Javier Paniagua
El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente.
Lord Acton
Si todas las ideologías
tienen siempre aspectos complejos para encapsularlas en una definición cerrada
y exclusiva, el anarquismo es una corriente de pensamiento y de acción que
presenta mayores dificultades, si cabe, para conseguir una conceptualización
del mismo. En realidad, puede ser tanto una interpretación de las relaciones
sociales como una actitud ante el poder, y especialmente el Estado, que generó,
a finales del siglo XIX y durante el primer tercio del siglo XX, un movimiento social
y sindical con aristas intelectuales y de acción muy diversas. Si queremos una
definición enciclopédica nos limitaremos a señalar que los anarquistas
pretenden una sociedad sin Estado ni autoridad establecida por cualquier
procedimiento que busque reglamentar y normalizar las libres determinaciones de
los hombres y mujeres en su convivencia en sociedad.
La condición natural del hombre
es la libertad y desde ella han de construirse las relaciones sociales; el
Estado es una perversión de la naturaleza humana. El movimiento anarquista se
ha ido configurando desde posiciones ideológicas diversas. En él han convergido
ideas procedentes de la Ilustración, el liberalismo, los economistas clásicos o
los denominados impropiamente socialistas utópicos, junto a una creencia en el
progreso continuo a través de la ciencia.
Sin embargo, esto no es
decir mucho, puesto que otras ideologías estarían también defendiendo la eliminación
o disminución de los poderes políticos. Sin ir más lejos, el marxismo-leninismo
proclamaba que una vez triunfara el comunismo en todo el mundo, después del período
de la dictadura del proletariado como clase dirigente, no haría falta ningún
poder coercitivo, ni estructuras militares o burocráticas. Sería el final de un
proceso histórico donde la lucha de clases habría desaparecido, aunque mientras
tanto la clase obrera debía controlar el poder del Estado para impedir que la
burguesía y los mecanismos administrativos e ideológicos que habían configurado
retomaran su dominio. Además, el término anarquista tiene también
connotaciones negativas y así se emplea muchas veces cuando se quiere señalar
que algo está descontrolado y sin rumbo, anárquico se configura como sinónimo
de desbarajuste, de caos. O se relaciona con la destrucción por sus actividades
históricas conectadas con el terrorismo a través de su prédica de la «propaganda
por la acción» que provocó, a finales del siglo XIX y principios del XX,
diversos atentados contra personalidades o instituciones que representaban,
para los llamados también libertarios, el poder de una sociedad que explotaba a
la mayoría de las personas. Por todo ello conviene referirse más a anarquismos,
porque fueron diversos y, en algunos casos, contradictorios los principios
que defendieron la necesidad de estructurar una sociedad sin Estado.
Aún con todas estas
consideraciones podemos adscribirlo a un movimiento social y político que pretendió,
de maneras diversas, eliminar los gobiernos y por tanto los Estados que, aun
siendo elegidos de manera democrática, constituyen un poder de dominio
injustificable para cualquier sociedad porque consolidan la desigualdad de
hombres y mujeres provocando una desproporción entre los que poseen la mayor
parte de la riqueza, que son una minoría, y los que trabajan y contribuyen a
acrecentarla y viven principalmente de su salario. Lo único que logran los
poderes del Estado es mantener los privilegios de los que se han apoderado de
los bienes sociales, que deben ser colectivos. Y si existen aparatos
gubernamentales que se concretan en el Estado, invariablemente se producirá la
división entre oprimidos y opresores aunque se pretenda conquistar el poder
para terminar con las desigualdades. Desde la acción política nada se transforma
y de ahí su crítica a los partidos socialistas y comunistas que mantendrían las
diferencias entre los que mandan y obedecen. El poder, como señaló el escritor
lord Acton (1834-1902) y Bakunin asumió plenamente en su trayectoria
revolucionaria, corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente, y no se ha
de destruir desde dentro del mismo, sino desde fuera.
La principal base social
del anarquismo estuvo en los trabajadores industriales y los campesinos, aunque
tuvo ramificaciones en sectores artísticos o literarios de las vanguardias de
finales del siglo XIX y primer tercio del XX, y construyó, también en otros
sectores, diversas tendencias que van desde una defensa de una pedagogía libre
a grupos naturistas, vegetarianos, partidarios de la eugenesia, esperantistas
(el esperanto es un intento de construir un idioma universal), neomalthusianos
o pacifistas.
Pero aún con la dificultad
de caracterizar el anarquismo como una corriente de pensamiento uniforme y sus
múltiples ramificaciones, donde es difícil distinguir un nexo común que no sea
la desaparición del Estado, tenemos que admitir que muchos de sus seguidores se
identificaron con la denominación, y no parece adecuado insistir sólo en que el
anarquismo no tiene una unidad básica ni coherencia interna por la mera
circunstancia de que en él se incluyen perspectivas teóricas diversas y métodos
de acción divergentes y en ocasiones contradictorios. Tendremos que explicar
también por qué, si consideramos que bajo su techo se inscriben tendencias
diversas y dispares, aceptaron la denominación de anarquistas o libertarios.
Es indudable que el anarquismo como movimiento social y sindical mantuvo su
poder de convocatoria entre la I Internacional y el final de la Guerra Civil española
(1869-1939) y fue en España donde alcanzó su máxima expresión, pero también
tuvo su apoyo en Latinoamérica y otros países de Europa. Y fueron los obreros y
campesinos los que más se identificaron con él y reivindicaron, desde la acción
directa, la colectivización de los medios de producción, sin que por ello
tuviera que abolirse la libertad individual.
La acracia, no obstante, no
se conecta con una clase en la línea que lo hacía el marxismo con el proletariado.
Su propósito es liberar a toda la humanidad sin distinción de posición social
en el capitalismo imperante, y si tiene mayor fuerza entre los trabajadores,
los explotados, es porque estos padecen con mayor virulencia las desigualdades
y la injusticia de una sociedad que impone a través del Estado los mecanismos
de control para que todo favorezca a los poderosos. «Los anarquistas – diría el
italiano Errico Malatesta– no luchan para conseguir el puesto de los
explotadores, quieren la felicidad de todos los hombres, de todos sin excepción».
Todo lo que posibilitará romper con los convencionalismos sociales y permitir
la libertad individual combinada con la igualdad podía ser defendido desde el
anarquismo. Obras como Un enemigo del pueblo, del dramaturgo noruego
Henrik Ibsen (1828-1906), tuvieron multitud de representaciones en los ateneos
libertarios por cuanto mostraban la rebeldía del individuo frente a las
costumbres impuestas. De igual manera muchos anarquistas editaron y leyeron con
entusiasmo al filósofo Friedrich Nietzsche (1844-1900), quien señaló que la
racionalidad con que se pretende gobernar el mundo es una manera de disimular
la voluntad de poder y dominio de unos sobre otros.
El anarquismo, como
movimiento social, por más que respaldó todo lo que suponía rebeldía frente a
las tradiciones religiosas o institucionales, consideró que su objetivo
fundamental era la destrucción del capitalismo, basado en la propiedad privada,
porque sólo en una sociedad edificada desde la libertad y desde la igualdad
podría existir verdadera justicia. Los pensadores clásicos que contribuyeron a
cimentar la ideología anarquista desde Godwin hasta Bakunin y Kropotkin, incluyendo
en parte a Proudhon, creyeron que la legislación de los Estados tenía como fin último
proteger la propiedad privada. Las leyes emanadas de los gobiernos lo único que
pretenden es mantener los privilegios o intereses de las clases privilegiadas.
En esta perspectiva algunos de sus más destacados militantes intentarán
concretar en los años treinta del siglo XX los contenidos de una sociedad
libertaria y superar las propuestas de principios morales abstractos en que
estaba inmerso el ideal libertario. Ya no consistía sólo en la denuncia de los
males de las desigualdades sociales, sino en fijar el camino de lo que se
estipulaba como socialismo o comunismo libertario.
Las críticas a los
desbarajustes que produjeron la industrialización y el primer capitalismo en la
clase obrera son iguales o parecidas en el marxismo y el anarquismo. Ambos
denunciarían la pobreza de las condiciones de vida de muchos trabajadores de
las nuevas industrias, de los artesanos y campesinos por un salario que apenas
alcanzaba para sobrevivir. Las duras condiciones de los niños y las mujeres en
las minas, talleres y fábricas provocarán que se articulen protestas continuas
que harán que marxistas y anarquistas planteen la abolición del capitalismo,
aunque con estrategias divergentes, porque para uno la conquista del poder era
un elemento clave para alterar las relaciones de poder, mientras que los
libertarios consideraban sustancial la desaparición del Estado.
Estas diferencias de
planteamientos no sólo eran un problema de táctica o estrategia. Venían condicionadas
por unas bases filosóficas dispares. Karl Marx había tomado del filósofo
Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831) el método dialéctico de tesis, antítesis y
síntesis para aplicarlo al proceso histórico y transformarlo en la lucha de
clases, en la cual burguesía y proletariado pugnarían en la sociedad contemporánea
para mantener o conquistar el poder, además de considerar el Estado la fase
final de los procesos históricos donde se permite la acción individual. Es, en
suma, el que construye la sociedad y Marx interpretará que aunque este no tenga
que ser necesariamente permanente es imprescindible para facilitar el cambio
social. En cambio, Bakunin, tal vez sin saberlo, estaría más en la línea de
Immanuel Kant (1724-1804), quien basó toda su concepción de la moral y de la ética
en la razón, en la conciencia de lo que está bien o mal, y desde esta
perspectiva el ser humano era previo a la sociedad y extraía sus normas morales
con carácter universal. Igual que existe un principio categórico, «haz de tu
conducta una norma que sirva para todos los hombres y mujeres», también puede
haber un «imperativo revolucionario» que nos impulse a transformar la sociedad.
Es el individuo quien construye la sociedad desde la libertad, que se
fundamenta en la conducta práctica, y no está determinado que los humanos estén
permanentemente en guerra, como pensaba Thomas Hobbes (1588-1679), el autor del
Leviatán, ni que de ello se derive la necesidad de un Estado fuerte para
evitar el enfrentamiento permanente. No es precisa la existencia del mismo, puesto
que la naturaleza humana tiene como condición vivir en sociedad, sin leyes que
determinen la forma de convivencia.
No obstante, en el
anarquismo siempre predominó la acción por encima de la teoría, tanto en su vertiente
anarcosindicalista como en acciones individuales a través de la propaganda por
el hecho — fue el comienzo del terrorismo moderno— con el asesinato de
dirigentes o atentados a instituciones públicas; pero también mediante la
sociabilidad, la educación, las relaciones libres y la defensa de la
naturaleza. Había que tomar impulso y destruir la sociedad opresora como paso
previo a la construcción de las nuevas fórmulas de relaciones sociales donde
debía combinarse la libertad con la igualdad. Esa mezcla de liberalismo y
socialismo será la base en que se sustenta el ideal libertario.
En la historia que aquí se
describe, el anarquismo español tiene un papel estelar por cuanto fue el país
donde tuvo mayor arraigo y durante más tiempo. Un país donde la base de las
reivindicaciones obreras se articulaba a través del sindicalismo de la CNT y en
las zonas industriales como Cataluña, donde era hegemónico, o Valencia y parte
de Andalucía, tanto en zonas urbanas como Málaga o Sevilla como en las rurales.
Todavía los historiadores discuten cómo pudo ser que el socialismo marxista
arraigara en Madrid, País Vasco o Castilla-La Mancha con predominio de
campesinos o artesanos, y entre comerciantes o trabajadores industriales de
Euskadi, mientras que en Cataluña, la zona más industrial de España, tuviera
una influencia clara el anarcosindicalismo.
[Prólogo
del libro Breve historia del anarquismo, Madrid, Nowtilus, 2012. Texto
completo accesible en versión digital en https://www.academia.edu/checkout?feature=ADVANCED_SEARCH&trigger=download-new-design-related-works&after_upgrade_path=%2Fsearch%2Fadvanced%3Fw%3D38291285.]
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