Felix García M.
Eso
debe quedar claro; no todo el mundo ve los problemas de la misma manera; para
el África subsahariana el problema del SIDA es una cuestión de estricta
supervivencia; para las multinacionales y para el gobierno de los Estados
Unidos fue, un primer momento, un problema de controlar los derechos de
propiedad de los laboratorios que producen los medicamentos adecuados y desde esa
perspectiva orquestaron durísimas maniobras de presión sobre el gobierno de
Sudáfrica. En la actualidad sigue siendo una cuestión de pura supervivencia
para unos mientras que los otros han variado su posición y perciben la
situación como un problema de seguridad nacional, lo que nos permite suponer
que las soluciones serán diferentes según el enfoque que se dé del problema.
Este
detalle es importante: la modificación de la actitud del gobierno de Estados Unidos no se ha debido a ninguna toma
de conciencia sobre la mortal epidemia en África, sino por las consecuencias
que dicha epidemia podría tener para la seguridad de su propio país en un mundo
en el que la movilidad de las personas es enorme. Es cierto, también, que la
eficaz intervención de algunos grupos de Estados Unidos poniendo sobre la mesa
la vergonzosa actitud del gobierno obligó a ceder, mostrando una vez más que
determinadas actuaciones sólo pueden prosperar si son llevadas a cabo a espaldas
del conocimiento de los ciudadanos. Por si acaso hiciera falta un segundo
ejemplo, basta con dedicar alguna atención al enfoque que se está dando al
serio problema de la inmigración en la Unión Europea y en los países de donde
proceden esos inmigrantes, por no hablar ya de la voz de los propios inmigrantes
que aceptan unas condiciones despiadadas para eludir la miseria sin esperanza
ni futuro que asola sus lugares de origen.
Es
cierto, por tanto, que viajamos todos en un mismo barco y eso va a permitir sin
duda que se aceleren los enfoques más globalizadores. Pasos interesantes se van
dando, sobre todo porque algunas de las catástrofes ecológicas más importantes,
como fue el caso de la de Chernobil, afectan a países alejados del lugar donde
se causaron los destrozos. También pueden servir de ejemplo los esfuerzos realizados
para alcanzar acuerdos internacionales que limiten la emisión de
clorofluocarbonados a la atmósfera, así como la estrecha cooperación científica
internacional para analizar el problema acuciante del efecto invernadero. El
ejemplo de la destrucción de la capa de ozono es quizás uno de los más claros.
Al ser un riesgo que amenaza absolutamente a todo ser vivo y contra el que no hay
protección local posible, los acuerdos han llegado mucho más pronto, aunque
todavía no está resuelto definitivamente el problema. No obstante, no debemos
ser excesivamente optimistas; incluso cuando las amenazas son reales y pueden
afectar a todo el mundo, el afán de codicia y de obtención de beneficios,
abaratando costos e incrementando ventas, puede ser demasiado fuerte y llevar a
emprender aventuras desgraciadas. El mal de las vacas locas es un buen ejemplo
de lo que digo; la difusión e implantación de los transgénicos sin excesivos
controles ni regulaciones es otro ejemplo bien claro de la tendencia a hacer de
aprendices de brujo.
Más
discutibles resultan aquellos acuerdos mediante los cuales determinados países
tropicales reciben unas subvenciones económicas para compensarlos de las
renuncias que aceptan al dedicar amplios terrenos al crecimiento de bosques que
permitan absorber las emisiones de dióxido de carbono que provocan el calentamiento
de la Tierra. El riesgo en este caso puede venir provocado por una distribución
del trabajo y la producción de la riqueza que deje en unos países el control de
los ámbitos más decisivos y productivos y reserve para otros un ámbito más bien
subsidiario y dependiente. En cierto modo, los países más desarrollados
económica y tecnológicamente le piden a otros países que desarrollen un modelo
de explotación de la riqueza que ellos mismos no quisieron aplicar en su día;
su posición de privilegio y dominio procede en gran parte de ese modelo de
dominación que siempre practicaron, pero que no dejan practicar a los que vienen
detrás. El planteamiento sería más coherente si se ofreciera al mismo tiempo
una modificación de los hábitos de producción y consumo en los países que en
estos momentos disfrutan de un nivel de consumo desmedido. Absolutamente
impresentables son las medidas encaminadas a exportar los residuos producidos
por los países con mayores niveles de consumo a países empobrecidos, a quienes
se pagan irrisorias cantidades por aceptar el papel de basureros del mundo.
Un
planteamiento global del problema —por volver a la imagen del barco en el
universo— puede significar una desigual redistribución de las zonas geográficas:
del mismo modo que en los barcos podemos encontrar camarotes de primera y de
tercera, sería factible, al menos a corto y medio plazo, reservar zonas de alta
calidad medioambiental, en las que podrían vivir los más beneficiados por el
sistema, y zonas de muy baja o nula calidad. En las primeras zonas se
utilizarían tecnologías punteras, con escaso impacto medioambiental, pero de
elevado costo; en las segundas
se
utilizaría la tecnología que ya ha quedado obsoleta, incrementando los
beneficios de las empresas instaladoras. Es bastante probable que los elevados
fondos económicos necesarios en las zonas privilegiadas procedieran en parte de
las zonas no privilegiadas. El conjunto, por descontado, nos mostraría un
ecosistema bastante deteriorado, por lo que vengo diciendo: las radicales
desigualdades y la injusta distribución del acceso a los recursos más elementales
provocaría una situación de completo deterioro medioambiental.
Eso
es algo que ya está ocurriendo en las grandes ciudades, con diferencias
abismales entre las zonas de alto nivel y las severamente degradadas, se trate
de Nueva York, La Paz o Calcuta; y se produce también en la ubicación de las
industrias más contaminantes. Algo parecido ocurre con un bien escaso en muchas
zonas del planeta, el agua potable; es un claro ejemplo de la posibilidad de
alcanzar soluciones profundamente injustas, con claras pérdidas humanas en
algunos sectores de la población. En este caso, además, el problema adquiere
dimensiones políticas, siendo habitual el recurso a todos los medios de presión
posibles, incluido los militares, para alcanzar un reparto del agua favorable a
los intereses de determinados gruposy perjudicial para otros grupos. No es
fácil llegar a entender completamente el conflicto entre palestinos e
israelitas sin tener en cuenta la batalla que allí se está librando por el
control del agua. Sin llegar a extremos tan dramáticos, el famoso Plan
Hidrológico Nacional elaborado para España es un ejemplo modélico de la
complejidad de los problemas medioambientales y de su íntima conexión con
específicas propuestas de desarrollo económico y social.
Los
actuales movimientos ecologistas que enfocan el problema desde esta perspectiva
más globalizadora, en la que la dimensión social y política de los problemas
pasa a primer plano, son los que no sólo muestran una mayor capacidad de
análisis de la realidad sino también proponen modelos de organización y acción
social más sólidos y coherentes. Si nos fijamos en luchas como la que están
llevando adelante los habitantes del estado de Karnataka, los campesinos
mapuches en Bio Bio o quienes en España se oponen contra la presa de Itoiz es
fácil constatar cómo señalan claramente la raíz económica y política de las
amenazas de destrucción de toda una zona, cuyos habitantes ven sus condiciones
de vida gravemente amenazadas. El caso de los campesinos del valle de
Karnataka, por tomar tan sólo un ejemplo, puede ser paradigmático. Se trata de
un movimiento social orientado por lo que ellos mismos llaman un socialismo
gandhiano.
Eso
significa que la organización del propio movimiento es un ejemplo de democracia
directa y participación de todos los miembros de la comunidad en la toma de
decisiones en aquellos asuntos que son de su incumbencia. Eso exige, claro
está, la creación de mecanismos de representación que aseguren que los
problemas que afectan a varias comunidades se decidan mediante procesos de
consulta en los que dichas comunidades se impliquen. Es más, la preservación de
la calidad medioambiental debe conducir a una sociedad diferente en la que
desaparezca todo lo que atenta contra esa calidad; el sistema de castas, el patriarcado
y la intolerancia religiosa, son otras formas de opresión, discriminación y
explotación que no tienen ninguna cabida en una sociedad que se preocupe de una
apropiada configuración de su medio ambiente natural y social. Propuestas muy
similares son las que aparecen en aquellos movimientos ecologistas que realizan
un esfuerzo por comprender el problema en todas sus dimensiones y no olvidan,
por tanto, la estrecha relación que existe entre un deterioro de la naturaleza
(extinción de especies, granjas factoría, degradación del suelo, el aire y el
agua...) y el deterioro de las relaciones sociales (opresión y explotación).
[Sección
extraída del libro Senderos de libertad, que en versión original
completa es accesible en https://docs.google.com/viewerng/viewer?url=http://www.acuedi.org/ddata/8365.pdf.]
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