Tomás Ibáñez
*Un
libro que recoge textos de Corsino Vela, Santiago López, Tomas Ibáñez, Miguel
Amorós y Francisco Madrid; publicado en Logroño por Editorial Pepitas de
Calabaza, 2018.
Este volumen colectivo presenta, con una
panorámica amplia, visiones diferentes e inéditas del llamado «conflicto
catalán». Son aportaciones hechas desde dentro y todas ellas nos ayudan sin
duda a comprender qué ha pasado (y qué está pasando) en esta parte del mundo.
La lucha por un cambio de dependencia más que
por una independencia, el conflicto entre élites, la fe irracional en la idea de
nación, las cuestiones económicas, la participación en las movilizaciones de
determinados colectivos anarquistas o la mercantilización de la lengua son algunas
de las espinosas cuestiones que se abordan en estas páginas.
Estos textos buscan no solo atizar el debate
entre aquellos que viven en Cataluña —al margen de que hayan participado o no
en las movilizaciones— sino servir a todos aquellos que —allende Cataluña—
quieran entender lo que está ocurriendo.
La mayoría de las informaciones aquí
expuestas no se han visto reflejadas en los medios de comunicación. Tampoco los
enfoques con los que los hechos se abordan. Y ahí radica el valor este libro
(además de la importancia documental de los propios textos, escritos en caliente):
ofrece los puntos de vista sobre el llamado «conflicto catalán» de una
corriente de pensamiento que sigue viva aunque se la quiera invisibilizar.
Los autores de este libro viven (o han
vivido) en Barcelona. Todos ellos llevan décadas impulsando el pensamiento
crítico y participando en diferentes grupos y espacios antiautoritarios.
Dilemas en el laberinto catalán
Las 5 “crónicas intempestivas” que recoge el
libro manifestaban mi perplejidad ante las posiciones de algunos sectores
libertarios frente a un referéndum que se convocaba nada menos que para la
creación de un Estado. Lo que pretendo abordar ahora, es la cuestión del “¿qué
hacer?” en el marco del laberinto catalán, y
concretamente el dilema político que plantea ese “¿qué hacer?”.
La verdad es que para quienes participamos de
una sensibilidad anarquista, y somos por lo tanto, a la vez, apátridas,
antinacionalistas, anticapitalistas, y antiestatalistas no resulta nada fácil
decidir “¿qué hacer?” en este contexto. Lo que sí es seguro es que en
situaciones complejas lo menos indicado es buscar refugio en las aguas
tranquilas de las seguridades doctrinales. Porque cuando existen argumentos de
peso a favor de una cosa y de su contraria es decir, cuando las situaciones son
realmente dilemáticas, no se puede sepultar las dudas ni descalificar las
fluctuaciones.
Por una parte, está claro que cuando surge un
movimiento de lucha popular nuestro sitio es estar ahí, y que frente a la
represión resulta imposible permanecer indiferentes. Es cierto que generalmente
esos movimientos populares son heterogéneos tanto en cuanto a su composición,
como en cuanto a sus objetivos. Sin embargo, contra un deseo de homogeneidad
que es escasamente libertario, conviene repetir hasta la saciedad que “solas no
podemos”, y que luchar exclusivamente con quienes comparten nuestros postulados
conduce a la ineficacia y al empobrecimiento de las perspectivas. Es preciso
mestizar las luchas y las perspectivas si no queremos caer en el absurdo de que
teníamos que inhibirnos en Mayo del 68, o durante el 15 M porque se trataba de
movimientos heterogéneos. La gama de argumentos para justificar que nos
involucremos en “el laberinto catalán” es amplísima: posibilidad de abrir
grietas, de desbordamiento, de socavar el régimen del 78, de tejer
complicidades en el fragor de la lucha, de fomentar desobediencias, de
debilitar el Estado, de abrir un proceso constituyente desde abajo, y, todo
ello, sin tener nada que perder si se proclama una República en sustitución de
una Monarquía, o si saltamos desde un Estado español a uno catalán, etc. etc…
Sin embargo, frente a esa larga lista hay
otros argumentos que nos avisan de que este es uno de esos conflictos en los
que no tenemos porqué implicarnos. Acudiré a dos de esos argumentos:
En primer lugar, está claro que participar en
este conflicto es sumar nuestras fuerzas a quien lo está protagonizando, que es
el independentismo y es por lo tanto fortalecerlo. Pero resulta que, dada su
actual composición política, lo que estamos haciendo con ello es fortalecer el
naciona-lismo catalán, con el agravante de que eso no resta ni un ápice de
fuerza al nacionalismo español sino que lo potencia. Así que el resultado de
nuestra implicación en el conflicto consiste en potenciar no uno, lo cual ya
sería incongruente, sino dos nacionalismos, y eso ya es el colmo para quienes
nos definimos como libertarios y libertarias.
En segundo lugar, la razón por la cual
resulta incongruente sumar nuestra fuerza al independentismo no radica en el
hecho de que la lucha por la independencia se proponga crear un Estado. Porque,
vivir y luchar en un Estado español o en uno catalán no plantea ningún problema
específico. En realidad, aquí el
problema no radica tanto en la forma que se pretende dar a lo que se independiza,
sino en ¿qué es? lo que se independiza. Porque si lo que se trata de
independizar, así como la entidad donde se halla buena parte de las energías
para conseguirlo, se concibe como una nación, aunque esta no se defina en
términos étnico-culturales sino políticos, entonces se desemboca
necesariamente, inevitablemente, en una sociedad de clases, excluyente y
estatalista.
En esa medida, está claro que involucrarnos
en el conflicto es ayudar a promover unas estructuras tan represivas como las
que se pretende sustituir, y cabe preguntarse por lo tanto que pinta la gente
libertaria en esa aventura.
¿Quedarnos en casa el 1º de octubre? o
¿defender las urnas? Ahí estaba el dilema en un determinado momento.
Una parte notable de la gente acudió al
referéndum, ya sea para separarse de España y crear un Estado, ya sea para
defender las urnas porque si la gente quiere votar nadie es quien para impedirlo,
y mucho menos a porrazos.
Ahora bien, no deberíamos magnificar ni el
grado en el que esa participación fue una expresión de la voluntad popular, ni
la capacidad de auto organización que se manifestó. No debemos olvidar que no
fue la gente la que convocó el referéndum, fueron instancias de gobierno. No
fue la gente quien formuló la pregunta, fueron esas instancias. No fue la gente
la que diseño el operativo de las urnas, de las listas electorales, y del
sistema de gestión informática de los votos, fue básicamente un gobierno que
anhelaba pasar a gobernar, a medio plazo, un verdadero Estado.
Está claro que ante la desproporción de las
fuerzas el govern necesitaba
imperativamente la participación masiva de la gente, y supo gestionar las
emociones con la suficiente inteligencia para que muchas personas ob-decieran
al llamamiento lanzado por su Gobierno. Desde
entonces el dilema se ha desplazado hacia participar o no en los CDRs. Dilema,
porque es efectivamente en los CDRs don-de está lo que se mueve y lo que
desafía al Estado. Sin embargo, cabe que nos preguntemos si se trata de unas
figuras que presen-tan tonalidades libertarias, o si estamos ante un simple
señuelo para enrolar a nuevos aliados.
Aquí también, existen argumentos de peso para
cada punto de vista, y eso convoca lo que me ha dado por denominar el síndrome
de Ulises. Creo que cuando los cantos de sirena parecen irresistibles hay que
huir de la tentación de taparse los oídos a fin de preservar los principios. Al
contrario, hay que prestarles una especial atención, pero tomando unas mínimas
precauciones para no dejarnos embaucar por su melodía. Ulises lo logró haciendo
que lo atasen al mástil de su barco. Mi sugerencia es que nos expongamos
plenamente al canto de los CDRs, pero anclando nuestra nave en unos pocos
principios que nos ayuden a valorar su sentido.
A mi entender, cuando de lo que se trata es
de involucrarnos en movimientos heterogéneos esos principios remiten a tres
consieraciones muy simples. En 1er lugar, quienes son los principales
integrantes de esos movimientos, es decir cuál es su composición social y
política. En 2º lugar, cuál es su grado de horizontalidad y de autonomía, real
y no solo formal. Somos mínimamente dueños de nuestras agendas o están en otras
manos. Y en 3er lugar, en qué grado sus objetivos son suficientemente
compatibles con los valores libertarios.
Mi sentimiento personal es que los CDRs, no
tal o cual CDR en particular, sino los CDRs en su globalidad, es decir, en el
conunto del territorio catalán, fallan en relación a cada una de esas tres
consideraciones. Esto no significa que no haya aquí materia a debate, porque si
está bien claro que los cantos de los CDRs, son muy atractivos, sin embargo, no
parece que esté tan claro en nuestros medios que sean de sirena, y esa circunstancia
puede hacer que Ulises descuide su prudencia y se deje embaucar, que es, a mi
entender, lo que está ocurriendo actualmente.
[Reseña
difundida por la publicación Siglo XXI
# 34, Madrid, mayo 2018. Número completo accesible en https://drive.google.com/file/d/1rxbG296y1K7ESe78PiVvnMJRkoP7OT2l/view.]
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