Alfredo Vallota
Cuando abordamos el tema de la libertad lo primero que encontramos es una
fantástica diversidad de la noción al punto que se registran más de 200
significados para la palabra. Podemos interpretar este hecho de dos maneras.
Por una, un refrán dice que lo que tiene
muchos significados tiene poco significado por lo que la palabra libertad sería una palabra vacía, una
palabra comodín que se puede usar como y cuando nos convenga, tal como otras
que abundan en castellano como en el Caribe “vaina”, entre los rioplatenses “boludo”
en la política “democracia”, al punto que ciertos ácratas ahora se consideran “demócratas”.
Por otra, podemos entender que el que haya tantas significaciones apunta a la
importancia y el lugar central que tiene este asunto en la existencia humana y
que muchos son los pensadores que han reflexionado sobre el tópico ideando
concepciones diferentes.
Me inclino por esto último porque, en lo que conocemos, llevamos casi 5.000
años tratando este tema. La palabra más antigua registrada para lo que podemos
entender como una noción de libertad es ama-gi
que, en lengua sumeria, hacia el año 2300 a.n.e., literalmente quiere decir
volver a la madre. Se refiere a una
disposición del gobernante de la ciudad-estado de Lagash, cerca de la unión del
río Tigris con el río Eufrates,entre 2380 y 2390 a.n.e. por la que se permitió
que los esclavos regresaran a sus casas, al lar natal, “volvieran a la madre”, volvieran
a sus orígenes, redimidos de la sumisión a la que estaban sometidos, es decir, recuperaban
su libertad.
De este remoto origen podemos obtener una primera inferencia y es que libertad
es una noción estrechamente relacionada, por lo negativo, con la sumisión y el sometimiento, derivada de
la humana finitud que ese dominio evidencia pero también con la toma de
conciencia de las ansias de librarse de toda fragilidad. De manera que, de la
finitud de nuestros límites como resultado de que nos hacemos conscientes de nuestra
propia muerte, surgen nuestras ansias de ir más allá de esos límites superándolos
y nace la libertad.
Me atrevería a decir que cada uno que reflexione sobre el asunto puede
llegar a elaborar una propia noción de libertad. Éste es un poco el motivo de este
escrito, invitar a los lectores que mediten sobre un asunto que nos parece
importante, lo hagan cuestión de conversación, vuelquen sus propias
cavilaciones en sus charlas o lo hagan tema de lecturas, tanto sea para
afirmarla como para admitir que debemos optar por una servidumbre voluntaria. Es
siempre bueno recordar lo que decía Aristóteles cuando, preguntado
en qué se diferencian los sabios de los ignorantes, respondió: “En lo que los
vivos de los muertos”, porque el saber, en la prosperidad sirve de adorno, y en
las adversidades de refugio.Y
de eso trata el pensar, por lo que no se espere encontrar aquí la solución a la cuestión sino algunos
aportes para esas reflexiones.
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A lo largo de los siglos en la
discusión filosófica se han propuesto posiciones de quienes defienden que podemos ser libres y también las de
quienes se les oponen. Estas objeciones tienen virtudes porque todo hallazgo de
un factor que restringe la libertad es una contribución efectiva a nuestro afán
de ser libres que hemos de superar si se pretende afirmar que el ser libre es
una meta de los seres humanos. Estimando que ser libres se da por grados,
cuanto más conozcamos de nosotros mismos y de nuestras limitaciones mejor
podremos expandir esas constricciones. La cantidad de factores, conocidos, o
por conocer, que concurren a nuestras decisiones, deseos y acciones hace cierta
la afirmación cartesiana “el hombre es un desconocido para el hombre” pero conocerlo es una meta posible en la vida.
Aristóteles sentó que podemos ser felices en esta vida merced al conocimiento y
la libertad.
Los argumentos contra la libertad tienen un defecto común y es el afán de
simplificación ya que cada uno se afinca en sostener que hay un factor que es el que comanda las
acciones humanas dejando de lado precisamente lo que el conjunto muestra: que
los seres humanos somos entes complejos que no podemos reducir a un solo
aspecto. Nuestras acciones son resultado tanto de cargas genéticas, hormonales,
de salud, ambientales, culturales, circunstanciales, factores que no conocemos
de nosotros mismos y nuestra capacidad de reflexión racional que hacen
imposible que podamos mirar nuestra conducta con un solo color y que hace que
cada uno de nosotros sea único. Más cuando la libertad tiene su manifestación
más alta en el plano más complejo del humano como es el de las decisiones
morales, las estéticas, la capacidad creativa.
Estas reflexiones intentan llamar la atención acerca de estas
simplificaciones, eliminar la identificación de la libertad con el azar, la
casualidad. Nada se produce por azar, sin principio ni razón por lo que no
puede ocurrir cualquier cosa. Bien podemos decir que azar es una calificación
transitoria que señala que todavía no hemos encontrado la causa o el motivo que
lo produce ya que nada sucede porque sí, por lo cual hemos de buscarla.
Vinculado con esta posición está la que sostiene que se es libre si uno hace lo
que quiere, o actúa por capricho o arbitrariamente. Es demostrable que los
deseos tienen causas diversas. El que afirma que hace lo que se le antoja simplemente vuelve a la infancia, cuando
el desconocimiento de sí mismo y del mundo le hacía parecer que sus acciones
eran infundadas, sin ley ni norma porque, simplemente, las desconocía.
Podemos agregar un aspecto más, que han defendido filósofos como Hume y
otros moralistas ingleses y que se inscriben en la contraposición de las
ciencias humanas y las naturales. Se trata que en la naturaleza suceden hechos que no persiguen ningún fin. La
lluvia cae pero ella no pretende regar los cultivos de los campesinos ni la
manzana pretende saciar el hambre del muchacho que la come. Responden a una
cadena de antecedentes que impone los consecuentes. Pero entre los seres
humanos conscientes las acciones sí tienen un fin, persiguen una meta,
pretenden alcanzar un objetivo. Como decía Hume aspiramos a un deber ser, un querer que no se deriva de lo que es y muchas veces se le opone. Las acciones que llamamos humanas
implican la conciencia de una finalidad que actúa como una nueva causa, o vieja
si recordamos a Aristóteles, que es ajena a la Naturaleza y que Kant instalaría
en otro plano, el nouménico distinto
del fenoménico en el que vivimos la
vida corriente y, como mencionamos, es una forma de la libertad.
Las acciones propiamente humanas no escapan a la regulación que tienen los
hechos, sino que agregan algo. Esto que agregan es una deliberación consciente,
ponderada, la búsqueda de opciones o la creación de ellas, las rectificaciones,
porque con nuestras acciones pretendemos lograr un fin en el ejercicio de nuestra
autonomía. Los hechos puede que limiten nuestras acciones, o las condicionen,
pero es lo que da sentido a nuestras acciones que pretenden cambiar esas
circunstancias. Es como la famosa paloma kantiana que renegaba de la oposición
del viento pero es, precisamente, el aire que se le opone
lo que le permite volar. En las acciones propiamente humanas, además de la
causalidad de los hechos naturales, intervienen aspectos que nos competen
específicamente, que son propios de cada acción y de cada agente, como razones,
motivos, móviles, valores que conforman nuestra posibilidad de actuar con
grados de libertad que aspiramos a que se incrementen, que es lo propio de los
humanos en el mundo de la naturaleza.
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