Marcelo "Liberato" Salinas
Para varias generaciones de cubanxs la cuestión de los denominados Derechos Humanos es un tema que ha alcanzado un alto nivel de toxicidad. Los que nos gobiernan hace más de medio siglo expresan que ellos se han esforzado por cumplir los Derechos Humanos, como el derecho a la vida, a la educación, a la salud y otros, en medio del constante asedio del imperio yanqui, lo cual puede ser perfectamente reconocible. Por otra parte, quienes desean ser candidatxs a sustituir a los actuales gobernantes, alegan que los derechos como la libertad de expresión, de conciencia, de asociación, no se cumplen en Cuba, lo cual puede ser identificable también para lxs que aquí vivimos.
Frente al intenso conflicto en el que han desembocado estas dos posiciones, con fusilamientos, largas condenas de presidio, exilios forzosos, expropiaciones, acoso cotidiano etc., por parte del Estado cubano, la inmensa mayoría de la sociedad cubana ha reaccionado con un frío distanciamiento, que los activistas de derechos humanos sólo han encontrado su explicación en el miedo. Si bien no dudamos que el temor es algo muy presente a la hora de posicionarse frente a estos asuntos, hay otras cuestiones que los activistas por los Derechos Humanos han preferido silenciar, en aras conservar su imagen pública en un futuro duelo electoral de partidos políticos en Cuba.
Para varias generaciones de cubanxs la cuestión de los denominados Derechos Humanos es un tema que ha alcanzado un alto nivel de toxicidad. Los que nos gobiernan hace más de medio siglo expresan que ellos se han esforzado por cumplir los Derechos Humanos, como el derecho a la vida, a la educación, a la salud y otros, en medio del constante asedio del imperio yanqui, lo cual puede ser perfectamente reconocible. Por otra parte, quienes desean ser candidatxs a sustituir a los actuales gobernantes, alegan que los derechos como la libertad de expresión, de conciencia, de asociación, no se cumplen en Cuba, lo cual puede ser identificable también para lxs que aquí vivimos.
Frente al intenso conflicto en el que han desembocado estas dos posiciones, con fusilamientos, largas condenas de presidio, exilios forzosos, expropiaciones, acoso cotidiano etc., por parte del Estado cubano, la inmensa mayoría de la sociedad cubana ha reaccionado con un frío distanciamiento, que los activistas de derechos humanos sólo han encontrado su explicación en el miedo. Si bien no dudamos que el temor es algo muy presente a la hora de posicionarse frente a estos asuntos, hay otras cuestiones que los activistas por los Derechos Humanos han preferido silenciar, en aras conservar su imagen pública en un futuro duelo electoral de partidos políticos en Cuba.
Sin dudar un momento que los Derechos Humanos son muy útiles cuando toda la maquinaria represiva de cualquier Estado cae sobre personas maniatadas por la tortura y el horror, y en muchos casos pueden rendir no pocos beneficios para avanzar en la solución, o al menos atenuación, de agudas problemáticas sociales; algo pasa con ellos que no es solamente el hecho de que los gobernantes los usen para sus propios beneficios. Los Derechos Humanos en las últimas décadas se han convertido en un vehículo fundamental para reforzar y legitimar la presencia de los Estados en todos lados, vigorizando una dependencia esquizoide de las personas a una red institucional que a la misma vez se le teme y simultáneamente se le hacen valientes exigencias. A través del discurso de los Derechos Humanos se nos han inculcado funestos hábitos mentales de delegar y transferir la responsabilidad sobre muchas cuestiones cruciales de nuestras vidas, en vez de realizarlos y alcanzarlos por esfuerzo de lxs propixs necesitadxs.
A través de los Derechos Humanos nos habituamos a esperarlo todo de lxs que mandan o a culparlxs de todo a ellxs, degradándonos en seres pasivos, que poco esperan de sí mismxs y de nuestrxs semejantes y afines, pues a nuestro alrededor ha crecido un mundo de irresponsables útiles para poco más que consumir y gozar, con lxs cuales es muy fácil reconciliarse. En síntesis, con los Derechos Humanos hemos sido llevadxs a la condición psicológica de eternxs adolescentes insegurxs, que adolecen de lo que hemos sido incapacitadxs de lograr.
Por supuesto que vivir en una sociedad hiper-centralizada, movida por un despotismo en el cual casi todxs participamos de muchas maneras y una teología estatal recubierta de un patriotismo caudillista y aristocrático, que son sembrados en nuestras mentes desde la más tierna infancia, todo ello marca nuestros hábitos mentales profundamente. No se trata de desechar las significativas posibilidades que ofrecen esos derechos formulados hace más de dos siglos y unirnos inocentemente al coro de lxs monárquicxs, lxs partidarixs de restablecer las castas o a lxs candidatxs a déspotas -de diverso pelaje ideológico-, que por todos lados buscan su hora de revancha.
Es necesario re-situar los Derechos Humanos en un plano de la conciencia en igualdad de condición que los deberes y la voluntad de las personas, algo en lo que llamó la atención hace más de siete décadas una librepensadora de la estatura moral de Simone Weil, una de tantas, intencionalmente olvidada.
Tampoco nos sumaremos mansamente al coro oficial en Cuba que condena y reprime a los activistas de Derechos Humanos en las distintas esferas de la realidad cubana, pero no podemos percibir su actividad tampoco acríticamente, pues sus fines pueden tener alguna respetabilidad, pero los medios y las aspiraciones que enuncian les conducirán tarde o temprano a formar parte de los próximos administradores del mismo Estado cubano al que ellos dicen ser opositores, por lo que serán la nueva élite opresora.
Por otro lado, con su apelación casi exclusiva a los Derechos Humanos en su discurso, necesitarán de un mesías o un César que les conceda esos derechos. Pero ser una persona libre es también un deber y una responsabilidad, es un compromiso especialmente con nuestra dignidad, que se asume o no se asume, en un cálculo íntimamente colectivo, que requiere ejercitarse periódicamente, en cada situación cotidiana, sin esperar derechos y libertades que nunca son palabras sagradas e inamovibles, sino piezas prescindibles que se administran con relación al nivel en que se encuentra la conflictividad social imperante.
[Publicado originalmente en el periódico ¡Tierra Nueva! # 9, La Habana, septiembre 2017.]
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