Revista La Brecha (Chile)
* Texto
tomado del Editorial publicado en la 4ª edición de esta revista.
«Ahora
las revoluciones debían ser, también y sobre todo, revoluciones que abordaran y
abarcaran todos los vericuetos, intersticios y anfractuosidades de la vida en
sociedad; debían ser, en suma, además de su horizonte de supresión radical y a
escala global de la dominación política y la explotación económica, revoluciones
de la vida cotidiana».
Daniel
Barret, Los sediciosos despertares de
la Anarquía, 2007
A fines del siglo XIX, el anarquista Jean Grave proclamó
la decadencia de la sociedad capitalista y del autoritarismo estatal. Parecía
que se avecinaban tiempos de cambios profundos, del derrumbe de ejes
estructurales de la sociedad conocida. Y en ese afán, fueron atacados dogmas y
tradiciones que obstaculizaban alcanzar una libertad e igualdad más plenas para
todxs. Dentro de este proceso, lxs anarquistas buscaron radicalizar
ostensivamente el alcance de las críticas y, considerando su aversión por la
política partidista e institucional, se abocaron a señalar la presencia conflictiva
de trabas autoritarias en todo ámbito de la sociedad, incluyendo el espacio
privado. A raíz de esto, levantaron movimientos e impugnaciones contra la moral
católica dominante, apelando por formas de relacionarse más igualitarias, que
respondieran sólo al imperativo de la afinidad y la espontaneidad. Ninguna ley
ni contrato podría regular lo que compete al deseo y al cariño, al trato
directo con unx otrx. Pero lo relativo al género y la sexualidad parece haber
encontrado mayores resistencias a abandonar sus viejos basamentos opresivos.
Incluso entre lxs mismxs anarquistas.
Al día de hoy, la politización de los cuerpos en la
escena pública ha interpelado a una sociedad que se ha visto desnuda de argumentos
y herramientas para afrontar conflictos enunciados hace décadas. Aunque se
buscó marginar insistentemente lo relativo al género y la sexualidad como
espacios de tensiones sociales, su abordaje es hoy imperioso, especialmente para
quienes aspiran a atacar la autoridad en todas sus formas. Al respecto, los
planteamientos provenientes desde el feminismo radical o el movimiento LGBT, han
sido particularmente prolíficos en impugnar los valores que se han normalizado
en la sociedad.
Esto ha puesto en entredicho los límites y los alcances
de los discursos y prácticas de la sociedad en su conjunto, incluyendo a grupos
de izquierda y anarquistas, que no han escapado a la reproducción de formas
patriarcales de violencia. El recurso argumental que apela a tener en
consideración el contexto histórico para comprender hábitos e ideas conservadoras
presentes en distintos grupos políticos se nos presenta insuficiente, formando
parte de un entramado que durante años ha justificado y acallado el abuso en
relación al género y la sexualidad.
La reproducción del pensamiento conservador se ha
manifestado de múltiples formas, como en el llamado “Bus de la libertad”, que
ataca la transexualidad y la libertad en la orientación sexual, imponiendo un
binomio totalizante “hombre-mujer” derivado de lecturas bíblicas; o en la
discusión sobre el aborto, cuyos márgenes de debate fueron limitados a “tres
causales” específicas, manteniendo aún cuotas de sujeción y decisión sobre
cuerpos ajenos; y en general, una serie de prácticas machistas y transfóbicas
que cimentan la proliferación patriarcal. Este último punto ha sido
especialmente invisibilizado por personas de todo el espectro ideológico. Pero
han sido en particular las agrupaciones de izquierda y anarquistas, quienes han
debido afrontar con mayor amargura las contradicciones e inconsecuencias provenientes
de su actuar cotidiano y privado. Las distintas denuncias por abusos sexuales,
de violencia en la relación, y de la utilización de cargos de poder para
amparar prácticas de opresión patriarcal, no han sido afrontadas con la
atención que merece, incluso, en muchas ocasiones, se ha promovido un silencio bastante
parecido a la conformidad y la conveniencia. En este sentido, la incapacidad
para debatir y conversar abiertamente sobre estas situaciones, otorga un amplio
espacio para el amparo de las acciones de abuso, generando un vacío discursivo donde
las condenas son pasajeras, impidiendo el surgimiento de formas de prevenir y
atacar estas tóxicas prácticas.
Es este el momento para hacerse cargo de las deficiencias
presentes en los movimientos que combaten a la autoridad estatal, capitalista y
patriarcal. Y esto implica hacernos responsables de nuestra propia historia,
sin dejar de impugnar en todo momento nuestro cotidiano actuar. Es necesario informarnos
sobre las demandas que durante años han sido parte del ámbito de la sexualidad,
el género, y la afectividad, pues no es deber de nadie más que de unx mismx
aprender el modo de atacar los enclaves autoritarios presentes en estos
espacios. Y debido a esto, no podemos establecer, tras la caída de las estructuras
conservadoras, un nuevo modelo rector de estos aspectos de la vida. Debemos
luchar contra la normalización de las prácticas, contra los decretos que buscan
regular la forma en que nos relacionamos unxs con otrxs. Así, junto a Malatesta
diremos que lo que “queremos es la libertad; queremos que los hombres y las
mujeres puedan amarse y unirse libremente sin otro motivo que el amor, sin
ninguna violencia legal, económica o física”.
[Párrafos
tomados del Editorial de la revista La
Brecha # 4, Santiago de Chile, 1er. semestre 2017. Número completo
accesible en https://revistalabrecha.files.wordpress.com/2017/10/la-brecha-4-finalweb.pdf.]
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