Francisco J. Velasco
Para evaluar los alcances del
impulso a la minería en el que
está empeñado el gobierno venezolano
comenzaremos por señalar que la minería
es una actividad cortoplacista pero con
impactos y consecuencias a largo plazo, muchas
de ellas irreversibles. Más que una opción
de “desarrollo” la minería constituye un
problema y como tal debe ser abordada.
La minería puede ser definida
como el conjunto de actividades
referidas al descubrimiento y la extracción de minerales que se encuentran debajo de la superficie de la
tierra. Los minerales pueden
ser metálicos (como oro y cobre) y no metálicos (como carbón, amianto, grava). Los metales suelen estar mezclados con una gran cantidad de otros elementos, pero ocasionalmente se encuentran grandes volúmenes de ciertos metales concentrados en un área relativamente reducida --el yacimiento--
de donde se puede extraer uno o más metales
de manera rentable. Durante miles de años
numerosos pueblos han extraído minerales de la tierra. Es sin embargo
desde la revolución industrial
que los minerales se han extraído
y utilizado en cantidades exponencialmente mayores. En décadas
recientes, esta tendencia se ha
acelerado significativamente en
todo el mundo. Es cierto que las sociedades humanas
requieren de una determinada cantidad
de minerales para satisfacer ciertas necesidades.
Pero también es verdad que el consumo
exageradamente desproporcionado está
destruyendo las formas de sustento y la trama
ecológica de la que depende una gran parte
de la humanidad.
Los impactos de la minería tienen
que ver con la mina en sí, con
los procesos de eliminación de residuos, con el transporte del mineral y con el procesamiento que, con frecuencia, involucra o genera materiales peligrosos. Las minas pueden involucrar diversas dimensiones,
desde operaciones pequeñas que producen
menos de 100 toneladas diarias, hasta
grandes minas que mueven centenares de
miles de toneladas. El método de explotación empleado
para extraer determinado mineral varía
con la modalidad, tamaño y profundidad del
yacimiento mineral y los aspectos económico financieros de ese.
Hasta mediados del siglo XX, la
minería subterránea era el
método más común de extraer
yacimientos masivos. Posteriormente las
innovaciones en la tecnología y la fabricación de razadoras, niveladoras,
palas y camiones de mayor tamaño
y más potentes, hicieron posible el movimiento de enormes cantidades de materiales y promovieron la explotación en minas a cielo abierto. Sin embargo, en la actualidad siguen existiendo minas subterráneas, algunas de ellas muy grandes y profundas. A la mina subterránea
se accede por un pozo o una
rampa que desemboca en las galerías y niveles de producción, los cuales están conectados entre sí por
pozos inclinados que sirven
para acarreo de mineral y
movimiento del personal. Se utilizan perforadoras y explosivos para
romper la mezcla de minerales
de la que se puede extraer uno o más
metales -- bajo tierra.
Por lo general esta clase de
minería tiene menores impactos
en el ambiente que las minas a
cielo abierto. La alteración que ocurre en la superficie
de la tierra es de menor grado, pero puede
igualmente tener efectos nocivos sobre el
agua al contaminarla con ácidos y metales e interceptar
acuíferos. Los mineros subterráneos están expuestos a situaciones aún
más peligrosas que las que
enfrentan los trabajadores de minas a cielo abierto, por el riesgo de derrumbes, mala calidad del aire y explosiones subterráneas.
Las compañías mineras han
abandonado gradualmente este
método por un asunto de rentabilidad,
aunque ciertos minerales como el carbón, el níquel, el zinc o el plomo siguen
siendo principalmente extraídos con métodos de minería subterránea. Hoy en día, la mayor parte de los materiales se extrae mediante la modalidad de minería de superficie, lo que causa la devastación del ecosistema en el cual se instala
generando deforestación, alteración y contaminación del agua,
eliminación de la capa vegetal
del suelo y destrucción de hábitats. Este tipo de minería incluye, entre
otras, las minas a cielo
abierto (por lo general para metales
de roca dura), las canteras (para materiales de construcción e
industriales, como arena,
granito, pizarra, mármol, grava, arcilla, etc.),
y la minería por lixiviación (aplicación de productos
químicos para filtrar y separar el metal
del resto de los minerales).
Aunque los impactos ambientales
de la minería varían según el
tipo de mineral y de mina, se
trata de una actividad en sí misma depredadora
e insustentable, puesto que supone
la explotación de un material no renovable con métodos destructivos o
contaminantes, como la voladura con explosivos, la trituración, la molienda, el lavado y
clasificación de los minerales,
la refinación y la fundición. En la
actualidad resulta doblemente destructiva por
su gran escala y por la tecnología que ha incrementado
su potencial de producción.
En la etapa de exploración,
actividades como la
construcción de caminos de acceso, los
mapeos topográficos y geológicos, la instalación de campamentos, los
trabajos geofísicos, las investigaciones hidrogeológicas, la apertura de zanjas, la excavación de pozos
de reconocimiento y la toma de
muestras generan ciertos
impactos ambientales nocivos.
Los impactos ambientales de la
fase de explotación dependen del método empleado y de las características del lugar. Así, por
ejemplo, en las áreas boscosas,
la mera deforestación (de
mayor alcance en los casos de minas de cielo
abierto) genera impactos a corto, mediano y largo plazo. La
deforestación conlleva la destrucción
de los suelos, altera radicalmente el
hábitat de centenares de especies endémicas (causando la extinción de
muchas) y per-turba gravemente
la preservación de un flujo constante
de agua desde los bosques hacia los demás
ecosistemas y centros poblados. En los bosques
primarios la deforestación conduce a
una veloz y fluida escorrentía de las aguas que
provienen de las lluvias; esto se traduce a su
vez en un incremento de las crecidas en los periodos
lluviosos, debido a que el suelo ya no está
en capacidad de contener el agua como lo
hace cuando está cubierto por masas de bosque.
Las voladuras y el ruido de las maquinarias afectan fuertemente a la
fauna y a las poblaciones
humanas de las cercanías. En las áreas
intervenidas por la socavación, la erosión y la colmatación
(sedimentación de lechos de cursos
de agua) producen un gran desgaste en la superficie, al que se suman
grandes acumulaciones de
residuos de roca sin valor económico
(material considerado estéril), que en
ocasiones superan en tamaño a la superficie sacrificada para el proceso
de socavación.
La minería requiere de un enorme
consumo de agua que causa una
reducción de la napa freática
del lugar, afectando y eventualmente secando
acuíferos, pozos de agua y manantiales; el agua que queda se contamina
por el drenaje ácido que
implica el vertido de mate-rial
tóxico que puede durar siglos o incluso milenios.
Por si esto no bastara, las partículas de
metales pesados que gradualmente se van separando
de los residuos, se esparcen con el viento
depositándose en el suelo y los lechos de los
cursos de agua e incorporándose progresivamente a los tejidos de muchos
organismos.
En la etapa de procesamiento de
los metales se utilizan
productos químicos peli-grosos
tales como cianuro, ácidos concentrados y compuestos alcalinos, que van
a parar al sistema de drenaje.
La perturbación y contaminación
del ciclo hidrológico tiene efectos
colaterales muy perniciosos para los ecosistemas
del entorno y las personas. En lo
que respecta al aire, el polvo que genera la actividad minera lo contamina,
causando trastornos
respiratorios y enfermedades en
las personas, así como la asfixia de una buena
parte de la vegetación. Con frecuencia se
generan también emanaciones de gases y vapores
tóxicos, sustancias generadoras de lluvia
ácida y gases de efecto invernadero. Esta
actividad minera exige el consumo de inmensas
cantidades de madera para ser utilizada
como combustible y en la construcción de infraestructura.
En la actualidad disponemos de
los resultados de múltiples investigaciones, evaluaciones y
testimonios que demuestran sólidamente que la minería inhibe seriamente
la capacidad de una nación para
dar basamento al crecimiento
económico (esto considerado incluso
dentro de las limitadas y sesgadas definiciones a las que suelen adherir
los estados nacionales). Además,
una parte importante de la
pesada deuda externa que agobia a los países
“más pobres” del planeta (entre ellos los latinoamericanos),
se adeuda por capital que jamás
fue invertido en el “desarrollo” independiente, sino en la construcción
de infraestructura e instalaciones para transformar capital “natural” (oro, bauxita, hierro, cobre,
coltán, agua, tierra, etc.) en
valor de exportación.
Las comunidades locales, los
pueblos indígenas y campesinos de los países y regiones que poseen mayor riqueza natural son los más
afectados por los efectos
negativos ambientales, económicos, políticos, sociales, culturales
y de salud derivados de las actividades mineras.
Comunidades que anteriormente dependían
de los recursos naturales, experimentan daños inmediatos resultantes de
las actividades de la gran
minería. Sus formas de sustento se debilitan, sus organizaciones sociales se fragmentan y desestabilizan, sus
culturas se empobrecen. Las
compensaciones monetarias,
cuando se pagan, no pueden reparar
esas pérdidas y el legado de destrucción de las minas permanece incluso
después de que son abandonadas.
La mayor parte de los
pobladores locales apenas si alcanzan a beneficiarse
de trabajos con remuneraciones precarias
y disponibles a corto plazo.
Presionados por las políticas
macroeconómicas impulsadas por organismos multilaterales y
centros de poder comercial y financiero global, los gobiernos y las
élites de muchas naciones
empobrecidas optan por la minería
como actividad fundamental para generar divisas extranjeras. La
imposición de procesos de
desregulación y liberalización del
mercado ha conducido al otorgamiento de concesiones,
privatización y exenciones tributarias en beneficio de corporaciones
multinacionales mineras. En todo el mundo, niveles más elevados de dependencia de la economía minera se correlacionan de manera estrecha con altos niveles de pobreza, analfabetismo, desnutrición y morbimortalidad. Igualmente
se vinculan con grandes desigualdades en los
ingresos, una vulnerabilidad más marcada ante las crisis económicas,
tasas muy elevadas de corrupción, autoritarismo, ineficiencia
gubernamental, incremento en los gastos militares,
presencia de fuerzas mercenarias y grupos
irregulares en las zonas de explotación, conflictos
armados, fragmentación territorial y pérdida
de soberanía. Todos estos son ingredientes que concurren en la
conformación de una trama de
alianzas entre actores estatales y para-estatales, de nuevos
dispositivos de control del
territorio que acrecientan la depredación,
el despojo y la violencia. Alguna semejanza
con las tendencias presentes en nuestra
realidad no es mera coincidencia.
[Texto extraído del artículo
titulado “Un fantasma depredador recorre Venezuela”, incluido en la revista Territorios Comunes # 3, Caracas, enero
2020. Número completo accesible en http://www.ecopoliticavenezuela.org/wp-content/uploads/2020/03/0-Territorios-Comunes-3_FINAL3.pdf.]
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