Desiderio Martín
Walter Benjamin, en una de sus tesis sobre la filosofía de la historia, para explicar la(s) causa (s) del desastre de la humanidad, a la vez que el desastre
de dicha humanidad en el planeta
en la cual desenvuelve su
devenir, recurrió a un cuadro de
Klee que se llama “Angelus Novus”.
“Representa
a un ángel que parece estar a punto
de alejarse de algo a lo que está clavada su mirada. Sus ojos están
desencajados, la boca abierta,
las alas desplegadas. El ángel
de la historia tiene que parecérsele. Tiene el
rostro vuelto hacia el pasado. Lo que a nosotros se presenta como una cadena de
acontecimientos, él lo ve como una catástrofe
única que acumula sin cesar ruinas sobre ruinas, arrojándolas a sus pies. Bien
quisiera él detenerse,
despertar a los muertos y recomponer los fragmentos. Pero desde el paraíso sopla un viento huracanado que se arremolina
en sus alas, tan fuerte que el ángel no
puede plegarlas. El huracán le empuja irresistiblemente hacia el futuro, al que
da la espalda, mientras el cúmulo de ruinas crece
hasta el cielo. Eso que nosotros llamamos
progreso es el huracán”.
Hoy
la pregunta que empezamos a hacernos es: ¿qué vemos nosotros? Pues vemos lo mismo que el ángel, solo que interpretado
de otra manera. Vemos los destrozos
que causa la historia y entendemos que son
acontecimientos “inevitables” de un proyecto que en su conjunto está bien. Es decir, vemos la “Modernidad”, de un modo de vida occidental, consumista, depredador,
violento, desposeedor de riquezas materiales e inmateriales, desigual, cruel e injusto.
Los
desperfectos, los destrozos, los cadáveres, la no vida para la inmensa mayoría de la población mundial... son daños “colaterales”
o consecuencias no deseadas de la
acción inexorable del progreso y la modernidad.
Hablamos
de una lógica propia del avance
histórico: como “ángeles buenos” que somos
todas las personas quisiéramos detener el horror, despertar a los muertos y
recomponer sus fragmentos...
pero no podemos porque el
viento de la historia (el progreso...) nos
empuja hacia adelante.
El
progreso tiene que ser cuestionado, porque frivoliza el sufrimiento humano al
declararle efecto colateral o el precio que pagamos por un modo de vida, a la vez que el progreso multiplica el sufrimiento: los mayores
medios técnicos, el
conocimiento ilimitado, la progresión técnica. Jamás había sido la que es y las muertes por hambre, sed, condiciones
higiénicas, recursos, culturas... no disminuyen
sino que se agravan. Las desigualdades aún
más.
La
capacidad destructiva que ha desarrollado el progreso, llega hasta el punto de amenazar al planeta y, en consecuencia, la Vida de todas sus especies (amén de los daños no reversibles del momento).
Interrumpir
la lógica del movimiento “progresista”, se hace necesario -no solamente urgente por la denominada “emergencia climática”-,
si lo que queremos es poner en
valor la vida, el cuerpo y el territorio y dejar
de buscar alternativas falsas (capitalismo
verde, transiciones justas las cuales no va a
permitir el capitalismo...) como las que representa el ecofascismo: se
garantiza la continuidad de la vida de ciertos sectores, pero se expulsa a otros.
Las
personas tenemos que cambiar la lógica del “progreso” que no es sino la lógica del capitalismo y para recomponer el metabolismo
social, hay que redistribuir de manera radical la riqueza, decrecer en nuestros modos de producir y de consumir y poner las obligaciones que tenemos como cuerpo humano
y como especie, en los cuidados de
todo el cuerpo social y la especie. Terminar
de manera radical con la acumulación y con la explotación, es la única garantía
de que la Vida pueda tener algún
significado positivo
[Artículo
publicado originalmente en el periódico Rojo
y Negro # 336, Madrid, julio-agosto 2019. Numero completo accesible en http://rojoynegro.info/sites/default/files/rojoynegro%20336%20julio.pdf.]
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