Alfredo
Vallota
El anarquismo es una idea, algo que debe distinguirse
muy bien de una ideología, especialmente cuando nos referimos a propuestas
socialistas. Por ideología entendemos aquí un sistema de creencias
apriorísticas y racionalizadas que sirve para justificar la dominación y el
poder de un grupo social sobre otro, en cuyo tránsito se puede llegar hasta la
mistificación del sistema o de sus personeros. En la terminología marxista, la
palabra ideología se usaba para señalar toda representación que ocultara la
verdadera realidad de los hechos, revistiéndola de imágenes falsas o ilusorias,
lo que sirvió para denunciar a cualquier interpretación distinta a la suya
[2]. Pero, hemos de reconocer que, cuando el marxismo-leninismo alcanzó
el poder y sus propuestas se transformaron en verdad doctrinaria, con
interpretaciones ortodoxas, desviaciones, revisionismos, partidos oficiales,
control del gobierno, también devino una ideología con la significación que el
mismo marxismo usaba.
Por su parte, el anarquismo, aunque haya tenido
tendencias ideologizantes, nunca ha sido dominado o delimitado por algunas de
sus teorías, ni por alguno de sus filósofos o proponentes más famosos y toda
tendencia a una unificación a ultranza dentro del anarquismo ha terminado por
abandonarlo. En esto se funda la calificación de utópico del anarquismo, en
contraposición a las ideologías, porque da lugar a diversidades y hasta
oposiciones que el realismo de otras vertientes socialistas pretenden superar
pero que el anarquismo ha preferido mantener tratando de armonizarlas [3].
Ubicar al anarquismo entre las ideas, cosa que ha sido
una manera preponderante de entenderlo entre españoles e italianos, tampoco es
sinónimo de incluirlo en el contexto del idealismo de corte hegeliano. Por idea
queremos señalar un modo del pensar, al que Hegel pretendió inútilmente darle
culminación, que para el anarquismo no se sitúa en el terreno de las
abstracciones o exclusivamente en el plano del pensamiento, sino también en el
de las convicciones, de los deseos, de una visión de mundo, cuya vigencia está
en estrecho contacto con las acciones que pretenden hacer realidad esa idea,
tanto en lo personal como en lo colectivo. Es una idea que expresa toda la
potencialidad del ser humano en su afán de superar sus propios límites, lo que
sólo es posible en el seno de un movimiento colectivo que la comparta. Es un
movimiento de la mente que se traduce en gestión, es un movimiento colectivo
que se expresa en vida, es acción y experiencia de cada una de las personas que
lo componen. Y, por eso, más que un mero pensamiento es también un sentimiento,
una ética, un método, una filosofía social, una manera de pararse frente a lo
que somos para proyectarnos a lo que podemos ser, individual y colectivamente.
Cuando lo entendemos como una idea de este tenor, el
anarquismo se sitúa en el universo de otras ideas que florecieron en el siglo
XIX, como las de racionalidad, libertad, socialismo, igualdad, democracia,
humanidad, progreso, historia, nación, con las que se amasaron las propuestas
que nos llegaron al siglo XX. Como sucede también con ellas, que son ideas y no
ideologías, el anarquismo no es doctrinal, se lo entiende pero no se lo define,
se lo vive sin racionalizarlo plenamente, se lo comparte tanto como resultado
de un pensar y como un sentimiento acerca de las relaciones entre los
individuos y la identidad personal, se convierte en una meta que guía la
existencia cotidiana, se hace objeto de una esperanza que fundamenta la
solidaridad, que se enriquece y cambia siendo siempre el mismo, es un presente
y también un horizonte que nos mueve a ir más allá. Por eso, en forma
incomparable con ninguna otra idea, es un deber que es un querer y es saber lo
que se quiere, es espontaneidad sin ser irracionalismo, es vital sin ser
anti-intelectual, es educación en el diálogo, es crecimiento individual en
compañía, es disciplina y obediencia sin sumisión, es gestión de la vida que es
autogestión.
El anarquismo y la política
Presentamos al anarquismo formalmente como una idea,
pero esa idea tiene historia y evoluciona en su contenido, proceso que se
relaciona con la política. Claro que, cuando aquí decimos política, no nos
referimos a la idea original griega, el arreglo amable de la vida humana en pos
de la felicidad apoyado en principios racionales, discutidos y compartidos tal
como el anarquismo la propone, sino a la política tal como la vemos
desarrollarse en nuestros días, un arreglo estructurado del poder que permite
que un grupo de personas controle a una gran mayoría en su propio beneficio,
gracias principalmente a la institución del Estado y otras derivadas y
dependientes.
Es en esta perspectiva de la política de nuestros días
que hay que entender eso que oímos a diario de políticas de educación, de
salud, de gobierno, económicas, sociales, institucionales, de mayorías y
minorías, que se suman la lucha política convencional [4]. Todas se inscriben,
en mayor o menor grado, en el conjunto de recursos para que un grupo, una
clase, una casta, una fracción domine a los demás. Esto es tan así que muchos
son los que han llegado a confundir liberarse con pasar de una dominación a
otra. En esta política es donde impera la ideología, no las ideas, el engaño,
el fraude, la impostura, la compra de voluntades, los ejercicios de violencia y
fuerza. Claro es que hay verdaderos intentos de real liberación que, no cabe
ninguna duda, los podemos identificar claramente porque todos ellos tienen como
condición desarmar la estructura de poder que prevalece en nuestros días. Sin
este requisito, entonces nos estaremos engañando ya que simplemente cambiaremos
de amo, de capitalista a comunista, de privado a estatal, de empresarial a
militar, de transnacional a religioso.
El resultado de esta manera de considerar a la
política es la amplia gama de divisiones en la sociedad generando oposiciones y
enfrentamientos que disuelven la unidad: gobernantes y gobernados (nueva
versión de amos y siervos), propietarios y desasistidos, empleadores y
empleados, razas superiores e inferiores, fieles y gentiles, profesores y
estudiantes, viejos y jóvenes, varones y mujeres, oficialistas y opositores,
dirigentes y dirigidos, aprendidos e ignorantes, superiores e inferiores,
libres y esclavos, primer y tercer mundo, militares y civiles, vendedores y
compradores, sacerdotes y fieles, líderes y seguidores, comandantes y tropa,
beneficiados y perjudicados, leales y traidores, nacionales y extranjeros,
burgueses y proletarios y hasta Creador y criaturas. No en vano el refrán dice
divide y triunfarás, y todas y cada una de estas divisiones tiene una ideología
que la sustenta, aunque quizás ninguna tan completa como fue el
marxismo-leninismo, que estimulan el enfrentamiento y la competencia entre
ellas para menguar las fuerzas que podrían resultar de la eliminación de estas
pseudo separaciones.
El anarquismo se puede entender genéricamente como la
idea que tiende a suprimir todas estas pseudo divisiones, la negación de todo
poder, soberanía, dominación, jerarquía que generan estos falsos
fraccionamientos y el intento de conformar la unidad que respete a las
verdaderas diferencias. El anarquismo es el deseo de suprimir toda disolución,
el rechazo a toda dicotomía que dé lugar a enfrentamientos, como los de
razón-pasión, physis-nomos, naturaleza-historia, creyentes e infieles. Y por
eso es que el anarquismo es anti-estatal, porque entiende que el Estado y el
gobierno son el reducto último, o el fundamento primero, como quieran, de todas
estas divisiones ya que en pos de su dominio es que las demás se generan y
fomentan [5]. Es, desde esta perspectiva y así visto, que el anarquismo es
anti-político, quizás el único movimiento que lo sea en forma fundamental, en
un sentido radical y que se expresa en la consecuente postura abstencionista en
todo proceso electoral. No es que se oponga a esta o aquella particular
posición partidista, ni tampoco que su posición dependa de alguna circunstancia
especial sino que la postura surge de considerar a la política en otra forma,
comparada con la cual la actual es una perversión, una distorsión, un engaño,
que de ninguna manera puede resolver los problemas de la gente porque no es su
interés primario sino, en el mejor de los casos, una concesión obligada.
El anarquismo es la filosofía social y política que se
propone erradicar toda forma de pseudo divisiones entre los seres humanos,
entre los que tienen y los que no tienen, cualquiera que sea la cosa tenida,
dinero o conocimiento, color de piel o creencia religiosa, bienes o males. No
se trata de mercadear el poder que forja esta disparidad grupal, se trata de
disolverlo, ya que el poder nunca se distribuye sino que, por el contrario, se
concentra [6]. En consecuencia, sin las múltiples divisiones que el
poder y el Estado generan, los individuos se relacionarían entre sí en
diferentes niveles, en diversos y variados sistemas de organización, en
asociaciones voluntarias y libremente escogidas. El objetivo es la unidad y
armonía de lo diverso, que no es lo mismo que la homogeneidad que anula. Hemos
de reconocer que, a pesar de la declarada individualidad que hace el
liberalismo, esta individualidad en su ámbito vale solamente para grupos
escogidos. La gran mayoría integra la masa, el pueblo, la tropa, una multitud
sin rostro. Y también vemos que las sociedades que hoy se autoproclaman
socialistas (China, Cuba, Venezuela) no son otra cosa que una multitud en ciega
sumisión y asentimiento acrítico a los líderes, pretendiendo eliminar toda
oposición, toda disparidad, toda diferencia. Sin embargo, y cabe señalarlo,
tampoco los integrantes de esos sectores supuestamente favorecidos en cada caso
tienen una auténtica individualidad, porque dependen de su membresía a estas
acumulaciones y no les pertenece realmente a cada uno. Son pseudo individuos
porque su individualidad es permisada en tanto y cuanto pertenezcan al grupo
dominante y sigan sus dictámenes. La pretensión anarquista es de una universal
y genuina individualidad, sin la coerción ni las distorsiones del poder, que
sólo es posible en una auténtica socialización de la vida personal que no es
sinónimo de igualdad de poderes, sino ausencia de poderes que controlen,
decidan, regulen o dominen a los otros. Por ello, individualidad y sociabilidad
se pueden identificar como valores básicos del anarquismo.
Estos valores básicos tienen consecuencias, una de las
cuales es la reconsideración de la justicia. La justicia no puede ser estimada
como una excelencia distributiva, en el mejor de los casos, o como una burda
herramienta de poder en los peores, porque si la justicia es tratar de enmendar
los excesos de los dominadores sobre los dominados, esto quiere decir que su
razón de ser está en la aceptada distinción de dominadores y dominados. En
otras palabras, la justicia no pretende eliminar esta forzada distinción sino
simplemente hacerla compatible con el desorden y la protesta que pudiera
generar la reacción frente al poder, evitando así riesgos mayores. Abolir las
artificiales diferencias es el único camino de liberalización, lo que sin duda
va en contra de todo sistema capitalista o marxista actuante, devaluadores de
estos reclamos y que, a lo más, disfrazan las jerarquías que promueven y que
son las que, precisamente, sostienen la justicia.
En otros escritos hemos desarrollado las relaciones
entre la autoridad y el poder, por lo que no vale la pena repetir en detalle
estas posiciones [7]. Baste decir que lo que habitualmente se llama
anti-autoritarismo anarquista es precisamente lo contrario a lo que promueve el
anarquismo. Y cabe hacer la aclaración porque decimos lo contrario. Entendemos
por autoridad al reconocimiento que los demás hacen de alguna virtud que cada
uno de nosotros puede tener y por la que se nos reconoce, respeta y atiende. La
autoridad es algo que los demás nos regalan, si lo merecemos, en atención a
alguna excelencia que hayamos logrado y nada más lejano del anarquismo que la
negación de los méritos y valores de los individuos. Distinguimos así autoridad
de poder, ya que poder no es algo que se otorga sino algo que se toma, por
cualquier medio y apelando a cualquier recurso, para desde allí ejercer la
dominación sobre los demás y a esto se ha reducido el hacer política en nuestro
tiempo [8]. Ciertamente el anarquismo está contra toda forma del poder, pero es
tonto pensar que pueda estar contra la autoridad que ostente quien es
reconocido como excelente en el ejercicio de cualquier actividad humana, sea
carpintero o físico relativista, excelencia que no es otra cosa que la
expresión del ejercicio virtuoso de la propia libertad, que es lo que el
anarquismo aspira que todos y cada uno podamos alcanzar.
El anarquismo como conducta
En general, para la burguesía y los demócratas el
anarquismo es sinónimo de fanatismo, cuando no de caos y violencia. Para los
gobiernos autoritarios, el anarquismo es el enemigo en las sombras,
irreductible, que no negocia ni transige. Para los socialismos marxistas el
anarquismo es una señal de irresponsable desconocimiento de las condiciones
objetivas y realistas que conducen la historia con la necesidad que se deriva
de la dialéctica tal como la entendieron, o entienden, sus líderes de turno.
Para todos ellos, el anarquismo es la posición que adoptan quienes, tras el
escudo de sus principios, se abstienen de cualquier compromiso con las
democracias electorales; quienes rechazan integrarse a los grupos
institucionalizados como los partidos políticos; quienes no hacen concesiones
ni siquiera a los favores gubernamentales a los que ni reconocen; quienes se
niegan a aceptar posiciones en la estructura de poder o control; quienes buscan
la caída de todo gobierno sea liberal o socialista, tiránico o democrático;
quienes se oponen a las guerras y resisten el servir a los ejércitos; quienes
se oponen al matrimonio civil o religioso así como otras formas de
institucionalización ordenadora; quienes siempre están enfrentados a la acción
policial y fuerzas que sostienen el orden establecido; quienes muchas veces
hasta rechazan la ayuda de la justicia en su beneficio; quienes todo lo quieren
hacer en forma directa rechazando la representación; quienes no aceptan ningún
tipo de representación y desconocen las necesarias etapas intermedias de todo
proceso revolucionario que necesariamente ha de hacer concesiones obligadas por
la marcha de la historia9. Todo esto, dicho siempre con un acento
peyorativo. A juicio de estos críticos, los anarquistas pareciera que sólo se
comprometen con sus principios y con otros anarquistas y que hay en ellos una
rigidez e inflexibilidad que los hace incompatibles con el resto de la sociedad
organizada, hoy tan flexible, práctica y maleable.
Este cuadro tiene algo de verdad y mucho de
distorsión. Para entender la conducta anarquista basta tener presente uno sólo
de sus principios: la persona nunca debe ejercer, ni someterse, a ningún tipo
de poder impuesto sobre las personas, sea poder personal o colectivo, sea de
una minoría o de una mayoría. El consiguiente corolario es que la disolución
del poder depende exclusivamente del ejercicio por todos y cada uno de este
principio. Bien pudiera decirse que la negación del poder, de cualquier tipo
(no de la autoridad como señalamos antes) es el principio de los principios de
la conducta anarquista. Se trata de una actitud que también podemos resumir en
las personas por encima del poder y no el poder por encima de las personas. Por
eso la acción directa, por eso el rechazo a recibir limosnas denigrantes de
nadie, por eso el no compromiso con gobiernos o Estados ni con las
instituciones que se han conformado para asegurar el poder, por eso el rechazo
a la representación que no sea medida y controlada, por eso no se dan cheques
en blanco a nada ni a nadie, por eso la oposición radical a todo aquello que
acentúe las pseudo diferencias y por eso, menos de menos, encandilarse con el
fulgor de las 30 monedas al que siempre se ha apelado, como último o primer
recurso, para comprar adhesiones.
Quizás se pueda aclarar el punto recordando algo de lo
que hemos dicho antes. Para el anarquismo, el individuo es la base de la
realidad social pero, sin la sociedad, el individuo ni siquiera puede ser. Esto
hace que, a pesar de esta natural dependencia, para conformar esa realidad
social se requiere del consentimiento voluntario del individuo que es lo que
permite concretar libremente la cooperación necesaria para constituirla. Se
trata de un consentimiento responsable, pero no de una responsabilidad para
reclamarla a los otros sino para asumirla personalmente, cada uno ante sí
mismo. Y cualquier forma de opresión, cualquier limitación de la libertad,
cualquier tipo de coerción, cualquier tipo de dominio o poder, no sólo diminuye
la libertad sino que también nos quita responsabilidad sobre nuestras acciones
y entonces ¿Cómo se puede ser uno mismo si no se es libre y responsable de lo
que uno piensa, dice y hace? Y, si no se es uno mismo ¿Cómo se puede conformar
una sociedad sin oposiciones ni enfrentamientos en el que otros encuentren la
debilidad necesaria para imponerse? Sólo individuos libres pueden hacer una
sociedad libre.
Hemos mencionado el pluralismo anarquista y esto se
pone en evidencia en muchas cuestiones y la conducta adoptada por los anarquistas
frente a ellas. Como ejemplos citamos las referidas a la propiedad, sobre la
que hay numerosas alternativas en cualidad y grado, como la propiedad privada,
la colectiva, la corporativa, por supuesto que nunca la estatal. También hay
discusiones en lo que se refiere a la organización entre los anarquistas.
Muchos son los anarquistas que rechazan cualquier tipo de organización formal,
no por alguna cuestión ética ni de eficiencia sino por el temor de que, bajo un
manto semántico como asociación u organización, se oculte el germen del dominio
y el poder ya que de coordinador a jefe el salto puede ser imperceptible. No
dejamos de incluir las divergencias en torno al tipo de acción directa que ha
de preferirse, especialmente en lo que se refiere a métodos violentos.
Notas
2.- Cfr. A. Cappelletti, La ideología del
anarquismo (Caracas 1985). Cappelletti no usa en su trabajo el
término ideología con la significación que aquí le damos y más bien podría
asociarse a nuestra idea de anarquismo, o conjunto de ideas sobre el
anarquismo.
3.- Cfr. E. Malatesta, Pensamiento y Acción revolucionarios (ed. de Vernon Richards, Buenos Aires 1974), p.217. En el Congreso de la Internacional de Berna de 1876 dijo: “Seguimos a las ideas y no a los hombres, y nos rebelamos contra este hábito de encarnar un principio en un hombre”.
4.- En este sentido, estimamos que más grave es la situación en Venezuela, donde el lenguaje del gobierno ha abandonado la terminología de políticas de una u otra clase para adoptar la nomenclatura de planes estratégicos, con una connotación claramente militar y de enfrentamiento agresivo. Este carácter alcanza el punto que la Universidad Central de Venezuela ha establecido un Comando Estratégico como la instancia a nivel rectoral encargada de elaborar lo que anteriormente se conocía como Planes Académicos y que ahora son Planes Estratégicos de estudio e investigación.
5.- Cfr. S. Gijer, “Sociedad civil” en E. Díaz y A. Ruiz Miguel (ed.), Filosofía política II. Teoría del Estado (Madrid 1996), p. 125: “Su inclinación a entender el Estado como mero subproducto de la dominación clasista, forzó a Marx a no considerar sistemáticamente su autonomía y dinámicas propias ni tampoco la de las demás organizaciones y asociaciones propias del orden civil capitalista”.
6.- Cfr. A. Vallota, “Ambivalencia
metafísica del poder”: Capítulos 67 (2003). http://www.sela.org/public_html/AA2K3/ESP/cap/N67/cap67-4A.htm.
7.- Ibídem.
8.- Como ejemplo de esto que decimos, la
autodenominada Revolución Bolivariana que detenta el poder en Venezuela y se
autoproclama socialista, originalmente organizó los llamados Círculos
Bolivarianos con el slogan de que serían grupos de discusión política de base
pero que progresivamente se han transformado al punto que les ha cambiado la
denominación, muy acorde con la tendencia militarista dominante, por la de
Unidades de Batalla Electoral. Esto lo dice todo.
[Fragmento extraído del trabajo más
extenso, titulado “Reflexiones anarquistas”, publicado originalmente en la
revista Germinal # 3, Azuqueca de
Henares, abril 2007. Número completo accesible en https://dialnet.unirioja.es/ejemplar/201150.]
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