J.M.
Fernández Paniagua
[Primera parte en http://periodicoellibertario.blogspot.com/2018/03/para-leer-en-semana-santa-ateismo.html.]
Sébastien Faure publica en 1926 un texto
filosófico cuyo título lo expresa todo: Doce pruebas de la inexistencia de Dios. Por la importancia para el ateísmo moderno, nos detendremos en
la obra de Faure, el cual establece tres grupos en sus argumentos que aluden a
los rasgos atribuibles a la divinidad:
«Contra el Dios creador, Contra el Dios
gobernador o Providencia y Contra el Dios justiciero. En el primer grupo, son
seis los argumentos: la razón solo puede rechazar la hipótesis de un ser
verdaderamente creador, como recuerda el aforismo ex nihilo nihil fit (de la
nada, nada adviene) en contraste con la posterior teología cristiana; incluso
aceptando lo anterior, Dios (lo inmaterial, el espíritu puro) no puede haber
creado lo material al existir una diferencia cualitativa obvia; del mismo modo,
no puede haber una relación causal entre lo perfecto (lo absoluto) y lo
imperfecto (lo relativo, lo contingente), por lo que resulta imposible una
determinación entre ambos (Dios no existe o no es el creador o no es perfecto);
un ser supuestamente eterno, activo y necesario no pudo entonces estar inactivo
o ser innecesario, lo que se deduce de un acto de creación que implica un
principio u origen (en caso contrario, no hay acto de creación al entender que
el universo es también eterno); la idea de inmutabilidad de Dios también se
trastoca al comprender que ha sufrido dos cambios: ha deseado realizar una
cosa, la creación, y posteriormente la ha ejecutado (el deseo de querer es ya
una modificación, como lo es la acción o determinación); se entiende que hay un
propósito divino en la creación, mas resulta imposible para el hombre indagar
en él, por lo que tal vez dicho propósito no existe (aquí, la apelación al
misterio por parte de la religión evitará cualquier complicación).» [36]
Son cuatro los argumentos presente en el
segundo grupo. El primero de ellos sostiene que no puede creerse en un creador
perfecto al no ser compatible con un gobernador de las mismas características,
ya que ambos seres se excluyen categóricamente; la creación en origen de un ser
genial no puede haber dado lugar a una obra que demanda la mano de un
gobernador, ya que su necesidad significa el desconocimiento, la incapacidad y
la impotencia del creador. El segundo argumento de esta serie dice que la
diversidad de dioses atestigua que no existe ninguno, ya que si existiera un
Dios verdadero carecería de omnipotencia o de bondad para revelarse a todos por
igual, dos de los atributos que se le atribuyen. El tercer argumento hace
mención a la existencia del infierno como prueba de que Dios no es
infinitamente justo
ni misericordioso, sino un feroz e implacable
inquisidor. El cuarto y último argumento de este grupo insiste en el problema
del mal, cuya existencia en el mundo demuestra que, o bien Dios no es
omnipotente al no poder erradicarlo, o no es infinitamente bueno al no querer
erradicarlo.
El último grupo de argumentos, dirigidos
contra un Dios justiciero, recuerda que la existencia del hombre está
determinada por sus condiciones de vida, las cuales
habrían sido establecidas por la divinidad. El hombre es, en definitiva, un
esclavo de Dios y dependiente de él, por lo que difícilmente se le puede
achacar ninguna responsabilidad. Por lo tanto, no puede existir juicio, castigo
ni recompensa, para alguien que no es verdadero responsable. Al erigirse en
justiciero, Dios no es más que un usurpador que se apropia de un derecho
arbitrario y lo emplea contra toda justicia. Hilvanando con el último argumento
de la serie anterior, Faure considera que Dios es responsable de los dos tipos
de males; el segundo argumento de esta serie, y último de los doce, considera
que Dios viola las reglas fundamentales de
la equidad. Para concluir tal
cosa, se admite por un instante que el hombre es responsable, pero situando esa
responsabilidad dentro de los evidentes límites humanos. El mérito o la culpa
que pueda tener el hombre, siempre limitada y contingente, no resulta acorde
con la sanción y la recompensa, ya que ambas son eternas (cielo e infierno). En
la conclusión a sus argumentos, los cuales son un buen compendio de lo que es
la visión antiautoritaria sobre Dios, Faure invita a todo ser humano a que
declare la guerra a esa idea sobrenatural y absolutista que le mantiene sumiso
[37].
Dentro de este apartado de
ateísmo entendido desde una visión antiautoritaria, merece la pena recordar las
palabras de Bertrand Russell: "En cuanto abandonamos nuestra propia razón
y nos limitamos a confiar en la autoridad, nuestras dificultades no tienen
fin" [38]. El ateísmo de este autor, aunque desde un punto de vista
científico habría que denominarlo agnosticismo [39], asocia la creencia
religiosa con cierto engreimiento del ser humano al considerarse el centro del
universo. Russell invita a superar todos los mitos creados en torno a la
religión iniciando un camino de conocimiento que comienza con admitir los
temores propios y reflexionar siempre de manera racional. La religión se
muestra inequívocamente asociada al poder a lo largo de la historia, de tal
manera que los gobiernos necesitan de una población ignorante que abrace
cualquier credo irracional [40].
Ateísmo,
moral y conciencia
Iniciaremos a continuación el
repaso a una serie de conceptos desde el pensamiento ateo, tradicionalmente
acaparados por la religión y todavía fuertemente influenciados en la
actualidad, aun aceptando la imposibilidad de lograr una cohesión y uniformidad
y atendiendo también a algunos obras de
reciente publicación. Para iniciar el análisis de la moral, recordaremos en primer
lugar la frase de Albert Einstein: "Si la gente es buena solo porque teme
el castigo y espera una recompensa, somos efectivamente un grupo lamentable".
Aunque temamos caer en la simplificación, puede que ésta sea una de las claves
del pensamiento religioso en lo que atañe a la moral, un comportamiento
correcto se realiza para obtener ciertos beneficios (en el caso que nos ocupa,
sobrenaturales). Desde este punto de vista, el ser humano necesita la religión,
o cree necesitarla, para comportarse correctamente, aunque la vigilancia al
respecto suele ser muy terrenal para justificar la existencia del Estado.
Richard Dawkins, de forma muy irónica, afirma que se suele decir que la gente
necesita religión, cuando en realidad lo que necesita son policías. Por
supuesto, en ambos casos se trata de una visión simplista y hay que observar
los factores determinantes, todos muy humanos. En lo que estamos de acuerdo es
en que una moralidad, en ausencia de vigilancia, es más verdadera que aquella
que desaparece al no estar presente el vigilante, sea Dios o el Estado. Aunque
siempre hay que echar mano de las estadísticas, no resulta difícil creer que
las personas ateas posean una moral más sólida, ya que alguna clase de
humanismo habrá reemplazado el más bien frágil credo religioso [41]. Aunque es
habitual confundirlas, la moral y la ética no tienen el mismo significado. La
primera alude a los hábitos y comportamientos de los seres humanos y es posible
definirla como el conjunto de normas de conducta que se consideran válidas para
gran parte de una población. La ética puede describirse como la reflexión
acerca de por qué es válida una moral. La visión atea, o naturalista, suele
insistir en que la moral nació con la vida social, cuando los seres humanos
buscaron unas normas uniformes para ajustar sus conductas y convertir la
convivencia en más o menos previsible. En gran medida, la moralidad es producto
de la sociedad y el individuo acaba interiorizando unos determinados valores,
diferentes según el contexto social existente, que estimulan su conciencia
acerca de lo que es bueno o malo [42]. Desde este punto de vista, la moralidad
posee una naturaleza muy humana y relativa, ya que según las circunstancias se
favorece un comportamiento u otro; muy al contrario, las visiones absolutistas
propias de la religión ocasionan muchos más
conflictos, ya que las acciones más abyectas suelen justificarse en aras de un
ideal trascendente [43].
Es posible que toda nuestra civilización esté
impregnada de ese concepto de castigo y recompensa, basado en una concepción
inmutable de la naturaleza humana, por lo que examinaremos el ateísmo desde la
perspectiva de un horizonte moral todo lo sólido y amplio posible, trataremos
de apartar definitivamente la práctica moral de toda afiliación, práctica o
creencia religiosa e introduciremos el hecho de que existen factores biológicos
y sociales que explican nuestro sentido de lo que es bueno o malo. Un gigante
intelectual como Bertrand Russell consideró las dificultades de la
consideración religiosa de que la conciencia humana estuviera originada en la
divinidad. En primer lugar, parece que la conciencia dicta cosas muy diferentes
a cada individuo; en segundo, la psicología ha ido dando respuestas a los
distintos sentimientos de cada persona. Son las leyes causales, base del método
científico, las que pueden ayudarnos a comprender por qué existe tanta
diversidad en lo que motiva a la conciencia. Es precisamente la introspección
la que a veces conduce a olvidar el origen de los sentimientos y a convertirlos
en misteriosos. Si se quiere liberar a la ética de unas reglas externas, habría
que poner en duda la visión religiosa de la conciencia [44]. En una línea
similar, Carl Sagan consideró que el argumento de la conciencia como
demostración de la existencia de Dios no posee demasiado recorrido; hace ya
tiempo que los neurobiólogos mostraron una alternativa al explicar que la
conciencia es una función que depende del número y la complejidad de las
conexiones neuronales del cerebro. Respecto al argumento moral de los
religiosos, según el cual si el ser humano es moral es porque Dios existe,
Sagan está en la misma línea de Dawkins cuando señala que la selección natural
puede explicar muchas cosas sobre nuestro comportamiento; la adquisición de conciencia
sobre nuestro entorno hace posible que comprendamos muchas cosas y ver lo que
es bueno para nuestra supervivencia [45].
Aunque la ciencia no tenga mucho que decir
sobre la ética, sí es capaz de examinar las causas de los deseos y los medios
para realizarlos. Al no existir argumentos para probar que determinada cosa
tiene un valor intrínseco, habría que aceptar que las diferencias son cuestión
de gusto y no existe una verdad objetiva. Este subjetivismo tiene diversas
consecuencias, la más evidente es que conceptos religiosos como
"pecado" o "virtud" se anulan al
solo poder ser algo como bueno o malo según
unas circunstancias concretas. Desde un punto de vista biológico, pueden
comprenderse los valores también como producto de la evolución, entendidos como
lo que resulta agradable o desagradable en función del ambiente. No es posible
deducir, desde estas concepciones éticas desprendidas de todo origen
sobrenatural, otro concepto clave para el pensamiento religioso: la idea de un
propósito, cósmico o divino, en la existencia humana. La objeción de los
partidarios de valores objetivos, apoyada en las supuestas consecuencias
inmorales derivadas de este aparente relativismo, puede ser refutada apelando
al deseo y rechazando la creencia. Efectivamente, los deseos pueden ser
personales o impersonales, pero difícilmente podrán ser estimulados por una
creencia abstracta en lo que es correcto
y sí, por ejemplo, por la educación y el conocimiento. La felicidad general no
necesita una sanción por parte de un concepto absoluto del bien, y tampoco se
convierte en algo irracional al basarse en deseos individuales. También habría
que dudar de la racionalidad o irracionalidad de los deseos, ya que solo se
ponen a prueba con la valoración de los demás conduciendo, o no, a la felicidad
o a la satisfacción. Los deseos son, tantas veces, grandes y generosos en
ciertas personas, apoyados además en las grandes teorías morales, por lo que
adquieren una nueva dimensión al tener la ambición de elevarlos a categoría
universal [46].
El filósofo John Leslie Mackie considera que
el mundo natural explica, gracias a la evolución, la conciencia, la moralidad y
el valor como actividades humanas. Este autor clarifica cuáles son las
consecuencias morales del ateísmo, ya que tantas personas, creyentes o no,
consideran que la religión sigue siendo necesaria para no desembocar en un
desastroso nihilismo. Así, Mackie considera cuatro puntos de vista principales
sobre la naturaleza y
el estatus de la moralidad: el primero
observa las reglas y los principios morales desvinculados de cualquier utilidad
que pudieran tener, estarían originados en algún tipo de divinidad y
sustentados por la promesa de recompensa o la amenaza de castigo en esta vida o
en la otra; el segundo, llamado kantiano, racionalista o intuicionista, ve los
principios morales como una normativa objetivamente válida, formulada o
descubierta por el intelecto humano y dotada de autoridad autónoma al margen de
cualquier dios; un tercer punto de vista sostiene igualmente la existencia de
principios objetivos válidos, pero considera que son creados y sustentados, del
modo que fuere, por la existencia de Dios; finalmente, una cuarta opinión,
denominada humeana,
sentimentalista, subjetivista o naturalista, piensa que la moralidad es
fundamentalmente un producto humano y social y, así, los conceptos, principios
y prácticas morales se han desarrollado a lo largo de un proceso de evolución
biológica y social. Es esta última perspectiva naturalista la que explicaría la
existencia y persistencia de los principios y prácticas morales, debido a que
permiten de alguna manera a los seres humanos sobrivivir y alimentarse mejor al
limitar la competencia y favorecer la cooperación. Sin caer en respuestas
definitivas, Mackie muestra la moralidad con su propio origen causal,
parcialmente instintiva, desarrollada a través de la evolución biológica y
transmitida de una generación a otra en forma de valores culturales. El enfoque
naturalista adquiere una fuerza evidente cuando se observa que no hay un
consenso definitivo en la humanidad sobre lo que es vicio o virtud. La
perspectiva religiosa se viene abajo notablemente por dos motivos principales:
la moralidad sufrirá una debilitación evidente cuando no exista la creencia, y
también debido a que se subordinará siempre a otras preocupaciones más
trascendentes cuando exista la creencia (como es el caso de la salvación
personal) [47].
Richard Dawkins, biólogo considerado
neodarwinista, considera que nobles impulsos como la amabilidad, el altruismo o
la empatía se originan en el cerebro y se dirigen en primer lugar hacia la
familia cercana, pero pueden extenderse como regla general. No profundizaremos
aquí en la visión genética de Dawkins, no uniforme en el mundo científico y
denunciada en ocasiones como biológicamente determinista, pero insistiremos en
este autor por su prestigio y conocido ateísmo combativo. Derivar nuestro
sentido de lo correcto o lo incorrecto de nuestro pasado evolutivo, conlleva
ciertas dificultades al ser difícil comprender sentimientos como la compasión
desde el punto de vista de la selección natural. Sean cuales fueren las reglas
de la evolución, altruistas o competitivas, no es posible hablar simplemente de
determinismo biológico, ya que se filtran a través de la influencia de lo que
llamamos civilización, con sus tradiciones, leyes y costumbres. Como modo de
mejorar la conciencia, Dawkins considera que la ciencia y la evolución, incluso
con sus lagunas, resultan mucho más adecuadas para mejorarla que el pensamiento
religioso y elude la posibilidad de fantasear con nuestros miedos y
necesidades. Frente a los que asocian, necesariamente, el sentimiento religioso
a la condición humana, ya que parece manifestarse de un modo u otro, habría que
insistir en lo saludable de la independencia mental. Una comprensión adecuada
del mundo real puede asumir el mismo rol inspirativo que, tradicionalmente y de
manera distorsionadora, ha asumido la religión [48].
Desde la Antigua Grecia hasta Kant, hubo ya
muchos intentos de derivar la moral de fuentes no religiosas. De hecho, tal
como señala Dawkins, los imperativos categóricos de Kant se fundan en el deber,
por el bien del deber, apartando a Dios, lo cual ha supuesto que se haya
pensado que el filósofo alemán, aunque no pudiera admitirlo en la sociedad de
su tiempo, era en realidad ateo49. La universalidad de los principios morales,
que es lo que
está también detrás de los imperativos
kantianos, es válida en algunos casos, pero plantea problemas en otros, ya que
no todo el mundo estará de acuerdo en según qué comportamientos. En el caso de
la moral de tipo kantiano, no tiene que ser una visión plenamente identificable
con el absolutismo moral, puede hablarse de "deontología" o
"ciencia del deber", es decir "obediencia a reglas". Entre
las visiones morales modernas, están además los llamados "consecuencialistas",
más pragmáticos, según los cuales la moralidad de una acción debe juzgarse por
sus consecuencias (los utilitaristas, a menudo mal entendidos también, pueden
considerarse como un tipo de consecuencialistas). Como afirma Richard Dawkins,
no todo absolutismo deriva de la religión, pero es muy difícil defenderlo en
otros campos [50].
Si la moral originada en las religiones es
siempre exclusivista y totalizante, exigiendo además obediencia a los
creyentes, una moral capaz de mejorar la vida y de facilitar el desarrollo,
incluso con aspiración de ser universal, no necesita de orígenes divinos y todo
ser humano puede comprenderla en mayor o en menor medida sin acudir a ninguna
"verdad revelada". Es más, desde el ateísmo se ha criticado la moral
religiosa, siempre absolutista, entendida como una verdad con mayúsculas,
cuando en su nombre se han producido los mayores crímenes a lo largo de la
historia; el ateo siempre considerará la moral religiosa como sospechosa, ya
que detrás se encuentra la imposición y las mayores aberraciones hacia los no
creyentes, por lo que acaba convirtiéndose en un instrumento de poder [51].
Frente a los que consideran que una moral sin Dios no puede darse, la lógica
hace pensar que la humanidad, en los albores de su existencia, empezó a dar
contenido a las normas morales y potenció así los instintos constructivos del
ser humano; en caso contrario, no habríamos llegado hasta aquí [52]. Con el
devenir de la historia, la idea de Dios se fue haciendo innecesaria, por lo que
una ética puramente humana, basada en la convivencia social, la justicia y la
fraternidad, enemiga de todo dogmatismo, puede exigir un mayor compromismo con
lo real [53]. La creencia religiosa surge de debilidades y angustias humanas, muy
comprensibles, pero son infinitamente más aceptables una incredulidad fundada
en el esfuerzo por buscar la verdad, sin engaño alguno, y una moral fraterna,
sin excusas sobrenaturales ni trascendentes [54]. En esta línea, hay que
recordar a Bertrand Russell cuando habla igualmente de renunciar al dogmatismo
y adoptar la duda racional en todo ámbito humano; desde su punto de vista, ello
ayudaría a erradicar los grandes males del mundo, ya que sin posiciones
absolutistas resulta francamente difícil no considerar la gran responsabilidad
que tenemos con el prójimo [55].
Otro ateo que ha tenido gran popularidad en
los últimos años, el recientemente fallecido Christopher Hitchens, considera
que el desarrollo del pensamiento ha supuesto que la humanidad se vaya
apartando de toda verdad revelada y toda fe dogmática; desde este punto de
vista, la razón, la conciencia y la moral solo pueden ser innatas en el ser
humano, susceptibles de ser perfeccionadas o deterioradas y no es necesario
apoyarse en ninguna explicación espiritual o metafísica [56]. Desde su ateísmo
combativo, Hitchens presenta varias e importantes objeciones al pensamiento
religioso: distorsión cognitiva sobre el conocimiento y la razón, servilismo,
solipsismo, represión sexual... recogiendo la herencia de Freud, considera que
las creencias de los hombres estás sustentadas en última instancia en
ilusiones, respuestas a sus necesidades y deseos más apremiantes [57]. Tal vez
la ciencia y la razón no resultan suficientes para establecer valores, pero sí
son necesarias, por lo que hay que desconfiar de toda aquella doctrina que las
reduzca; el intelecto y la moral se potencian gracias al conocimiento y la
creatividad humanas, por lo que se identifica aquí ateísmo con una libertad
plena para la indagación.
El filósofo André Comte-Sponville, en otra
interesante obra sobre el ateísmo de reciente edición58, nos propone un punto
de vista diferente sobre los valores humanos. Su ateísmo lo funda en lo que
denomina "fidelidad", usando una palabra con la misma etimología que
la palabra "fe", a unos valores judeocristianos de larga tradición;
su falta de creencia en Dios no le impide abrazar la moral fundada en la
religión y considerar su importancia como elemento de cohesión en la sociedad.
El temor de Comte-Sponville está en que la falta de creencia desemboque en el
nihilismo, algo que él considera sinónimo de
barbarie; su deseo parece ser fiel a dos polos: los valores religiosos
tradicionales y el proyecto modernizador de la Ilustración. En este sentido, el
filósofo francés se aparta del nuevo ateísmo de Dawkins y Hitchens, y
especialmente de la tendencia posmoderna de Michel Onfray, que parte de
Nietzsche para considerar que es precisamente el ateísmo el que nos proporciona
la salida del nihilismo radicalizando e innovando los postulados de la
Ilustración [59]. El ateísmo de Onfray apuesta por una razón decididamente
antirreligiosa y antimetafísica, que impida a los seres humanos caer en la
tranquilidad existencial y el infantilismo mental permanente; el estilo directo
e incendiario de este autor le lleva a considerar que el ser humano tiene una
inclinación hacia la credulidad y la ceguera, por lo que las dificultades de la
vida le empujan a las fábulas y los mitos.
Conclusiones
Hasta hace poco, la religión se
ha considerado un proceso casi natural en el pensamiento humano; tal y como
escribió Marx, se trata del consuelo de los oprimidos, "el opio del
pueblo", expresado en un pasaje muy divulgado, pero tal vez no lo
suficientemente entendido. Sin embargo, a pesar de que la falta de certeza, los
miedos y las angustias son inherentes al ser humano, esa función de consuelo
ejercida por la religión se diferencia del deseo por conocer el mundo propio
del saber científico. Frente a las grandes verdades e ideas inmutables propias
de las religiones, nada mejor que una forma extrema de pensamiento crítico, el
permanente anhelo de hacerse preguntas
en aras de mejorar cualquier
ámbito humano. Parece claro que, si la religión volvió con inusitada fuerza a
finales del siglo XX, a principios del XXI el debate sobre el ateísmo está a la
orden del día y resulta más importante que nunca para una sociedad laica y con
plena libertad de conciencia. El temor de Comte-Sponville a renunciar a los
valores fundados en la religión, que puede verse reflejado en la famosa frase
atribuida a Dostoievski "Si Dios no existe, todo está permitido",
resulta de lo más cuestionable. Fernando Savater ha recordado que ese famoso
aserto, no solo no demuestra la veracidad de creencia alguna, sino que más bien
constata una urgencia que debe invitarnos a la duda. Es precisamente el
librepensamiento, el apartamiento de las religiones, plagadas de ideas fijas y
de creencias sobrenaturales, lo que ha supuesto unas mayores posibilidades para
la ética, para mejorar la vida social e individual. En cualquier caso, el
ateo siempre reflexionará que lo inexistente no puede morir y una moral
sustentada artificiosamente en lo religioso puede perfectamente, no solo
sobrevivir sin ese apoyo, sino también validar su adecuación al bienestar de la
humanidad y ayudar a la evolución y al desarrollo. Recordemos la visión de
Mackie cuando señala que la visión religiosa subordina siempre los asuntos
morales, y humanos en general, a cuestiones más trascendentes; en el
cristianismo, es el caso de la aceptación de la condición pecaminosa del ser
humano para aceptar luego su salvación. Sin ningún ánimo de caer en el
maniqueísmo, y aceptando que la ausencia de creencias no es garante a priori de
nada, hay que recordar siempre la ambigüedad de la moralidad promovida por la
religión y, frente a ella, la existencia de una tradición humanista, preocupada
por los problemas sociales, defensora de la honestidad intelectual y de la
tolerancia, así como impulsora de la libre investigación. La moralidad, y los asuntos
humanos en general, con sus concesiones y con sus ajustes, se entienden mejor
desde un enfoque naturalista.
El fundamentalismo, última salida del
pensamiento religioso, advertirá sobre el peligro nihilista que supone el
ateísmo; sin embargo, lo que muere son viejos valores, mientras que otros
nuevos y posiblemente más fortalecidos pueden germinar. Desde ese punto de
vista, estamos de acuerdo con Michel Onfray cuando considera que es el ateísmo
el que puede dar solución al nihilismo constituyéndose en garante de esos
valores innovados. Siendo cautos con los diversos caminos que adopta el
conocimiento y la creencia, ya que el pensamiento religioso perdura incluso en
personas cultas y racionalistas, podemos también compartir las ideas del
filósofo francés cuando trata de dar un horizonte lo más amplio posible a la
razón y cuando afirma que cada ser humano deber llegar a una fase de madurez y
ser consciente de sus capacidades intelectuales, críticas y políticas. Es algo
que ya estaba en la obra de Kant, pero Onfray precisamente critica al filósofo
alemán su protección del mundo religioso poniéndolo a salvo de la razón; a
pesar de la radicalización de algunas posturas en el siglo XIX, considera que
en el XX se acabaría consolidando esa separación perniciosa entre razón y fe.
En cualquier caso, no hay una opinión
uniforme en el universo ateo, como resulta lógico y tremendamente saludable
para el pensamiento. Como ya se ha visto, hay quien muestra su fidelidad a
ciertos valores religiosos a pensamiento religioso como una gran distorsión
histórica de la razón y la moral. Quizá podemos simpatizar mayormente con los
que observan la moral atea como una evolución, una perfección histórica apoyada
en alguna medida en creencias ya superadas. Tal vez se hayan ido apartando los
valores religiosos, pero una concepción absoluta sobre lo correcto y lo
incorrecto parece impregnar nuestra herencia cultural y acaba justificando el
poder de unos seres humanos sobre otros. Esta crítica resulta, lo asumimos,
controvertida, ya que adelantamos las acusaciones sobre la defensa de una moral
arbitraria y relativa; la verdadera cuestión es que los principios morales
parecen defenderse mejor, no desde el absolutismo y la trascendencia, sino
desde perspectivas plenamente humanas. Podemos contemplar la historia como una
tensión permanente entre fe y razón, según la cual algunas personas tuvieron el
suficiente carácter y la valentía para hacer valer sus convicciones personales,
a nivel moral o científico, enfrentadas siempre a lo religioso instituido. Es
la modernidad la que ha conllevado la secularización del pensamiento, es decir,
la posibilidad de desprenderse de lo sagrado
para poder seguir avanzando.
Tal vez no deba hablarse, necesariamente, de
distorsión o fraude histórico en el nacimiento de la religiones, ya que afirmar
tal cosa excede la capacidad humana; lo que sí es plausible es que, si el
pensamiento religioso pudo hacer en determinado momento de motor histórico, esa
desacralización iniciada en la modernidad es igualmente necesaria en aras del
progreso. La confianza en los valores ilustrados y en el progreso, tan
criticada por aquellos que dan a la modernidad por periclitada, no puede
hacernos caer en una nueva fe ciega.
Es por eso que el ateísmo debe insertarse en
los valores antiautoritarios que, además del religioso, critican el poder
político y económico, que no tardan en fundar nuevas abstracciones que someten
al ser humano. Los valores vinculados a la religión acaban, más tarde o más
temprano, siendo obsoletos
al igual que los asociados a otros conceptos
que constriñen el pensamiento como es el caso del patriotismo. Recogemos
igualmente la herencia de una persona tan brillante como Bertrand Russell
también cuando recordaba que los peligros para el librepensamiento no se
limitaban al mundo religioso.
Notas:
36.- Sébastien Faure, Doce pruebas de la inexistencia de
Dios, Asociación Isaac Puente, Vitoria 2006.
37.- Ibídem.
38.- Bertrand Russell, "Compendio de
pacotilla intelectual", en C. Hitchens, op. cit.
39.- Bertrand Russell explicaba que la
ciencia nada tiene que decir sobre la existencia de Dios al no ser una
hipótesis falsable, es decir, no puede ser confirmada ni rechazada; naturalmente,
lo mismo podemos decir sobre cualquier fantasía reproducida o idealizada por el
ser humano.
40.- Bertrand Russell, op. cit.
41.- Richard Dawkins, El espejismo de Dios, Espasa, Madrid 2010.
42.- Gabriel García y Joan Carles Marset, Probablemente Dios no existe, deja de preocuparte
y disfruta de la vida, Bronce, Barcelona 2009,
43.- Ibídem.
44.- Bertrand Russell, Religión y ciencia, FCE,
México 2004.
45.- Carl Sagan, "La hipótesis de
Dios", en C. Hitchens, op. cit.
46.- Bertrand Russell, op. cit.
47.- John Leslie Mackie, "Conclusiones e
implicaciones" (de El milagro del
teísmo: argumentos a favor y en contra de la existencia de Dios), en C. Hitchens, op. cit.
48.- Richard Dawkins, op. cit.
49.- Así lo indica Dawkins en la obra citada,
y es una apreciación extendida a otros autores desde la perspectiva atea.
50.- Richard Dawkins, op. cit.
51.- Antonio López Campillo y Juan Ignacio
Ferreras, Curso acelerado
de ateísmo, Vosa, Madrid 1999.
52.- Ibídem.
53.- Ibídem.
54.- Fernando Savater, op. cit.
55.- Bertrand Russell, Ensayos escépticos, RBA, Barcelona 2011.
56.- Christopher Hitchens, Dios no es bueno, Debolsillo, Barcelona 2009.
57.- Sigmund Freud, Psicología de las masas. Más allá del
principio del placer. El porvenir de una ilusión, Alianza, Madrid 2000.
58.- André Comte-Sponville, El alma del ateísmo. Introducción
a una espiritualidad sin Dios, Paidós, Barcelona 2008.
59.- Michel Onfray, op. cit.
[Publicado
originalmente en la revista Germinal
# 10, Alcalá de Henares, julio-diciembre 2012. Texto completo accesible en https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=4684841.]
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