Encarna Julia García
El
anarquismo lleva años
poniéndose a la cola de los movimientos
sociales ciudadanos, moviéndose mucho, pero en
la cola, de estas iniciativas sin ideología y sin aspiraciones de cambio
revolucionario. No se puede hablar
de un movimiento crítico si no hay crítica, sin
un pensamiento y un discurso propios, y sobre todo, no lo hay, sin tener clara
la alternativa por la que
luchamos. Los palos en la calle, sin este trabajo detrás, no nos van a servir
para mucho más que para ser la
carne de cañón de los que se mueven
para que nada cambie. Son necesarias las redes
humanas organizadas para pensar y trabajar por
esa alternativa día tras día.
Y
no basta con defender un modelo de autogestión económica sin Estado;
necesitamos asumir el anarquismo, el rechazo
de todas las formas de jerarquía; rechazar la confusión de ideas, y la basura
que se vierte continuamente sobre nuestra ideología y nuestras organizaciones
específicas. El anarquismo tiene su razón
de ser propia, y una identidad que no debe esconder ni confundir. Su lugar está
en la cabeza del movimiento social, no en la cola, si quiere sobrevivir, debe asumir su misión de crear alternativa
al sistema vigente mediante la acción autogestionaria específica. Y la
reflexión y acción sobre la tecnología
son esenciales en ello. Desconfiemos de quien nos
cuente que puede haber revolución sin superar el
aparato de producción y de organización del trabajo heredados del capitalismo,
aunque sean los clásicos del anarquismo, porque su objetivo era conseguir la
integridad del ser humano, el equilibrio de
todas las escalas sociales, y la adaptación no competitiva a la naturaleza, y
sus propuestas de sociedad libertaria, fueron tan lejos como las
posibilidades de su tiempo les permitieron.
La
raíz teórica del anarquismo es materialista. Poniendo el origen en la
interacción entre la conciencia y las condiciones externas a la mente, la
tecnología no es factor suficiente, pero si es factor necesario al cambio. Desde hace 50 años hemos tenido la promesa de
la TA (Tecnología Adecuada a las necesidades sociales y de adaptación ecológica),
pero hoy en día sigue sin ser una realidad. Eso pone en duda la idea de un
capitalismo verde, pero
también da que pensar que hay un trabajo pendiente, que es el de al menos
iniciarnos en una vía de
desarrollo civilizatorio, distinta a la
capitalista, no basada ya en el crecimiento cuantitativo. De ahí la necesidad
de poner en claro qué modelo
social, qué economía, y qué tecnología buscamos, y observar de qué forma vamos
a trabajar esa vía.
El
análisis de los acontecimientos debe servirnos para afinar la teoría del
cambio. Observemos, por
ejemplo, qué está ocurriendo con las baterías,
que son necesarias para almacenar la energía en
un modelo energético alternativo. En este caso, el propio material, principalmente el litio,
es problemático. Los vehículos eléctricos no son tan verdes. Al margen de que, bajo el capitalismo,
mantenemos una dependencia extrema del transporte y los desplazamientos en automotores, estos
vehículos se alimentan con electricidad, por lo que hay que preguntarse de qué
recurso se obtiene la electricidad,
por medio de qué artefactos y por medio de qué
materiales. Y claro, la batería de ión litio, es hoy un elemento clave. La voracidad de
información de nuestra sociedad
y procesadores cada vez más potentes
en los más de siete mil millones de móviles que hay en el mundo, más el
previsible incremento de coches eléctricos, encarecen todavía más un metal que es de por sí raro, y cuya
máxima reserva se encuentra en
el departamento del Potosí, en Bolivia. Allí, la derecha política se hizo fuerte en 2019 al instrumentalizar el descontento
de las comunidades indígenas y
los mineros con los contratos firmados por el gobierno de Evo Morales con empresas extranjeras, en una lucha
entre capitales por ver quién se quedaba con la tarta. No fue, claro está, por un cuestionamiento de la
explotación minera.
Ahora
el mercado puede haberse encontrado
con un límite impuesto por la naturaleza. A las corporaciones no les preocupa
que esos recursos generen dependencia, provoquen guerras, cambien el clima...solo que se están agotando y
están encareciendo la producción. Ahora los recursos minerales más
contaminantes y que llevan consigo una explotación minera más intensiva, han
dejado de ser baratos. Por eso diferentes empresas y universidades
están dirigiendo su interés hacia la
investigación con recursos sencillos y abundantes, algunos de origen orgánico, para recargar
las baterías con electricidad generada desde el mismo artefacto: compuestos orgánicos como los
péptidos, (Sotre Dot, Departamento de Nanotecnología de la U. de Tel Aviv), descomposición de
la urea para producir
electricidad (Fundación Gates), uso
de bacterias de la saliva (Universidad de Binghamton ,Nueva York), magnesio y
calcio (Institut de la Ciència
de Materials de Barcelona-ICMAB-CSIC),
batería de sodio-azufre (U. de Wollongong, Australia).
Y
si esto está pasando en las baterías de los
productos de electrónica y el coche eléctrico, también debe suceder en toda la
infraestructura energética. Las redes eléctricas y las instalaciones de producción deberán adaptarse a otros
recursos que no sean los
combustibles fósiles, y las centrales deberán ser alimentadas por otras fuentes
de energía más baratas y
abundantes. Consecuentemente, todos los materiales de la civilización habrán de
cambiar hacia un paradigma respetuoso
con la vida, que puede llegar a ser más o menos
peligroso según el control que la sociedad ejerza
sobre los nuevos desarrollos, sobre todo en cuanto al daño que la sustancia
sintética y/o modificada genéticamente
puede generar al integrase en los
sistemas biológicos.
Pero,
¿qué interés tiene la industria en que esto
salga adelante y se comercialice?, ¿no se preferirá mantener el sistema de
acaparamiento de minerales escasos?, ¿no es este sistema el que ha mantenido a las poblaciones subyugadas? Pensemos
que para que haya ricos, tiene que haber
pobres. Utilizar materias primas y recursos energéticos abundantes, incluso
ilimitados, sería romper el sistema de las dependencias, sería socializar los
medios naturales de producción. Si ellos
ponen la tecnología a nuestro alcance, si tenemos
incluso máquinas para replicar lo que ellos hacen
(promesa de la impresión 3D), ¿tal vez llegue el
día en que nos sintamos tan independientes del
mercado, que este se hunda solo, o nosotros nos
sintamos más fuertes colectivamente para hacer
una revolución?
Pero,
¿no les bastaría ir a por otros recursos escasos de los que todavía no hayamos
explotado sus reservas?, ¿por
qué se están volviendo a los materiales orgánicos sencillos y
abundantes? ¿Puede ser por las demandas de la sociedad de consumo?, ¿o porque
les resultará más ventajoso patentar procesos que acaparar recursos? Ellos tienen
el procesado, que es muy complejo,
por los equipos, los recursos humanos implicados...En este supuesto, los países
más pobres, o la sociedad
civil, no disponen del capital. No tendríamos investigación a este nivel, no
podríamos competir. ¿O más
bien, se trata solamente de una
línea de investigación que no se va a traducir en
comercialización?
Seguramente,
las empresas se estarán debatiendo entre las dos opciones: servirse de lo abundante
y barato o atenerse a lo de siempre para no
correr el riesgo de que los países o incluso las comunidades locales y las
células familiares, se hagan independientes.
Habría
que seguir de cerca cuál está siendo el
discurso de los grandes del sector de la electrónica, la automoción, las
grandes empresas energéticas..., y comprobar cuál es la inversión en las innovaciones
alternativas en comparación a lo que
no es innovación en este terreno, y observar qué
productos van saliendo al mercado, para saber
qué rumbo tomará esto. No va a ser capitalismo
verde, porque la avaricia, la irresponsabilidad y la explotación de los desequilibrios y las
dependencias, son algo inherente al sistema. Pero quizá sí podamos servirnos de la evolución de la
tecnología, estableciendo sinergias entre trabajo experto y no experto, y pugnando por el control de
las comunidades sobre los desarrollos tecnológicos; por un lado, llevando a cabo nuestras propias
creaciones, y por otro, actuando para que el trabajo de los especialistas se ponga al servicio de las
necesidades sociales. Esto último puede ser pugnando por ejercer un control social del gasto en
ciencia y tecnología, sea público o privado, sin entrar en órganos o canales de
participación establecidos por el
Estado, y en el caso de las empresas, no actuando
desde los comités sino desde el sindicato, incorporando como reivindicación que
un tanto de los beneficios vaya a tecnologías adecuadas. O bien, movilizándonos para dejar de pagar
impuestos para la investigación estatal, y llevar ese dinero a una investigación controlada por las
comunidades.
Esa
conciencia y acción libertaria transformadora faltó en la contestación popular
a la COP25 en Madrid, en 2019,
y seguramente sea muy pronto para
que esté en la de Glasgow en 2020. Pero desde hoy podemos empezar a dar los
primeros pasos hacia ella.
[Versión
de artículo titulado “COP 25, ¿capitalismo verde?¡No!
¡Anarquía vía única!”, publicado en el periódico Solidaridad Obrera # 376, Barcelona, febrero 2020.]
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nos interesa el debate, la confrontación de ideas y el disenso. Pero si tu comentario es sólo para descalificaciones sin argumentos, o mentiras falaces, no será publicado. Hay muchos sitios del gobierno venezolano donde gustosa y rápidamente publican ese tipo de comunicaciones.