lo más lamentable
será que la mayoría de la población no se va a negar al control digital y así defender su liberad porque, hasta ahora,
sin que nadie nos lo pidiera de forma obligatoria, esa mayoría estábamos
poniendo ya nuestra vida a disposición de las grandes empresas de la
comunicación y de las redes sociales en
una proceso de irresponsabilidad y renuncia expresa a nuestra intimidad y
libertad, ignorando cándidamente que el poder siempre está vigilante y hará uso
de todo esa información para garantizar su seguridad y no la nuestra. El control ya existe, como
denunciaran Julian Assange y WikiLeaks, pero puede ser un buen momento para reflexionar sobre la escalada que se
avecina con el control de móviles y rastreo de nuestros movimientos como una herramienta para luchar contra la
pandemia.
Finalmente, y es lo que menos se
escucha en el debate público, tendremos que plantearnos, como quinto interrogante, por qué surgen este tipo de
epidemias (cada vez más frecuentes) y reflexionar sobre la vincula-ción que mantiene con el modelo productivo
y social en el que vivimos. Reflexionemos sobre el necesario cambio de modelo productivo, económico y social
para evitar que este tipo de pandemias se sigan desarrollando a lo largo de los próximos años, como ya
vaticinan muchas investigaciones al encontrar vínculos directos entre ese modelo de explotación laboral (con
hacinamiento en ciudades contaminadas, personas medicalizadas inmunológicamente vulnerables, esquilmador de
recursos...) y la generación de este tipo de enfermedades. En este sentido, Robert G. Wallace, en su libro de
2016, Grandes granjas generan
grandes gripes, el grupo Chuang
en su publicación de marzo
2020 Contagio social. Guerras
de clases microbiológicas en China,
muestran la conexión entre la
actual agroindustria capitalista, modelo consumista occidental y la etiología
de las recientes epidemias (SARS,
Ébola, Gripe aviar, Covid-19...).
¿Qué dice la ciencia sobre todas
estos grandes interrogantes que nos han surgido?
Actualmente, la investigación
científica está inmersa en una carrera mundial por encontrar la vacuna que nos libere a la humanidad del temido
Covid-19. Efectivamente, esta es la solución concreta e inmediata a un problema que solo es el síntoma de un gran
síndrome que se llama capitalismo, neoliberalismo, darwinismo social...
Se encontrará una vacuna que
ayude a acabar con la pandemia, liberarnos de sus efectos mortíferos y al mismo tiempo enriquecer a los grandes
grupos empresariales y farmacéuticos (la vacuna no se pondrá al servicio de la población con criterios de
equidad social sino al servicio del mercado con precios desorbitados al priorizar los criterios economicistas) pero
las soluciones a las pandemias que vendrán en el futuro, fruto del actual sistema económico y social, la
ciencia no está en condiciones de darlas porque la ciencia se ha convertido en un eslabón más de ese sistema. La
ciencia ha dejado de jugar el papel revolucionario que un día tuvo para convertirse en mera tecnología
cientificista, un mero negocio, incapaz de liberar a la humanidad de los antiva-lores que la regulan, careciendo de
cualquier pretensión filosófica y política. La ciencia se ha posicionado, bajo su estigma de neutralidad y objetividad
ficticias, al servicio del poder, del Estado, de los ejércitos y las grandes multinacionales, se ha convertido en una
herramienta útil para perpetuar el sistema.
Lo que le pide, lo que aporta el
anarquismo a la ciencia en estos tiempos de coronavirus, es que sea subversiva,
integradora de saberes, holística, humanista, que se independice del poder
porque con ello se independizará de
su propia e intencionada fragmentación en áreas de investigación inconexas,
departamentalizadas y especializadas, como ya señaló Élisée Reclus, y de su
propio paradigma metodológico universal y fijo, adoptando una epistemología adaptable a los contextos. La
ciencia está constreñida por su método científico rígido con lo que está perdiendo posibilidades de mirar con
mayor amplitud lo que sucede en la realidad. Hace falta flexibilidad, adaptabilidad, tener en cuenta al ser
humano de forma más integral, como recordaba Feyerabend, para plantear
respuestas globales al drama existencial de la vida.
Actualmente las investigaciones
científicas son muy parciales, no responden a grandes teorías que den res-puesta a las preocupaciones globales de la
humanidad. Son además teorías que se plantean desde la competición y la rivalidad, sin compartir ni
cooperar.
El virus no se combate desde una
ciencia fragmentada sino planteando modelos teóricos que integren todos los parámetros que afectan a la vida y la
salud del planeta como, por ejemplo, modelos de prevención sanitaria; modelos
urbanísticos y de vivienda alejados del hacinamiento; modelos económicos
decrecentistas, anticapitalistas, de economía solidaria y autogestionaria;
modelos de explotaciones agrícolas y ganaderas no intensivas, sin macrogranjas
ni hacinamiento de animales y desforestaciones, que respeten la soberanía
alimentaria; modelos que
frenen el cambio climático, apuesten por la sostenibilidad de la vida con nuevo
modelo energético y energías
renovables; modelos que integren los procesos de robotización y nuevas
tecnologías y el reparto del trabajo
y la riqueza; modelos sociales asamblearios en los que las decisiones pasen a
ser colectivas... En definitiva, modelos globales, científicos no
clasistas, antipatriarcales, antirracistas, ecologistas, libertarios.
Rescatemos a la ciencia de su
domesticación, de las garras del capital, para que avance y deje ser mera tecnología. Hagamos que vuelva a recuperar
su sentido transformador porque son muchos los retos para seguir viviendo.
Recuperemos el ancestral sentido
de la ciencia en buscar la verdad y el conocimiento, desde el relativismo,
partiendo de la premisa de que la ciencia es la herramienta menos imperfecta
que tenemos para seguir avanzando
como especie. Así lo viene haciendo desde hace miles de años, en un proceso de
experimentación, empírico, de
observación, de ensayo y error permanente, antidogmático, incansable.
En este sentido, anarquismo y
ciencia pueden volver a las alianzas al compartir parámetros de subversión, espontaneidad, creatividad, arte, cultura,
libertad... para ser capaces de dar soluciones colectivas, imaginativas, innovadoras, lejos de las exigencias de
los mercados y los intereses comerciales. El dossier que prosigue [ver en L.P. # 102] muestra esta rica relación bidireccional
entre anarquismo y ciencia alejada de planteamientos economicistas y utilitaristas.
Desde el mundo del pensamiento y
la ciencia se augura que las salidas de esta crisis pueden oscilar entre el fortalecimiento de un capitalismo más
totalitario (Byung-Chul Han) o un comunismo reinventado (Slavoj Zizek).
¿Qué análisis se puede hacer
desde las posiciones libertarias y anarquistas? Ciertamente, las respuestas de solidaridad y apoyo mutuo empieza a brotar
por doquier frente a las concepciones de una sociedad totalitaria, de «Gran Hermano» que todo lo sabe y todo
lo ve. Demostremos con nuestras ideas y prácticas anarquistas que la salida real, la que mejorará nuestra
vida, solo será si es libertaria, colectiva, autoorganizativa, tejiendo redes de apoyo mutuo y solidaridad.
[Tomado del número completo de
esta edición, accesible en http://librepensamiento.org/wp-content/uploads/2020/05/LP-N%C2%BA-102.pdf.]
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