Julián Sorel
«El patriotismo es una superstición artificial creada y mantenida con mentiras y falsedades, una superstición que roba a los hombres su dignidad y alimenta su arrogancia y presunción. De hecho, presunción, arrogancia y egoísmo son la esencia del patriotismo», escribía en La palabra como arma (Buenos Aires, Libros de Anarres, 2010), una colección de artículos originalmente impresos con el título Anarchism and Other Essays (Mother Earth Publishing Association, 1911), Emma Goldman, que migró muy joven a Estados Unidos, donde entró a trabajar en una fábrica, donde, en un café neoyorquino de Suffolh Street, conoció a Johan Most y a Alexander Berkman, donde Most la empujó a tomar la palabra en actos públicos y donde se descubrió potente oradora, y que nació el 27 de junio de 1869 en Lituania, parte entonces del Imperio Ruso, y hubiera cumplido 150 años este pasado jueves 27/6/2019.
«El patriotismo es una superstición artificial creada y mantenida con mentiras y falsedades, una superstición que roba a los hombres su dignidad y alimenta su arrogancia y presunción. De hecho, presunción, arrogancia y egoísmo son la esencia del patriotismo», escribía en La palabra como arma (Buenos Aires, Libros de Anarres, 2010), una colección de artículos originalmente impresos con el título Anarchism and Other Essays (Mother Earth Publishing Association, 1911), Emma Goldman, que migró muy joven a Estados Unidos, donde entró a trabajar en una fábrica, donde, en un café neoyorquino de Suffolh Street, conoció a Johan Most y a Alexander Berkman, donde Most la empujó a tomar la palabra en actos públicos y donde se descubrió potente oradora, y que nació el 27 de junio de 1869 en Lituania, parte entonces del Imperio Ruso, y hubiera cumplido 150 años este pasado jueves 27/6/2019.
Por coincidencia, también el jueves el diario español El País publicaba una entrevista [1] al profesor de Yale Jason Stanley sobre su libro Facha. Cómo funciona el fascismo y cómo ha entrado en tu vida, donde habla del nacionalismo que enfrentamos hoy en el mundo, en las mismas páginas que un mes atras, el 11/5/2019, traían un reportaje [2] al historiador y activista de Occupy Wall Street Marc Bray sobre su libro Antifa. El manual del antifascista, que alerta del auge de una ultraderecha global, fenómeno que concita la atención de los investigadores y que se observa en varios países –Paraguay incluido, como está saliendo últimamente a la luz–, al punto que Fundéu ha lanzado una alternativa para «alt-right»: «nacionalpopulismo», «un movimiento político de liderazgo fuerte, apelación radical a la identidad nacional y gran hostilidad hacia la inmigración, la globalización y las minorías». Cuánta falta hacen, por todo esto, hoy mentes como la de Goldman, capaces de desenmascarar –y de denunciar– la farsa de las supersticiones patrióticas y nacionalistas sin temor en tiempos difíciles, como los suyos y, ahora, también como los nuestros, cuando hacerlo supone riesgos.
Goldman ya era compañera de Berkman cuando él decidió atentar contra Henry Clay Frich, presidente de la compañía Carnegie, por su conducta miserable con los obreros. Berkman fue apresado y condenado a 22 años de trabajos forzados y el domicilio de «Emma la Roja», como la llamaba la policía, fue sometido a estricta vigilancia. Cuando él salió en libertad 14 años después, juntos empezaron a publicar la revista Mother Earth. Al estallar la guerra en 1914, ella fue la detenida, acusada –estaba en una liga contra el reclutamiento forzoso de hombres para la guerra– de «antipatriota». Y, por una calumnia, de recibir fondos alemanes. En 1919 los servicios de inmigración les limitaron la libertad de circular y tuvieron que pagar quince mil dólares, que fueron reunidos por sus compañeros, para levantar la prohibición. Ninguno de los dos había logrado obtener la nacionalidad estadounidense, y en diciembre fueron deportados a Europa. En Rusia conocieron la decepción. La revuelta de Kronstadt y el movimiento makhnovista en Ucrania los llevaron a escribir al Comité de Defensa de los Trabajadores de San Petersburgo una carta en la que decían, entre otras cosas: «Combatir a los revolucionarios de Kronstadt es provocar la contrarrevolución en el país», y la vida se les hizo imposible, por supuesto. Pero lograron salir de Rusia y se llevaron, escondido, el manuscrito de Piotr Archinov Historia del movimiento makhnovista, que así pudo ser publicado en Francia y leído en todo el mundo. Esta es una historia larga y rica, pero hemos de hacerla escueta y corta. Emma amó mucho, a varios hombres. Con el tiempo, Berkman se unió a otra mujer y tuvo una hija, a la que llamó Emma. Y cuando Emma la Roja tenía 67 años, su compañero de vida y de ideas, Berkman, se suicidó. Nos queda la maravillosa foto de ambos compinches en el archivo del Departamento de Guerra de Estados Unidos con el rótulo: «Enemy Activities» y la leyenda: «Emma Goldman, anarchist and disturber, and her ever present aid, Alexander Berkman, who is a Socialist, Anarchist, and general trouble maker, who, together, were arrested and convicted of obstructing the draft» («Actividades del enemigo. Emma Goldman, anarquista y perturbadora, y su eterno secuaz, Alexander Berkman, que es un socialista, anarquista y causante en general de problemas, que, juntos, fueron arrestados y condenados por obstruir el proceso»). Poco después estalló la Guerra Civil, y a España fue Emma, y luego a hacer campaña por los refugiados españoles en Toronto; allí, una súbita hemorragia cerebral le produjo la pérdida del habla, y otra, horas más tarde, la mató el 13 de mayo de 1940. Fue enterrada en Chicago, en el cementerio alemán, llamado Waldheim, donde también se encuentran los restos de los mártires de Chicago y de Voltairine de Cleyre.
«Los hombres y las mujeres pensantes de todo el mundo han comenzado a percatarse de que el patriotismo es intolerante y limitado... La centralización del poder ha conllevado un sentimiento de solidaridad entre los oprimidos del mundo; solidaridad que traduce la mayor armonía de intereses entre los trabajadores de Norteamérica y sus hermanos extranjeros que entre el minero norteamericano y su compatriota explotador; solidaridad que no teme las invasiones extranjeras, porque está llegando el momento en el que todos los obreros les dirán a sus patrones: “Ve y haz tú mismo tu propia matanza. Nosotros lo hemos hecho ya suficientes veces por ustedes”. Esta solidaridad está despertando las conciencias incluso de los soldados, que también son carne de la carne de la gran familia humana. Esta solidaridad, que se ha mostrado infalible ya más de una vez en pasadas luchas, fue el ímpetu que en la Comuna de 1871 permitió a los soldados parisinos negarse a obedecer cuando se les ordenó disparar contra sus hermanos; esta solidaridad fue la que dio coraje a los amotinados en los buques de guerra en los últimos tiempos; y será ella la que traiga en el futuro el levantamiento de todos los oprimidos y pisoteados contra sus explotadores internacionales. El proletariado de Europa ha comprendido el gran potencial de la solidaridad y ha iniciado en consecuencia una guerra contra el patriotismo y su sangriento espectro, el militarismo. Miles de hombres llenan las prisiones de Francia, Alemania, Rusia, los países escandinavos porque se atrevieron a desafiar esa vieja superstición. Y Norteamérica deberá seguir esta tendencia. El espíritu del militarismo ha penetrado aquí todos los aspectos de la vida. El primer paso se da en la escuela. Está claro que el gobierno se atiene a las concepciones jesuíticas: “Dame la mente del niño y moldearé al hombre”. Hace falta literatura antipatriótica que pueda iluminar a los soldados sobre los verdaderos horrores de su oficio y despertar su conciencia sobre la relación con aquellos de cuyo trabajo depende su propia existencia. Esto es precisamente lo que las autoridades más temen. Probablemente sea incluso más importante llevar la verdad a los cuarteles que a las fábricas. Cuando hayamos socavado la mentira patriótica, habremos despejado el camino para que todas las nacionalidades se unan en la hermandad universal de una sociedad libre.»
Esto escribía Emma Goldman en el capítulo 6, «Patriotismo, amenaza para la libertad», del libro La palabra como arma. La palabra fue el arma de Goldman, que nunca empuñó otra. Arma fecunda en su voz, elocuente y apasionada, a la que muchos le debieron el enorme favor de que les abriera la mente. Arma temible, porque Emma Goldman no retrocedía ante las consecuencias de cuestionar lo impuesto como incuestionable. Arma poderosa, porque Goldman sabía que la verdad ya es por sí misma revolucionaria. Era una mujer muy culta, pero capaz de hablar de las cosas que vivía, de las cosas que todos vivían. «Maldita perra anarquista, desearía poder atacarte. Te arrancaría el corazón y se lo arrojaría a mi perro», decía uno de los mensajes menos obscenos que recibió Goldman durante una de sus estancias en la cárcel. Una mente sin miedo, una mente sin frenos, aterradoramente libre y, por eso, «la mujer más peligrosa de América» («the most dangerous woman in America»), según J. Edgar Hoover, el primer director del FBI. Qué hermoso merecer esas duras palabras.
Notas
(1) «Jason Stanley: “A los blancos de clase baja en EE UU les está matando su blancura”», El País, jueves 27 de junio del 2019 (en línea: https://elpais.com/elpais/2019/06/26/ideas/1561565581_344138.html
(2) «Mark Bray: “No podemos ignorar a la extrema derecha ni banalizarla”», El País, 11/05/19 (en línea: https://elpais.com/cultura/2019/05/10/actualidad/1557508588_410154.html
[Tomado de https://www.abc.com.py/edicion-impresa/suplementos/cultural/2019/06/30/maldita-perra-anarquista.]
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