Mike Davis
*
Texto publicado originalmente como artículo periodístico en el año 2006, que 13
anos después conserva plena vigencia y capacidad explicativa.
Cuando
las masas ebrias de felicidad echaron abajo el Muro de Berlín, en 1989, parecía
que se iniciaba una era de libertad sin fronteras: movilidad ilimitada,
comercio libre, elecciones libres, libre desarrollo del individuo. Sin embargo,
la realidad es que el triunfo global del capitalismo ha desencadenado la mayor
ola de reforzamiento de fronteras de nuestra historia. El globo terráqueo
recuerda hoy en día más a las postrimerías del Imperio Romano o la China de la
dinastía Sung que a la época dorada del liberalismo victoriano. Cerca de una
docena de países se encuentran cerrados por un telón de acero.
Arabia
Saudí, por ejemplo, ha roto su acuerdo fronterizo internacional con Yemen a fin
de erigir un enorme muro de hormigón a lo largo de su frontera común, que ha de
servir para ahuyentar supuestamente a terroristas, inmigrantes ilegales y
traficantes de qat. Además, los saudíes planean un muro de 900 kilómetros de
longitud en la frontera con Irak. La India, a pesar de ser mucho más pobre que
Arabia Saudí, levantó un muro de tierra de tres metros de altura que atraviesa
Cachemira; parte de un plan, llevado a la práctica en su mitad, de fortificar
los 1.800 kilómetros totales de frontera con Pakistán. Entre la India y
Bangladesh ya transcurre una valla. Y el pequeño reino de Bhután se aísla de
cara a la India con un muro que ha de impedir la incursión de luchadores del
National Democratic Front of Boroland. Botswana, por su parte, construye una
valla electrificada a lo largo de la frontera con Zimbabwe, que a muchos africanos
les recuerda las vallas de la muerte, de alta tensión, del régimen de apartheid
sudafricano. En Centroamérica, finalmente, Costa Rica se ha enmurallado contra
Nicaragua, siguiendo el modelo de la frontera entre los Estados Unidos y
México.
La
lista de los ejemplos se podría alargar más. El muro israelo-palestino de Ariel
Sharon es seguramente el caso más trágico, puesto que fue construido en nombre
de un pueblo que ha tenido que sufrir la exclusión más que ningún otro en la
historia. Pero las fronteras entre Estados, sobre todo en el Tercer Mundo, resultan
inofensivas en comparación con ese Gran Muro del Capital que separa de una
manera brutal a la mayoría de la población pobre de nuestro planeta respecto a
los países ricos. Este muro internacional no es una mera elevación metafórica
de las fronteras nacionales, sino un sistema estrechamente tramado de
fortificaciones, vigilancia, patrullas armadas y campos de internamiento, que se
extiende por medio planeta y que como mínimo sella 12.000 kilómetros de fronteras
en tierra firme. Para los inmigrantes ilegales desesperados que intentan
atravesar la frontera es más peligroso que en sus días el Telón de Acero.
Y
es que el nuevo bastión del libre mercado también tiene segmentos virtuales.
Desde una perspectiva de pájaro, a diferencia de la Gran Muralla china, sólo se
puede ver en parte. Aunque uno se puede encontrar todavía muros convencionales
(como los de la frontera entre los Estados Unidos y México) y campos de minas
rodeados de alambradas (como entre Grecia y Turquía), la mayor parte de la
salvaguarda globalizada de fronteras tiene lugar en el mar o en el aire.
Además, las fronteras hoy en día no sólo tienen dimensiones geográficas, sino
también digitales. Tomemos como ejemplo la Fortaleza Europea: aquí un
procedimiento de intercambio de datos, llamado Prosecur, sirve de arma más
importante en la lucha de contención de las unidades de protección de la
frontera. La UE [Unión Europea] ya ha invertido cientos de millones de euros
para hacer más infranqueable su «telón de acero electrónico» a lo largo de la
frontera oriental ampliada.
Históricamente
hablando, el cierre actual tras muros de Occidente es comparable a aquel
periodo en el siglo II de la era cristiana, cuando el Imperio Romano pasó de
las fronteras relativamente abiertas, protegidas por legiones móviles, de la
dinastía julioclaudiana, al limes
masivo de los mandatarios post-flavianos. De la misma manera que la frontera
romana tardía se componía de diferentes sistemas fortificados (Muro de Adriano,
Limes Porolissensis, Fossatum Africae), el Gran Muro del capital consiste en
tres regímenes fronterizos continentales: la frontera[en castellano en el
original] estadounidense, la Fortaleza Europea y la Línea Howard, que separa la
Australia blanca de Asia
OPERATION
GATEKEEPEREN EE. UU.
A
quien entre en San Diego, procedente de Tijuana, le saludan unos carteles que
reclaman en enormes letras: «¡Frenemos la invasión de la frontera!». Este
eslogan xenófobo ilustra el parecer de una parte creciente de la opinión pública
estadounidense. Recientemente, la Cámara de Representantes ha decidido
fortalecer la frontera con México por medio de una valla de 1.125 km de
longitud. Hasta ahora, sólo un 3% de los 3.200 km de frontera estaban
protegidos con muros o dispositivos de vigilancia, entre otros los correspondientes
al territorio de San Diego, Tijuana. Sin embargo, en los últimos quince años se
ha producido, coincidiendo con la puesta en marcha del acuerdo de libre
comercio norteamericano (NAFTA), una militarización de la línea [en castellano
en el original] desde Brownsville hasta San Diego. El crecimiento exponencial
del flujo de capital transfronterizo se vio acompañado de la duplicación de las
patrullas fronterizas y del enmurallamiento de los pasos fronterizos urbanos.
Desde la Operation Hold the Line (Operación proteger la línea), en la zona
fronteriza de El Paso, en 1992, y la Operation Gatekeeper(Operación portero),
en San Diego, en 1993, los EE. UU. se encuentran en guerra contra la
inmigración ilegal. El símbolo más dramático de esta política, por el momento,
ha sido erigido hace poco entre San Diego y Tijuana, en el punto de
intersección de mayor tránsito entre el Primer y el Tercer Mundo: un triple
muro de acero, de 4,5 m de altura, que para evitar los túneles ha sido enterrado
profundamente en el suelo. Éste es vigilado por todo un ejército de todo terrenos
y helicópteros.
Esta
afirmación de la soberanía nacional llevada al extremo no es más que un gesto
vacío de control. Pues, a diferencia de la Unión Europea con sus políticas
laborales restrictivas, los Estados Unidos con su muralla hacia México sólo
querían regular siempre el flujo de trabajadores baratos desde el sur, no
impedirlo. Las sanciones contra el trabajo irregular siempre se han adaptado a
la situación económica nacional, de manera que han sido más duras cuanto menor
es la necesidad de mano de obra. Así, por ejemplo, durante la recesión de principios
de los noventa, las autoridades de inmigración llevaron a cabo numerosas
redadas en la Costa Occidental en empresas con personal latino. En los años de
crecimiento de finales de los noventa, estas autoridades redujeron considerablemente
sus actividades. La cantidad de inmigrantes sin permiso de residencia aumentó
entonces de 3,5 a 9,3 millones. La frontera servía, principalmente, para la
criminalización de los migrantes laborales.
En
realidad, estos dispositivos de protección de la frontera, con cierto halo medieval,
que se encuentran tanto en San Diego como en Arizona y Texas, no son más que
escenificaciones políticas. La Operation Gatekeeper, por ejemplo, fue puesta en
marcha por el Gobierno Clinton a instancias de la senadora californiana Dianne
Feinstein, a fin de dejar sin argumentos a los republicanos y demostrar a los
electores que los demócratas no son unos blandengues, ni mucho menos, en cuestiones
de inmigración ilegal. Lo cierto es que la senadora Dianne Feinstein utilizó la
imagen del muro de acero de manera repetida como fondo para sus conferencias de
prensa. La triplicación de la extensión del muro bajo la égida de George W.
Bush, a su vez, se debe a las ambiciones del congresista conservador Duncan
Hunter, de San Diego, presidente de la Comisión de las Fuerzas Armadas de la
Cámara de Representantes, que siente la necesidad de demostrar su rigor en
cuanto a cuestiones fronterizas.
Este
teatro político lo han tenido que pagar muchos inmigrantes con sus vidas.
Puesto que el aumento de los controles fronterizos ha llevado a los «espaldas
mojadas» a buscar nuevas rutas por el desierto o por la montaña. La
organización de ayuda cuáquera American Friends Service Committee calcula que, en
el curso de los últimos diez años, han muerto un mínimo de 3.000 o incluso5.000
personas: asfixiadas en camiones de mercancías ante Laredo, ahogadas en canales
de riego junto a El Centro, muertas de sed en el Organ Pipe Cactus National
Monument o congeladas en las montañas al oeste de San Diego. Otros murieron en
el curso de quemas de rastrojos o cacerías de la policía de fronteras, o fueron
asesinados —como denuncian activistas de derechos humanos— por patrullas
civiles en Arizona.
Esta
carnicería es el precio del equilibrismo político entre propaganda y economía;
es decir, de mantener la imagen electoralmente efectiva de una frontera segura,
por un lado, y el suministro garantizado al mercado de trabajo de trabajadores
sin derechos, por el otro. En Washington, entre tanto, para solucionar el
problema se favorece una combinación de medidas masivas de protección de la
frontera y un estatuto legal de trabajadores temporales para los mexicanos. La
propuesta de reconocer de manera temporal a los inmigrantes «sin papeles» no
es, desde luego, altruista. De esta manera, se legalizaría una sub-casta de
asalariados mal pagados, sin concederles un permiso de residencia permanente
ni, evidentemente, la nacionalidad. Wal-Mart y McDonald's recibirían así una
reserva de esclavos a sueldo plenamente fiables. Y además, la legalidad
provisional sería un cebo diabólico para sacar del anonimato a la mano de obra
sin papeles, identificarla, etiquetarla y registrarla para su monitoreo
electrónico. Con esto el Gran Muro no se haría más permeable, sino más hermético,
y eso sin perjudicar los intereses de los explotadores.
Sin
embargo, en estos momentos los republicanos están llevando a cabo un duro
trabajo de presión para lograr una ley que permita formar a un millón de policías
locales como soldados de inmigración. Dado que los EE. UU. no han logrado
triunfar en Afganistán y en Irak sobre los enemigos de la democracia, planean
ahora la intervención en el propio país, haciendo marchar a los marines y a los
boinas verdes junto a la Guardia Nacional en los desiertos de California para
defender la soberanía nacional. Lo irónico del caso es que hay ciertamente una
«invasión» en marcha, pero una en el sentido contrario. Puesto que, mientras
que todas las cuidadorass, cocineras y sirvientas peregrinan hacia el norte,
para poder mantener el lujoso estilo de vida de algunos republicanos, oleadas
de gringos se lanzan hacia el sur para disfrutar de su jubilación bajo el sol
mexicano en asilos de ancianos baratos. Según estimaciones del Ministerio de
Asuntos Exteriores de EE. UU., la cantidad de estos expatriados se multiplicó,
desde mediados de los años noventa, de los 200.000 al millón, lo que supone una
cuarta parte de todos los estadounidenses residentes en el extranjero. Que el
flujo de las transferencias monetarias desde los EE. UU. a México se inflase en
sólo dos años de 9.000 millones a 14.500 millones de dólares, se sigue
interpretando como un síntoma de la inmigración ilegal creciente, a pesar de
que se trate principalmente de transferencias financieras de norteamericanos
dirigidas a sí mismos.
Y
es que los solventes emigrantes de la generación del baby boom especulan también con las viviendas de vacaciones
mexicanas y hacen subir hasta tal punto los precios inmobiliarios, que muchos
de los antiguos residentes se ven relegados a los suburbios. Como pasa en
Córcega o en Montana, el boom global de segundas residencias hace que el vivir
en un entorno bonito se vuelva impagable para los naturales del lugar. De
manera progresiva, se van extendiendo las enfermedades de la California
postindustrial hacia el sur: precios exorbitantes de los terrenos en la costa,
urbanización de las zonas interiores, descontrolado turismo motorizado de fin de
semana. Sobre uno de los parajes naturales más espléndidos del mundo pende la
amenaza de la transformación en una mega urbanización de vacaciones sacada del
laboratorio, cuyas falsas construcciones coloniales no son más que caballos de
Troya para filiales de Dunkin Donuts.
Paralelamente,
la región de San Diego-Tijuana se está convirtiendo en el laboratorio de la
industria de vigilancia, donde se trabaja en la optimización de sensores de
alta tecnología y cámaras de satélite. Desde 1989, también el Pentágono vuelve
a participar en la protección de la frontera y ha estacionado la denominada Joint Task Force 6 en Fort Bliss, Texas.
Esta unidad especial inicialmente estaba destinada a combatir el tráfico de
drogas, pero también actúa en ese espacio amplio y confuso del conflicto
migratorio porque, según declaraciones del propio Pentágono, «no hay ningún
lugar mejor en Norteamérica para prepararse para una intervención en Afganistán
o en Irak». Desde hace poco, la protección de la frontera recibe el apoyo de helicópteros
de guerra, vigilancia por radar del Ejército del Aire, Army Rangers y Navy Seals.
De manera progresiva y sin el control del Congreso, se va fusionando la lucha
contra los infractores fronterizos con tácticas antidrogas y guerra
antiterrorista. Un proceso similar se dibuja en la Unión Europea, donde la
convergencia de inmigración y terrorismo se convierte en la excusa para el
blindaje.
LA
FORTALEZA EUROPEA
En
julio de 2001, un diario español publicó una foto que mostraba a bañistas en
una playa de Tarifa, tomando el sol al lado del cadáver de un marroquí ahogado.
El fotógrafo tituló su imagen «La indiferencia de Occidente». Cada año el mar
arrastra a tierra entre 600 y 1.000 cadáveres, desde que la Unión Europea ha
sellado aún más sus fronteras en contra de los refugiados políticos e
inmigrantes del Tercer Mundo. Los ahogados, como los «espaldas mojadas» en el desierto
de Arizona, son víctimas calculadas de una política de asilo contraria a los
derechos humanos.
Como
en la frontera mexicana, en los márgenes de la Fortaleza Europea también se
trata de disipar los miedos de los electores. La imagen terrorífica de los
muertos de hambre de piel oscura, mayoritariamente musulmanes, que acechan los
Estados del bienestar occidentales, ha dado alas a la ultraderecha. Y en ese
sentido, el Acuerdo de Schengen fue un intento de los grandes partidos parlamentarios
de frenar la sangría de votos a populistas como Jean-Marie LePen, Jörg Haider,
Umberto Bossi o Pim Fortuyn. Se dirigía tanto contra los probados bárbaros del
interior como contra los supuestos bárbaros del exterior.
Por
el momento, la Fortaleza Europea se compone de tres pilares fundamentales: un
cerebro panóptico, un sistema común de control de las fronteras y una zona de
contención de Estados aliados. Como cerebro funciona desde1995 el Sistema de
Información de Schengen. Almacena los datos de ocho millones de personas
«indeseables». Se planea ampliarlo con datos biométricos y con el registro de
los pasaportes de la UE. Una «lista blanca» ha de posibilitar la entrada más
rápida de los ciudadanos de países preferentes como los Estados Unidos, Israel
o Suiza, mientras que las personas procedentes de países del Tercer Mundo son
humilladas con controles sin fin.
Al
principio de la campaña de bunquerización de Schengen había restricciones
iguales para viajeros de países con un alto índice de inmigración. Así, por ejemplo,
se exigía de España que no concediese visados a la mayoría de visitantes
procedentes de África. Los nuevos sistemas de control (como la identificación
del iris en Heathrow o los detectores de anhídrido carbónico en los puertos
alemanes) permiten un nivel de vigilancia con el que Estados Unidos sólo puede
soñar. Sin embargo, España e Italia siguen siendo consideradas puntos débiles.
El ex presidente del Gobierno español, Felipe González, una vez enseñó a los
jefes de Gobierno comunitarios una foto de la costa marroquí vista desde
España. «Este es nuestro Río Grande», les dijo y se refería al Estrecho de
Gibraltar. Mediante el empleo de fondos de la UE, el Gobierno español ha
asegurado sus enclaves Ceuta y Melilla con una alambrada doble, y ha hecho que
se desvíe una parte del flujo de refugiados al paso de 100 km entre Marruecos y
las Islas Canarias.
Como
respuesta a la muerte en masa en el Mediterráneo, la UE está trasladando sus
medidas de protección de fronteras al interior del Tercer Mundo. En este
sentido, Tony Blair propuso establecer «zonas de protección» en regiones conflictivas
de África y Asia, en las cuales se podría mantener en cuarentena durante años a
refugiados potenciales. Con la zanahoria (ayuda y comercio) y el palo (nada de
ayuda ni comercio) se pretende forzar a países como Kenia o Tanzania a
establecer zonas de contención: el acceso a los mercados de la OCDE pronto
estará condicionado a la predisposición a controlar la emigración.
La
política de «vecindad amistosa» es el eufemismo oficial empleado para la propuesta
de crear un cordón sanitario en torno a la UE, que debería abarcara Rusia,
Ucrania, Moldavia, Bielorrusia, Albania, Marruecos, Túnez, Libia y, en caso
necesario, Siria e Israel. Así se podría atrapar a los emigrantes mucho antes
del objetivo de su viaje desesperado. Las consecuencias para la situación de los
derechos humanos en estos Estados de contención serían naturalmente funestas, y
algunos críticos ya han comparado estos campos de acogida planeados con
Guantánamo. Pero hay aún otro modelo siniestro, a saber, el de Australia, cuyo
primer ministro, John Howard, ha declarado la guerra a los refugiados kurdos, afganos
y timorenses.
LA
LÍNEA HOWARD EN AUSTRALIA
El
primer ministro australiano, John Howard, ha ascendido a ídolo de los adversarios
norteamericanos y europeos de la inmigración, desde que ordenó a la Marina
australiana pescar a los refugiados y encerrarlos en campos de internamiento en
el desierto del sur de Australia o expulsarlos a los campos terroríficos de la
diminuta isla de Nauru. El triunfo más importante de Howard, hasta el momento,
fue la batalla contra el carguero Tampa, el cual recogió 450 náufragos afganos,
en agosto de 2001, a unos 150 km al norte de la isla de Christmas, dentro de
las aguas territoriales australianas. Cuando el pesquero sobrecargado en el que
viajaban se hundió y las autoridades marinas australianas recibieron la señal
de alarma, éstas exigieron al MS Tampa que acudiera en ayuda de los afganos.
Cumpliendo con su deber, el Tampa salvó a los refugiados, de los cuales algunos
estaban muy enfermos, y puso rumbo a la isla de Christmas. Sin embargo, el
Gobierno de Howard le negó al capitán noruego, Arne Rinnan, el permiso de
amarre y le indicó que llevase a los refugiados a Indonesia. Rinnan objetó que
su barco estaba equipado para una tripulaciónde 27 personas y que no podía
garantizar ni la seguridad ni la salud de cientos de refugiados. Cuando el
Tampa, tras una espera de varios días, se decidió a penetrar en aguas
australianas, Canberra envió a una unidad armada que abordó el carguero y
ordenó a Rinnan volver a alta mar. El valiente capitán se negó a obedecer este
requerimiento, con lo cual se ganó un proceso judicial en tanto que «traficante
de personas». Finalmente, los refugiados fueron transportados por la Marina
australiana a la isla de internamiento de Nauru.
Recientemente,
los refugiados han conseguido llamar la atención con unaoleada de huelgas de
hambre, levantamientos y fugas en masa de campos deinternamiento de la peor
calaña como Woomera, en el desierto del sur de Aus-tralia. El Gobierno Howard
se ganó la crítica de las Naciones Unidas especial-mente por el internamiento
prolongado de menores de edad. A principios delaño 2004, Australia mantenía
detenidos casi a 200 niños en los campos deWoomera y Naura, entre ellos algunos
desde hacía cinco años. La brutalidadde Howard ante personas que en su mayoría
huyen de la persecución y el peli-gro de muerte, sin embargo, es aprobada por
muchos australianos. Entre susemisoras de radio favoritas figuran aquellas
cuyos locutores explican chistesracistas y proponen asar a los refugiados o
echarlos de comida a los tiburones.
EL
FUTURO ENMURALLADO
El
enmurallamiento de nuestro presente tiene, desde luego, antecedentes
históricos. Así, los países ricos que hoy se bunquerizan eran, en el siglo XIX,
ellos mismos lugares de partida de una emigración masiva. La libre circulación de
la mano de obra y el capital figuraba entre las creencias fundamentales del
liberalismo victoriano. Éstas se ven ahora traicionadas por la globalización
neoliberal. Ésta entroniza el capital como soberano ilimitado que supera todas
las fronteras, mientras que los desfavorecidos permanecen prisioneros en su
miseria, mientras que la desigualdad social se ve cimentada con baluartes y la
migración laboral criminalizada. En nombre de la lucha contra el terror se
forman fuerzas totalitarias perniciosas.
El
hecho de desplazar la protección fronteriza cada vez más lejos de nuestras
fronteras no va a evitar que el totalitarismo haga su entrada en el jardín de enfrente.
Ya hace tiempo que los ciudadanos del suroeste de EE. UU. Tienen que vivir con
las colas de vuelta que se forman en los puntos de control de la «segunda
frontera», ya en el interior del país. Los registros vejatorios y la
arbitrariedad policial, del mismo tipo que los perfeccionados otrora en los
pasos fronterizos entre las dos Alemanias, se establecen ahora en las fronteras
exteriores de la UE.
Con
una prisa rallando en lo obsceno, los legisladores de los Estados Unidos y de
la UE otorgan poderes enormes y poco transparentes a sus «porteros», al Ministerio
del Interior o a los ejecutores de Schengen. La Patriot Act estadounidense no
es, como algún liberal se figuraba al principio, un mal necesario de corta
duración, sino el pilar para una redefinición radical de los derechos
ciudadanos. Al mismo tiempo, la política anti asilo político brutal de Australia
ha proveído a los italianos de un modelo para expulsiones masivas. El resto de
Europa podría acabar adoptando comportamientos similares y los «Estados de contención»
no se van a quedar atrás.
No
se pueden encontrar atisbos de tendencias contrarias a esta evolución desoladora.
Los muros generan muros. El imperialismo genera barbarie, y la guerra
antiterrorista, terroristas. El tributo en vidas humanas crece mientras tanto
de manera inexorable. Las esperanzas utópicas de 1989 se ven cada día destrozadas
un poco más por las muertes en el desierto de Arizona y en las playas del
Mediterráneo.
[Texto
tomado del libro Frontera Sur, que en versión original completa es
accesible en https://www.viruseditorial.net/paginas/pdf.php?pdf=frontera-sur.pdf.]
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