Augusto Gayubas
Es
este libro, publicado originalmente en inglés en 2010 y en español en 2014 por
la Ed. La Neurosis o las Barricadas (Madrid, 2014, 336 páginas), Gelderloos, activista
originario de Virginia, Estados Unidos, se propone recoger en compendio una
serie de experiencias históricas con el interés de demostrar, tal como reza el
título de la obra, que la anarquía como forma de organización social puede
funcionar. Para ello, divide su exposición en una introducción y ocho
capítulos, cada uno de estos subdividido
a su vez en una serie de preguntas, un balance y una lista de lecturas
recomendadas.
Las
páginas iniciales introducen muy sucintamente tópicos comunes a toda
presentación y discusión sobre el anarquismo, como el apoyo mutuo, la
asociación voluntaria, la acción directa y el problema de la representación,
dejando en claro el objetivo de divulgación de la obra.
El
capitulo 1 tiene el propósito de colocar los cimientos para los argumentos que
serán expuestos en los capítulos siguientes, es, por ello, el único que formula
preguntas en pasado y en presente en lugar de introducir los cómo, los qué y
los quién de un futuro posible. A grandes rasgos, se trata de un
cuestionamiento a los enfoques, tanto académico como de cierto “sentido común”,
que tienden a naturalizar la dominación y la explotación atribuyéndolas a un
pretendido fundamento biológico del egoísmo, la competencia, el patriarcado, la
guerra y la autoridad. Como resuelve luego de sintetizar una serie de
indagaciones científicas y reflexiones antropológicas e históricas, ninguno de
dichos aspectos debería nada a la naturaleza, excepto por las potencialidades
que son inherentes al ser humano (tanto para la violencia como para la paz,
para el egoísmo como para la generosidad, para la dominación como para el
igualitarismo). Si el comportamiento social del ser humano no está determinado
(por mucho que esté condicionado) por sus genes, entonces la discusión sobre
las formas de organización social y los principios éticos es pertinente y
necesaria.
En
los siguientes capítulos se pregunta cómo se gestionarían aspectos centrales de
toda organización social en una situación de anarquía, esto es, en ausencia de
relaciones políticas basadas en el mando y la obediencia. Para ello el autor
opta, no por ofrecer un análisis sociológico, filosófico o político, sino por
presentar ejemplos históricos y contemporáneos, de experiencias que aun sin
tener, en la mayoría de los casos, un signo explícitamente anarquista,
considera afines a las posibilidades que abriría una sociedad de este tipo: sociedaddes
indígenas del pasado y del presente, movimientos sociales de los siglos XX y
XXI, experiencias históricas como la revolución española de 1936-37 y la
revolución majnovista de 1918-21, entre muchas otras.
Sobre
la toma y aplicación de decisiones (capítulo 2), el autor opne ejemplos de
cooperación y consenso a las pautas típicamente estatales y autoritarias de
imposición y coerción, enfatizando la necesidad de que la resolución de
conflictos se concrete mediante el compromiso y no mediante la coacción. Al
respecto, señala como representativos los principios decisorios de las
colectividades libertarias durante la revolución española de 1936-1937, de la
estructura “federal descentralizada” creada en Shinmin (Manchuria) por la Federación
Anarquista Comunista de Corea en 1929, de poblaciones como los hopi del
suroeste norteamericano, y de movimientos con derivas problemáticas y
contradictorias como el MST en Brasil, la Asamblea Popular de los Pueblos de
Oaxaca en México o el caso particularmente controvertido (por su fundamento
colonialista) de los kibutz en Israel. Su conclusión es que las decisiones en
un contexto antiautoritario pueden tomarse por voto mayoritario o por consenso,
pero que en todo momento lo más importante es la instancia del diálogo y la
discusión.
En
relación con la resolución de conflictos recupera el concepto de “sanciones difusas”
en el capítulo en que se pregunta por el “crimen” en una sociedad sin policías,
sin jueces y sin cárceles (capítulo 5). Alli sostiene que, si la idea de delito
responde a una ley escrita sostenida en la centralidad de la propiedad y en el
castigo como respuesta, una construcción ética centrada en las personas habría
de atender a las necesidades de éstas antes que a un código estático,
ocupándose de aquellos incidentes que pudieran considerarse como “daños sociales”
mediante el recurso a medidas de prevención o resolución no coercitivas, como
la existencia de cuerpos de voluntarios rotativos para la protección externa e
interna, sanciones difusas como la vergüenza o el ostracismo, el rol de
mediadores orientados a la restauración del lazo social antes que al castigo, y
la socialización desde la niñez para desterrar o reducir, desde un punto de
vista social y cultural, las diversas formas de la violencia, incluyendo las
violencias sexual y doméstica.
Al
esbozar los aspectos económicos de una situación no estatal (capítulo 3),
multitud de ejemplos disímiles y no siempre convergentes le sirven como insumo
para ilustrar posibilidades de gestión enfocadas a la satisfacción de
necesidades comunes y al rechazo de las jearqías y la explotación. Así es que
enumera ejemplos históricos y contemporáneos de autogestión, educación
alternativa (por su incidencia en la organización social), “Economías del don”
(dentro de las cuales integra, por ejemplo, a la red Freecycle), construcción
de infraestructura e innovación tecnológica ajena al control estatal y a la
ilusión de progreso típicamente capitalista, aptitud para hacer frente a
situaciones catastróficas sin depender de estructuras de dominación política, y
pautas de asentamiento opuestas a las grandes ciudades (llegando incluso a
exhibir una valoración positiva, acaso “turística”, de asentamientos precarios
en contextos de pobreza).
Lo
que genera cierta inquietud es la tendencia del autor a evaluar los ejemplos a
partir de criterios de estricta “utilidad” compatibles con una concepción
demasiado apegada a los principios impuestos por la racionalidad capitalista,
trampa a la cual había escapado tempranamente Piotr Kropotkin en La conquista
del pan 1892) al otorgar una importancia que Gelderloos evidentemente no da
(ni como medio ni como fin) a la creación y a la libertad artística. La
reflexión del autor con respecto a la necesidad de construir sujetos con “deseos
maduros sopesados cuidadosamente” también parece reflejar una noción de
ingeniería social poco cercana a las complejidades y contradicciones del ser
humano. No obstante, permanece sumamente enriquecedora la recolección de
información y las referencias bibliográficas que ofrece sobre el tema.
En
relación con el problema medioambiental (capítulo 4), los ejemplos
seleccionados por Gelderloos destacan situaciones que rehuyen las percepciones
de la naturaleza como algo “mecánico” cuy único objetivo sería “satisfacer el
consumo humano”, y favorecen una lectura del mundo natural como “algo vivo,
interconectado” cuya sostenibilidad se basaría en una ética ecológica
compartida y en principios antiautoritarios y cooperativos. Sobre la relación
de una comunidad no estatal con sus vecinos (capítulo 7), el autor introduce
interesantes ejemplos de “redes” y “confederaciones” (con algún tinte ingenuo
al describir la resolución pacífica de conflictos entre los nuer de Sudán, y al
mismo tiempo, omitir el carácter tradicionalmente conflictivo e incluso bélico
de la relación con sus vecinos dinka) así como atinadas observaciones críticas
sobre las fronteras en el mundo contemporáneo. Aunque se echa en falta un
abordaje sobre el nacionalismo, el regionalismo, las identidades étnicas y el
problema siempre intrincado de la religión.
La
cuestión metodológica del cambio social (capítulo 6) la borda centrándose,
nuevamente, en experiencias sociales y no en teorías o análisis. Aquí se
percibe la debilidad que supone la ausencia de referencias a formulaciones de teóricos
adscritos al anarquismo, pues el capítulo resulta en un conjunto de
circunstancias de las cuales las únicas dos enseñanzas que parecen poder extraerse
son, por un lado, que las revoluciones o movimientos antagonistas tienden
mayoritariamente al fracaso (sea por su limitado alcance, por sus derivas
autoritarias o por lo efímero de su existencia), y por el otro, que allí donde
no se constata un fracaso, el modelo obtenido consiste en “burbujas de
autonomía” que, según describe el término empleado por el autor, serían aisladas,
inestables y, fugaces. Si a lo largo del libro se señala sistemáticamente la
fugacidad de la mayor parte de las experiencias que el autor considera
valiosas, habría sido deseable (aún no tratándose de un libro de análisis) que
se problematizaran los cómo y los por qué de dicha fugacidad. Justo es decir,
sin embargo, que la idea de Gelderloos sobre las “muchas revoluciones” que
deben configurar cualquier expectativa de cambio social (es decir la apertura
de múltiples frentes por parte de grupos e individuos con sus propias inquietudes
y estrategias) da sentido a la variedad de situaciones evocadas en el capítulo.
El
último capítulo, titulado “El futuro”, destaca la necesidad de entender lo
estatal como una imposición o una elección y no como un producto inevitable de
la evolución (aunque al describir el proceso de surgimiento del Estado lo hace
desde un punto de vista evolutivo antes que desde una reflexión sobre las
discontinuidades). Y el camino hacia una situación no estatal es retratado como
un recorrido no apegado a “un modelo previamente diseñado” sino dependiendo de
las capacidades de “inventar soluciones” y de ir haciéndose cada uno dueño de
su propia vida y partícipe de relaciones basadas en la solidaridad.
Sobre
la edición, cabe destacar el impecable trabajo editorial y el formato poco
habitual (18 x 14 cm) que resulta muy cómodo para su lectura. Recientemente fue
lanzada una segunda edición, con la corrección de algunas erratas y una nueva
cubierta, lo cual corrobora el compromiso del proyecto editorial con los
lectores.
[Publicado
originalmente en la revista Germinal
# 14, Madrid, julio/diciembre 2018.]
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