José Luis García Rua (1923-2017)
Desde que
el movimiento libertario aparece en la historia organizado y estructurado, con
un horizonte finalista y con un comportamiento táctico consecuente con sus
principios, es decir, desde que el movimiento histórico que asume las ideas
anarquistas se hace plenamente consciente de sí mismo, los Ateneos Libertarios
vienen jugando un papel de primer orden, una tarea esencial, sin la cual todo
movimiento libertario se muestra siempre como algo incompleto.
Por no
comprender eso, algunos historiadores cometieron errores de bulto en cuanto a
la calificación de la extracción social de los componentes de la 1ª Internacional
en Andalucía, ya que no supieron explicarse cómo era posible que entre ellos
hubiera sólo un 20% de analfabetos cuando la media general de analfabetismo era
del 70%.
Otros
investigadores, en cambio, saben valorar el importantísimo papel que el
Movimiento Libertario y sus Ateneos en particular, desempeñaron en la tarea de
la difusión cultural y de la ilustración popular en general, y reconocen sin
ambages la gran distancia que hay entre el Movimiento Libertario y otros
movimientos político-sociales desde el punto de vista de su actividad e in‑uencia
en el camp de la culturización popular.
Sin duda,
en cuanto a impulso, late aquí más de una veta del movimiento ilustrador del
siglo XVIII y de las finalidades del enciclopedismo. Como impulso y también como
actitud de valoración positiva de la razón, frente a la ideología tradicional, y
de la cultura y el conocimiento, como armas de liberación social. Sólo que en
el caso del Movimiento Libertario se ha desplazado el sujeto de referencia
desde la burguesía ilustrada al proletariado y campesinado militante, y a este
desplazamiento contribuyó, sin duda, en buena medida el llamado “socialismo utópico”
francés en el trayecto que va de Saint-Simon a Cabet, pasando por Fourier y las
aportaciones británicas de Robert Owen, así como los movimientos derivados de
éste.
El peso
mecánico de esta “herencia”, da lugar en ocasiones a ciertas actitudes de
culturolatría o adoración de la cultura que priva a ciertos medios o
“individuos libertarios”, de los
instrumentos críticos propios, para desvelar el costado negativo de la cultura
como ideología subrepticia del poder como sistema impersonal de normas que
obstaculizan la creatividad y la libertad de expresión, en la medida que
favorecen el discurso y el comportamiento tópicos. Sin embargo, también es históricamente
probado, que los discursos críticos frente al fenómeno cultural, tales como los
desarrollados por cínicos, epicúreos y estoicos, o los alegatos contraculturales
roussonianos del “Discurso sobre las ciencias y las artes” en una línea de desarrollo
que llega hasta el “Malestar en la Cultura” de Sigmund Freud, han encontrado siempre
en los canales libertarios las formas más idóneas de expresión; lo mismo que es
un hecho probado en Historia del Arte, que el iconoclastismo sucesivo de los últimos
cien años estuvo, también sucesivamente, alimentado por savia libertaria o
libertarizante. El hecho es que en los medios libertarios se ha venido
manteniendo esta actitud pendular, crítica, por un lado, instrumental por otro,
ante el fenómeno de la cultura, y que, en los mejores casos, estas dos actividades
se complementaron creativamente, si bien en ocasiones se contrapusieron negativamente.
Pero, aún
contando con el peso de esta tradición ilustrada, las verdaderas raíces de esta
valoración del fenómeno cultural hay que buscarlas en la esencia misma del modo
de pensar y ver del libertarismo militante. Desde Godwin y
Proudhon hasta los más modernos pensadores ácratas, en toda la literatura
anarquista, así como en cualquier comportamiento organizativo libertario, trasparece
siempre, por principio, la valoración de la incorporación positiva, no
puramente refleja, del individuo. El libertario espera del individuo, y se
exige de sí mismo como tal, para el concurso de la tarea común, una aportación
personal que multiplique la fuerza de aquélla, en razón de su carácter voluntario
y que enriquece las formulaciones comunes, en razón de la originalidad de sus
particulares matizaciones. Es pues lógico que el movimiento libertario busque
por todos los medios, allegar a los individuos los modos e instrumentos por los
que el
sentir, el saber y la fuerza de aquéllos se potencie y aquilate de cara a la
superación sucesiva y creciente de situaciones que los engloban y les
conciernen junto con otros.
Este es
el momento crucial de la diferencia de la visión global libertaria con las doctrinas
sociales de carácter determinístico, “verbi gratia” el marxismo. Si, como creen
los marxistas, la conciencia es un puro reflejo de la sociedad en que se vive,
la única manera de transformar una conciencia torcida y malforme es transformar
la sociedad que la genera de esta guisa. De manera que es normal que, en base a
esta conclusión, la práctica marxista se aplique, en primer término, al cambio
social global por el camino más corto que es el de hacer comprender a esas conciencias
deformadas un par de ideas simples y oportunas, y entre ellas, sobre todo, la
idea de la necesidad que tienen de creer a ciegas en la “vanguardia
consciente”, científica y salvadora, para ser conducidos adonde los imperativos
del análisis científico hagan decidir a éstos. Visto así, se ve también la
necesidad de las mareas y marejadas políticas en las que las “masas” son
movidas por las “vanguardias” en base a “necesidades”. Y bien, nada de esto es
visión libertaria. Lo libertario es contemplar las interrelaciones de lo que
suelen llamarse “todo” y “partes” como condicionamientos del sistema social; sistema
social que se presenta, antes que nada, como sistema de contradicciones, en el
que se oponen, desde luego, estructuras, pero estructuras cuyo eje definitorio es
un denominador común de comportamientos y necesidades, y precisamente, por ser
denominador “común”, remite a lo no-común, a lo original irreductible.
Lo
libertario es el reconocimiento de este elemento último irreductible. Así como
la negación de que el fin justifique los medios. El átomo social es el individuo,
que no es nada sin los demás, pero donde lo demás tampoco es nada sin él.
Y, en
cuanto a lo 2º, he aquí el principio libertario: a tal medio tal fin; o dicho
de otro modo, el fin es un término itinerante unido a los medios por la
congruencia cualitativa, y, por lo tanto, el resultado no es nunca indiferente
a los medios que se empleen para llegar a él.
Hasta
aquí una aspecto de la multiforme actividad del Ateneo Libertario: banco de
datos, gimnasio de la idea y del discurso, eso, “Olivo del Búho”. Pero toda preparación
intelectual y moral en los medios libertarios, se hace por y para la vida, para
limpiarla de las lacras con las que los sistemas sociales la inficionan, para
denunciar los males donde la contradicción los detecte, para husmear lo hermoso
de la cara oculta del mundo. Es, pues, el Ateneo Libertario una palestra de
crítica y un crisol donde se da a luz los nuevos valores, donde se da sepultura
a los viejos y donde se repristinan los injustamente olvidados.
Que
nadie, sin embargo, confunda el Ateneo Libertario con una Academia de puertas
abiertas. Academia es institución, Philae de la institucionalización de la
cultura, algo descaradamente propio del poder, o, veladamente instrumento del
poder. El Ateneo Libertario es algo muy diferente, es la calle, la calle en
casa, lo abigarrado, multiforme, sufriente y trágico de la calle, que se recoge
en un momento a meditar las razones del abigarramiento, la multiformidad, el
sufrimiento y la tragedia, y vuelve a salir a la calle con nuevo rostro y
nuevas energías, a luchar con la acción y con la idea, y a entrar vuelve, y
vuelve a salir, en un movimiento de vaivén continúo que apunta a unificar
progresivamente. A identificar absolutamente la calle con el Ateneo y
viceversa. Ningún aspecto de la calle es indiferente al Ateneo, hasta el
extremo de que, remedando al personaje de Terencio, el Ateneo podría decir:
“Calle soy y nada de la calle considero ajeno a mí”.
Por otro
lado, hoy los Ateneos Libertarios están en situación de desarrolla un papel aún
más importante que en el pasado.
La razón
es que la marcha del aparato productivo moderno está montado de forma que las
contradicciones económicas, junto a las consecuentes luchas sociales, van a ir
obligando al capitalismo a ir recortando progresivamente la jornada de trabajo.
De forma que, si el hombre del siglo pasado y de la primera mitad de éste, se
pasaba la mayor parte de la jornada en el lugar de trabajo y muy poco en su
casa y en su barrio, el signo del futuro inmediato va a ser justamente el
inverso. Por eso el capitalismo y su forma externa de poder que es el Estado, ante
el peligro potencial que esto entraña para ellos, se apresuran a poner en marcha
todos los artilugios técnicos de los medios de comunicación e influencia de
masas de los que disponen para programar ocios y ociosidades, con el objeto de
“entretener” al personal, es decir, seguir “teniéndolo-entre” las manos que en
su caso son garras rapaces. Aunque, a veces, como el que siembra vientos recoge
tempestades, el hombre-masa, deformado por esas programaciones, se les sale de
madre, y poniendo, consecuentemente, en práctica aquello para lo que está programado,
produce catástrofes monstruosas como la del Stadium belga de Heysel.
Aunque
esto no es lo normal, porque si la ideología siempre fue un arma de dominio del
Estado, hoy los medios de que éste dispone para hacerla eficaz son de un poder
terrible. Y como dice Chomsky: “La censura del Estado no es necesaria cuando el
totalitarismo ideológico está garantizado por el sistema”.
Así que los
sindicatos seguirán jugando un papel esencial, sin duda el más decisivamente
importante desde el punto de vista de la subsistencia material. Y aún cuando sólo
se trabajara una hora al día, mientras subsistan las situaciones que den lugar
a los conceptos de “salario”, “explotación” y “plusvalía”, entre otros hechos
negativos de la economía capitalista, los sindicatos tendrán el papel decisivo.
Pero el hecho de que, en la sociedad moderna, el obrero es también explotado y
manipulado como consumidor de toda clase de productos, materiales y culturales,
y el hecho de que esa otra forma de explotación vaya siendo progresivamente más
extensa, en el espacio y en el tiempo, y más intensa y sutil, en el orden psicológico
de penetración de la persona, hace también que los antídotos cobren, en la
misma proporción, una importancia excepcional. He aquí la nueva función del Ateneo
Libertario.
De forma
que éste tiene que ser hoy la plataforma desde la que los libertarios proyecten
su intento de expresión integral en todos los aspectos de lo cotidiano: la
comunicación ciudadana, la solidaridad viva, la formación convivente, el
ejercicio cultural crítico-poético (ambos en sentido etimológico original), la
matización lúcida como afirmación de la vida, el optimismo, la alegría y la
esperanza compartidas. Lugar, pues, de multiplicación de las esencias del
pueblo. Y como el pueblo sufre y es oprimido, explotado, humillado, agredido y vejado,
también los Ateneos deben ser plataformas de lucha y defensa. Requerirán por lo
tanto concepciones estratégicas y formaciones organizadas crecientes. De esta
manera los Ateneos se constituirán en los núcleos fundamentales de las
agrupaciones libertarias locales o de barrio, y deberán buscar la potenciación
de sus posibilidades por medio de la federación generalizada de Ateneos, lo que
comportará igualmente la federación generalizada de agrupaciones libertarias de
barrio y locales.
Serán
pues, los Ateneos los bancos de ensayo de la autogestión en vivo, los lugares
donde el Movimiento Libertario en su conjunto confluirá, el surco donde las ideas
anárquicas fructificarán en las inmediaciones de los pueblos.
[Publicado
originalmente en Emancipación Libertaria #
10, Valencia (Esp.), 2016. Número completo accesible en https://la-dahlia.org/sites/default/files/adjuntos/mac10.pdf.]
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