Jacinto Ceacero
“En la cárcel y con miedo”. Este
dicho metafórico popular describe con mucha clarividencia y exactitud la
situación social que vivimos,
especialmente en las sociedades
más desarrolladas y tecnologizadas. La inmensa mayoría de la población no somos “auténticamente libres”, tanto en el plano individual como a nivel de colectivos organizados,
aunque el “sistema” haya conseguido hacernos creer que sí nos “sintamos libres”, en lo que es una mera sensación de pseudo libertad que no refleja la auténtica realidad.
El “sistema” ha sabido aprovechar
tanto los grandes avances
científico-tecnológicos y las
nuevas tecnologías como las aportaciones experimentales de otras ciencias, como la psicología, para implantarnos esa ilusión.
Así, se está logrando la
implantación del pensamiento
único, convergente, servicial, consumista,
individualista, banal, superficial, depredador de recursos, controlado y sometido a los dictámenes del “sistema”; y que tan solo aspiremos a seguir en la “cárcel”,
sometidos al autoritarismo, inconscientes, idolatrando a los dirigentes, perpetuando sus normas y puntos de vista. Hemos hecho nuestro su discurso, sus valores,
sus motivaciones, sus intereses, su
proyecto, y además lo defendemos, incluso
lo votamos y los ponemos al frente para que
nos dirijan.
¿Por qué decimos que estamos en
la “cárcel”? Sinceramente estamos asistiendo a un
proceso continuado de recortes de derechos y libertades; un proceso de desmantelamiento
de todo lo que supuso en Occidente
la Ilustración y más recientemente la revolución de Mayo del 68; hay un intento de acabar con todo vestigio de la transformación social que supuso ese movimiento
a nivel de relaciones humanas, de
derechos civiles y humanos, de libertades
individuales y colectivas, en el plano político, social, personal... Está
restringida la libertad de expresión, de comunicación, de pensamiento; la autocensura es el mayor de los enemigos que tenemos inoculados; el respeto a lo “políticamente correcto” es la prueba evidente de nuestra derrota y de su éxito. Piensan por nosotros y nosotras.
Podemos consensuar que vivimos en
la“ cárcel”, quizás una cárcel
de paredes y techo de cristal,
como el movimiento feminista ha descrito metafóricamente la situación de la
mujer en esta sociedad capitalista
y patriarcal, pero al fin y al cabo, una cárcel
en la que la mayoría jugamos a ser reclusa,
o lo que es peor, solo nos dejan ser reclusa,
solo nos permitimos ser reclusa.
Y lo preocupante no es únicamente
estar en la “cárcel”, sino
tener además miedo al no ser
conscientes de esta circunstancia.
¿Qué más te puede pasar que perder la libertad?
Ese es el gran logro del sistema
y el poder, el gran logro de
los nuevos rostros del
totalitarismo en el siglo XXI, un totalitarismo interiorizado por la población
sin necesidad expresa de
violencia, represión explícita
o guerras invasivas: hacernos creer
que somos libres.
Qué familiar nos resulta Aldous
Huxley,en 1932, cuando en su
novela futurista y de alguna
manera utópica, Un Mundo
Feliz, describía una
sociedad “segura”, avanzada tecnológicamente,
con una ciudadanía programada genéticamente para integrarse en ella con el solo objetivo de producir, consumir
y obedecer; una sociedad creada sin
enfermedad y dolor pero en la que queda
abolida la cultura, la literatura o la libertad
individual.
También, todo este mundo
robotizado, deshumanizado,
sumido en el totalitarismo, que
adelantó proféticamente George Orwell cuando escribía su novela 1984
allá por el año 1949,
inventando un mundo con una sofisticada
y tecnificada humanidad, gobernada
por un partido único con un Gran
Hermano que lo dirigía y que acabó
con la libertad y la autonomía personal.
Una sociedad para la cual lo que importa es el
control técnico de las conductas individuales y en última instancia el control
de la propia naturaleza humana
con el objetivo de crear una
nueva especie, sumisa, sometida, reprogramada genéticamente, diferenciada de la
anterior especie humana autónoma
a la que niega así su creatividad
y evolución.
Lo mismo sucede en la novela de
Ray Bradbury, Fahrenheit 451, publicada en
1953, en la que se describe una sociedad en
la que quedan prohibidos los libros y la lectura, porque perjudican el
pensamiento individual y también a la sociedad, para así garantizar la prohibición de pensar y con ello la capacidad de actuar. Leer y pensar se consideran contrarios a la “felicidad” que se ha impuesto/implantado a los débiles
cerebros de toda la población, especialmente a través de la televisión, para
que el ser humano solo haga
tareas mecánicas, rutinarias.
Foucault, por su parte, hacia
1974, usó por primera vez el
término biopoder, bio-política,
planteando que el control en la
sociedad capitalista no se establece únicamente a través de la ideología, de la
conciencia, sino que requiere el control del
cuerpo, de lo biológico, de lo somático, en
el sentido de que el poder político abarca
todos los aspectos de la vida, lo que pensamos, lo que sentimos y cómo nos
comportamos.
En esta misma dirección apunta
Imre Kertész en su libro
póstumo La última posada,
de 2016: ¿No nos aguarda un fascismo discreto, con
abundante parafernalia biológica,
supresión total de las libertades
y relativo bienestar económico?
Ahora, el totalitarismo adquiere
nuevos rostros sofisticados,
psicológicos, subliminales y su éxito radica en que es la población quien lo
defiende. Es la era política de
la posverdad, la verdad alterna, el decir
lo contrario de lo que muestra la evidencia, el contemplar que los hechos
objetivos influyen en la opinión pública menos
que las emociones y las creencias personales o supersticiones de la comunidad,
la posverdad como mentira
asumida como verdad por las
creencias previas. Como indica el filósofo A.C. Grayling, en la era de la posverdad, las redes sociales son imprescindibles
ya que mi opinión vale más que
los hechos y con las redes todos podemos publicarla.
Asistimos a la dictadura de la
cultura on-line,
de las redes sociales fomentando la banalidad y superficialidad de la
información, redes con una
capacidad viral que nos sobrepasa y mediatiza, capaz de anteponer la mentira de un twit al conocimiento de toda una investigación.
Asistimos a la publicidad
engañosa para el control
social. Nos dotamos de un coercitivo, castrador y manipulador sistema educativo al servicio de los mercados que propicia el adoctrinamiento e impide el pensamiento crítico y la formación
integral.
Fomentamos la idealización de los
modelos sociales del éxito económico fácil; el
logro de la felicidad material de forma inmediata; el culto al cuerpo y la
imagen personal; la tiranía de las marcas y las modas.
Se usa maquiavélicamente el
terrorismo, el integrismo, la
violencia, la inseguridad, el
miedo... para justificar las medidas de
control social y leyes represivas, hasta paralizarnos y hacer que demandemos
cámaras de vigilancia y seguridad
en nuestra vida pública y
privada.
La xenofobia, el racismo, el
nacionalismo autárquico forman
parte de nuestra taxonomía de valores junto al consumismo, el desarrollismo, la degradación de las condiciones
laborales y sociales, para anular la
capacidad de respuesta.
Hasta qué punto de alienación
hemos llegado con este nuevo
totalitarismo de rostro
persuasivo y seductor, cuando somos
capaces de aportar voluntariamente, generosamente, exhaustivamente, toda la información privada y pública de nuestras vidas a ese nuevo Gran Hermano orwelliano que hoy representan las redes sociales como Facebook, Twitter...
Como resume El Roto en una viñeta
de finales de enero de 2017: “Cerrad las fronteras, bloquead las
puertas, taponad las mentes”. Es
el nuevo rostro del totalitarismo.
Sin embargo, como también cantaba
el poeta Friedrich Hölderlin,
siempre hay un lugar a la
esperanza, a la utopía, a la confianza en la evolución permanente y a que la humanidad no habrá tocado techo.
En este sentido, afortunadamente,
los movimientos sociales, de
nuevo la sociedad civil, son
quienes se están poniendo de pie
y plantando cara a la política de ese nuevo
rostro del totalitarismo. En el caso concreto
de Donald Trump, de forma más específica, las mujeres de USA y del resto del mundo se están convirtiendo en la auténtica
oposición.
Este hecho de lucha social,
curiosamente, está siendo
reconocido ahora por grandes popes
de los medios de comunicación,
grandes defensores del sistema democrático
parlamentario, al estar poniendo en valor
que la lucha en la calle es una buena herramienta, quizás la única, para que
exista un freno a los desatinos
totalitarios de Trump, mostrando
así los límites de un sistema democrático que a todas luces se muestra insuficiente
en su capacidad de respuesta ante
la llegada al poder de este personaje-presidente
a través de las elecciones.
[Artículo originalmente publicado
en el periódico Rojo y Negro # 311,
Madrid, abril 2017. Número completo accesible en http://www.cgtmurcia.org/cultura-libertaria/publicaciones/rojo-y-negro/1778-rojo-y-negro-n-311-abril-2017.]
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