Jason McQuinn
Sigue existiendo un gran número de anarquistas que continúan identificándose estrechamente con la izquierda política de una forma u otra, pero cada vez hay más sujetos dispuestos a abandonar gran parte del peso muerto asociado con la tradición de izquierda. Las páginas de este texto están dedicadas a comenzar una nueva exploración de lo que está en juego al considerar si se tiene algún provecho al identificarse con la izquierda política como anarquista.
Sigue existiendo un gran número de anarquistas que continúan identificándose estrechamente con la izquierda política de una forma u otra, pero cada vez hay más sujetos dispuestos a abandonar gran parte del peso muerto asociado con la tradición de izquierda. Las páginas de este texto están dedicadas a comenzar una nueva exploración de lo que está en juego al considerar si se tiene algún provecho al identificarse con la izquierda política como anarquista.
Durante la mayor parte de su existencia en estos últimos dos siglos, activistas, teóricos, grupos y movimientos conscientemente anarquistas han habitado una posición minoritaria en el mundo ecléctico de los aspirantes a revolucionarios de la izquierda. En la mayoría de las insurrecciones y revoluciones que definieron el mundo —aquellas en que tenían alguna permanencia significativa sus victorias—, los rebeldes autoritarios eran generalmente una mayoría obvia entre los revolucionarios activos. Incluso cuando no lo eran, estos rebeldes autoritarios ganaban la ventaja por otros medios. Si eran liberales, socialdemócratas, nacionalistas, socialistas o comunistas, seguían siendo parte de una corriente mayoritaria dentro de la izquierda política explícitamente comprometida con toda una constelación de posiciones autoritarias. Junto con una admirable dedicación a ideales como la justicia y la igualdad, esta corriente mayoritaria favorece la organización jerárquica, el liderazgo profesional (y también ofensivo), las ideologías dogmáticas (especialmente notable en sus muchas variantes marxistas), un moralismo auto-justificado y un aborrecimiento generalizado por la libertad social y una comunidad auténtica y no jerárquica.
Especialmente después de su expulsión de la Primera Internacional, los anarquistas generalmente se han encontrado frente a una dura elección. O bien podrían localizar sus críticas en algún lugar dentro de la izquierda política —aunque solo dentro de sus márgenes—, o por otro lado podrían rechazar la “cultura de la oposición mayoritaria” en su totalidad y tomar la posibilidad de ser aislados e ignorados por estos grupos políticos de izquierdas.
Mientras que muchos activistas anarquistas, si no la mayoría, han salido de la izquierda a través de la desilusión con su cultura autoritaria, la opción contraria de aferrarse a sus franjas e intentar adaptar sus temas en una dirección más libertaria se ha mantenido como un atractivo constante durante los siglos. El anarcosindicalismo puede ser el mejor ejemplo de este tipo de anarquismo. Ha permitido a los anarquistas usar ideologías y métodos de izquierda para trabajar por una visión de izquierda de la justicia social, pero con un compromiso simultáneo con temas anarquistas como la acción directa, la autogestión y ciertos valores culturales libertarios (muy limitados). El anarco-izquierdismo ecológico de Murray Bookchin, sea por el sello de municipalismo libertario o de ecología social, es otro ejemplo. Se distingue por su persistente fracaso para intentar ganar apoyo o adeptos a la causa en cualquier lugar, incluso en su terreno favorecido de la política verde. Otro ejemplo, aquel más invisible (¿y numeroso?) de todos los tipos de anarco-izquierdismo, es la elección que toman muchos anarquistas de sumergirse dentro de organizaciones de izquierda que tienen poco o ningún valor libertario, simplemente por la imposibilidad que tienen de trabajar directamente con otros anarquistas (que muchas veces se encuentran de manera similar, escondidos, sumergidos en otras organizaciones izquierdistas).
Tal vez es hora, ahora que las ruinas de la izquierda política continúan implosionando, para que los anarquistas consideren salir en masa de su sombra que desaparece constantemente. De hecho, todavía existe una posibilidad, si suficientes anarquistas se desligasen de los innumerables fracasos, purgas y “traiciones” de la izquierda, es probable que los anarquistas puedan actuar por su cuenta.
Además de lograr definirse en sus propios términos, los anarquistas podrían nuevamente inspirar a una nueva generación de rebeldes, que esta vez puedan estar menos dispuestos a comprometer su resistencia frente a ideologías de izquierda en intentos de mantener un frente común con la izquierda política que históricamente se ha opuesto a la libre comunidad, donde quiera que haya aparecido. La evidencia es irrefutable. A los revolucionarios libertarios de cualquier tipo se les ha negado sistemáticamente una presencia en la gran mayoría de las organizaciones de izquierda (desde la ruptura de la Internacional); forzados al silencio en muchas organizaciones en las que se les ha permitido unirse (por ej. “los anarco-bolcheviques”[1]); perseguidos, aprisionados, asesinados o torturados por cualquier izquierdista que haya obtenido el poder político o los recursos organizacionales necesarios para hacerlo.[2]
¿Por qué ha habido una historia tan larga de conflictos y enemistad entre los anarquistas y la izquierda?[3] Es porque, aunque cualquier grupo o movimiento particular siempre incluye elementos contradictorios, existen dos visiones fundamentalmente diferentes del cambio social encarnadas en el rango de sus respectivas críticas y prácticas. En su forma más simple, los anarquistas —especialmente anarquistas que se identifican menos con la izquierda— suelen participar en la práctica que se niega a constituir una dirección política de la sociedad, rechaza la inevitable jerarquización y manipulaciones envueltas en la creación de organizaciones de masa y refuta la hegemonía de una sola ideología dogmática. La izquierda, por otro lado, comúnmente ha participado en la práctica sustitutiva y representacional en las que las organizaciones de masas están sometidas a un liderazgo elitista de ideólogos intelectuales y políticos oportunistas. En esta práctica el partido se sustituye por el movimiento de masas, y el liderazgo del partido se sustituye por el partido.
Históricamente la función primaria de la izquierda ha sido recuperar todas las luchas sociales capaces de confrontar directamente al capital y al estado, de tal manera que, en el mejor de los casos, solo se ha logrado una representación sucedánea de la victoria, ocultando siempre el secreto público de la continuación de la acumulación del capital, de la esclavización laboral,[4] la continua jerarquización y las políticas estatistas de costumbre bajo una insustancial retórica de la resistencia y la revolución, la libertad y la justicia social.
La pregunta más importante es: ¿Podrán los anarquistas tener mejores resultados afrontando la izquierda desde una posición crítica explícita e intransigente, que eligiendo sumergirse en la izquierda y cambiarla desde adentro?
Notas
[1] Referencia a los anarquistas que decidieron sumarse a la revolución bolchevique y luego se vieron desilusionados al notar que su autonomía individual y grupal quedaba sujeta a las consignas bolchevistas. [N. del T.]
[2] Por ejemplo, la masacre de los campesinos, obreros y marineros de Kronstadt a manos de Trotsky y el ejército rojo. [N. del T.]
[3] Al menos desde las disputas entre Marx y Bakunin y la disolución de la primera internacional. [N.del T.]
[4] El perpetuo intercambio de servicios y salarios que surge desde la cohabitación de sujetos con autoridad que poseen el poder de comandar, y por otro lado, sujetos sumisos con solo el poder de servir. [N.del T.]
[Tomado de https://es.theanarchistlibrary.org/library/jason-mcquinn-anarquia-post-izquierda.]
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