Rafael Cid
Adiós Tsipras, Syriza KO. Eso es lo que han dejado las urnas el pasado 7 de Julio, lo mismo, pero al revés de lo expresado con su voto por los ciudadanos helénicos hace 4 años. Fin de ciclo, y con él también de una ilusión. Porque Syriza significaba una posibilidad de alternativa al modelo neoliberal que había incubado la crisis financiera y luego endosado sus costes sobre las espaldas de la gente. Lo que ocurre esta derrota será aún más estrepitosa y concluyente si, como suele suceder, la izquierda comprometida no saca las enseñanzas necesarias, de seguir aferrándose a teorías de la conspiración para explicar la debacle.
Adiós Tsipras, Syriza KO. Eso es lo que han dejado las urnas el pasado 7 de Julio, lo mismo, pero al revés de lo expresado con su voto por los ciudadanos helénicos hace 4 años. Fin de ciclo, y con él también de una ilusión. Porque Syriza significaba una posibilidad de alternativa al modelo neoliberal que había incubado la crisis financiera y luego endosado sus costes sobre las espaldas de la gente. Lo que ocurre esta derrota será aún más estrepitosa y concluyente si, como suele suceder, la izquierda comprometida no saca las enseñanzas necesarias, de seguir aferrándose a teorías de la conspiración para explicar la debacle.
El prejuicio viene de esos primeros análisis, externalizando (a la presión de los poderes fácticos, el dramático problema de los refugiados e incluso los terribles incendios) lo que en resumidas cuentas no ha sido sino la crónica de una muerte anunciada. Syriza comenzó su declive casi al mismo tiempo en que accedía al poder en 2015. Recurrentemente, otra vez cumpliéndose el guion, la crítica ha estado ausente la mayor parte del tiempo. Es más, cuando alguien, aquí y allá, insinuaba un modesto “no es eso, no es eso”, la corte erigida en torno al paradigma Tsipras salía a escena acusando a los incrédulos de hacer el juego a la derecha. Quizás por eso que el etólogo Konrad Lorenz denominaba el “entusiasmo militante”. De victoria en victoria hasta la derrota final.
El primer desatino con que Syriza empedró su periplo estuvo en el propio Tsipras. En su “deificación”, en esa manía de la gauche sobrevenida de atribuir poderes taumatúrgicos a una persona. “El gran timonel”, “el dirigente supremo”, y otras perlas semejantes con que la historia ha celebrado la irrupción en política de modelos con aurea transformadora, coronó la figura del jefe del Ejecutivo griego desde el primer momento. El carácter colegiado y plural de la formación que representaba, una coalición de la izquierda radical, se esfumó al poco de ganar las elecciones. A partir de entonces, decir Gobierno de Syriza era decir Tsipras y nada más. Como aconseja el marketing de la vieja política para que el mensaje hipodérmico hipnotice a unas masas domadas en el culto a la personalidad por las teles y unos medios de comunicación que manufacturan las informaciones sobre la peana de celebridades.
Pero la peor llegó cuando se configuró el Gobierno que según lo prometido en la campaña electoral venía a doblar el brazo a la “Troika” y a las grandes corporaciones que manejan el cotarro en diferido. Tsipras, con la autoridad ilimitada que ese “entusiasmo militante” le proporcionaba, diseñó un Gabinete que le aseguraba estabilidad parlamentaria con la asistencia del partido Griegos Independientes (GI). Y nadie de peso, entre los suyos ni entre la hinchada internacionalista que le apoyaba, se alarmó ante esa alianza contra natura. Una confederación de grupos de la izquierda anticapitalista compartía Gobierno con una formación ferozmente ultranacionalista, una especie de Vox a la griega, sin mayor problema. El “todo por la causa” de unos junto al “todo por la patria” de otros. De hecho, GI rompió con Tsipras nada más reconocerse a la antigua república yugoslava de Macedonia como Macedonia del Norte, algo que los socios de Syriza consideraban alta traición.
Ambos vectores, glorificación de Alexis Tsipras como una especie de “Cesar visionario” alternativo y esa concupiscencia en el poder con la extrema derecha de Griegos Independientes, no provocaron reflexiones críticas. Y, albarda sobre albarda, así se alcanzó el punto de no retorno del “donde dije digo ahora digo Diego”. Fue con el famoso referéndum de julio de 2015 convocado a mayores por Tsipras para someter a decisión del sufrido pueblo griego aceptar o vetar las condiciones del tercer rescate propuesto por la Comisión Europea, El Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional (“la Troika”). Ganó por goleada el “No”, y un Tsipras hegemónico lo traficó como un “Si”, rubricando las contrapartidas del tercer rescate impuesto por los acreedores, el más oneroso y austericida de todos los ya infligidos. Todo ello consumado con la única defección importante de su antiguo ministro de Economía Yanis Varoufakis, cuyo libro “Comportarse como adultos” supone el mayor alegato que nunca haya escrito en vida un dirigente político contra los manejos de los poderosos.
¿A qué se debió tanta ceguera? ¿Cómo fue posible que no se reparara en la bochornosa deriva que Tsipras estaba llevando a Syriza? ¿Cuándo se jodió todo eso? Cada sensibilidad tendrá su propia respuesta. Unos seguirán en el “sostenella y no enmendalla” de fijar la culpa en esos gabinetes del Doctor Mabuse que andan al acecho para lograr que aunque algo cambie lo principal siga igual (desde luego Tsipras, a mucha distancia, no es Lula da Silva). Y otros, ¡gracias por venir!, empezarán a sacar conclusiones ad hoc tras el batacazo electoral de Syriza del pasado 7 de Julio, que ha entronizado de nuevo al gremio conservador como legítimo ocupante del Gobierno de Atenas. Pero a todas esas opiniones habrá que añadir otra nueva por cuestión de oportunidad.
Uno de los motivos de la astenia crítica, no el más importante pero sí de los más socorridos popularmente, estuvo en el sofocante clima de “alerta antifascista” que se urdió desde la izquierda frente las fechorías de los neonazis de Amanecer Dorado, con 18 escaños en el Parlamento. Aquello, como ha ocurrido recientemente en España con Vox (20 diputados y 2,6 millones de votantes), sirvió para que la declinante gestión de Tsipras fuera excusada como una necesidad vital, un blindaje frente a cualquier atisbo de disidencia. La otra versión del famoso “apaciguamiento” por aquello de las prioridades. La misma “razón de Estado” que la historia registró cuando la izquierda comunista enmudeció ante los crímenes del estalinismo, incluso después de liquidado el fascio-nazismo. En los comicios del último 7-J Amanecer Dorado quedó fuera de la Cámara por falta del indispensable apoyo electoral. Quien lo logró entrar, y superando al partido de Varoufakis, fue Solución Griega, un grupo proPutin de reciente constitución, que propone sembrar de minas antipersonas las fronteras para impedir el paso de “sin papeles”; instaurar la pena de muerte para pederastas y narcotraficantes; y conceder la residencia exclusivamente a los refugiados de fe cristiana.
Si la victoria de Tsipras en el 2015 se enmarcó como un éxito personal, la derrota de 2019 lo es para toda la izquierda que un día creyó en un mundo con más justicia, equidad, solidaridad y democracia. Los jubilados que han visto reducir sus pensiones hasta en un 50 por 100 durante la crisis y la juventud sin futuro que malvive con trabajos basura y emigra por cientos de miles, han sido los dos principales actores que han puesto punto final a la “era Syriza”. A pesar de que poco antes de convocar a las urnas el primer ministro anunció la subida de las pensiones y el adelanto de la edad para votar a los 17 años. Se argumenta, y es rotundamente cierto, que Tsipras ha logrado avances económicos, y se pone como ejemplo la mejora del PIB y del déficit, exactamente los referentes macroeconómicos que suelen espabilarse cuando se aplican con rigor las recetas neoliberales (lo hizo Zapatero y lo remató Rajoy) para laminar el Estado de Bienestar y la inversión público-social.
Una política concorde a la ortodoxia de los mercados que Tsipras conjugó hábilmente con innegables ayudas a migrantes, refugiados, excluidos y personas situadas en el umbral de la pobreza. Algo igualmente exacto en los dos primeros casos, con aportes de fondos europeos, y en los dos siguientes mediante transferencias de renta vía impuestos, ajustes y recortes de la clase media trabajadora. El problema es que nada de eso se realizó en detrimento de la oligarquía griega y las clases altas, que siguen siendo los grandes beneficiarios de la crisis, como demuestra que la deuda pública haya escalado al 180% del PIB y el paro en Grecia sea el más alto de la UE. Esa desigual y demagógica repartición de la pobreza, blanqueada por la campaña favorable del sector cultural subvencionado desde el Estado (equivalente a nuestra Zeja), está en la trama de la estrepitosa derrota de Syriza-Tsipras que hacemos nuestra.
Una vez más se confirma: el mapa no es el territorio.
[Tomado de http://rojoynegro.info/articulo/ideas/tsipras-al-final-la-escapada.]
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