Antonio Galeote
“En tiempos de engaño universal, decir la verdad es un acto
revolucionario”
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George Orwell
Probablemente, nunca sabremos si
el origen de la crisis del coronavirus fue como se nos está diciendo o cómo lo
proclaman las diversas teorías de la conspiración que han surgido al respecto.
En cualquier caso, lo que ahora nos interesa es la utilización que el sistema
ha hecho, y está haciendo del asunto.
Por una parte, es una
continuación del proceso de una cierta reestructuración del capitalismo, con
una fortísima reducción del número de trabajadores con empleo, lo que implica
un aumento considerable del paro, un hecho que servirá para propiciar una nueva
bajada de los salarios. Se está produciendo una especie de proceso darwinista
en el capitalismo, con destrucción del tejido empresarial dedicado a la producción,
en beneficio de los sectores que operan en el ámbito de la pura especulación financiera.
De hecho, éste fue el origen de la crisis que empezó en 2007 y que ahora sigue,
bajo otras formas de desarrollo.
Naturalmente, también se observan
en esta crisis, inicialmente sanitaria, otras cuestiones comunes a procesos
sociales de este tipo. Así, se han producido acaparamientos de material médico,
como mascarillas, respiradores, test de prueba de contagio, etc., para disparar
los precios en el mercado. Lo mismo ha ocurrido con algunos tipos de
medicamentos, y ahora se prevé una pugna tremenda en el mercado farmacéutico
por el gran negocio de las patentes de las vacunas o productos que sean
sanitariamente útiles en este caso.
Un aspecto que debemos aclarar es
que no es éste el sitio ni el momento de analizar la posible veracidad, en un
sentido de técnica sanitaria, de las características del virus al que se atribuye
la crisis. Y esto es así porque, entre otras cosas, nosotros carecemos de los
más elementales conocimientos científicos sobre el asunto, lo que impide que
podamos realizar un análisis solvente sobre esta cuestión. Sería absurdo que
actuásemos como muchos, que estos días se han convertido súbitamente en
expertos en el contagio de virus.
Contradicciones
Sin embargo, es evidente que sí
se pueden destacar algunas contradicciones en las que han caído los expertos
del sistema, unos expertos en cuyo nombre se han puesto en marcha diversas
estrategias sobre el problema. Tampoco se trata de profundizar en este punto, pero
sí se pueden resaltar algunas cuestiones. Por ejemplo: si, como han asegurado,
el virus se transmite por el contacto y no está en el aire, en el ambiente,
¿tiene sentido la radical prohibición de que un ciudadano pueda caminar solo
por la calle?
Otro punto aparentemente
contradictorio es que, si no se puede andar por las calles, ¿porqué se permite
que grupos de ciudadanos vayan juntos, e incluso en algunos casos aglomerados,
en transportes públicos colectivos como el metro o los autobuses? ¿Por qué
varias personas pueden estar juntas en un apartamento, por ejemplo, una
familia, pero no en la calle? ¿No existe en estos casos un riesgo máximo de
contacto, que es teóricamente la manera mediante la cual se transmite y
contagia la enfermedad?
Por otra parte, se proporcionan y
difunden cifras de muertes que, si se comparan los distintos países, no tienen
lógica. El número de muertos en Alemania es muy bajo respecto a las cifras de
países europeos similares. No se ha conseguido aclarar si estamos hablando de muertes
por el virus o de muertes con el virus. No es lo mismo. Una cosa es que el
virus mate a una persona, y otra muy distinta que una persona muera por una
insuficiencia respiratoria aguda y que su organismo tenga el virus. Por su
parte, los responsables políticos del sistema, cuando se les pregunta sobre
estas cuestiones, eluden contestar y siempre se refieren a los expertos. Por
tanto, ellos, los políticos, no son los responsables. Los responsables son siempre
los expertos.
Las ambigüedades y
contradicciones sobre estas muertes son muy llamativas, y obligan a plantear la
pregunta de si se ha dicho la verdad en este aspecto concreto. La cancillera de
Alemania, Angela Merkel, aseguró, con toda la naturalidad, que se calculaba que
en su país se contagiaría entre el 60% y el 70% de la población. Teniendo en
cuenta que Alemania tiene 83 millones de habitantes, podría parecer sorprendente
que nadie se llevase las manos a la cabeza y que no se desmintiese esta afirmación.
Y eso no ocurrió, es decir, lo que afirmó Merkel se considera viable, y eso
indicaría que en la gran mayoría de los casos, este virus no es peligroso. Por
tanto, surge una pregunta: ¿Se ha exagerado todo esto?
Derechos en retroceso
En cualquier caso, hay un
fenómeno que, si no es inédito, sí se ha planteado con una fuerza y una
potencia desconocidas hasta ahora. Se trata de la utilización de esta crisis
por el sistema capitalista occidental para realizar un ensayo global sobre la
supresión de los más elementales derechos civiles de los ciudadanos. Ha sido
una prueba, en el sentido de ver hasta dónde se puede llegar, sin que se
produzca una reacción de la población. Y es preciso admitir que el poder ha
conseguido un enorme éxito.
Un sistema totalitario como el de
China, ha demostrado una cierta eficacia contra el coronavirus. Este hecho
podría provocar que las poblaciones de occidente empezasen a cuestionar a
partir de ahora la eficacia y la solvencia de los sistemas democráticos,
tomando a China como referente. Para neutralizar este riesgo, el capitalismo
occidental actúa intentando emular a China en cuanto a eficacia, pero
manteniendo la fachada democrática. Mediante simples decretos, en muchos casos
sin que ni siquiera intervengan los parlamentos, se toman medidas que suponen
un ataque frontal a derechos civiles fundamentales de los ciudadanos.
Es un intento de comprobar si es
posible conseguir la eficacia de un sistema político y social autoritario como
el de China en la lucha contra crisis como la del coronavirus, pero manteniendo
la actual apariencia democrática y la ficción electoral. Pero para actuar como
actúan las autoridades chinas en estas situaciones, es preciso suprimir
derechos civiles elementales. Y en este sentido, el sistema capitalista
occidental ha querido comprobar hasta dónde podría llegarse. La crisis
provocada por la emergencia de la epidemia del coronavirus ha sido un buen
escenario para hacer estas pruebas.
De todas formas, las agresiones
del sistema son evidentes. ¿Cómo se puede prohibir salir a la calle a
ciudadanos que están teóricamente en posesión de todos sus derechos? En
sistemas supuestamente democráticos, ¿cómo se puede acosar a la población
mediante la intimidación, fuertes multas y duras sanciones para eliminar el
hecho de que las personas puedan tener la posibilidad de ejercer un derecho a
la movilidad tan simple como circular por las calles? Sí, se puede. Han
convertido las ciudades occidentales en cárceles gigantescas. Y a los ciudadanos
en reclusos de un orden cada vez más totalitario.
Apoyo de la población
Obviamente, nadie debería estar
en contra de medidas que puedan servir con eficacia para frenar la epidemia. Y
no sólo hay que apoyarlas, sino hay que colaborar en su aplicación. Pero,
también obviamente, hay que decir que la prohibición de salir a la calle bajo
amenaza de fuertes sanciones no es una de estas medidas. Y lo mismo hay que
decir del brutal cierre de pequeños comercios que suponen el sustento de muchas
familias. Esto no es luchar contra ninguna epidemia, sino que es un abuso, un
atropello y una actuación que va en contra de los más elementales derechos
civiles.
Esta vez, además se ha producido
un fenómeno que convierte este episodio en algo especialmente peligroso. El
sistema ha conseguido la complicidad, incluso con entusiasmo, de amplios sectores
de la población en su ofensiva contra los derechos civiles de los ciudadanos.
Repitiendo consignas obsesiva y continuamente mediante los medios de comunicación,
convertidos en puros y simples instrumentos del poder, el sistema ha logrado
que los ciudadanos colaboren con un sentido absolutamente militante y activista
en esta ofensiva contra los derechos más elementales de las personas.
Décadas y décadas de políticas
dirigidas a alejar progresivamente a la población de la cultura, de la
información y del sentido crítico, están ya dando sus frutos. Si a estos
sectores –muy amplios– de la sociedad, despojados de elementos culturales y
analíticos, se les somete a una campaña sistemática de miedo, se consigue la
docilidad de masas de ciudadanos desinformados y asustados, utilizando métodos
del marxismo-leninismo y del fascismo ortodoxo. Se exagera la gravedad de la
epidemia se asusta a la población y después se consigue manejarla y
movilizarla.
Se plantea el asunto como una
misión nacional, e incluso se invoca el patriotismo, el nacionalismo. El
lenguaje es bélico, con términos como batalla, guerra, victoria... Y, sobre
todo, se establece un objetivo irrenunciable: la unidad. Sólo se podrá vencer
al monstruo si el pueblo permanece unido. O sea, nadie debe plantearla más
mínima disidencia, y hay que aceptar sin protestas la vulneración de los
derechos civiles, los despidos, la bajada de salarios y una nueva vuelta de
tuerca del capitalismo en su proceso de acumulación de beneficios crecientes
mediante la explotación de los trabajadores y el incremento del paro. Eso es la
unidad.
El sueño de la KGB o la Stassi
Así, estos días hemos visto a
esas masas haciendo realidad el sueño de los teóricos del comunismo y del
fascismo. Han conseguido que la gran mayoría de los ciudadanos sean –ellos mismos-
los que aplican las decisiones totalitarias del poder. El disidente, que en
este caso es simplemente cualquiera que salga a la calle o que le cierren el
pequeño negocio que da de comer a su familia, es un elemento peligroso. Es
alguien que –dicen con énfasis- está poniendo en peligro la vida de todos. De
hecho, según el sistema, es un asesino en potencia. Por tanto, hay que
aislarlo, perseguirlo, denunciarlo y neutralizarlo.
En esta línea, cualquier
ciudadano que cuestione la supresión de los derechos fundamentales y pretenda ejercerlos,
se convierte en un enemigo de la Constitución (de la que sea), es decir, en un
enemigo del pueblo. En consecuencia, debe ser controlado. Y ya ni siquiera es
necesario que ese control sea ejercido directamente por los aparatos de la
seguridad del Estado. Los controladores, los vigilantes, los policías, son los
propios ciudadanos, los vecinos, que observan y delatan a los disidentes. Es
todo un éxito. El poder ha conseguido infundir en la gran mayoría de los
ciudadanos la histeria colectiva y totalitaria de las masas contra cualquier
disidencia. Todo ello, barnizado de un buenismo dulzón, cursi e hipócrita,
supuestamente progresista. Canciones, aplausos, buen rollo..., todo muy guay.
No olvidemos, por otra parte, que en el caso español, esta operación del
totalitarismo antidemocrático está liderada por un Gobierno de coalición entre
los progresistas del PSOE y la autodenominada nueva izquierda de Podemos. La
actuación del progresismo vuelve a ser vergonzosa e indigna, propia de un grupo
de pequeños burgueses arribistas al servicio del poder. De cualquier poder.
Algunos teóricos del leninismo y
del fascismo llegarían al orgasmo intelectual viendo este cuadro. Desde sus
ventanas, los ciudadanos recluidos, entusiastas cómplices y cumplidores de las
decisiones arbitrarias y totalitarias del poder, espían y detectan a los
disidentes. Y a partir de ahí, son ellos los que ponen en marcha los mecanismos
policiales del sistema para acabar con estos elementos que cuestionan el orden
establecido. Es el sueño, nunca totalmente conseguido, y ahora casi cumplido,
de los creadores de instituciones como la KGB soviética, la Stassi de la
Alemania comunista o la Securitate de la Rumanía de Ceaucescu.
Es especialmente destacable el
hecho de que los más entusiastas militantes de esta histeria colectiva generada
por el totalitarismo del poder sean los progres, los socialistas, los que defienden
las posiciones intelectuales de la pequeña burguesía supuestamente ilustrada.
Manejando con una alta eficacia totalitaria y manipuladora los medios de
comunicación crean primero una sensación de miedo y desconcierto entre la
población, para luego presentar al poder como la salvación. Así, los ciudadanos
llegan a convencerse, como autómatas, de que actuar contra sus propios derechos
es su obligación. Y actúan de manera compulsiva, como autómatas, delatando
además al que no admite esta vía. Lo que está ocurriendo actualmente convierte
a George Orwell en un tipo aburrido, rutinario, simple y sin imaginación.
Manipulación de masas
Este nuevo totalitarismo tiene
vocación globalizadora. Recorre Europa, pero también refuerza las posiciones
autoritarias del nacionalismo estadounidense. La combinación eficaz de las
técnicas de manipulación de masas está consiguiendo un alto grado de solvencia
en un hipotético ranking de las experiencias totalitarias. Las masas
manipuladas son las que se encargan de dar una base sólida a estos experimentos,
y además vigilan incansables a cualquier sospechoso de disidencia. Estamos ante
un paso más hacia la degradación de los supuestos derechos civiles en los sistemas
capitalistas supuestamente democráticos. Y es lógico. Si el sistema económico
se va transformando, su cobertura política también experimenta cambios. El
capitalismo productivo, fundamentado en la inversión que crea empresas y
puestos de trabajo, va siendo sustituido por la consecución de amplias
ganancias mediante la simple especulación financiera. Esta transformación exige
ciudadanos cada vez más automatizados, sin formación, sin cultura, sin capacidad
de análisis y, por tanto, sin capacidad de resistencia. Porque son estos
ciudadanos los que están destinados a pagar el coste de esta transformación del
capitalismo. Para el sistema, se trata de combinar la eficacia con la
apariencia democrática.
En consecuencia, los gestores del
sistema hacen ensayos, pruebas. La epidemia del coronavirus, al margen de su
origen real, que es difícil que consigamos saber algún día, es una oportunidad
para restringir derechos. El golpe a las más elementales garantías civiles y
democráticas es tremendo. Además, se promueve la colaboración en el experimento
de masas conveniente aleccionadas, dirigidas y manipuladas mediante mecanismos
diversos, como los medios de comunicación, que en muchos casos utilizan y
manejan los sectores supuestamente más ilustrados, los autodenominados
progresistas. Y las masas colaboran con entusiasmo.
Ya no se trata sólo de limitar
algo tan elemental como el derecho de los ciudadanos a moverse. Incluso se
habla de confinar a los ciudadanos no ya en sus casas, sino en lugares decididos
por el Estado. Es la aplicación de una pena de prisión, pero sin juicio previo.
Y en sistemas democráticos. Kafka habría sonreído. Estamos ante un gigantesco ensayo
de control global muy potente y sofisticado, dado que el sistema está poniendo
las nuevas tecnologías digitales al servicio de este nuevo totalitarismo. En
países de la antigua Unión Soviética, en toda la Unión Europea, en zonas de
Asia, etc., se está utilizando la tecnología digital más sofisticada para el
control de los movimientos individuales de los ciudadanos. Con el pretexto de
la lucha contra el coronavirus, por supuesto.
Tecnologías al servicio del totalitarismo
Las ciudades se están llenando de
cámaras de videovigilancia, con modernos sistemas de reconocimiento facial para
identificar a los disidentes. Y las operadoras multinacionales de las nuevas
tecnologías telefónicas están colaborando, lógicamente, con los gestores de
estas técnicas policiacas. Así, están facilitando a los gobiernos los datos
individuales de los ciudadanos para que pueda establecerse un seguimiento de la
trazabilidad de los teléfonos móviles. El pretexto, la justificación, es evitar
que un infectado por el coronavirus pueda contagiar a personas sanas. Pero, de
hecho, estamos ante una operación que servirá para que, por ejemplo, los
gobiernos puedan saber, mediante la geolocalización, dónde nos encontramos en
cada momento y con quién nos estamos reuniendo.
La Unión Europea ha llegado a un
acuerdo con las operadoras de móviles para que le faciliten los datos que les
permitan poner en marcha este agresivo programa de control individual de los
ciudadanos de la Unión. En España está previsto el control y rastreo de más de
40 millones de teléfonos móviles. ¿Es creíble que esta información se utilice
sólo para la actual epidemia? Los gobiernos están haciendo rastrear millones de
móviles de sus ciudadanos, y en algunos países europeos, los principales operadores
de telefonía están entregando a las autoridades no sólo los datos, sino las conversaciones
telefónicas, para rastrear así más eficazmente los contactos.
En la mayoría de los casos, estas
medidas se aplican sin ningún control judicial ni político, ya que la puesta en
marcha de estas operaciones de vigilancia masiva de la población depende sólo
de acuerdos entre los gobiernos y las compañías operadoras, unos acuerdos
totalmente opacos para la opinión pública y para cualquier mecanismo de control
democrático. En el marco de este amplio despliegue se utilizan sofisticadas
tecnologías de información digital encriptada, con descargas de las correspondientes
aplicaciones, para hacer más exhaustivo y detallado el control de los
desplazamientos de los titulares de los teléfonos, sus encuentros e incluso la
distancia entre los participantes en esas citas.
Es destacable, en todo este
episodio, el papel que están jugando los medios de comunicación, aplaudiendo la
supresión de derechos civiles, el control tecnológico de los movimientos de los
ciudadanos, la presencia de los militares en las calles y el cierre, de hecho,
del Parlamento. En este proceso de auténtica complicidad con esta nueva
modalidad de totalitarismo, los medios completan su trabajo generando pánico y
angustia entre la población, para que acepte sin protestas las imposiciones
totalitarias. En cualquier caso, sigue siendo sorprendente que un país como
España, que sufrió cuarenta años de franquismo, acepte ahora con entusiasmo,
con aplausos y con una servil sumisión el inicio de una operación que podría
desembocar en algo similar a una nueva dictadura. Y si a alguien le parece
exagerada esta afirmación, que mire hacia Hungría.
Nos encontramos, por tanto, ante
una ofensiva muy amplia y profunda contra los derechos civiles de los
ciudadanos, con el argumento de conseguir frenar la pandemia del coronavirus.
Esta vez, además, la población, manipulada por los medios de comunicación y por
el sistema en general, y víctima de su progresiva falta de formación, se ha
movilizado en el apoyo a esta regresión democrática. El sistema consigue así
una nueva victoria, en esta ocasión muy importante. Su lógica, su
justificación, es mantener a toda costa la situación actual, aumentando su
control policial totalitario y masivo sobre la población. Un cartel que circulaba
por las universidades de Estados Unidos durante el verano de 1968, con la foto
de un policía antidisturbios fuertemente armado masacrando a un hombre que, tumbado
en el suelo, sangraba abundantemente, llevaba el siguiente texto explicativo:
“Hay tiempos en que el orden debe ser mantenido porque el orden debe ser mantenido”.
[Artículo publicado en versión
original en el Suplemento “COVID-19”, encartado en el periódico Solidaridad Obrera # 377, Barcelona, abril
2020.]
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