Álvaro Ramos C.
Como es
bien sabido, Graeber no es sólo un teórico, es también un activista comprometido
que participa directamente en procesos de democracia directa (también denominada
radical). La participación activa es otra gran diferencia entre este tipo de democracia
y las que proponen los vanguardismos de raíz leninista: todo el mundo comprometido
debe participar en igualdad de condiciones, no cabe una élite pensante recluida
y protegida, encargada de hacer un trabajo más valioso. Sin embargo, no se puede
afirmar que el asociacionismo horizontal exija la implicación de todos, sino
que la participación de los que creen en él es su característica definitoria,
o, en otras palabras, el horizontalismo que Graeber propone es esa
participación democrática radical tanto en asambleas como en acciones directas.
[10] Por esto mismo, puede afirmarse que la democracia radical de Graeber es
procedimental: lo que cuenta principalmente es cómo se llega a la toma de decisiones,
aunque, eso sí, siempre partiendo de la base de los valores que, según Graeber, representan al
anarquismo: solidaridad, autonomía y horizontalidad. [11] Esta propuesta se
opone a la democracia representativa que, en nombre de la eficacia, acaban red uciendo
todo su contenido a los resultados electorales. Este y el siguiente epígrafe
tratan de subrayar algunas características que diferencian la democracia
directa o radical de la representativa.
Su
anarquismo, por consiguiente, no es una doctrina, ni una teoría para explicar
la realidad, “es un movimiento, una relación, un proceso de purificación,
inspiración y experimento” (Graeber, 2009: 216). Son la imaginación y la
creatividad que definen la naturaleza humana, en resumidas cuentas, las que
guían la acción revolucionaria. Pero para eso, no basta, como decimos, con
teorizar, hay que practicar activamente la creación libre, aunque la mayoría de
las veces haya que combatir contra nemigos poderosos. Debemos actuar como si fuéramos
totalmente libres, es decir, como si el Estado no existiera, como si nadie nos
impusiera una burocracia que ahogue uestra imaginación, como si la ideología
capitalista no cercenara nuestros horizontes de creación, etc. Obviamente,
Graeber es consciente de que ese “como si”, no es lo mismo que ser por completo
libre, pero es el primer paso para la revuelta, para precisamente enfrentarse a
lo que impide la completa expresión de lo más esencial de la naturaleza humana,
la libertad (ib., p. 506).
¿Y cómo
se articula el modo de actuar “como si fuéramos efectivamente libres”? Desde la
óptica del neosituacionismo del antropólogo estadounidense, mediante cualquier actuación
que nos presente a los ojos de los demás como tales. Hay muchos ejemplos, algunos
relacionados con modos de vida, como la vida bohemia, o la subcultura punk, la hippie,
el primitivismo, etc. todos ellos, y muchos más, cuestionan a su manera el
estilo de vida que impone el capitalismo. Pero también actos más directamente
políticos, como las reuniones de asociaciones en las que el consenso es la
piedra angular de las relaciones entre sus miembros. Íntimamente relacionadas
con este tipo de reuniones, se encuentran las acciones directas, donde hay
normalmente un enfrentamiento con los cuerpos represores del estado, con la punta
de lanza del capitalismo. Ni que decir tiene que esta categorización, a pesar
de ofrecer un panorama general útil, es incompleta y, en absoluto, pretende
afirmar que estos tres posibles aspectos se encuentren separados por completo. Por
ejemplo, se pudo ser un punk underground a finales de los 70 en Londres, haber llevado
una vida completamente al margen del sistema, haber participado en multitud de altercados
en acciones directas contra la policía, pero nunca haber participado en una asamblea
cuyo principio sea el consenso. O a la inversa, para participar en estas reuniones
no hay que llevar una vida alternativa ni tan siquiera pretender participar en
una acción directa. En cualquier caso, hay ocasiones, especialmente valiosas
por su valor simbólico, en las que una reunión de “antisistemas”, [12] puede
ser también a la vez una acción directa, como en el caso de Occupy Wall Street
y el 15-M entre otros, dado que se daban a la vez los espacios de debate y la cción
contra el orden establecido (ocupación material de un área pública - Zuccotti
Park- unida al simbolismo de la zona, justo en frente de la sede del mercado de
valores estadounidense, uno de los símbolos del capitalismo global). Tanto
Occupy como el 15-M (las Primaveras Árabes en menor medida debido a las
cruentas represiones en la mayoría de los casos) dejaron patente que la creencia
impuesta de que el mercado era el único modo “humano” de organizarse, era sólo
una posibilidad entre otras. [13]
Por este
motivo, el objetivo de los movimientos horizontalistas, en opinión de Graeber, consiste
en primer lugar en relativizar la afirmación de que no hay otra alternativa.[14]
Sin embargo, a diferencia de la mayoría de grupos revolucionarios de
inspiración marxista, no intentan imponer un ideal de sociedad más justa, ni el
camino para conseguirla, ni tan siquiera una interpretación de la realidad
social. Podría decirse que lo importante para los anarquistas herederos del
situacionismo como Graeber, es que haya una alternativa, tener la posibilidad
de poder colarse por la rendija de la alienación cotidiana y sacar a la luz esa
creatividad acallada por la burocracia capitalista. A partir de ahí, como ya
hemos visto, será el azar, el contagio, la oportunidad, la capacidad de las
personas de proponer escenarios e ideas, de argumentar y de dejarse seducir por
las opiniones de los demás los que operen el nuevo camino hacia una sociedad de
individuos libres.
Esta
confluencia de factores se encuentra de manera más clara en las asambleas,
donde, además, más patente quedan los tres principios del anarquismo:
autoorganización, apoyo mutuo y asociación voluntaria. Pero, en realidad, tanto
en la acción directa clásica (ocupaciones, piquetes, fiestas callejeras no
autorizadas, ocupaciones, etc.) como en las reuniones podemos experimentar el
principio general de la acción anarquista, que es casi un imperativo de la
praxis: actúa como si fueras realmente libre. [15] Después de todo, lo que se
pretende con este imperativo es la constitución de un contrapoder o poder
blando en el sentido en que lo tratamos en el primer apartado.
Consenso y veto
El factor
clave en las reuniones de carácter horizontalista para que surja el ambiente de
autoorganización y solidaridad es el consenso. Su particularidad reside
simplemente en que la opinión de cada cual cuenta exactamente como la de los
demás y, además, nadie puede ser obligado por una opinión ajena que considera
contraria a sus principios. Estos principios pueden ser condensados en cuatro
puntos generales: 1) Todo el mundo que crea que tiene algo relevante que decir
respecto a un tema, tiene el derecho a que se le escuche; 2) todo el que tenga
objeciones u opiniones contrarias debe ser tomado en cuenta; 3) cuando alguien
considere que una propuesta viola las normas del grupo, tiene derecho a veto;
4) nadie debería ser forzado a la conformidad con las propuestas tratadas en la
reunión (Graeber, 2013: 211).
Partiendo
de estos puntos, se pretende sentar las bases para la toma de decisiones entre iguales.
En general, los argumentos “realistas” contra este modelo suelen señalar las obvias
dificultades que entrañan la toma de decisiones bajo estos presupuestos. Pero para
los horizontalistas esto no es una restricción, sino una inmensa fuente de
creatividad. Nadie niega que una organización donde un pequeño comité toma
todas las decisiones es más operativa que uno que da el derecho de expresión y
de veto a todos los participantes, pero seguramente, la cantidad de ideas y la
calidad propuestas (por no hablar del compromiso de los participantes con las
mismas) que surjan de una asamblea como las de Occupy será, muy probablemente,
mucho mayor. Los realistas, que normalmente pertenecen o simpatizan con
organizaciones verticales, tienden a analizar la acción política según el eje
acción-efecto. La acción en sí posee poco valor, lo más importante es el
impacto que produzca. Por ejemplo, una manifestación (acción) debe tener una amplia
repercusión en los medios (efecto). Poco importa el cómo, es el cuánto lo que justifica
todo. De ahí la importancia de asistencias a manifestaciones, así como las interpretaciones
de los datos. En cierto modo podría decirse que se cosifica la actuación de los
individuos que participan en esas movilizaciones, ya que poco importa cómo
actúen en la acción, o lo que realmente piensen. Lo que importa es el espacio
físico que ocupan, el bulto que hacen, en definitiva. Esto es un modo de
alienación, puesto que, como hemos expuesto en el segundo apartado del presente
ensayo, no se tiene en absoluto en cuenta la “capacidad para imaginar cosas y
hacerlas realidad de los participantes”.
En
cambio, en las asambleas que defienden el consenso, lo que cuenta es la
propuesta, Es decir, el fruto de la imaginación creativa. Son espacios sin
alienación, puesto que los participantes en ellas tienen el control sobre su
imaginación. La libertad equivale a autonomía en este caso, aunque claro, debe
haber unas normas que posibiliten la toma de decisiones verdaderamente libres y
sin coacción. De ahí la importancia de los cuatro puntos antes mencionados, y
en especial de derecho a veto. La capacidad de cada persona de bloquear, desde su criterio
personal, toda decisión tomada por el grupo implica una gran responsabilidad
tanto personal (en el modo de usarlo) como grupal (en el respeto a ultranza de
ese derecho). En la aplicación de este derecho surgen multitud de problemas,
como no puede ser de otro modo, [16] pero para Graeber es la mejor forma de asegurar
que la voz de todos los participantes pueda ser oída. Poder vetar cualquier disposición
adoptada en una asamblea nos asegura, por ejemplo, que en caso de que se formen
grupos de poder que intenten imponer resoluciones, esto pueda ser evitado con un
solo voto. [17]
No deja
de ser curioso que la democracia directa se base también en la coacción, aunque
esta afirmación ha de ser matizada. La representativa, o mejor dicho, la que
resuelve la toma de decisiones en común con una votación final, funciona al fin
y al cabo mediante la imposición de la mayoría sobre la minoría. En la
democracia radical que defiende Graeber, el ideal es el consenso, pero se
cimenta en la posibilidad de que todo el mundo pueda vetar cualquier propuesta,
lo cual, en cierto modo es una coacción del individuo al grupo. Sin embargo,
tal y como se ve en numerosos ejemplos reales en Direct Action, es una coacción
interiorizada por todos los participantes, y que influye profundamente en las exposiciones
de las propias posiciones. En ese sentido, es una coacción necesaria para la
práctica anarquista de la libertad. Es bien sabido que la democracia liberal
necesita la fuerza para imponerse (ley, fuerzas de orden público, etc.), pero
lo realmente valioso desde la posición de Graeber es que esta fuerza (que
representa el poder de veto) está en manos de todos individuos que participan
en las reuniones. El poder sigue existiendo, lo que cambia ahora es que no lo
ostentan las élites.
Pero,
además de eso, es importante subrayar el hecho de que, además de ser un derecho
de todos, sólo puede ser aplicado de una manera: o se ejerce o no, lo cual
quiere decir que sólo hay un “nivel” de fuerza en la coacción, y nadie, por tanto,
tiene privilegio alguno sobre el resto. Al contrario que en las votaciones
clásicas, donde sí que hay a menudo votos de calidad (por ejemplo, de algún
cargo importante en la organización, de alguna minoría, de alguna zona de
proveniencia, etc.), el derecho a veto garantiza a todo el mundo que su
aplicación tendrá el mismo efecto derogador independientemente de quién haga
uso de él.
Llegado a
este punto podemos retomar la expresión de Graeber que da nombre a su último
libro, La utopía de las normas, pero dándole un significado opuesto:
Graeber entiende la utopía en un sentido crítico, irónico podría decirse,
porque cuando habla de “utopía de las normas” en el capitalismo burocrático,
entiende que es exactamente lo contrario, una distopía cuyo modo de ahogar la
libertad individual son precisamente las leyes, las costumbres, etc. Sin
embargo, podemos hablar de una verdadera utopía de las normas si partimos de
los ejemplos que nos brinda Graeber, si entendemos que el contrapoder que representan
las asambleas anarquistas (como las de DAN, Occupy, etc.) es una verdadera
utopía en la que las normas básicas (los cuatros puntos ya indicados) aseguran
la igualdad de todos los individuos. En ese sentido, las “normas” libremente aceptadas
por los participantes y que rigen la toma de decisiones en común conforman esencialmente
la utopía de la igualdad y la libertad. Dicho de otro modo: la utopía es posible,
pero para ello son necesarias reglas, aunque, eso sí, estas deben estar encaminadas
a proteger la libertad y la creatividad de todos los participantes por igual. Esto
contradice la idea demasiado extendida de que el anarquismo es ausencia de
reglas.
Es justo
lo contrario, el anarquismo lo que busca (al menos en la versión asamblearia de
Graeber) es que las normas no sean impuestas por las élites, sino que los
individuos se doten mediante el consenso y el respeto mutuo de un conjunto de
reglas para resolver los conflictos sociales. Esa es la verdadera utopía de las
normas.
Conclusiones
A modo de
conclusión, recopilaremos los dos sentidos principales que hacen al anarquismo
asambleario que defiende Graeber más relevante políticamente. Por un lado, el
ya indicado valor como ejemplo/contagio: el público ve desde fuera que es
posible una verdadera democracia en funcionamiento, esto despertará en ellos un
entusiasmo revolucionario al ver cómo la libertad, en efecto, puede ser la base
de una nueva sociedad conformada por individuos solidarios que se dotan a sí
mismos las reglas. Pero hay un sentido más, estrechamente emparentado con éste,
que supone un matiz que lo lleva un poco más allá:
<<Un
movimiento basado en los principios de la acción directa [los mismos que los de
las asambleas], es un movimiento dedicado permanentemente a intentar redefinir
la situación. Insistir en que las reglas del juego, sean cuales sean, pueden
siempre ser renegociadas [...], es solo un aspecto de un desafío mucho más
profundo a la autoridad>> (Graeber, 2009, p. 506-507).
¿A qué se
refiere Graeber cuando dice “un desafío mucho más profundo a la autoridad”? ¿Mucho
más profundo que qué? Que la acción directa o que la asamblea misma, sería a nuestro juicio la respuesta. Ambas pueden
constituir, en efecto, un contrapoder temporal y servir como ejemplo, pero eso
se acaba cuando finalizan todos los estallidos revolucionarios. Lo “más
profundo” es demostrar que las narrativas dominantes no son ni eternas ni
responden a una supuesta realidad objetiva. Como decíamos en el primer
apartado,
para Graeber toda organización social surge como interpretación de un conflicto
social, como una búsqueda de una solución al mismo (Graeber, 2004: 20). La
imposición del capitalismo en nombre del “realismo”, que en nuestros días se
realiza en su mayor parte mediante la burocracia, es, en consecuencia, una
interpretación (violenta) de los conflictos sociales generados por el propio
capitalismo desde sus inicios hasta nuestros días. De lo que se trata, defiende
Graeber, es de buscar un nuevo modo de hacerlo, de convertir el poder duro en
un contrapoder, es decir, reformular una nueva interpretación de la realidad de
tal modo que los conflictos actuales y los futuros sean solucionados con nuestras
propias recetas consensuadas. En resumen, parafraseando a Kropotkin, lo que no
es “realista” es pensar que la imposición es la mejor solución al conflicto. El
realismo, en opinión de Graeber, debe buscar la mejor de las soluciones y para
eso se requiere del mayor número de inteligencias creativas posibles. La
represión de la inteligencia, por el contrario, privilegia siempre algún
interés privado, alguna ideología o a ambos. Por tanto, lo “más profundo” es la
posibilidad de la redefinición continua de la realidad social partiendo de los
individuos libres, autónomos y solidarios. De sus actos acordados en base a
los principios de apoyo mutuo, autoorganización y asociación voluntaria se abren
multitud de horizontes de posibilidades, tanto a un nivel macro como micro.
Nivel macro en tanto que sociedad en conjunto, es decir, podemos trazar las
líneas generales de nuestra convivencia como comunidad. A nivel micro como
individuos. Aquí se atisba otra idea clave en toda la obra de Graeber: la
interacción libre, sea esta una acción directa
propiamente
dicha o una asamblea horizontal, es mucho más que una simple compilación de opiniones.
El respeto mutuo y la voluntariedad obligan a un reconocimiento del otro que
cambia radicalmente los valores individualistas prevalentes en el capitalismo
actual. Los otros (las demás “subjetividades” en palabras de Vaneigem), en
consecuencia, pasan a ser algo más que unos votos o un sumatorio de opiniones
singulares. Se convierten en horizontes revolucionarios totalmente legitimados.
A partir de esta nueva forma de entender a los demás, podemos aspirar a una
comunicación alternativa, que hunde sus raíces en el reconocimiento pleno de que
mi libertad es igual de valiosa que la de los demás. La espiral de creatividad
que surgirá en los debates asamblearios gracias a estas nuevas actitudes
aportará sinergias y círculos virtuosos de creatividad y espontaneidad mucho
mayores que los que se pueden esperar de la creación individual restringida al ámbito
de lo particular. Por consiguiente, entendido desde una perspectiva más amplia (macro),
esta creatividad plural producirá grandes cambios a gran escala difíciles de predecir.
Esto ya
es una redefinición de la realidad, trabajar desde este punto de partida, tal y
como ha ocurrido en los casos que presenta Graeber (EZLN, DAN, 15-M, Occupy,
etc.), depende en mayor o menor medida del azar, de la capacidad para
transmitir los valores con los que se trabaja, de los posibles frutos, etc. Ese
es el triunfo del anarquismo, por decirlo con Graeber. Para el utilitarismo
individualista neoliberal, “triunfar” significa acceder a bienes o estatus que
pocos poseen. También este concepto debe ser cuestionado: el triunfo de los
estallidos revolucionarios horizontalistas implica haber sido capaces de crear
estructuras de contrapoder basadas en valores alternativos a los dominantes,
tales como la solidaridad y la autoorganización; en suma, victoria del anarquismo,
a pesar de todo lo que queda por hacer, es la afirmación de que es posible una
nueva redescripción de lo que es la vida cotidiana en común.
Bibliografía
Graeber,
D. (2004). Fragmentos de una antropología anarquista. Traducción Ambar Sewell.
Barcelona: Virus.
__ (2001) Toward an Anthropological.
Theory of Value. New York: Palgrave.
__ (2007). Lost People: Magic and the
Legacy of Slavery in Madagascar. Bloomington: Indiana University Press.
__ (2013). The Democracy Project. A
History, A Crisis, A Movement. New York:
Spiegel & Grau.
__ (2014). Debt. The First 5000 years.
Brooklyn: Melville House.
_ (2009). Direct Action. An Ethnography. Edinburgh:
AK Press.
__ (2015).
La utopía de las normas. De la tecnología, la estupidez y los secretos
placeres de la burocracia. Barcelona: Ariel.
__ (2002). “The New Anarchist”, New Left Review 13, January/February
2002, pp. 61-74.
Graeber, D., Shukaitis, S., Biddle, E. (2007).
Constituent Imagination. Militant Investigations. Collective Theorizations.
Edinburgh: AK Press.
Notas
[10] Esta
es la teoría, la práctica no presenta un panorama tan idílico. De hecho, aunque
este tipo de movimientos horizontalistas estén, en principio, abiertos a todo
el mundo, y aunque no haya un “aparato” político como tal, la realidad es que
las relaciones en el seno de estos grupos suelen tender a reflejar filias,
fobias, intereses de clase, racismos, etc. También el acceso a estos grupos es
menos libre de lo que predican los defensores del horizontalismo radical. McKee
se refiere a estas contradicciones como el “mito de la inclusividad
democrática” (McKee, 2016, p. 110).
[11] Por
tanto, dado que se incluyen estos valores como parte esencial e inalienable del
proceso de decisión, es a su vez material
[12] El
sobrenombre de “antisistema”, así como el de “antigloba
lización”,
tiene una connotación negativa al asociarse a ciertos grupos (Black Blocs) que
propugnan la acción directa violenta. Pero lo cierto es que no todo antisistema
abraza la violencia como medio; de hecho, Graeber representa una corriente que
da todo el protagonismo a la creación y a la imaginación. Ciertamente, se puede
ser anticapitalista con y sin violencia.
[13] La
cuestión de cómo se llega a plantear un movimiento de resistencia como a los
que nos estamos refiriendo es una cuestión interesante pero que desborda los
límites del presente ensayo. En la obra del mismo Graeber, no se explica a fondo
cómo se llega a constituir un grupo. En cualquier caso, la cuestión parece
clave si lo que se pretende es dar una explicación de un calado más sociológico
de la realidad política que representan estos movimientos. En ese sentido, para
el caso español del movimiento 15-M tenemos, por ejemplo, este estudio que nos
puede marcar una pauta de por dónde puede ser ampliado el estudio de los
movimientos alternativos: Razquín, A. “Desbordamientos y viaje hacia la izquierda.
Prehistoria del movimiento 15M: de #Nolesvotes a Democracia Real Ya” Daimon.
Revista Internacional de Filosofía (64), pp. 51-70, 2015.
[14] Lo
que se conoce como TINA (There Is No Alternative).
[15] En
cualquier caso, y por muy hermanadas que se encuentren las reuniones y las
acciones directas, sí que hay diferencias relevantes. Las primeras son un
espacio libre de solidaridad y respeto, centrado la mayoría de las veces en la búsqueda
del mejor plan para la realización de una acción directa, que se caracteriza
por la confrontación directa con los representantes de la autoridad. Ni que
decir tiene que estos enfrentamientos no tienen por qué ser violentos (aunque a
menudo lo sean), pero su principal objetivo es el mismo que el de la asamblea:
demostrar que la fuerza de la autoridad es un escenario posible, una
interpretación de la realidad social, no el único (Graeber, 2009, p.359).
[16] Para
más información acerca de cómo se aplica el veto en particular y cómo tienen
lugar estas reuniones, recomendamos la lectura de Direct Action. An
Ethnography, en el cual se encuentra abundante material sobre las asambleas
del colectivo Democracy in Action (DAN), donde Graeber realiza una etnografía a
partir de su participación en las mismas.
[17] El
veto también es un tema conflictivo, ya que, si bien su aplicación es un
derecho de todo participante, los grupos de poder pueden aprovecharse de él en
situaciones críticas para favorecer sus intereses.
[Este
post es la parte final de un texto más extenso, titulado “El triunfo del
anarquismo. Conflicto, poder y creación en David Graeber”, que en versión
completa es accesible en https://digitum.um.es/xmlui/bitstream/10201/58740/1/n8-12-el-triunfo-del-anarquismo.pdf.]
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